lunes, 8 de abril de 2013

Cuando una dolencia desafía a otra


La asociación paradójica “entre ciertos desórdenes neurológicos y ciertos cánceres” ha dado pie al psiquiatra valenciano Rafael Tabarés y a su colega norteamericano John L. Rubenstein a introducir un nuevo modelo para el avance de la ciencia médica: el de la comorbilidad inversa, es decir, cuando una dolencia nerviosa y la resistencia al cáncer van unidas. Determinar los mecanismos que favorecen esta resistencia abre un camino inesperado en la lucha contra la enfermedad.

La revista Nature Reviews Neuroscience, la de mayor impacto y prestigio en su campo, da el espaldarazo al modelo en su número de abril con un artículo que consolida las aportaciones previamente publicadas en Lancet, con un título que parafraseaba a un padre de la física cuántica, Niels Bohr: “Sin paradoja no hay progreso”.

“Nos hemos fijado en el anverso de la moneda, en lo paradójico, en lo que genera extrañeza”, explica Tabarés, “y es que al igual que hay asociaciones positivas entre enfermedades en un mismo paciente, también hay casos en los que tener una demencia le hace resistente a otras enfermedades”.

La lista de desórdenes del sistema nervioso central relacionada inversamente con el cáncer es larga. Por ejemplo, padecer Alzheimer va ligado a la resistencia al cáncer en general. La esquizofrenia, a la menor incidencia de cánceres de próstata, recto, vejiga o melanoma. El Párkinson, a la protección de los cánceres asociados al tabaco, entre otros.

“Lo que había visto en estudios epidemiológicos, con miles de pacientes, y había atisbado al analizar el cromosoma 8 es que por separado había genes de susceptibilidad para la esquizofrenia, el autismo o la demencia que, al mismo tiempo, estaban implicados en muchos cánceres”.

La información estaba ahí y la colaboración del grupo de Alfonso Valencia, director de biocomputación en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), permitió cruzar bases de datos a escala mundial y demostrar que “había un solapamiento a nivel genético y de rutas metabólicas entre estas enfermedades”. A partir de ahí desarrolló el modelo y las piezas van encajando.

Hay en este impulso también factores personales. “Mi hijo Manuel dice que se la tengo jurada al cáncer desde que mi padre murió de un tumor (glioblastoma) cerebral en tres fases”, confiesa el científico valenciano. “Por eso me agarro a esta paradoja como si fuera un clavo ardiendo e intento dar una explicación que puede servir como modelo para otras paradojas o comorbilidades inversas que existen en medicina”.

En la asociación con Rubenstein influyó el interés del norteamericano por la “particular manera de estudiar las enfermedades del sistema nervioso” de los valencianos. “Frente al paradigma clásico, que es muy reduccionista y en el que suele haber una superespecialización, nuestra visión de las enfermedades”, explica Rafael Tabarés, “es más abierta, porque por lo general los pacientes tienen más de un problema de salud, una multimorbilidad que aumenta con la edad”.

El modelo abre vías a que otros diseñen experimentos específicos y herramientas terapeúticas para resolver ese tipo de enfermedades. Los autores del modelo sugieren avanzar en las interrelaciones entre los sistemas inmunitario y nervioso “para fijar las rutas que promueven o inhiben el crecimiento de tumores”. Tabarés y su equipo han abierto una línea de trabajo en esta dirección con el CNIO, a partir de genes con una fuerte expresión en enfermedades del sistema nervioso pero muy baja en caso de cáncer.

Otro campo es el de la práctica clínica, por ejemplo en fármacos que se prescribían “para determinadas dolencias, pero que pueden tener otras indicaciones”. El caso más conocido es el de la aspirina, como anticancerígeno. “¿Podría la medicación para personas con enfermedades del sistema nervioso actuar contra el cáncer?”, se pregunta Tabarés y cita antidepresivos que protegen contra los tumores del tubo digestivo, según se ha visto en experimentos con animales.

Cuestión pertinente es cómo se investiga a niveles de excelencia en un escenario cada vez más hostil. Investigador principal de grupo 24 del Centro de Investigación Biomédica en Red en el Área de Salud Mental (Cibersam), bajo el paraguas del Instituto Carlos III, Tabarés cree que “es muy difícil” investigar en España.

“Lo haces con menos presupuesto que otros y tienes que medir mucho tus fuerzas a la hora de plantearte hipótesis o proyectos de investigación”, señala este catedrático de la Universitat de València, que destaca el nivel valenciano en este campo, con mención especial para el Instituto de Neurociencias de Alicante.

Este handicap se intentó resolver con los CIBER (Centros de Investigación Biomédica en Red), que trabajan en red, invirtiendo sobre todo en grupos de excelencia. “Pero vivimos una situación en que incluso para los grupos de excelencia hay reducción importante del presupuesto”, puntualiza y señala en su caso un 10% menos.

Las firmas en publicaciones como Nature o Lancet, junto con las patentes, marcan niveles de excelencia internacional que se resentirán con los recortes. Una opción para mantener esos niveles es “durante algunos años hacer una investigación más en colaboración con grandes centros nacionales o internacionales, en la que el dinero en equipamientos, en material fungible, sea menos importante y tal vez haya que darle más vueltas a la cabeza, manejando datos e información y aprovechando al máximo los datos e información que se generan a nivel internacional”, concluye el científico.

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