jueves, 27 de agosto de 2020

La competitividad en la ciencia puede estar lastrando el progreso del conocimiento

Favorecer la cooperación y difusión de resultados a corto plazo podría mejorar el rendimiento de los laboratorios de investigación molecular, la carrera de los científicos y el progreso  

https://static.eldiario.es/clip/d3e743c8-8bc9-49c0-a0c3-f19a59de6e3e_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg
https://www.columbus-web.org/images/Open_Science.jpg

  Al igual que el resto de profesiones en un sistema económico capitalista, la investigación científica se rige por la competencia, bajo la premisa de que esta es la manera más eficiente de hacer avanzar en el conocimiento. Sin embargo esto puede ser contraproducente y, en algunos casos, puede hacer que la ciencia avance con mayor lentitud de la deseada.

El sistema competitivo que rige la ciencia se basa principalmente en los méritos, aunque esto se traduce fundamentalmente en la publicación en revistas especializadas de alto impacto. Cuando un científico solicita un proyecto o compite por un puesto de trabajo, el principal baremo que siguen las instituciones para evaluar su mérito y capacidad es el número y la calidad de las publicaciones realizadas. De ellas dependen su futuro, el de su laboratorio y su línea de investigación. Esto tiene varias consecuencias perversas, una de ellas es que la urgencia y la necesidad de publicar favorece la proliferación de resultados poco fiables, no replicables o, sencillamente, falsos. Este tipo de resultados crean confusión, hacen perder el tiempo al resto de investigadores y, decididamente, no contribuyen al avance de la ciencia.

Otra de las consecuencias del sistema de alta competitividad es el secretismo en torno a los resultados de un laboratorio. Es lo que ocurre en los laboratorios de ciencia molecular y celular, donde el gasto económico es muy elevado: los reactivos, los equipamientos y las instalaciones son carísimos. Un estudio de excelencia en este campo consta de decenas de experimentos que, a través de un hilo argumental conductor, debe llegar finalmente a la propuesta de un mecanismo de acción del objeto a estudio para poder publicarse. Este proceso puede llevar años y cientos de experimentos de los cuales, siendo generosos, en torno al 70-80% son "resultados negativos"; esto es: el resultado no fue el esperado (demostró no tener relevancia para nuestra hipótesis de trabajo), el planteamiento del experimento no era el correcto o el experimento salió mal. Los resultados negativos son aparcados en un cajón de forma indefinida, no se publican y no se sabe si algún día se utilizarán. Al no ser publicados, muchos serán repetidos una y otra vez en distintas partes del mundo con resultado equivalente, ya que no existe una forma efectiva de consultar si ya se hicieron. Aunque muchos investigadores no tendrán tiempo o interés en conocer todos los entresijos de un estudio, aquellos interesados en replicarlo o aplicar sus técnicas podrían sacar un gran provecho de conocer los experimentos que no se han incluido en una publicación.

Hace algunos años surgieron las primeras revistas interesadas en publicar resultados negativos. Desafortunadamente, no parece que hayan tenido un gran éxito entre los investigadores, que parecen preferir mantener esos resultados en sus cajones. No da la impresión de que sea prestigioso ni valorado publicar en dichas revistas, que en algunos ámbitos son tomadas incluso en broma, y realmente su impacto es mínimo por el momento. Una de las causas es, sin duda, la falsa percepción de que solo se aprende de los aciertos, aunque la realidad sea más bien la contraria, y aunque formalmente se acepta que la ciencia avanza rechazando hipótesis, no confirmándolas.

Como hemos dicho, la preparación de un artículo de alto impacto en ciencia molecular lleva años para un investigador. Pueden ser, con suerte, tres años, pero no es raro trabajar en un artículo durante siete u ocho años. Durante todo ese tiempo los resultados suelen permanecer ocultos, pues el hecho de que pudieran ser "utilizados" por competidores podría frustrar su publicación, comprometer la consecución exitosa de un proyecto científico y arruinar la carrera del investigador, que no tendría mérito alguno que declarar para acceder al siguiente contrato o proyecto. Solamente cuando el trabajo está prácticamente concluido y listo para ser publicado, los autores osan comentar sus hallazgos con sus colegas y presentarlos en congresos, a sabiendas de que aunque intentasen usar algunos de esos resultados, no tendrían tiempo de publicarlos antes que ellos.

Las consecuencias de la competitividad en la ciencia no afectan sólo a los resultados. En los laboratorios moleculares continuamente se están desarrollando técnicas y protocolos para realizar nuevos experimentos. Estos protocolos tienen a menudo una componente muy artesanal: consisten en múltiples pasos, se extienden a lo largo de días y el resultado final puede ser muy variable, dependiendo en buena parte de la propia pericia del investigador. Cuando se publica un artículo, los autores deben dar cuenta de qué tipo de protocolos han usado pero, por razones de espacio, siempre se refieren a ello de forma muy sintética, que impide replicarlos de forma precisa. Imaginemos que hablamos de una receta para hacer pizza, pero solo nos dicen los ingredientes y la temperatura del horno; la pizza resultante puede ser deliciosa o un absoluto desastre, porque las instrucciones son muy vagas. Pues los laboratorios no son muy propensos a compartir sus refinadas "recetas", sus trucos, porque son uno de sus mejores activos: tener un protocolo mejor que tu competidor te hará llegar antes a la meta.

Cuando un nuevo reactivo, que puede costar cientos de euros, llega al laboratorio, la información de cómo utilizarlo se limita a unas breves instrucciones adjuntas al producto y a lo publicado en los artículos, habitualmente breve y poco detallado. Aunque tus contactos y un ambiente positivo de trabajo (algo que no siempre está garantizado) te permita recurrir a la buena voluntad de algún investigador con experiencia previa, lo más habitual es pasar una importante parte del tiempo tratando de diseñar tu propia "receta" para usarlo o, como se dice en el laboratorio, "poner a punto la técnica". Esto puede llevar semanas o meses; con suerte acabará funcionando. No es raro que una vez puesto a punto el protocolo, hayamos consumido buena parte del producto y haya que comprar uno nuevo. Tampoco es raro que, después de haberlo conseguido, tu resultado sea negativo y se quede "en el cajón". Y vuelta a empezar. Es el día a día.

El sueño de cualquier investigador en uno de estos laboratorios es contar con una base de datos en la que consultar protocolos fiables y detallados, que ahorren tiempo, esfuerzo y dinero. En la que buscar si cierto experimento ya se hizo antes en algún lugar del mundo, y si salió bien, regular o mal. Si alguien ya probó determinado reactivo y si funcionó, y cómo. Y poder contactar sin trabas con los investigadores que los llevaron a cabo. No creo estar exagerando si digo que así se ahorraría más de la mitad del tiempo y los medios empleados actualmente; lo que, matemáticamente, haría a los laboratorios de ciencia molecular el doble de eficientes. Pero conseguirlo requiere un enfoque colaborativo, no competitivo; que hiciera una valoración del mérito y capacidad basada no sólo en el número de artículos publicados, sino también en la cantidad de experimentos, protocolos y técnicas aportados a la comunidad científica. Un sistema en el que compartir tus especialidades, tus recetas y tus trucos proporcione prestigio y méritos, no desventajas. Un sistema en el que conste cuál es tu contribución real a la ciencia, no sólo aquello que tuviste la fortuna de publicar. El sistema de méritos empleado actualmente no siempre es realista, y a menudo trunca la carrera de investigadores capaces, trabajadores y talentosos que no han tenido la suerte de caer en el proyecto o el laboratorio adecuados.

La sacrosanta competitividad, que en algunos campos y circunstancias puede alimentar el avance de la ciencia, en otros puede tener un impacto negativo, ralentiza el progreso del conocimiento, lastra la carrera de los científicos y supone un enorme derroche de energía. Cuando un descubrimiento conlleva además un rendimiento económico, como es el caso de las patentes, entramos en el ámbito del secretismo absoluto, en el que prima el lucro económico. Imaginemos decenas de laboratorios tratando al mismo tiempo de generar un remedio contra la misma enfermedad y sin compartir sus avances. La institución que consiga el primer medicamento efectivo conseguirá importantes beneficios al vendérselo a sus competidores y vecinos. El progreso de la ciencia queda así lejos de la idea romántica de la generación de conocimiento para enriquecimiento de la humanidad en su conjunto: algo que nos contaron en la facultad y que hizo despertar, en muchos de nosotros, la vocación por la investigación. Una idea construida sobre casos admirables como el de Alexander Fleming, que no quiso patentar su descubrimiento del primer antibiótico, la penicilina, y lo puso a disposición de la humanidad, salvando con ello millones de vidas.

El sistema científico no es perfecto, no es infalible; tiene considerables defectos y muchos ya han sido de sobra detectados. Algunos se relacionan precisamente con el exceso de competitividad. El debate lleva suficiente tiempo abierto, pero hace falta la voluntad para asumir cambios que nos conduzcan a una nueva forma de hacer ciencia. Empezando, seguramente, por aquellos aspectos en los que la humanidad se está jugando su bienestar, o incluso su propia supervivencia. 

 Fuente: https://www.eldiario.es/cienciacritica/competitividad-ciencia-lastrando-progreso-conocimiento_132_6041873.html

miércoles, 26 de agosto de 2020

La pobreza

Joan Miró
Personnage et oiseaux [Personaje y pájaros], 1969
   Vivo en una España plana, en un tramo de vulgaridad histórica inalterada y que se juzga inalterable. No hay violencia primaria evidente, pero yo advierto que, acrecentadas, permanecen las mismas estructuras de "entonces" y, en las estructuras, las mismas causas y resultados (la misma infelicidad). España está gobernada por los mismos intereses que triunfaron y se establecieron con la guerra y la posguerra, se consolidaron en la duración de la dictadura y permanecen y gobiernan. Permanecen y gobiernan concertados en una que, acríticamente, se entiende democracia. Extraña y aclamada reinvención de una paradoja institucionalizada: la Democracia (política) habitada por la Dictadura (económica). La democracia ha resultado no ser otra cosa que un nombre y una ficción establecidos para acoger, legitimar, legislar y encubrir situaciones totalitarias de propiedad de gestión de la riqueza.   En España y no sólo en España. 
   Recapitulando: al día de hoy, democracia es igual a capitalismo. Las desigualdades y sufrimientos se articulan con unos derechos formales que pueden estar vacíos de realidad o, de otra forma, que son tan sólo enunciado. 
   Releo el documento y considero derechos constitucionales españoles. Encuentro, por ejemplo, los que garantizan "liertad de culto". O la constancia de que todos los españoles tienen "derecho al trabajo" y "derecho a una vivienda digna". Artículos que, no hay duda, incluyen a todos los españoles que no tienen trabajo y no tienen una vivienda digna ni indigna. 
   Puesto en este discurso, creo que puedo hacer algunas consideraciones más personales. Ocurre que la democracia es un convenio político, una "cima ideológica" prácticamente universal que incluye a España. Dándolo por hecho, yo entiendo los siguiente: 
   Dentro de la democracia, la existencia de una izquierda o una derecha y la actividad concreta de los partidos no tienen ningún valor relativo a la transformación decisiva de las estructuras sociales. Todo y todos están en el sistema, se acogen al sistema, lo confirman y lo respetan. Y el sistema es injusto y crea sufrimiento. 
   Fuera de la democracia (fuera o dentro son estimaciones abstractas), las fórmulas históricas del comunismo, supuestas alternativas al capitalismo, tampoco son válidas. No porque estén fracasadas o hayan sido cureles: su invalidez mayor reside en que no pueden realizarse si no es en espacios totalitarios, con lo cual apenas diferen de sus oponentes históricos. 
    Otras revoluciones clásicas tampoco sirven; no sólo son rechazables por su violencia de origen. Si triunfan, han de establecer una segunda violencia para mantener los resultados frente a la resistencia interna y la presión externa, lo cual equivale a fracasar antes de ser. Bien se puede verificar todo esto repasando un siglo de historia de las revoluciones. 
   No obstante, el descrédito revolucionario absoluto será un error. Existen indicios, pequeñas primeras muestras de una revolución posible. No es violenta ni política, está dirigida a sustituir progresivamente las formas de gestión y de propiedad de los bienes, creando, también progresivamente, un régimen humanista y comunitario, basado en el reconocimiento de la persona y en la determinación de necesidades, tanto subsistenciales como subjetivas....
 
La pobreza  
Antonio Gamoneda

sábado, 22 de agosto de 2020

Marco D’Eramo: “Cuando empiezas a oír hablar de héroes quiere decir que alguien te la está colando por algún lado”

¿Cambiará todo esto después de la pandemia? ¿qué hace de esta crisis algo tan diferente? ¿qué horizonte nos espera tras esta experiencia histórica? El periodista y pensador italiano Marco D’Eramo tiene pocas respuestas pero muchas pistas a las que apuntar. 

Marco D'Eramo 1
Marco D'Eramo en su domicilio de Roma. Raúl Moreno

Marco D’Eramo (Roma, 1947) lleva mucho tiempo en esto de mapear el presente y explicarse y explicar sus narrativas. Periodista de profesión, este romano tiene la capacidad de alejarse de la actualidad y el culto a lo urgente y captar varias décadas en su mirada, porque todo tiene sus raíces y sus antecedentes. Hace tres años, entre el ruido de las rueditas de los trolleys de los turistas y bajo las alas de los aviones que diariamente aterrizan en Fiumicino, pudo intuir que el turismo es la industria más importante del siglo XXI, hipótesis que plasmó en Il selfie del mondo. Indagine sull'età del turismo (Feltrinelli, 2017), un libro cuya versión en castellano será publicada por Anagrama el próximo octubre. El octubre más incierto en décadas, un otoño al que D’Eramo sospecha nuestras sociedades llegarán exhaustas, atrapadas entre el desempleo y la deuda. Desde el salón de su casa, escoltado por una estantería llena de libros, D’Eramo responde generosamente todas las preguntas formuladas y alguna más. Y, a veces, ríe pícaro mientras describe abismos, como un sátiro que supiese de más.

De un tiempo a esta parte hemos leído unas cuantas entrevistas de filósofos, y a unos cuantos filósofos intentando mapear el desconcierto. Se diría que nadamos en plena búsqueda de sentido, ¿no?
Debemos todos desconfiar del café instantáneo, de la filosofía instantánea. Es absurdo que tras 10 días desde que empezara un fenómeno, salga un filósofo y escriba un ensayo sobre la epidemia. No tiene sentido. Y es que estamos demasiado inmersos en el presente de modo que a cada instante particular que vivimos le damos una dimensión universal. Un ejemplo: los primeros días de la epidemia hemos oído cientos de veces que nada sería igual, todo cambiaría. ¿Y esta gran suposición se basaba en qué? En los diez días que llevábamos encerrados en casa.

¿Y qué pasa cuando se aleja la mirada del presente?
Si uno piensa en una dimensión histórica, si se ven, ya no digo milenios, sino lo últimos 500 años, puede situar lo que ha sucedido en perspectiva. Lo que está pasando es una cosa muy seria, muy importante. Pero también hemos de tener en cuenta que esto nos ha golpeado a todos nosotros en Occidente porque es la primera vez en la historia de Europa y Estados Unidos que por tres generaciones no se ha vivido una guerra. Tres generaciones que no han estado en contacto con la muerte.

Recordemos que en la Primera Guerra Mundial murieron 20 millones de personas y en la segunda, 60 o 70 millones. La epidemia asiática de 1969 dejó un par de millones de muertos en el mundo y 100.000 muertos en Estados Unidos, que entonces tenía 150 millones de habitantes. Es como si en EE UU hubiese habido más de 200.000 muertos, pero nadie hablaba de ello. Durante la actual epidemia ha circulado un vídeo del telediario de la época en el que el presentador, muy serenamente, decía: “Ah, tenemos esta gripe que ha golpeado a ocho millones de nuestros conciudadanos, mandando a nosecuantos junto al creador”. Era una relación con la muerte muy distinta.

Lo que quiero decir es que hay que meter cada cosa en su contexto, en Italia, por ejemplo, cada año hay 90.000 muertes debidas a la contaminación pero nadie habla de ellas, hay una aceptación de estas muertes, se consideran como los accidentes de coche, no se deja de ir en coche porque haya accidentes de tráfico. La del coronavirus ha sido una experiencia nueva que nos ha trastornado, estábamos desacostumbrados a la muerte, nos considerábamos inmortales.

Entonces nos encerramos y paramos todo.
Respecto a alguien que está en la cárcel hemos tenido un arresto domiciliario muy amable. Nos veíamos en Zoom, en WhatsApp, una cosa amable. Pero era algo tan nuevo esta sensación de aprisionamiento, algo tan inédito que nos ha golpeado a todos.

En mi libro Il selfie del Mondo sostenía la tesis de que el turismo es la industria más importante del siglo, por varias razones, la primera, que el sector de por sí es muy importante, eso lo sabemos muy bien en España e Italia. La segunda razón es que implica a otras industrias. Si no hay turismo no hay industria aeronáutica, ni industria automovilística, se hunde la industria inmobiliaria.

Por último: el turismo está inscrito en nuestra propia idea de libertad. Siempre me tomaban a broma cuando decía que el turismo era la industria más importante del siglo, tenemos la idea de que la industria es algo con acero, metal, química, mineras. Esos tipos graciosos con las gorritas, las chanclas... decir que eso es la industria más importante del siglo... Sin embargo, ahora se ha visto que es verdad.

¿Cuál es el alcance de esta idea de libertad inscrita en el turismo?
Ya nadie se acuerda de que el muro de Berlín cayó porque los alemanes querían un visado turístico. Así está de vinculado el turismo a nuestra idea de libertad. A raíz de la pandemia me llamaban y me decían: verás que este será el fin del turismo. Yo contestaba, chicos ¿de verdad queréis vivir en un mundo en el que no podréis viajar a Nueva York por el resto de vuestras vidas? Ninguno de nosotros aceptaría vivir en un mundo así. Lo sé que cambia el clima, que contamina, pero es parte de nuestra idea de libertad.

¿Entonces será una crisis sin consecuencias en nuestra forma de vivir?
Aquí habría que recordar lo que decía Rahm Emmanuel, un personaje muy extraño, un político americano-israelí, que fue uno de los más importantes consejeros de Obama y acabó como presidente de su gabinete en la Casa Blanca, para después ser alcalde de Chicago por dos mandatos. Durante la crisis de 2008, Emmanuel dijo algo que se me ha quedado grabado: “No malgastes una buena crisis”.

Estas crisis no vienen provocadas por los poderes, por las clases dominantes, pero son aprovechadas. No es que Bush hiciera caer las torres gemelas en 2001, no son necesarias estas historias del complot, pero una vez pasó, los gobernantes de la época decidieron aprovechar para crear el Patriot Act que dio licencia a los Estados Unidos para por ejemplo ir a Madrid y entrar en la redacción donde está usted, retenerla y llevársela y hacerla desaparecer de la tierra sin que nadie sepa nada más nunca. Esto se hacía también antes pero no era legal, luego lo fue, se aprovecharon de las torres gemelas para legalizar estas detenciones. Al final, todo acaba en farsa. La guerra contra el terror, después de tanto lío, ha dejado como herencia que no podamos llevar cortauñas en la cabina, que te tengas que humillar y quitarte el cinturón y los zapatos en el aeropuerto.

Una ocasión que nadie desaprovecha, en definitiva. 
Cada uno usa la epidemia como le parece, Mody la ha usado enseguida en India, para masacrar musulmanes y establecer la supremacía hindú. Recientemente ha salido una grabación de una reunión del gobierno de Bolsonaro en la que el ministro de medio ambiente decía “pues qué bella esta epidemia, así podemos acabar con los indígenas y deforestar la Amazonía, qué bonito”. Macron ha subido rápidamente la jornada laboral a 60 horas semanales. Trump enseguida ha dicho que todas las limitaciones ambientales que se habían votado quedaban suspendidas, podían infringirlas por toda la duración de la epidemia.

La gestión de la epidemia ha sido improvisada, pero la han conseguido sacar provecho. Y ahora, ¿cuánto lo alargarán?, no pueden extenderla mucho, les costará mucho, porque en algún momento deberán reiniciar la economía.

¿Son las teorías de la conspiración una búsqueda de explicaciones verosímiles?
Las teorías de la conspiración yo las defino así: son el equivalente laico de la fe en la providencia. Las cosas suceden y no tienen sentido, pero si crees en la providencia, ella hará que todo esto tenga sentido. La providencia es un dador de sentido a la realidad. La conspiración es lo mismo: yo no entiendo qué es esto, pero detrás hay un sentido escondido. Digamos que es una forma de fe en una racionalidad oculta en el mundo que es la racionalidad de los poderosos en lugar de la racionalidad de dios.

Yo nunca he sido creyente, el sentido no puede buscarse en cualquier episodio de la historia humana, por eso decía que la filosofía instantánea es como el nescafé, es nesfilosofía, ¿qué sentido tiene?

¿Quizás buscar alivio?
Es verdad que el mundo que se prevé tras esta pandemia es un mundo horrible. Es un mundo tremendo, es un mundo donde el cuerpo físico es una cosa que da miedo, donde el otro es alguien que te contagia y todos tenemos que estar aislados.

Una cosa fantástica que decía Guy Debord es que lo que hace el urbanismo capitalista es aislarnos juntos. Nos junta, pero aislados los unos de los otros. Este aislamiento es fantástico. Mira el teletrabajo: es una cosa tremenda, uno al menos antes podía salir de casa, ver a la familia, hacer sus cosas, ahora debe estar encerrado en casa todo el día.

Lo llaman smart work, ¿qué carajo es eso? Al inicio del capitalismo cuando tenían que hacer ropa la cosían en las casas los obreros, era un trabajo doméstico. Esta es la forma más arcaica, más primitiva de explotación, cuando los obreros trabajaban en su propia casa y no iban a la fábrica.

¿Y qué consecuencias tiene este aislarse juntos?
Primero una vigilancia absurda. En realidad la vigilancia ya estaba antes. Lo interesante es que hasta ahora se sabía que Google, Facebook, te vigilaban todo el tiempo y veían tus datos, pero antes no era un deber cívico dejarse vigilar, no era un virtud civil ser alguien controlable. Ahora si no te dejas rastrear por la famosa app entonces eres un saboteador, un traidor, uno que lleva la enfermedad por todas partes.

También es una sociedad que está ampliado la distancia entre las clases. Por un lado están los acomodados, que pueden estar en sus casas, aislados, hacerse llevar todo por los mensajeros de amazon y los pobres ciclistas. Y luego están todos los demás, que tienen que ir en transporte, que ir a trabajar, deben hacerlo todo, a quién le importa si se contagian.

Cuando oyes la retórica debes sospechar. Cuando empiezas a oír hablar de héroes y de ángeles en lugar de la sanidad pública quiere decir que alguien te la está colando por algún lado. Porque, como dice Samuel Johnson, el patriotismo es el último refugio de los pícaros.
Sin embargo, la pandemia, en el ámbito europeo, ha puesto en el centro la necesidad de que los estados se coordinen. 

Ahora de pronto Europa se ha vuelto generosa. ¡Y un carajo Europa se ha vuelto generosa! Se va a poner a repartir dinero, pero no es verdad, la deuda es la forma moderna del poder. Porque si tienes poder no importa qué deuda tienes: EE UU tiene una gran deuda y les da lo mismo. Sin embargo, si te endeudas y no eres poderoso, la deuda es una correa, el brazalete electrónico, no te la quitas más de encima.

Estoy escribiendo un texto en el que muestro que Italia en los últimos 27 años siempre ha tenido un activo de balance, excluida del balance la deuda, se llama balance activo primario. Así, si quitas los intereses de la deuda, el Estado italiano ha tenido siempre un activo del 2 al 6%, es decir, ha tomado de la ciudadanía el 2 a 6% más de lo que le devolvía. Pero nunca ha conseguido reducir la deuda, al revés, ha aumentado, lo que significa que en cuatrocientos años los nietos de los nietos de los nietos de nuestros nietos no podrán construir un hospital por nuestra deuda. Si tú ves un partido que se dice de izquierda pero que no discute la deuda, quiere decir que no es de izquierda, que ya ha aceptado ser siervo.

Marco D'Eramo 2
El periodista y pensador en su salón repleto de estanterías. Raúl Moreno

¿Entonces no podemos aprender algo de todo esto? ¿extraer un significado? 
El sentido es algo más serio de lo que está sucediendo. Esto nos ha recordado que somos mortales. Pero verás, y es una apuesta fácil la mía, que si sigue por un tiempo, los muertos de esta pandemia serán como los muertos en la carretera, serán considerados una cosa inevitable. Como en los accidentes de tráfico, uno conducirá intentando ser prudente. Y después terminará como la lucha antiterrorista ha acabado, con que no puedes llevar tijeras en el avión. Esto acabará, qué sé yo, con que debes llevar siempre la mascarilla en el bolsillo. O algo similar. En mi opinión al final se convivirá con esto.

Estamos habituados a una visión de la sociedad en la que las cosas que llegan son aquellas que pueden transmitirse por la televisión. Cuando la pandemia deviene importante es cuando se ven los camiones militares que llevan los cadáveres desde Bérgamo. Ten en cuenta que la televisión hace una cosa que ningún periódico impreso puede hacer, por ejemplo en 1996 fue el impeachment de Clinton, porque había tenido esta historia con Monica Lewinsky. Por un año entero todas las televisiones americanas abrieron todos los telediarios con los mismos fotogramas de Clinton que en el jardín de la Casa Blanca iba y le daba un beso a esta becaria. Tú no habrías podido nunca publicar un periodico 360 días con la misma portada, no tiene sentido, pero la televisión puede hacerlo, y esto es lo que ha sucedido con esta epidemia en todo el mundo.

De hecho, usted ha afirmado que este es un gran experimento de ingeniería social.
El experimento más grande de ingeniería social que se haya vivido nunca, nadie ha puesto nunca a 2.000 millones de personas encerradas en casa a la vez sin que nadie se rebelase. En segundo lugar, puedes controlar, puedes estudiar, puedes ver lo que sucede, puedes medir, es un enorme experimento el que se está haciendo a tiempo real: sea de control de la sociedad, sea de reacción, sea de trazabilidad, ¡de todo!

Llevan diciendo por cien años que la nuestra es una sociedad basada en el desplazamiento, el viaje, la comunicación, etc, y ahora se han interrumpido las comunicaciones por meses. No creo que alguien haya programado esto, también porque se ha perdido un montón de dinero, si lo hubiesen programado hubiese sido absurdo. Pero una vez que se ha dado esta epidemia han probado este experimento grandioso.

Los efectos a largo término serán los de siempre, un poco más de control, un poco más de dominio de la deuda, un poco más de maldad, un poco más de aislamiento de las personas, un poco más de vigilancia, un poco más de incomodidad. Nada muy distinto a lo que ya sucedía.

Dice usted que un confinamiento como el que hemos vivido no hubiera sido posible hace cuarenta años.
No habría sido posible primero porque no estaban los instrumentos, el poder que se ejerce sobre un individuo ha aumentado muchísimo, hace cuarenta años si eras un revolucionario, podías pasar a la clandestinidad, podías ir a casa de alguien, procurarte un pasaporte falso, una nueva identidad, atravesar la frontera, en suma, desaparecer. Ahora se ha convertido en algo totalmente imposible en el sentido que lo pasaportes son biométricos, que en las fronteras te hacen lo de las pupilas o las huellas digitales, que todas tus transacciones son con tarjeta, todas tus comunicaciones son interceptadas.

Hoy es facilísimo controlar a las personas. Cuando decimos que estos poderes te controlan no es que pasen el tiempo observándote —hay 7.500 millones de personas— pero la tecnología acumula datos sobre ti de modo automático.  Si te conviertes en sospechoso de algo, en cualquier momento pueden recuperar todo lo que tiene que ver contigo. 

¿Serán estas formas de control vitales para las protestas por venir? Parece que la crisis será profunda.
La deuda se está convirtiendo en un lío porque también los países más ricos como Francia e Inglaterra están acumulando deudas que no pueden pagar. Se convierte en una situación complicada porque o ellos no pagan y se acepta el principio de que alguien no puede pagar, —pero esto significa derribar el orden mundial— o aquellos que pagan se arruinan y entonces no hay recuperación. La otra solución que antes estaba ahí era la inflación porque, una vez que lo haces, la deuda que antes valía mil millones, se devalúa y entonces se reduce a la mitad, pero esta inflación es muy complicada porque con el euro no es una cosa fácil entrar en inflación.

Y después la inflación se hace respecto a otras monedas, si todos entran en inflación a la vez no es inflación prácticamente para nadie.  Así que se llegará a una situación en la que se refleje sobre la vida de las personas porque si debes pagar la deuda, quiere decir que el estado no puede invertir en proyectos que crean puestos de trabajo, y por su parte los privados no pueden invertir ahora porque nadie compra. Es una crisis de demanda, en el 2008 era una crisis de liquidez: bastaba meter dinero en circulación y los bancos no quebraban, los seguros no quebraban. Y después todo se ajustaba más o menos porque las deudas sobre las casas se dejaban perder en cierto modo.

El problema ahora es otro: la recuperación basada en el consumo, en la compra, no es fácil, los emprendedores no invierten porque sí, invierten si hay un retorno, pero si no hay perspectiva de vender, hay problemas, lo único que se puede hacer es el jueguito al estado porque es el estado el que puede hacer obras públicas que den un salario a las personas, y las personas con este salario compran cosas en el mercado privado y así se retoma la economía. Si no es así como sucede, en octubre sucederá un desastre.

En octubre, en otoño. Habrá una sucesión, en toda Europa, de despidos masivos, porque habrá menos ERTE, esto se ha hecho en todos los países europeos, pero hasta septiembre como mucho, después no. Por esto digo que habrá una situación de tensión social altísima, todo el mundo lo sabe. En esta situación, claro que todos se están preparando para el choque social.

Y con este gran desempleo que acecha, ¿no sería un buen momento para pelear otras formas de redistribución como la renta básica universal?
Lo que vaya a suceder dependerá de cuánto miedo tengan quienes mandan, si no tienen miedo no cederán nada. Si tienen miedo cederán. La única razón por la que puedan tener miedo es que la gente se cabree, pero hay que ver cuánto puede cabrearse la gente, es una cosa muy complicada. Porque hay una diferencia entre el control y la disciplina. En la sociedad digamos industrial el poder estaba basado en la disciplina, el obrero estaba en la fábrica, el escolar en la escuela, el prisionero en prisión y el soldado en el ejército, estaban todos encuadrados, disciplinados por el vigilante, el profesor o el sargento, tenían que hacer los mismos gestos, era un control de los cuerpos, pero era un control de los cuerpos que se limitaba a ciertos espacios. Esto hacía que cuando estabas fuera de este espacio y de este tiempo, tenías enormes espacios de libertad.

En segundo lugar, este espacio y este tiempo te situaban junto a otros, creaban una solidaridad. El control basado en la deuda es una forma de control solitario, si tu eres deudor no tienes la solidaridad de nadie, una de las ventajas del control sobre la disciplina es que el control deja sólo a quien lo sufre. Lo aísla, porque estás en casa, porque el trabajo es completamente distinto, no estás en realidad nunca fuera del trabajo, trabajas 24 horas sobre 24, o al menos estás disponible.

Si tú eres deudor no tienes la solidaridad del resto de tus compañeros deudores. En Grecia, una de las cosas más escandalosas y más asquerosas de las que sucedieron entonces es que nadie en la izquierda europea ha expresado solidaridad con aquel país, no he escuchado a la gente de Podemos, a la gente de Melenchon, de Corbyn, los de Die Linke, no he visto a ninguno de ellos ir a Atenas a mostrar su solidaridad. Les han dejado solos porque en realidad estaban solos, el problema que vuelve difíciles las revueltas ahora es la soledad.

Justo vemos un cierto repliegue de la izquierda en torno a los gobiernos y sus decisiones, mientras la derecha dice pelear por la libertad.
Aquí hay un asunto, el asunto de quién está dentro y quién está afuera, respecto a la configuración política precedente. En el pasado siglo estaba la derecha y la izquierda, y sustancialmente ambas estaban legitimadas de alguna manera. Sin embargo a este sistema le ha sustituido un sistema dentro fuera, quien está dentro del sistema tiene un discurso legítimo, quien está fuera del sistema tiene un discurso ilegítimo, y el que está afuera puede estar a la derecha o la izquierda, puede ser Trump o Sanders, pero están siempre fuera. No tiene derecho de palabra.

De un lado está el dentro que es la cultura de la élite, de los expertos, de quienes saben, de los que tienen derecho a la palabra, que entienden cómo funciona el mundo y los otros que son los ignorantes, que no entienden nada, que votan por el Brexit, que votan por Trump, que están gordos, enfermos, que son despreciables. Uno de los problemas de la izquierda actual es que ha perdido la representación de esta gente: a la plebe ya no la representa nadie, si no esos otros. Por lo cual es terrible que la revuelta contra la cultura de los expertos la haga la plebe, antes esta era una batalla democrática.

No es que los expertos lo hayan hecho muy bien en los últimos meses. En el sentido de que han dicho todo y su contrario, han dicho que las mascarillas no eran necesarias, luego que sí, han dicho que habría un relajamiento de la enfermedad en verano, y luego no lo había. Hemos entendido que la epidemiología era una ciencia como lo es la metereología.

Pero ¡ay quien discuta a los expertos! Al final cualquiera que haga un discurso que no sea el discurso legítimo de la elite neoliberal, es populista. Si hay algo que la pandemia ha acentuado mucho, como ha acentuado la fractura de clase, es la ruptura entre el establishment de los expertos, de quienes saben, y el resto de la población que no entiende una mierda, por lo que a un cierto punto, incluso las cosas más racionales vienen tachadas de populistas.

Debes de tener en cuenta que quienes son más crédulos, más supersticiosos, nacen del escepticismo. ¿Por qué la gente cree en el complotismo?, porque no creen en las teorías, porque es escéptica a lo que le cuentan. ¿Por qué la gente cree todas las historias sobre que el coronavirus ha sido inventado? Porque la gente no se cree lo que le cuentan. Es muy interesante que hay un exceso de credulidad debido a un exceso de desconfianza. 

 Fuente: https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/marco-deramo

miércoles, 19 de agosto de 2020

Volviéndose viral

Entrevista Las reglas del contagio

 ...

Cuando hacemos clic en un enlace de una página web, a menudo nos convertimos en el sujeto de una subasta que se lleva a velocidad de vértigo. En unos 0,03 segundos, el servidor del sitio web reunirá toda la información que tiene sobre nosotros y la enviará a su proveedor de anuncios. El proveedor mostrará entonces la información a un grupo de comerciales automatizados que actúan en nombre de los anunciantes. En otros 0,07 segundos, los comerciales habrán pujado por el derecho a mostrarnos un anuncio. El proveedor de anuncios selecciona la puja ganadora y envía el anuncio a nuestro navegador, que introduce el anuncio en la página web mientras se descarga en la pantalla.
    La gente no siempre es consciente de que los sitios web funcionan de esta manera. En marzo de 2013, el Partido Laborista británico tuiteó un enlace a una nueva nota de prensa crítica con el entonces secretario de Educación Michael Gove. Un diputado conservador respondio mediante un tuit sobre los anuncios que aparecían en la página web del Partido Laborista. "Ya sé que los laboristas están escasos de fondos, pero no sé si eso justifica un anuncio de "Citas con chicas árabes" en la parte superior de la nota de prensa," escribió. Desgraciadamente para el diputado, otros usuarios señalaron que la página laborista lo que inluía eran anuncios dirigidos a cada usuario: la oferta en pantalla dependía probablemente de la actividad online de ese usuario concreto.
    Algunos de los rastreadores más modernos han surgido donde uno menos se lo espera. Para investigar la magnitud de la propaganda online dirigida a cada usuario específico, el periodista de investigación Jonathan Albright se pasó los primeros meses de 2017 visitando alrededor de un centenar de sitios web de propaganda extremista, el tipo de sitios repletos de teorías de la conspiración, pseudociencia y posiciones políticas de extrema derecha. La mayor parte de los sitios web parecían increíblmente poco profesionales, propios de principiantes. Pero profundizando algo más detrás de esas fachadas, Albright descubrió que ocultaban herramientas de rastreo extremadamente sofisticadas. Esos sitios web staban recopilando datos detallados sobre identidad personal, historial de búsquedas, incluso movimientos del ratón. Esto les permitía seguir a usuarios susceptibles alimentándoles con contenido cada vez más extremista. Lo que hacía que los sitio web fuesen tan influyentes no era lo que los usuarios podían ver, era la recopilación de datos que no podían ver....


Las reglas del contagio
Adam Kucharski

martes, 18 de agosto de 2020

Tarde

Federico García Lorca por Rinaldo Hopf.
Ha llegado la hora 

de ser sinceros,

la hora de los llantos

sin consuelo,

la última hora antes

del gran silencio.

Quitarse los vestidos,

la carne, los huesos,

y arrojad de vosotros

el corazón enfermo.

¡Llanto y Salud, amigos!

Esperad a los vientos

cargados de semillas

y paisajes inéditos.

Floreced, y arrancaos

la floración de nuevo,

vestidos inefables,

corazón, carne y huesos.

Llanto y Salud, amigos.

Frente al mar de los vientos

para ser vivos siempre

ser murientes eternos.

Federico García Lorca

ISAAC ASIMOV: El culto a la ignorancia

https://ovejasmuertas.files.wordpress.com/2020/05/isaac-asimov-robots-0306201.jpg?w=1200&h=768&crop=1

Es difícil discrepar con esa vieja sentencia que justifica la libertad de prensa: «la gente de Estados Unidos tiene derecho a saber». Casi parece una crueldad tener la ingenuidad de preguntar «¿Derecho a saber qué? ¿Ciencias? ¿Matemáticas? ¿Economía? ¿Lenguas extranjeras?».

Nada de lo mencionado, por supuesto. De hecho, uno bien podría suponer que el sentir popular es que los estadounidenses están mucho mejor sin esas menudencias.

En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por la falsa premisa de que democracia quiere decir que «mi ignorancia vale tanto como tu saber».

Habitualmente, los políticos se han esmerado en hablar la lengua de Shakespeare y Milton lo más antigramaticalmente que han podido, tratando así de evitar ofender a sus oyentes dándoles la impresión de haber ido al colegio. Así, Adlai Stevenson, que inocentemente dejó entrever cierta cultura e inteligencia en sus discursos, vio como el rebaño de los estadounidenses afluía hacia un candidato a la presidencia que inventó su particular versión de la lengua inglesa y que, desde entonces, no da tregua a los cómicos que lo imitan.

George Wallace, en sus discursos, solía hacer leña del «intelectual relamido», y era digno de ver con qué clamores de aprobación respondía a esa expresión su relamido público.

Ahora los oscurantistas tienen una nueva consigna: «¡No confíes en los expertos!». Hace diez años era «No confíes en nadie que tenga más de 30 años». Pero los que aireaban tal consigna vieron que la alquimia inevitable del calendario los acabó volviendo a ellos unos treintañeros indignos de confianza, y parece que decidieron no volver a cometer ese error jamás. «¡No confíes en los expertos!» es algo que se puede decir sin ningún peligro. Nada, ni el paso del tiempo ni la exposición a la información, los convertirá en expertos en nada de provecho.

También está en boga otra palabra con la que se da nombre a todo aquel que admira la aptitud, el conocimiento, la cultura y la capacidad, y que desea que se extiendan. De ese tipo de gente decimos que son «elitistas». Es la palabra más jocosa jamás inventada, ya que los que no pertenecen a la élite intelectual no saben qué es un «elitista» o cómo se pronuncia la palabra.(1) No bien alguien grita «elitista» se hace evidente que dentro de esa persona se esconde un elitista que siente remordimiento por haber ido al colegio.

De acuerdo, olvidémonos de mi ingenua pregunta. Cuando decimos que la gente de Estados Unidos tiene derecho a saber, no nos referimos a cosas elitistas. Lo que tiene derecho a saber es, vagamente, algo así como «lo que pasa». La gente de Estados Unidos tiene derecho a saber «lo que pasa» en los tribunales, en el Parlamento, en la Casa Blanca, en los consejos industriales, en las agencias reguladoras, en los sindicatos; ahí donde tienen asiento los poderosos.

Muy bien, estoy de acuerdo. ¿Pero cómo se va a conseguir que la gente sepa todo eso?

Si nos dan libertad de prensa y nos dan periodistas que quieran investigar, que sean independientes y valientes; no cabe duda de que, cuando haya algo importante que saber, la gente lo sabrá.

Claro, ¡siempre y cuando la gente sepa leer!

Resulta que el leer es una de esas cosas elitistas a las que me refería; y una mayoría de estadounidenses, desconfiando como desconfían de los expertos y despreciando como desprecian a los intelectuales relamidos, no sabe leer y no lee.

Naturalmente, el estadounidense medio sabe trazar su firma de una forma más o menos eficaz y entiende los titulares de las noticias deportivas, pero ¿cuántos estadounidenses no elitistas podrían leer, sin excesiva dificultad, unas mil palabras consecutivas en letra menuda, algunas de las cuales podrían llegar a tener tres sílabas?

Es más, la situación empeora. La habilidad lectora está paulatinamente a la baja en los colegios. Las señales de tráfico de las carreteras, que solían ser lecciones prácticas de lectura para principiantes, poco a poco son reemplazadas por pequeños dibujos que tratan de hacerlas más legibles internacionalmente a la vez que sirven de ayuda a los que saben conducir un vehículo pero que, al no ser intelectuales relamidos, no saben leer.

Por otra parte, en los anuncios de televisión se muestran con frecuencia mensajes escritos. Si presta atención, descubrirá que ningún anunciante tiene la menor confianza en que sean leídos por mucha más gente aparte de algún ocasional elitista. Para asegurarse de que el mensaje lo recibe no solo esa minoría culturizada, en el anuncio se repite en voz alta cada palabra escrita.

Siendo así, ¿de qué manera los estadounidenses ejercemos nuestro derecho a saber? Admitiendo que hay publicaciones que hacen esfuerzos sinceros por contarle al público lo que debe saber, preguntémonos cuántas personas realmente las leen.

Hay doscientos millones de estadounidenses que han pisado las aulas en algún momento de sus vidas y que admitirían saber leer (siempre que se proteja su identidad y no se los ponga en evidencia ante sus convecinos), pero la mayoría de publicaciones periódicas decentes consideraría un logro extraordinario alcanzar cifras de circulación de medio millón. Pudiera ser que solo un uno por ciento, o menos, de los estadounidenses tratase de hacer algo con su derecho a saber. Y el que lo intentase podría ser acusado de elitismo.

Sostengo que la frase «los estadounidenses tienen derecho a saber» está vacía de contenido si tenemos una población ignorante, donde el papel que habría de jugar la prensa libre se reduce prácticamente a la nada desde el momento en que apenas hay quién lea.

¿Y qué vamos a hacer?

Podríamos empezar preguntándonos si, después de todo, la ignorancia es tan maravillosa y si tiene algún sentido condenar el «elitismo».

Creo que cualquier ser humano en posesión de un cerebro físicamente normal es capaz de aprender muchísimo y puede resultar sorprendentemente intelectual. Creo que lo que necesitamos con urgencia es que cultivarse tenga la aprobación y el incentivo de la sociedad.

Todos nosotros podemos formar parte de la elite intelectual. Solo entonces una frase como «derecho a saber» y cualquier idea de democracia genuina tendrán algún significado.

Fuente: https://ovejasmuertas.wordpress.com/2020/05/06/asimov/

lunes, 17 de agosto de 2020

El no tan saludable cultivo de los superalimentos

Considerados como pilares de las actuales dietas saludables de Occidente, superalimentos como el aguacate, la quinoa o la leche de coco atesoran historias tan turbias como denunciables en sus países de origen. Conocemos las diferentes miradas desde Tailandia a México, con escala en los salares de Bolivia.

https://www.elsaltodiario.com/uploads/fotos/r1500/d113c2bc/Aguacates_Pen%CC%83a_Nieto_Presidencia%20de%20la%20Repu%CC%81blica_mex_2.jpg?v=63764626342
Acto del ex-presidente de México, Enrique Peña Nieto, con productores de aguacate en Uruapan, Michoacán en 2014. Foto: Presidencia de la República de México

 A menudo lo vemos en Instagram. Bowls colmados de yogur, cacahuetes y frutas tropicales bajo hashtags como #foodporn que viralizan una determinada tendencia o alimento. De Nueva York a Hong Kong; de Helsinki a Tel Aviv. En la era de lo masivo, la demanda de un producto puede dispararse en cuestión de horas, especialmente cuando prima el espíritu de vida sana que encuentra respuesta en ciertos alimentos antaño desconocidos en un mundo desglobalizado. Y hoy, los más cotizados son los llamados superalimentos.

Producto de marketing o no, el Santo Grial de la comida sana se compone de ciertos alimentos como el aguacate, la quinoa o la leche de coco convertidos ya en referentes del estilo de vida occidental dadas sus muchas propiedades. Sin embargo, esta voraz demanda también suscita daños colaterales (y directos) en diferentes rincones del mundo.

Lugares donde cultivos antaño reservados a las pequeñas familias hoy se expanden hasta el horizonte al mando de grandes multinacionales y todas las consecuencias que ello supone.

Cuando los cocoteros son demasiado altos 
Todas las mañanas, Kulap despierta en la trastienda de una vieja fábrica del sudeste asiático. Antes del amanecer, ya viaja en el remolque de una furgoneta para ser conducido a un campo de palmeras donde desempeñar una misión que nunca eligió: recolectar los cocos de las copas de los árboles que no alcanzan los humanos. Kulap es un mono, uno de los muchos utilizados como esclavos agrícolas en la provincia de Chumphon, al sur de Tailandia.

El uso de monos amaestrados para la recolección de cocos supone una antigua tradición cuyos vestigios aún laten en las zonas rurales del país asiático. Así al menos lo demuestra un documental grabado con cámara oculta y difundido por PETA, la organización de derechos de los animales más poderosa del planeta. La grabación, alentada por un previo encuentro entre activistas de la organización y diferentes granjas de cocos en julio de 2019, muestra la realidad de muchos de estos animales: algunos lucen encadenados en jaulas a merced de las lluvias tropicales, mientras otros son golpeados por terratenientes impasibles que les susurran órdenes al oído.

“Según nuestros informes, muchos monos son secuestrados ilegalmente de sus familias y hogares cuando tan solo son bebés”, cuenta a El Salto Elisa Allen, Directora de PETA. “Monos como Kulap son equipados con rígidos collares de metal y permanecen atados durante largos períodos bajo la lluvia, en granjas o enormes vertederos. Además, son obligados a realizar duras tareas desde altas alturas y, si se rebelan, pueden llegar incluso a extraerles los dientes caninos”, continúa. Una realidad que doblega al medio sin tener en cuenta los efectos: “Cuando a los monos se les niega la libertad de movimiento o relacionarse con otros semejantes van perdiendo la cabeza poco a poco hasta enloquecer. De hecho, un mono en su hábitat natural puede llegar a vivir hasta 25 años. Bajo estas condiciones, apenas supera los 15 años de vida.”

La presencia del documental de PETA no solo ha suscitado la ira del gobierno de Tailandia, el cual ha tildado de “fraude” el material, sino que más de 15.000 tiendas en Reino Unido ya han retirado de sus estantes diferentes marcas de leche de coco. Concebido como uno de los principales superalimentos al ser rico en fibra y minerales, la leche de coco supone más de 400 millones de dólares para la industria de Tailandia, el principal exportador de esta bebida utilizada en típicos zumos y platos de foodies e influencers. A miles de personas abiertas al consumo de productos llegados, de forma masiva, desde cualquier lugar del mundo.

El impacto del documental de PETA ha llevado también a numerosos establecimientos a rechazar ciertas marcas y apostar por otras como Theppadungporn, productora de marcas como Chaokoh o Mae Ploy que sí emplean equipos humanos para recolectar cocos de las copas de los árboles.

“Tanto en otras zonas de Tailandia como en regiones de países como Brasil o Colombia, los cocos se cosechan utilizando métodos humanos como elevadores hidráulicos, sistemas de cuerdas y escaleras. Incluso hay personas que escalan los árboles o plantan cocoteros de menor tamaño”, continúa Elisa. “Los estudios demuestran que estos métodos son superiores al uso de monos, ya que estos no pueden distinguir entre los cocos maduros e inmaduros, y los maduros suelen romperse en cuanto caen al suelo”.

Quinoa: el superalimento vulnerable
Si aterrizas en Medellín y preguntas a un taxista dónde probar el mejor café de Colombia, posiblemente te conteste “en Nueva York”. Algo que también sucede con otros productos como el açai de Brasil, los plátanos de Honduras o, especialmente, la quinoa real que se cultiva entre los altiplanos y salares de Bolivia.

Antaño tildado como “plato de indios”, la conocida como “quinua” por la población quechua es hoy un famoso grano integral oriundo del territorio inca cuya importancia es evidente: cuenta con el doble de proteína que el arroz y aporta calcio, magnesio, potasio, sodio, fósforo y vitaminas B y C.

Un diminuto superalimento que desde principios del siglo XXI se ha convertido en un obligado en los platos de medio Occidente, especialmente tras su introducción por parte de los mejores chefs y su posterior auge en las dietas fit.

El cambio climático supone el principal problema para el cultivo de la quinoa, un superalimento típico del altiplano boliviano donde las lluvias ya no son tan previsibles, las altas temperaturas ahogan cosechas enteras y las plagas agujerean esta planta milenaria.

Cultivada en el departamento de Potosí, no lejos del turístico Salar de Uyuni, la quinoa se nutre de un suelo acariciado por llamas y flamencos cuyas condiciones son idóneas para su cultivo: temperaturas entre – 4º y 38 º y un margen de humedad entre el 40% y 70%. Características propias de un microcosmos a 4.000 mil metros de altura rico en suelos salinos y volcánicos rebosantes de nutrientes. Un margen vulnerable dilatado estos últimos años por el nuevo enemigo de los cultivos: el cambio climático.

Aunque décadas atrás los agricultores eran capaces de anteponerse a los caprichos del clima, hoy el altiplano potosí sucumbe a inclemencias impredecibles, en las que un mismo mes las heladas pueden enlazar con lluvias y el aumento de polillas o mariposas devorar plantaciones enteras en apenas unos días.

 “También tenemos problemas con el agua, ya que algunas zonas no cuentan con la cantidad de lluvia suficiente y esto implica que los suelos con bajas humedades pierdan porcentaje de producción de la quinoa. También el aumento de las temperaturas combinadas con lluvia producen granizo y las plagas agujerean las plantaciones. Todos estos problemas siempre han existido, pero ahora se han incrementado con el cambio climático.”

Aunque décadas atrás los agricultores eran capaces de anteponerse a los caprichos del clima, hoy el altiplano potosí sucumbe a inclemencias impredecibles, en las que un mismo mes las heladas pueden enlazar con lluvias y el aumento de polillas o mariposas devorar plantaciones enteras en apenas unos días.

“Actualmente el altiplano boliviano vive afectado por fuertes corrientes de viento y cambios extremos de temperatura que congelan la planta de la quinoa obstruyendo el ciclo”, cuenta Maxi Noel López, productor de quinoa en Potosí. “También tenemos problemas con el agua, ya que algunas zonas no cuentan con la cantidad de lluvia suficiente y esto implica que los suelos con bajas humedades pierdan porcentaje de producción de la quinoa. También el aumento de las temperaturas combinadas con lluvia producen granizo y las plagas agujerean las plantaciones. Todos estos problemas siempre han existido, pero ahora se han incrementado con el cambio climático.”

Aguacate: la naturaleza es secundaria

El pasado 13 de enero, el activista mexicano Homero Gómez González desapareció sin dejar rastro. Dos semanas después, su cadáver fue hallado en un pozo agrícola en el municipio de Ocampo, en el estado de Michoacán, México. Homero era un fiel protector de la Reserva de la Biosfera Mariposa Monarca, el mayor reducto de este insecto de todo el mundo ubicado en esta zona. El activista llegó a denunciar en múltiples ocasiones el daño que el cultivo masivo estaba provocando en este ecosistema, algo que quizás no gustó a las muchas personas interesadas en las 125.000 toneladas de aguacates exportadas a Estados Unidos para la Superbowl de 2020.

El ya conocido como “oro verde” es uno de los superalimentos más codiciados del mundo. Estrella de las principales recetas veganas e ingrediente esencial del guacamole que hace años se coló en la liga del fast food, el aguacate es un alimento tan versátil como adorado gracias a sus ingestas cantidades de “grasa buena”, además de propiedades como fibra o potasio.

México abastece un 75% de las exportaciones de aguacate de Estados Unidos, concretamente desde el mismo estado de las mariposas monarca: Michoacán, donde el auge de las exportaciones en los años 90 introdujo los conocidos como “testículos de los dioses” por los antiguos aztecas en la carrera occidental de la exportación. Hoy, zonas como Uruapan, el principal epicentro del aguacate de Michoacán, adolece de un sobrecultivo que ha absorbido parte de sus lagos y bosques.

“El impacto del cultivo masivo en Michoacán es negativo y brutal sobre los ecosistemas. Por poner un ejemplo, en los últimos años se han pasado de 3 millones de hectáreas de bosques a 1.182.000; se ha perdido un 68% de nuestros bosques y la principal causa es el monocultivo del aguacate”, cuenta a El Salto Pavel Guzmán, coordinador del Consejo Supremo Indígena de Michoacán, una de las víctimas que ve su tierra mutar sin que nadie haga nada: “La situación es compleja porque ninguna autoridad federal, estatal o municipal quiere enfrentarse a este problema. Dejan al pueblo y las comunidades locales abandonadas. Además, se suspenden las asambleas generales, impidiendo a los agricultores el cambio de uso de suelo o el cultivo por cuenta propia”.

Además de la erosión medioambiental, durante los últimos años otro frente se suma al interés por los cultivos de Michoacán: los cárteles como principal nexo entre el reparto de esta tierra fértil y los intereses de las grandes empacadoras. En verano de 2019, 9 cuerpos mutilados aparecieron colgados en un puente de la ciudad de Uruapan bajo el cartel “¡Gente bonita, siga con su rutina!”. El asesinato fue atribuido por el propio Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), el cual domina ciertas zonas de Michoacán. Un primer atisbo de que las matanzas ya no son resultado exclusivo de las guerras por la droga, sino por un dominio del control de la tierra donde crecen los nuevos “diamantes” verdes del planeta tan codiciados por las naciones avanzadas.

"El gran beneficiario de la siembra masiva de aguacate son las grandes multinacionales que acaparan el fruto y que imponen los mercados, precios y las políticas agroindustriales en Michoacán”, asegura Pavel. “El oro verde, el dinero. Eso es lo único que parece importar.”
 

domingo, 16 de agosto de 2020

Espejismo

 Nuestra época, hechizada por la publicidad y las redes sociales, invita a mirarnos sin pausa cada día

Narciso (mitología) - Wikipedia, la enciclopedia libre
Óleo en lienzo atribuido en 1913 a Caravaggio


El día del descubrimiento, tu hijo jugaba frente al espejo. Súbitamente, entre muecas y piruetas, se detuvo en un instante mudo, con la mirada absorta. Abrió los ojos y entendió, de pronto, que el niño de rizos disparatados al otro lado del cristal no era otro que él mismo. Estalló en carcajadas mientras exploraba su reflejo, y su mente atravesó una misteriosa frontera: había aprendido en qué consiste tener un cuerpo. Acababa de estrenar su imagen y había que bailar para celebrarlo. No era la danza de la lluvia, sino del yo.

Una escena así —inocente, tierna, ególatra— es en realidad un fenómeno reciente. Los espejos de nuestros antepasados estaban hechos de metal bruñido, que se volvía opaco con el paso del tiempo. Apenas reflejaba nada más que sombras y contornos, por eso san Pablo escribió: “Vemos como en un espejo, oscuramente”. En el siglo XIII se inventó el cristal azogado, pero durante muchos siglos fue una posesión cara y prohibitiva, un lujo de ricos cuyas inquietantes imágenes provocaban asombro y extrañeza.

Un antiguo relato japonés cuenta la historia de un cestero que acababa de perder a su padre, a quien tanto se parecía físicamente. Un día de feria, su mirada se posó en una mercancía nunca vista: un disco de metal brillante y pulido. El cestero creyó que su padre le sonreía desde el espejo y, maravillado, pagó con sus ahorros la extraña alhaja. Ya en casa, lo escondió en un baúl. Todas las mañanas interrumpía su trabajo y subía al desván a contemplarlo. Cierta vez, su mujer lo siguió hasta el escondite e, intrigada, tomó el objeto, miró y vio reflejado el rostro de una mujer. Gritó a su marido: “Me engañas, tienes una amante y vienes a mirar su retrato”. “Te equivocas, aquí veo a mi padre otra vez vivo, y eso alivia mi dolor”. “¡Embustero!”, contestó ella. Los dos acusaron al otro de mentir y se hicieron amargos reproches. Una anciana tía quiso interceder en la disputa y juntos subieron al granero. La mediadora contempló el disco metálico y sacudiendo la mano dijo a la esposa: “Bah, no tienes que preocuparte, solo es una vieja”. Según la leyenda, es difícil mirarse en el espejito, espejito, sin trampas, sin filtros, con todas nuestras fragilidades a cuestas. Allí tendemos a ver no solo la imagen que tenemos, sino la que tememos.

Nuestra época, hechizada por la publicidad y deslumbrada por las redes sociales, nos invita a mirarnos sin pausa: cada día, posamos ante el móvil y compartimos con el mundo más de un millón de autorretratos. Sin embargo, durante los milenios ciegos, antes de los reflejos, de la fotografía, de los vídeos, la mayoría de los seres humanos ignoraban el aspecto de su propio rostro y los rastros que arañaba el arado del tiempo. Nuestros antepasados apenas podían intuirse en un estanque, en el fondo brillante de una olla metálica o en un atisbo de cristal. No se conocían, no se veían. En las mansiones de los poderosos, la adulación de los pintores halagaba sus vanidades embelleciendo los retratos. Ahora, rodeados de espejos y cámaras, caemos en la misma tentación de falsear nuestra apariencia con las herramientas de un programa informático o los retoques de una aplicación. La cruda realidad nos asusta y nos disgusta. En la marea veraniega de la obsesión por los cuerpos perfectos, fabricamos espejismos —fuertes, esbeltos, bellos—, quizá porque solo sabemos amarnos cuando somos irreconocibles.

Según la mitología clásica, Narciso se enamoró de sí mismo cuando se acercó a beber de un río. Creía que bajo la superficie le sonreía otra persona, pero, cada vez que acercaba la mano para acariciarla, enturbiaba el agua y el deseado rostro se rompía. Insensible al resto del mundo, seducido sin saberlo por su propia imagen, Narciso se dejó morir postrado sobre su reflejo. En el lugar de su muerte brotó una flor, el narciso, con pétalos blancos que aún parecen inclinarse en busca de un espejo para su propia belleza. Hoy, como en la leyenda griega, llevamos la contraria a la máxima bíblica: no amamos al prójimo como a nosotros mismos, sino que nos amamos —y nos fotografiamos— como si fuéramos otro.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/08/12/eps/1597240505_001542.html?ssm=TW_CC

viernes, 14 de agosto de 2020

Florencia recupera sus “ventanas del vino”, usadas hace más de 400 años durante la peste negra



 Durante las primeras semanas tras el confinamiento, algunos bares y restaurantes habilitaron pequeñas ventanas en las que poder recoger la comida minimizando el contacto. Una buena idea que, por supuesto, ya estaba inventada.

Y hace muchos siglos además, porque ya en el siglo XVII  se popularizaron en Florencia las llamadas buchette del vino (ventanas del vino) que, como su propio nombre indica, servían precisamente para eso: despachar vino a los clientes sin tener que estar cerca de ellos.

Un invento que se extendió por toda la Toscana en aquellos años de peste negra y peste bubónica, especialmente intensa en Italia en 1630. Posiblemente no lo llamarían así, pero lo que ahora conocemos como distancia social se volvió un requisito imprescindible para mantenerse a salvo.

Así que algunos se las ingeniaron para poder seguir comprando y bebiendo vino sin riesgo de contagio a través de estas pequeñas aperturas. Tenían el tamaño justo para una botella o garrafa de vino y contaban con una puerta de madera para poder dejarlas cerradas.

Durante siglos quedaron olvidadas hasta que, durante el confinamiento por el coronavirus, alguien se acordó de ellas y pensó que sería una buena idea recuperar su uso original.


Han pasado más de 400 años y ahora toca la Covid-19 en lugar de la peste. Y en vez de vino a granel se utilizan para servir copas de vino o un Spritz a la hora del aperitivo. Pero se mantiene el espíritu original tan italiano: que una maldita pandemia no nos deje sin algo rico para beber. La Dolce Vita en tiempos de pandemia.

Incluso hay una asociación cultural que desde hace años vela por este legado histórico que ahora vuelve a estar de actualidad. Además de llevar un registro de las ventanas del vino localizadas y celebrar cada reapertura de una de ellas para su uso, se han propuesto identificarlas con una placa para recordar a locales y visitantes su importancia.

 Según sus cifras, solo en Florencia existían más de 150 de estas ventanas en la ciudad antigua, dentro de las murallas, aunque algunas de ellas se tapiaron y perdieron. De todos modos, la lista va creciendo con los nuevos descubrimientos, tanto en la ciudad como en toda la región de la Toscana.

 Pese a las tristes circunstancias en las que estas preciosas ventanas han saltado a los titulares -no perdamos de vista que estamos hablando de pandemias pasadas y presentes-, la verdad es que se acaban de convertir en un motivo más para volver a Florencia. Y pedir un vino, claro.

 Fuente: https://blogs.20minutos.es/la-gulateca/2020/08/09/florencia-recupera-sus-ventanas-del-vino-de-la-peste-bubonica/ 

Quehacer del beso

File:Jean-Leon Gerome - Pygmalion and Galatea.png - Wikimedia Commons
Jean-Leon Gerome Pygmalion and Galatea Vía https://twitter.com/litoralpoesia/status/1293948489106444288/photo/2

 

La soledad al lado de quien se ama

es terrible. No mires, pues no existo. 

Sólo con el labio podría 

conocer, indagar, musitar... 

No te conozco. Escápate.

 
Vicente Aleixandre

miércoles, 12 de agosto de 2020

Las protestas que arrancaron en octubre y tuvieron un paréntesis a causa del coronavirus, han vuelto con fuerza tras la explosión para reclamar que se haga justicia

Cientos de personas realizan un homenaje a los fallecidos tras la explosión del pasado martes./EFE
Cientos de personas realizan un homenaje a los fallecidos tras la explosión del pasado martes. / EFE

El reloj volvió a pararse en Beirut a las 6 de la tarde y 8 minutos. Una semana después de la explosión, a la hora exacta en la que las 2.700 toneladas de nitrato de amonio saltaron por los aires, la capital del Líbano guardó silencio en recuerdo de los 171 muertos, según la última cifra oficial del ministerio de Salud. La gente se concentró mirando al puerto, la zona cero de una catástrofe que arrasó media ciudad. En el cielo, el sonido de las campanas de las iglesias se fundió con la llamada a la oración desde las mezquitas. Cristianos y musulmanes, juntos en la desgracia y en la obligación de seguir adelante para reconstruir Beirut. El ejército de jóvenes que lleva una semana limpiando las calles por la mañana y protestando por la tarde, marchó en silencio en dirección al puerto y se podían leer pancartas con frases como: «En mi país quienes merecen vivir mueren a manos de quienes merecen la muerte». 

 Terminado el homenaje a las víctimas, la Plaza de los Mártires se convirtió un día más en el epicentro de la movilización. Las protestas que arrancaron en octubre y tuvieron un paréntesis a causa del coronavirus, han vuelto con fuerza tras la explosión para reclamar que se haga justicia. Las movilizaciones, que fueron violentas durante el fin de semana, lograron la caída del gobierno el lunes, pero es suficiente. «Esto no termina con la dimisión del gobierno. Quedan Aoun (presidente), Berri (portavoz del parlamento) y todo el sistema», rezaba el mensaje difundido por los manifestantes del movimiento «17 de Octubre» en las redes sociales, en esta fecha comenzaron las movilizaciones sociales para reclamar un sistema no sectario, que sustituya al vigente desde hace 30 años.

Líbano estalla en protestas en contra del Gobierno
https://www.republica.com/2020/08/08/libano-estalla-en-protestas-en-contra-del-gobierno-al-grito-de-dimision/

 La inestabilidad en las calles se ha trasladado a una clase política donde nadie quiere asumir responsabilidades. La agencia Reuters tuvo acceso a un documento que prueba que tanto el ex primer ministro, Hasán Diab, como Michel Aoun estaban al tanto de la extrema peligrosidad del material almacenado en el puerto. La seguridad les alertó el 20 de julio, por medio de una carta, de la necesidad de llevar el nitrato de amonio a un lugar seguro porque «si explota puede destruir Beirut», revelaron a la agencia fuentes que tuvieron acceso al documento. El presidente confirmó que le llegó esa información sobre el Almacén 12 del puerto y aseguró que ordenó al Consejo Superior de Defensa «hacer lo necesario». Nadie hizo nada. 

 Tras la dimisión en bloque del gobierno, la pelota está en el tejado de Aoun, que debe consultar al parlamento sobre quién será el próximo primer ministro, una figura que debe contar con el respaldo de la cámara y que, con el actual sistema de cuotas, debe ser un musulmán suní. Hasta el momento son tres los nombres que suenan con fuerza en la prensa local, el del ex primer ministro Saad Hariri, que dejó su puesto en octubre debido a las protestas sociales, el juez del Tribunal Penal Internacional, Nawaf Salam, y el economista Mohamed Baasari. 

Dimite la ministra de Información del Líbano tras las violentas ...
https://www.lavanguardia.com/internacional/20200809/482747712654/dimite-ministra-informacion-libano-protestas-beirut.html

 Llegada de trigo 

  La inseguridad alimentaria es uno de los temas que más preocupa a las organizaciones humanitarias que trabajan sobre el terreno, sobre todo tras la destrucción de un puerto por el que entraba el 80 por ciento de los alimentos consumidos en el país y del silo, cuyo esqueleto es uno de los símbolos de la catástrofe sufrida por la ciudad. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) anunció que suministrará a Líbano grano y harina de trigo necesarios para un periodo de tres meses. La grave crisis económica en la que está sumido el país había disparado la inflación y el precio de algunos bienes básicos ya se había incrementado más de un 90 por ciento en el último año.

 Fuente: https://www.ideal.es/internacional/oriente-proximo/cristianos-musulmanes-unen-reconstruccion-beirut-20200811185019-ntrc.html?edtn=granada#vca=fixed-btn&vso=rrss&vmc=tw&vli=Oriente-Pr

martes, 11 de agosto de 2020

Aire

 El aire está sufriendo un atentado pero la inercia en la forma de entender la economía, el desarrollo y el progreso hace borrosa la imaginación y la osadía para explorar otros caminos. Es más fácil imaginarse viviendo sin aire que sin capitalismo

Termoeléctrica en la zona de Quintero-Puchuncaví (Chile). Greenpeace

Dice Galeano que en el aire tiende la araña sus hilos de baba.

Metiendo y sacando aire del cuerpo, nosotros, los seres humanos y muchos otros, aéreos, acuáticos o terrestres, perduramos. Somos cuerpos animados por el aire.

La risa, el suspiro y el llanto son aire.

El aire es la mezcla de gases que se encuentra en la atmósfera.

La atmósfera es el manto de gases que rodea un cuerpo celeste. La del planeta Tierra se divide en cinco capas: troposfera, estratosfera, mesosfera, termosfera y exosfera.

La troposfera es la capa más pegadita a la superficie terrestre. En ella está el aire que respiramos. Tiene unos siete kilómetros de altura en los polos y dieciséis en los trópicos. Acoge a las nubes. Es el escenario de fenómenos atmosféricos que determinan el clima. Un poco más arriba, en la estratosfera, se encuentra la capa de ozono que protege a la Tierra de los rayos ultravioleta. 

El aire está formado por átomos y moléculas de gases diferentes. Oxígeno, que la mayor parte de los seres vivos necesitan para existir; dióxido de carbono, que participa en procesos biológicos y climatológicos fundamentales como la fotosíntesis, ayuda a retener el calor que proviene del sol (efecto invernadero) y es el residuo de la respiración y de las reacciones como la combustión del petróleo, carbón y gas natural; ozono, que absorbe la mayor parte de los rayos ultravioleta procedentes del Sol; vapor de agua en cantidad muy variable, que participa en la formación de las nubes y la niebla y también es uno de los gases de efecto invernadero; partículas sólidas y líquidas en suspensión como, por ejemplo, polvo, polen o agua. 

En la larguísima historia de la vida, no siempre la atmósfera fue así, pero esta composición del aire ha permanecido dinámicamente estable durante miles de años y a ella es a la que están adaptadas las especies existentes, también la nuestra. 

El viento es el movimiento del aire a gran escala. Las dos variables que influyen en la  circulación del viento tienen que ver con la temperatura y con la fuerza centrífuga producida por la rotación del planeta. Como todo lo que importa, los vientos tienen nombre. Cuando su velocidad aumenta súbitamente durante un tiempo muy corto se llama ráfaga. Si es de larga duración, según la fuerza que tenga, puede llamarse brisa, tifón, temporal, huracán o tormenta. Los pueblos también reconocieron los vientos locales. Ábrego, bochorno, cierzo, galerna, levante, leveche, poniente, siroco o  tramontana... 

Los vientos –como el agua– cambian el paisaje. A veces, la caricia lenta de la erosión. Otras, una irrupción violenta que deja el paisaje irreconocible tras su paso. 

Puede detener o acelerar incendios, disemina y esparce semillas e insectos. El polvo de los desiertos  recorre grandes distancias a lomos de viento.

El cóndor, el cernícalo,  el vencejo y el colibrí se sostienen, cada uno a su modo, sobre el aire. 

El paisaje, el molino, el barco y el aerogenerador son hijos del viento.

Para los seres vivos el aire es vida y relación. 

La música es un regalo del aire. Sin aire, en el vacío, el sonido no se propaga. El duende de Estrella Morente, el fado de Dulce Pontes y la morna de Cesaria Évora llegan planeando en el aire. 

Y también el lenguaje oral que se produce cuando el aire pasa a través de las cuerdas vocales desde los pulmones hasta la faringe y la laringe. Este aire baila en la boca con la lengua, los labios y la mandíbula que lo transforman en conversación o canto. No es la única forma de hablar. También se forman palabras con las manos y el cuerpo a través del hipnótico lenguaje de signos. Pero lo de la oralidad, si te paras a pensarlo, es para flipar.

La relación más íntima entre humanos y aire se da en la respiración. Gabriel Celaya no encontró mejor forma de explicar la necesidad de la poesía que compararla con el aire que exigimos trece veces por minuto... para ser. (Trece veces clavaditas, que lo comprobé ayer mientras escribía esto).

Inspiramos aire cargado en oxígeno y, con él, los otros gases y partículas que están presentes en el aire. En nuestros pulmones, la sangre captura ese oxígeno y se desprende del dióxido de carbono, residuo que producen las células al respirar. Trece veces en cada minuto si estamos en reposo. 

Defred, la criada de Margaret Atwood, se hace fuerte en la República de Gilead en la respiración. “Estoy viva, vivo, respiro, saco la mano abierta a la luz del sol”.

Respirar. Ese acto, sencillo cuando estás bien, penoso cuando estás enferma, triste, cansada, asustada o el aire está sucio. Ese continuo inflarse y desinflarse es el pedaleo del cuerpo. Nos mantiene en equilibrio y nos separa de la muerte.

Llamamos contaminación del aire a la modificación de la composición del aire. Más gases de efecto invernadero que incrementan las temperaturas medias globales y cambian las reglas del juego de lo vivo, dioxinas emitidas en las incineradoras, moléculas de ozono fuera de su sitio a causa de las olas de calor, partículas procedentes de los tubos de escape de los coches, polvo de metales pesados, radiaciones… A través de ellas, una civilización que le declara la guerra a la vida coloniza el aire y con él, plantas, agua, animales y personas. 

Muchas son las dimensiones en las que unos seres humanos pueden explotar, someter y humillar a otros. Lo sabemos bien. Creo que obligar a respirar mierda es una de las más atroces. Uno enferma respirando y como no puede dejar de respirar, no puede evitar enfermar. La mierda muchas veces no huele. Pasan años hasta que la enfermedad aflora.

En la civilización industrial, el capital se abrió paso a machetazos contra los pulmones de trabajadores y trabajadoras y los pulmones de la tierra, convirtiendo el trabajo en una venta de órganos forzosa e inadvertida. Silicosis por inhalación de polvos de sílice; antracosis por inhalación de carbón mineral; siderosis por inhalación de polvos de hierro; beriliosis por inhalación de polvos de berilio; estañosis por inhalación y manipulación de polvo de óxido de estaño y humos; saturnismo debido al envenenamiento producido por el plomo, asbestosis causada por la inhalación de fibras de amianto... 

Todas ellas son enfermedades propias de minas, fundiciones, plantas de concentración mineral y diversas industrias. Afectan a trabajadores y trabajadoras, a sus familias y a los animales y plantas que les rodean. 

Luis Pino, presidente de la agrupación de extrabajadores de Enami-Codelco en Puchuncaví, Chile, es testimonio vivo de la enfermedad de los hombres verdes, los trabajadores del cobre.  Los casos empezaron a conocerse en la década de los ochenta del siglo XX. Les llamaban así porque a través de las llagas y grietas de la piel les brotaba un líquido verde. No fue al principio, empezaron a enfermar cuando llegaban a los cuarenta o cuarenta y cinco años. “Estoy contaminado con plomo, arsénico, cobre y otros metales pesados”, dice Luis, “a los cuarenta años ya no me quedaba ningún diente en la boca”. Muchas de las que ahora denuncian son mujeres, ya abuelas, que siguen hablando por sus maridos muertos. Cuentan, ellas, que los trabajadores no se lo podían creer. El cobre era el sueldo de Chile, igual para Allende, que lo quería repartir, que para Pinochet, que despojaba al pueblo de sus beneficios y lo torturaba.  

Dicen quienes viven allí ahora que la situación sigue siendo dura. Varias termoeléctricas, fundiciones, refinerías… todas en el mismo territorio que llaman zona de sacrificio.  Zonas de sacrificio. Un nombre brutal que evoca sin tapujos la cantidad de vidas, las más pobres, que se sacrifican en nombre del desarrollo. 

Muchas mujeres se han organizado en el colectivo Mujeres de Zona de Sacrificio Quintero Puchuncavé en Resistencia. Empezaron porque parían criaturas enfermas y con malformaciones. En el verano de 2018, mil setecientas personas se desmayaron por la inhalación de un químico que todavía no han conseguido que sea investigado. “Los niños y las niñas se desvanecían en las escuelas”.  

Su demanda principal es la de poder criar criaturas sanas y disponer de agua y aire limpios. Buscan formas alternativas de organizar la vida y la economía. En sus reivindicaciones, a veces, se han encontrado enfrentadas a sus propios maridos. Si ellas organizan una manifestación, las empresas organizan otra, y si ellos –sus maridos– no van, les echan. Pueden encontrarse en el mismo lugar, unos defendiendo el trabajo y el pan, y otras defendiendo la salud de hijos e hijas. La incompatibilidad entre ambos es el fracaso de una civilización.

Un compañero de Ecologistas en Acción de Asturias me hablaba sobre su madre. Quedó viuda jovencísima, él casi no conoció a su padre minero que murió con los pulmones comidos por el aire de la mina. Ella también había sido criada por otra madre viuda de un trabajador muerto. Cuando murió el padre de mi compañero, su madre y su abuela dijeron “a este niño no se lo lleva la mina”. Se marcharon a la ciudad y allí trabajaron como bestias para sacar al niño adelante.

En los últimos años, se han celebrado varios juicios a raíz de las denuncias de los afectados por el amianto. Trabajadores enfermos –sus familiares si ellos ya habían muerto– denunciaron a Uralita. Ahora reciben las indemnizaciones, algunas de ellas póstumas, por haber estado años respirando aire colonizado por las fibras de asbesto.

Se han ido ganando casi todos los juicios. Hubo uno de ellos que se perdió en primera instancia. Fue el de las mujeres de los trabajadores. Denunciaron porque ellas también habían enfermado mientras sacudían y lavaban la ropa de sus marido e hijos. Pero en el Tribunal Supremo se ganó el juicio contra Uralita. La sentencia es para tenerla siempre bien cerquita. Uralita no solo explotaba al trabajador, sino también a su mujer o a su madre, a la que no pagaba. Se reconocía así que el trabajo no termina en la puerta de la fábrica. Hay, como hemos aprendido a partir de la economía feminista, una incautación de tiempos de trabajo, que mayoritariamente realizan mujeres,  que son imprescindibles para la regeneración cotidiana y generacional de la mano de obra, y por tanto imprescindibles, explotados y no pagados por al empresa. 

Van Gogh conoció el Londres sucio, cubierto por una niebla de humo permanente y contaminado que Dickens fotografió magistralmente en su narrativa. También conoció el  origen mismo de la energía que contaminaba Londres a la vez que la desarrollaba. En lugares como las minas de Le Borinage convivió con los mineros. En sus primeras pinturas, comprometido con lo que había visto y olido, pintó cuerpos retorcidos, mal respirados y alimentados, en casas sucias y arruinadas por la pobreza. Al trasladarse a Provenza,  en contacto con el aire limpio del campo en Francia, se rebeló contra los excesos del industrialismo y comprendió que el humo y la suciedad despojan, además de la salud, de los sentidos. Descubrió un mundo de colores y transparencias negados en las ciudades del progreso. 

La visión de tanto color fue inaceptable para muchos de sus contemporáneos. Como otros impresionistas, nos cuenta Lewis Mundford, fue denunciado por impostor porque los colores que pintaba no estaban amortiguados por la niebla y opacados por el humo; porque el verde de su hierba y el brillo de las flores cegaba. Se negaba el color para legitimar la normalidad de su ausencia.

En cierto modo, pudieron ser los primeros negacionismos. Hemos asistido a la negación sistemática de las consecuencias del extractivismo e industrialización sin límites. Se negaron la lluvia ácida, el agujero de la capa de ozono y el cambio climático. Se financia la negación y la duda, y se acusa de interesado, magufo o antisistema a todo bicho viviente que denuncie. Si además eres mujer, eres loca, golfa, puta ignorarte o ridícula. Si has enfermado, lo que tienes es una depresión o trastorno psicológico. Solo cuando años después se ponen los muertos encima de la mesa se actúa, porque la cautela, la prevención o el cuidado requieren anticipación, freno, autolimitación colectiva, y son misión imposible si la vida digna y la salud son solo un subproducto de los beneficios.

La lucha del movimiento obrero ha conquistado importantes mejoras en las condiciones laborales en muchos lugares. Sin duda, los salarios y los horarios de trabajo o las edades de jubilación de los mineros, principalmente de los países enriquecidos, han mejorado notablemente. Demuestran que la organización y la unión consiguen doblar el brazo de quienes explotan. Merecen ese triunfo, sin lugar a dudas. Por su lucha y su sacrificio. 

Sin embargo, no diría que estos triunfos hayan conseguido superar la dimensión más brutal de la alienación y la explotación: el que haya gente que para poder vivir tenga que dar a cambio la salud. 

La legítima reivindicación del aumento salarial, es casi la única encajable por el capital. No hace mella en la racionalidad económica. No es fácil conseguirlo y requiere una lucha intensa. Han matado a gente por ello. Cuando se gana, los dueños de los medios de producción, privados o estatales, terminan ofreciendo mejoras salariales y pluses a cambio de riesgos y salud. 

Pero que el aire que exigimos trece veces por minuto sea limpio para todo el mundo, que el clima no expulse a grandes sectores de población o que la prosperidad de unos no esté correlacionada con el despojo - en términos biofísicos -  y la enfermedad de otros, esos triunfos,  no se conquistan sin poner patas arriba la normalidad de la racionalidad económica vigente. No encajan. Menos en tiempos de límites desbordados.

La civilización industrial se ha erigido clavando cimientos, engranajes y pernos en los pulmones de los mineros y otros trabajadores en las fábricas. Tiene contraída una deuda impagable con quienes se dejaron la vida arrancando minerales de la tierra y respirando su polvo. Es responsabilidad del conjunto de la sociedad, de nosotros y nosotras, garantizar su seguridad y la de sus familias hasta que mueran. Eso no es exactamente lo mismo que seguir manteniendo los beneficios de quienes les explotan. 

Voy terminando. La cuestión de la calidad del aire no es una batalla solo en el ámbito laboral. Está presente también en las vidas cotidianas. El aire es un campo de batalla desde el que se agrede a todo lo que está vivo.

Según Ecologistas en Acción, en 2019, 44,2 millones de personas respiraron aire contaminado en España. Los datos eran mejores que los del año anterior y, aún así, el 94% de la población y el 88% del territorio estuvieron expuestos a unos niveles de contaminación que superan las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tomando como referencia los estándares de la normativa de la Unión Europea, más laxos que las recomendaciones de la OMS, la población que respiró aire contaminado por encima de los límites legales fue de más de doce millones de personas.

Cada año se registran alrededor de treinta mil muertes prematuras en el Estado español a causa de la contaminación del aire. La principal fuente de contaminación en áreas urbanas, donde se concentra la mayor parte de la población, es el tráfico motorizado. Julio Díaz y Cristina Linares, del Grupo de Investigación en Salud y Medio Ambiente Urbano, hacen un trabajo ingente en la pedagogía e información clara y precisa sobre, entre otras cosas, la incidencia del uso masivo del coche y las olas de calor en la salud. Acudir a sus informes es encontrar información rigurosa y analizada sin medias tintas. 

El aire y los pulmones han sido privatizados. Dicen algunos que restringir el tráfico y la movilidad motorizada o en avión atenta contra la libertad; que ajustar los consumos a lo que es posible para no destruir la vida y matar a otros seres vivos es restringir la libertad. Pero no se puede, no se debe, disfrutar la libertad individual en los pulmones de otros. No se puede ganar dinero a costa de los pulmones de otros. La libertad como la justicia es relacional. Repudiamos una idea de libertad individual que colisiona con las posibilidades de vida decente de muchos otros seres vivos, aéreos, terrestres y acuáticos.

“No puedo respirar”.

George Floyd, cuando los policías le aplastaban y le arrebataban el aire, dijo: “I can’t breathe”. Por ser negro, latino, gitana, por no tener papeles, por ser pobre, por estar explotada.

No pudo respirar Eleazar Blandón, abandonado en la puerta de un hospital después de sufrir un golpe de calor. La cultura del usar y tirar llevada a lo humano.

Es el grito de denuncia a una forma de organizar la vida estructuralmente racista, injusta y ecocida.

La crisis de la covid-19 ha iluminado dolorosamente la encrucijada en la que estamos atrapadas: hay que aprovechar para respirar hondo cuando la economía se desploma, pero entonces lo que está en riesgo es la comida, la casa o la luz. Sin salir de esa trampa, no hay vida buena, no hay vida futura decente posible.

El aire está sufriendo un atentado pero la inercia en la forma de entender la economía, el desarrollo y el progreso hace borrosa la imaginación y la osadía para explorar otros caminos. Es más fácil imaginarse viviendo sin aire que sin capitalismo.

La posibilidad de pensar desde la complementariedad las dicotomías salud y economía, aire y economía, cuidados y economía o justicia y economía pasa por la reconstrucción de una visión de lo económico radicalmente diferente. Una economía centrada en los límites, las necesidades, la suficiencia y el reparto.

Tenemos un problema y no es atmosférico. Es político. Desde todas partes hay que sumar para hacerle frente. Mucha gente lo está haciendo ya, pero tenemos que ser más.

El grito, el esfuerzo y el eco también son aire.

 Fuente: https://ctxt.es/es/20200801/Firmas/33096/Yayo-Herrero-cinco-elementos-aire-contaminacion-capitalismo.htm