miércoles, 31 de agosto de 2022

Luces y sombras de Mijaíl Gorbachov (1931-2022)

Dos trabajadores del Palacio del Pardo izan la bandera soviética en uno de los balcones del edificio, residencia oficial de Mijaíl Gorbachov durante su viaje oficial a España en 1990. Una fotografía de Marisa Florez.

El gran ruso universal que minusvaloró al imperialismo

Fallecido esta noche a los 91 años de edad, Mijaíl Gorbachov fue un político extraordinario; honesto, valeroso y humanista. Es el único político que he conocido y tratado personalmente cuya foto tengo enmarcada en mi biblioteca. Si hubiera podido tratar a Mandela, Gandhi, Ho Chi Minh o al Che, y posar junto a ellos, los tendría también, pero no fue el caso. Era un tipo simpático. Con sentido del humor y exento de toda arrogancia. Con las mejores cualidades del hijo de muzhik de Stávropol que era.

Gorbachov tendía a ver en los demás el aspecto positivo. Creía en la capacidad de las personas y sociedades en avanzar hacia algo mejor. Sin ese fondo de ingenuidad y optimismo sobre las personas y sobre el mundo, nunca habría podido proponerse metas como acabar con la guerra fría o democratizar el sistema soviético.

La ingenuidad y el optimismo, además de la valentía, son imprescindibles en un político que quiera cambiar las cosas. Esos rasgos convierten a Gorbachov en una figura universal. Armados únicamente del pragmatismo y del cálculo aritmético, los realistas nunca cambiarán el mundo. Si además son mediocres administradores de “lo que hay” y están sometidos a intereses financieros, empresariales y oligárquicos, como suele ser el caso, el asunto no tiene vuelta de hoja…

Pero Gorbachov era, al mismo tiempo, un animal político. Lo más curioso de su ingenuidad era que convivía con la piel de lobo, con las habilidades necesarias para moverse y ascender en el mundo de la nomenclatura soviética, un universo lleno de intrigas por el que ascendió desde lo más bajo hasta lo más alto. Aún más curioso fue que en ese ascenso, Gorbachov fuera potenciado por sus mentores -fundamentalmente por Yuri Andrópov- precisamente por el fondo de honestidad que se veía en él y que lo hacía preferible a otros, como Gregori Románov o Viktor Grishin, en la URSS de los setenta y ochenta. Ese hecho sugiere que un sistema, que históricamente era a la vez heredero de Stalin y de la desestalinización, un sistema que creíamos tan podrido, quizá no lo fuera tanto puesto que algunos de sus máximos responsables aún eran capaces de distinguir, valorar y potenciar las cualidades positivas de Gorbachov y preferirlas a los rasgos de sus adversarios.

En el grupo dirigente soviético que le acompañó, había otros personajes a los que traté personalmente y siempre consideré como honestos; el primer ministro Vladímir Rizhkov, por ejemplo, o el miembro del politburó Yegor Ligachov, que acabó siendo un adversario de Gorbachov y al que la leyenda occidental convirtió en una especie de demonio con rabo y cuernos, o el Mariscal Sergei Ajromeyev… Pero Gorbachov destacaba claramente entre todos ellos.

Anomalía nacional

Desde el punto de vista de la secular tradición del poder moscovita, Gorbachov es una anomalía. Esa tradición, tanto con el llamado comunismo como en la época zarista, se fundamenta en la autocracia. La tendencia natural del gobernante autócrata es acumular y centralizar más y más poder en su persona. Gorbachov rompió con esa lógica. Delegó poder de autócrata en cámaras representativas. Eso no tiene precedentes en la secular historia rusa y fue interpretado como debilidad por la arcaica y tradicional mentalidad de la sociedad. Gorbachov iba claramente por delante de ella. Creía en la democratización -y en un socialismo más humano- y se suicidó políticamente en aras de esa creencia, porque en Rusia fue un general sin ejército para aquella causa. Recuerdo sus declaraciones, muy claras, ante una veintena de periodistas rusos y extranjeros reunidos en el Kremlin el día que le disolvieron la URSS, en la que mencionó la soledad de Jesucristo en la cruz. Lo hizo sin la más mínima pretensión. Los periodistas rusos allí presentes no entendieron aquella analogía. Los americanos, Bill Keller luego director de The New York Times, David Remnick de The Washington Post, sonrieron cínicamente. Yo me quedé boquiabierto. Y él era consciente de aquella incomprensión, pero le daba igual: estaba en paz consigo mismo. Por eso no es una figura trágica, como afirman equivocadamente tantos observadores.

Gorbachov fue un socialdemócrata, pero un socialdemócrata en las condiciones de la URSS. En un universo sin poder financiero, sin propiedad privada y donde lo político dominaba a lo económico, ser socialdemócrata no tenía nada que ver con el SPD o el PSOE. Era democratizar el socialismo. Palabras mayores sin la menor relación con la acción de los Mitterrand, Soares, González y demás personajes.

La sociedad rusa que tanto criticó a Gorbachov prefirió seguir a caudillos como Boris Yeltsin, o luego Vladímir Putin, mucho más tradicionales y acordes con su mentalidad. Gorbachov no tuvo nada que ver con la creación del actual sistema político ruso, un conglomerado de estatismo moscovita y capitalismo parasitario de magnates. Al revés, con Gorbachov como Zar, el adversario, Boris Yeltsin, ganó unas elecciones. Pero Yeltsin ya no consintió lo mismo: cuando su poder fue puesto en cuestión sacó los tanques y disparó contra su parlamento fiel a la tradición autocrática y entre el aplauso de Occidente. El sistema político de la Rusia de hoy es hijo de Yeltsin, y de Occidente, tanto o más que de la tradición soviética. El futuro, si es que vamos hacia un mundo mejor, queda para el ejemplo y los precedentes que Gorbachov sentó.

Demasiado optimista hacia Occidente

En política internacional, Gorbachov emprendió algo también glorioso. Se centró en la cancelación del conflicto Este-Oeste con la idea de abordar los retos del siglo que amenazan a toda la humanidad: el Apocalipsis nuclear, el calentamiento global, la desigualdad Norte/Sur, las pandemias, añadiríamos ahora… En definitiva, la necesidad en el siglo actual de un mundo integrado. Para ello hablaba de “desarrollar el enorme potencial del socialismo” y de la necesidad de propiciar una nueva civilización, un concepto que tomó de Einstein y fue siempre su referencia finalista.

Todo eso que dicho por un predicador de provincia habría sido banal e irrelevante, era, por errático que fuera, sensacional en boca del líder de una de las dos superpotencias mundiales. Pero en ese camino glorioso se olvidó del imperialismo, es decir del dominio mundial de las naciones más fuertes sobre las menos, del desarrollo desigual y de la competición por recursos. Aún nos falta perspectiva histórica para juzgarlo, pero es evidente que ese olvido fue nefasto y garrafal.

Con la URSS aún no disuelta, Occidente recibió luz verde para amarrar un poco más su control sobre el petróleo, con la primera guerra de Irak. Luego todos los espacios de los que la URSS se retiró fueron ocupados por la OTAN contra Rusia, operación que continua aún hoy con dramáticas consecuencias bélicas. En Occidente no creían en ninguna “nueva civilización”. Los interlocutores de Gorbachov eran políticos vulgares y reaccionarios como Ronald Reagan o Margaret Thatcher o socialdemócratas que abrazaron el neoliberalismo de aquellos, como Mitterrand o González. Y en el sistema en el que estaban insertos esos líderes no había la menor intención de reforma. Gorbachov demostró que lo irreformable no era el comunismo, sino el capitalismo.

En la operación de la reunificación alemana, cometió un error monumental sobre el que discutimos acaloradamente en varias ocasiones: podría haber condicionado la reunificación a la firma de un documento que excluyera la pertenencia de Alemania a la OTAN así como su ampliación al Este, aspecto que quedó en poco más que declaraciones verbales de buenas intenciones. Gorbachov no lo hizo pese a que la opinión pública alemana estaba claramente de acuerdo con ello. El oportunismo occidental, y en especial de Estados Unidos, que sin la OTAN perdía su control sobre Europa, el caos ruso de los años noventa, con tres golpes de estado, y la ansiedad de los antiguos vasallos de Moscú por ser vasallos de Washington, pusieron el resto. Por todo ello, la retirada imperial de Rusia no contribuyó a la necesaria integración mundial, sino al avance y crecimiento del otro gangster global de la guerra fría que desde entonces va de una guerra a otra. Fue una gran ocasión perdida. Esperemos que no sea irremediable para la humanidad y el planeta.

Un cuarto de siglo después del fin de la guerra fría, los muros Norte/Sur, viejos y nuevos, convierten en minucia aquel “telón de acero” del comunismo. La falta de libertad que había en los países de Europa del Este en el marco de aquella mezcla de socialismo y dictadura, palidece al lado de la pobreza, y las relaciones de desigualdad, explotación y vasallaje que imperan en la mayor parte del mundo, incluidos algunos de los países antes dominados por la URSS y que hoy padecen la habitual mezcla de democracia de baja intensidad y capitalismo.

Desde ese punto de vista, el de Gorbachov es un balance muy, muy ambiguo. Pero pese a ese balance creo firmemente que puede considerarse a Mijaíl Gorbachov como una de las grandes personalidades del Siglo XX. Un ruso universal que podemos colocar en la galería de los grandes hombres universales, al lado de los Mandela, Gandhi, Ho Chi Minh o Che Guevara.

Fuente: https://rafaelpoch.com/2022/08/30/luces-y-sombras-de-mijail-gorbachov-1931-2022/

sábado, 27 de agosto de 2022

Lope

                                    ... amando 
ninguna cosa el corazón esconde

Lope de Vega

El fin de la abundancia

Foto: MOHAMMED BADRA (AP)

 Hay que decrecer, sí, pero de verdad, repartiendo y haciendo justicia social

Un día lo tienes todo y, de repente, todo cambia. En Europa la sensación es de cambio de época. Lo que ayer parecía ridículo hoy es evidente. Lo que ayer era imposible hoy es lo natural. Se empieza a hablar de racionamiento, disfrazado de “medidas de ahorro”. Se nacionalizan empresas estratégicas – en muchos casos para socializar pérdidas-. Se comienza a decir en las más altas instancias que este invierno será muy duro. Y, de repente, en pleno Consejo de Ministros, el presidente francés, Emmanuel Macron, le pone palabras a este momento axial, y con gesto compungido, declara “el fin de la abundancia”.

El fin de la abundancia. Nada menos. El trasfondo de semejantes declaraciones es gigantesco y los porqués de las mismas vamos a padecerlos en unos pocos meses, pero... ¿Qué pensaran de las palabras de Macron millones de trabajadores que viven con lo justo? ¿Dónde estaba esa abundancia que ahora nos dicen que ha acabado?

Para la mayor parte de la clase trabajadora de los países occidentales la renta real ha ido disminuyendo sin cesar desde los años ochenta del siglo pasado. La historia de la clase media europea en las últimas décadas de neoliberalismo y desregulación financiera ha sido una de progresivo empobrecimiento. Una en la que la mayor parte perdíamos poder adquisitivo para sostener el obsceno beneficio de unos pocos. Y ahora nos dicen que se acabó la abundancia.

Se acerca el otoño. Sí, el astronómico, pero también El Otoño de la Civilización, del que tantas veces hemos hablado –anticipándonos a nuevas excusas que ahora se usan para tratar de tapar la luna con un dedo–. Ese momento en el que habrá que tomar decisiones difíciles para evitar un Invierno letal y perpetuo y poder llegar así a una nueva Primavera en la cual una sociedad realmente sostenible pueda florecer sin dañar las ya maltrechas bases de la Vida.

Antes de atravesar ese Otoño, lo hemos repetido hasta la saciedad, antes de que la escasez de recursos y la crisis ambiental nos abrumen, tenemos que prepararnos, haciendo acopio de lo imprescindible, cambiando los modos de producir para priorizar el bienestar general por encima del beneficio particular y, sobre todo, repartiendo mejor, entendiendo que, o nos salvamos la gran mayoría, o pereceremos como Civilización. Es algo estudiado en profundidad y conocido: una sociedad desigual se deshilacha y desangra entre las brechas que permite en su seno. La clave de una sociedad que se sostiene está en la fortaleza de la base, no en la aparente brillantez que se puede contemplar desde su cima.

Durante años, desde cientos de lugares, se ha explicado lo evidente: que el planeta es grande pero no infinito, que estábamos chocando contra sus límites biofísicos. Hemos acumulado evidencia científica de que el clima se desbocaba –como ahora ya estamos padeciendo–, de que faltarían recursos incluso para mantener las cosechas, de que la inflación destruiría a la clase media. Nos cargábamos de razones para decir que hacía falta parar, que hacía falta repensar, que debíamos emprender un nuevo rumbo: que necesitábamos decrecer, sí. Pero durante todo este tiempo, nuestros líderes políticos y económicos nos han ignorado. Han preferido seguir escuchando los cantos de sirena del poder económico a los cientos de académicos, divulgadores, activistas o simplemente gente concienciada que hemos repetido una y otra vez la evidencia de que un mundo finito no podía albergar ambiciones infinitas. La posibilidad de un decrecimiento fue ridiculizada y ninguneada (a veces, con mala leche, confundida torticera y deliberadamente con propuestas apocalípticas del fin del mundo). El clásico difama, difama, que algo queda.

Pero dejemos el pasado y volvamos a la escena inicial: ¿qué nos está diciendo Macron con la cabeza gacha y rehuyendo la mirada? Lo que nos está diciendo es que el experimento neoliberal, que nos ha atenazado desde el There is no alternative de Thatcher y Reagan de principios de los años 80, ha fracasado. Ha fracasado estrepitosamente. Y ha fracasado porque no hay gas suficiente, no hay diésel, fallan las cosechas por la combinación de un cambio climático desbocado con la falta de fertilizantes, y encima, a la Francia muy nuclear y mucho nuclear, le falla su núcleo: en este momento, 31 de las 57 centrales nucleares francesas están paradas, y la mayoría lo estará por largo tiempo. El invierno del 2022 será durísimo en Francia, el país que dio origen a las ideas decrecentistas. El modelo del crecimiento infinito en un planeta finito no podía funcionar, y no ha funcionado. Pero la mirada de Macron dice más, mucho más. Está diciendo: “Y esto va a recaer sobre vuestras espaldas”.

Ninguno de nuestros líderes quiere reconocer la verdad. Le echan la culpa de todo a “la guerra en Ucrania”, cuando a finales del 2021 la crisis energética mundial ya era evidente, cuando ya comenzaba a haber problemas de suministros de todo tipo y aumentos de precios fuera de toda lógica.

Y respecto a la crisis climática, qué decir. Se ha ido gestando durante décadas y décadas. Nuestros líderes no quieren reconocer que su único plan de gobierno, el crecentismo –la inercia de los negocios como siempre– está fracasando estrepitosamente y causando dolor y sufrimiento en todo el mundo.

Porque en este momento hay revueltas en decenas de países por el precio de la energía y de los alimentos, pero eso no sale en los telediarios. Nos dicen cínicamente que todos los problemas del mundo, incluso los que comenzaron en 2021, son debidos a la guerra de Ucrania. Tanto si Australia prohíbe la exportación de carbón para evitar apagones en Sídney como si la multitud asalta dos veces el parlamento de Irak. Tanto si queman panaderías en Irán como si los panaderos de Nigeria se declaran en huelga por falta de harina. Tanto si falta diésel en el norte de Argentina como si lo hace en el norte de Alemania, en Austria o en la costa este de los EE.UU.

Lo que Macron –aunque hay que reconocerle el atrevimiento– no tiene arrestos para reconocer aún, es que ese fin de la abundancia que preconiza será penoso porque realmente no quieren cambiar lo único que realmente sería importante cambiar: este sistema económico suicida, ecocida y liberticida. Pretenden pilotar esa nueva tanda de austeridad y miseria con las mismas recetas de siempre, e incluso quizá apropiándose/desactivando la palabra “decrecimiento”, como ya intentaron por ejemplo en el foro de Davos.

Solo que ya nada funciona como antes: un día Europa aprueba que el gas y la nuclear son verdes; otro, que se pueda consumir más carbón al tiempo que dice fomentar unas renovables con una viabilidad cada vez más puesta en tela de juicio. En Alemania llegan al absurdo de proponer generar electricidad quemando diésel, cuando falta diésel en la propia Alemania. En Japón quieren abrir nuevas centrales nucleares cuando no han sido capaces aún de contener el desastre de Fukushima y cuando la extracción mundial de uranio cae inexorablemente, víctima de los límites geológicos del planeta, y ya está un 24% por debajo de los niveles de 2016, mientras Francia mantiene a la desesperada sus tropas destacadas en Níger con la esperanza de parar la sangría del descenso de las minas de ese país, que proveía el 40% del uranio consumido en el país galo.

Es muy simple: los mismos que nos han metido en este embrollo no tienen ni la más remota idea de cómo salir de él. No la tienen porque se niegan a aceptar una simple verdad: hay que decrecer, sí, pero de verdad, repartiendo y haciendo justicia social.

Es el fin de la historia de Fukuyama, pero no el que él pensaba. Y muy probablemente la única manera de que la Historia continúe de buena manera sea asumir que lo es. Ya lo decía Cortazar: “Nada está perdido si se tiene el valor de reconocer que todo está perdido y hay que comenzar de nuevo”.

Señor Macron: es verdad, es el fin de la abundancia. De la abundancia de engaños, de excusas, de eufemismos y también de la hipocresía y avaricia sin límites de las grandes corporaciones. Esas son las abundancias a las que hay que poner fin de inmediato. Si eliminamos esas abundancias, las que usted no quiere tocar, entonces podremos tener abundancia de lo que es realmente importante para todos los seres humanos de este planeta.

 Fuente: https://ctxt.es/es/20220801/Firmas/40597/emmanuel-macron-abundancia-decrecimiento-justicia-social.htm

viernes, 26 de agosto de 2022

Opinión generalizada

https://www.newyorker.com/magazine/2019/03/18/john-williams-and-the-canon-that-might-have-been


 ...Habían sido criados en una tradición que les decía, de una manera u otra, que la vida mental y la vida de los sentidos eran distintas y, de hecho, contrapuestas. Habían creído, sin ni siquiera haberlo meditado realmente, que una tenía que ser elegida a expensas de la otra. Nunca se les había ocurrido que una pudiera dar intensidad a la otra..

Stoner 
John Williams

Aquellas Pequeñas Cosas


 

miércoles, 24 de agosto de 2022

¿Nueva realidad?

 No cabe duda de que la guerra en Ucrania representa un punto de inflexión en torno al cual se juega el futuro de Europa, pero no por las razones que se suelen invocar. Existe la posibilidad concreta de que la guerra suponga el fin de Europa como proyecto político. 

Acción antimilitarista en Madrid durante la cumbre de la OTAN del pasado mes de junio. Álvaro Minguito

 Tras seis meses de conflicto, el ejército ruso, incapaz de tomar Kiev durante medio año de guerra, se nos presenta como una amenaza para el conjunto del continente europeo. Ucrania se ha convertido, afirma el presidente Zelensky, en “un trampolín para un ataque ruso contra otras naciones de Europa”. Para el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, Rusia representa, nada menos, que “un desafío para los pueblos libres de todo el mundo”. Estas palabras, pronunciadas en la base aérea estadounidense de Ramstein (Alemania), parecían el guion de una recreación histórica de la Guerra Fría.

La guerra en Ucrania se considera una guerra contra el expansionismo ruso y, por lo tanto, una guerra por Europa. Las fantasías de la Guerra Fría que deliraban con la imagen de los cosacos dando de beber a sus caballos en las fuentes de San Pedro de Roma han cobrado una segunda vida. Los cosacos están ahora motorizados y nada que no sea una coalición del llamado mundo libre impedirá que los submarinos clase Kilo, esto es, los submarinos rusos según el código empleado por la OTAN, amarren en Gdansk o que las columnas de los carros armados T-14 del Kremlin corran por las autopistas alemanas. Si no queremos abastecernos de harina y azúcar, tenemos que ampliar la OTAN incorporando a Suecia y Finlandia. Y ya puestos, ¿por qué no combatir y derrotar a Rusia en el campo de batalla con la OTAN en primera línea?

El realismo escasea en estos días, mientras nos tambaleamos ante el abismo de una guerra global. Sería realmente útil que recordáramos con mayor frecuencia que desde 1945 los arsenales nucleares han impuesto límites absolutos a los conflictos mundiales y a la posibilidad de modificar sustancialmente el orden global. Entre las potencias nucleares existe un acuerdo tácito de que este orden no puede ser alterado radicalmente. No deberíamos tratar de averiguar en estos momentos dónde se halla realmente el punto de ruptura.

A pesar de los anuncios recurrentes de que vivimos en una “nueva realidad”, ni el final de la Guerra Fría ni la globalización han alterado fundamentalmente esta situación. El mundo interconectado por los mercados globales y los sistemas productivos y de comunicación es menos flexible de lo que imaginamos. Dadas sus abundantes reservas de materias primas y dado que cuenta con sectores altamente desarrollados en el ámbito de las tecnologías militares y espaciales, ya está claro que Rusia seguirá formando parte del sistema global a pesar de las sanciones occidentales. A lo sumo, estos límites se han hecho menos visibles y más frágiles. Nada sería más peligroso que confundir una guerra por delegación entre potencias nucleares con un conflicto asimétrico contra un “Estado terrorista” librado en nombre de los elevados ideales de la “democracia” o los “derechos humanos”.

Si el realismo pugna por ser escuchado, es también porque en tiempos de guerra todo es pasto de las llamas de la propaganda. La democracia, la resistencia antifascista y la lucha contra el imperialismo son objetivos nobles, pero también son fácilmente moldeables (no hace mucho, motivaron la operación militar especial para “desnazificar” Iraq). Dado que en estos momentos estos tropos constituyen la narrativa predominante para propiciar la resistencia ucraniana ante la invasión rusa, el realismo se ha asimilado de facto a la propaganda del Kremlin o a algo peor. Ya se trate de John Mearsheimer o de Jürgen Habermas, ¡ay de aquellos que se atrevan a reequilibrar el idealismo frente a las realidades de la política internacional!

Y, sin embargo, precisamos de una evaluación sobria de los objetivos perseguidos por la coalición de países que apoya a Ucrania. ¿Se trata de expulsar a los rusos del país y de recuperar sus provincias orientales? A pesar de la impresionante actuación de los militares ucranianos, e incluso sin tener en cuenta Crimea, es poco probable que ello pueda lograrse. ¿Se trata de poner fin a los atroces crímenes de guerra que las tropas rusas parecen cometer a diario? Únicamente una lógica perversa puede buscar la justicia en la continuación de una guerra que por definición permite tales crímenes. O, ¿se trata de propinar a Rusia una derrota decisiva en el campo de batalla capaz de dejar al país “debilitado”, si no “humillado”? Ambos escenarios exceden claramente las demandas más intransigentes de Kiev y corren el riesgo de propiciar una escalada del conflicto al tiempo que incrementan las posibilidades de que se utilicen armas no convencionales. En cualquier caso, hablar de “victoria” carece de sentido.

En esta peligrosa situación, ¿qué debe hacer Europa? No cabe duda de que la guerra en Ucrania representa un punto de inflexión en torno al cual se juega el futuro de Europa, pero no por las razones que se suelen invocar. Existe la posibilidad concreta de que la guerra genere una fractura entre el este y el oeste del continente y que ello suponga el fin de Europa como proyecto político. A los europeos –y a los ucranianos, que finalmente acabarán incorporándose a la Unión Europea– les interesa absolutamente que este proyecto no se convierta en una víctima colateral del conflicto. Para evitarlo es necesario volver al realismo.

En primer lugar, Europa debe reconocer que, cada vez más, sus intereses no coinciden con los de Washington. Hay que repetir incesantemente que la unidad europea se logró al margen de las estrategias que favorecían los intereses nacionales estadounidenses: para Estados Unidos la OTAN siempre ha tenido más prioridad que la unidad europea. Sin embargo, por muy penosa, trabajosa y tentativa que haya podido ser esta unidad ha logrado recientemente importantes hitos (por ejemplo, la mutualización de la deuda para hacer frente a la pandemia). Todo ello no debería sacrificarse al objetivo de debilitar a Rusia.

Estados Unidos puede permitirse el lujo de apostar por un conflicto prolongado y elevar los envites en torno al mismo, porque las consecuencias de esas decisiones las asume en su mayor parte Europa: el reasentamiento de millones de refugiados, el coste de las sanciones, que son devastadoras para las economías europeas, y la necesidad de luchar por nuevas fuentes de energía. El incremento de los presupuestos de defensa europeos afectará aún más a los sistemas de bienestar social ya debilitados por décadas de políticas neoliberales y por la crisis de 2008. Estos sistemas de bienestar social son, sin embargo, fundamentales para la regulación de los equilibrios sociales en los que se basa la estabilidad política de la Unión Europea. Por último, si el conflicto se intensifica, Europa se convertiría en su principal escenario.

La guerra en Ucrania ofrece a Washington la oportunidad de apuntalar su hegemonía en declive, trasladando a los países europeos algunos de sus costes, al tiempo que los incorpora a su confrontación global con China. En este sentido, la continuidad entre los gobiernos de Trump y Biden es sorprendente. Todo ello tendría un gran impacto en el orden constitucional europeo, que disminuirá la capacidad de sus miembros históricos para definir la orientación política de la Unión Europea en favor de gobiernos más dóciles con el proyecto atlantista.

El debilitamiento político de Europa se ha convertido en un objetivo explícito de la ampliación de la OTAN, especialmente entre los neoconservadores, reanimados por las perspectivas de la guerra con Rusia vendida como una lucha por la democracia. A fin de contrarrestar el riesgo de que la Alianza Atlántica se haga inmanejable por el aumento inmoderado de sus miembros y la asunción de una misión hipertrofiada, que ahora incluye la contención de China, algunos expertos sugieren utilizar la ampliación de la OTAN para reajustar el equilibrio de poder en el seno de la Unión Europea. Su objetivo es promover una coalición que incluiría a “los Estados de Europa del Este y del Báltico, con Polonia a la cabeza [...] los Estados escandinavos, en particular Finlandia y Noruega”, pero también a “las potencias externas de habla inglesa, incluidos el Reino Unido y Canadá”. La misma estrategia se halla detrás de la reciente propuesta británica de crear una “Commonwealth europea”, que equivaldría al establecimiento de una Unión en la sombra más alineada con las agendas transatlánticas. Este planteamiento encuentra apoyo en el nuevo concepto estratégico de la OTAN, que promueve la “máxima participación” de los miembros no pertenecientes a la Unión Europea en los esfuerzos de defensa europeos.En este contexto, la candidatura de Suecia y Finlandia al ingreso en la OTAN destaca por sus implicaciones políticas más que por su importancia estratégica. Como ha señalado Adam Tooze, su decisión de solicitar el ingreso fue posible por la debilidad del ejército ruso, no por la amenaza que este representaba. Es demasiado pronto para decir cómo la aparición de un grupo nórdico en el seno de la OTAN alienado con las posiciones más intransigentes dará forma al conflicto, pero sin duda ello propiciará claramente nuevas líneas de fractura en Europa.

¿Podemos salvar a Ucrania y al mismo tiempo salvar también a Europa? Como escribió recientemente el físico italiano Carlo Rovelli, “el problema de las guerras no es ganarlas, sino ponerles fin”. Europa no es un club de ganadores. Se construyó sobre el rechazo a la guerra, la limitación de la soberanía estatal y la adopción del federalismo como principio fundacional. Su principal objetivo fue siempre organizar la paz en el continente y hoy debe seguir siéndolo, si Europa quiere sobrevivir.

El apoyo de los gobiernos europeos a Ucrania no puede ser el vehículo de estrategias que impidan una mayor integración política de Europa, lo cual no significa abandonar a Kiev a su suerte o negarse a enviar ayuda militar. Significa que esta ayuda debe ir acompañada de condiciones diplomáticas explícitas, las cuales deben ser cuidadosamente calibradas para no impedir futuras negociaciones o futuras relaciones con Rusia. Tarde o temprano se verificará una solución negociada, que probablemente se aproximará a los contornos de los Acuerdos de Minsk.

Europa también debe mantener una distancia de seguridad con respecto a la gran estrategia de Estados Unidos, país que aún no ha encontrado la fórmula política para acomodar el declive global de su poder y su pérdida de prestigio. Volver a la Guerra Fría no restaurará la supremacía estadounidense, pero sí perjudicará a Europa. Tampoco restaurará su prestigio: liderar la lucha global por la “democracia” es menos convincente cuando el país que lidera tal proyecto cuenta con un Senado que está celebrando una investigación en profundidad sobre el intento de golpe de Estado perpetrado en el Capitolio en enero de 2021, en el que los derechos de las mujeres son pisoteados por las administraciones que se supone que los protegen y en el que la posibilidad de una guerra civil es un tema de conversación recurrente. No es de extrañar que la mayor parte del mundo no esté de acuerdo con el diseño global de una potencia que presenta estas características.

Sería un error que Europa apostará su suerte a esta estrategia. Debería optar, por el contrario, por el creciente bloque de los “partidarios de la moderación”, que en Washington abogan por una política exterior diferente y menos belicosa, alejada de las homilías pegajosas sobre el orden internacional liberal y sus fundamentos militares. Atrapada entre la crisis de la hegemonía estadounidense y las astutas maniobras del Kremlin, que intenta fortalecer las fuerzas políticas más antieuropeas y reaccionarias, Europa debe convertirse en un sujeto político y desarrollar la correspondiente autonomía estratégica a escala mundial. La guerra de Ucrania ha convertido tal objetivo en una tarea urgente e inaplazable.

 Fuente: https://www.elsaltodiario.com/analisis/toni-negri-nicolas-guilhot-guerra-ucrania-rusia-otan-nueva-realidad

lunes, 22 de agosto de 2022

“O cambiamos el modelo, o la falta de recursos nos hará cambiar bruscamente el modelo”

Alicia Valero en una intervención pública en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona / youtube.es

 Alicia Valero (Zaragoza, 1978) es una referencia en el estudio del consumo de recursos. Hace 18 años que lo estudia desde el Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos (Instituto CIRCE). Dirige el grupo de investigación de ecología industrial de este centro, y también da clases en varios grados y másteres de la Universidad de Zaragoza. En 2021 ha publicado Thanatia. Los límites minerales del planeta (Icaria), un libro en formato de entrevista donde divulga la crisis de los materiales junto con su padre, también experto en la cuestión. En la vertiente académica, Valero ha sido más prolífica: 126 publicaciones y numerosos reconocimientos internacionales. Su campo de estudio puede parecer técnico y concreto, pero nos permite entender mejor qué pasa con las Play Stations, en la Seat o en el conflicto afgano.

La fábrica más grande de Cataluña, la Seat, está en un ERTE. El mayor productor de coches del mundo, Toyota, ha anunciado que bajará un 40% su producción mundial de coches este mes de septiembre. ¿Qué está pasando con los microchips? ¿Es una crisis de semanas o va para largo?

Las fábricas de microchips son muy pocas en todo el mundo y están concentradas en Asia. Ha habido una demanda brutal de microchips no solo a causa de la automoción, sino en general de todos los aparatos eléctricos y electrónicos. A ello, se ha sumado el hecho de que algunas fábricas tuvieron que estar paradas por la pandemia, y todo junto ha provocado serios problemas de abastecimiento. El sector está bastante preocupado porque no parece que esto pase rápidamente. En 2022 es seguro que continuarán las paradas, y es posible que se alargue a 2023. Además, hay el problema de que los coches tienen microchips relativamente baratos y sencillos, que solo tienen funciones como subir o bajar una ventanilla. La priorización de los fabricantes es hacia los microchips de mayor valor añadido, como los de los ordenadores. Los automóviles están al final de la lista. Hay algunas circunstancias puntuales relacionadas con la Covid-19 en esta crisis que no conozco bien porque no soy experta, pero no deja de ser la punta del iceberg de lo que vendrá en el futuro.

¿Por qué es la punta del iceberg?

Porque tenemos una demanda creciente exponencialmente y unos recursos del planeta que son los que son. No se puede soportar este crecimiento con los recursos que hay. Si haces cuentas, ves que la población aumenta con una tasa del 1% anual. Y que la depredación de recursos crece más, hasta un 3%. No solo hay más gente, sino que la gente que hay quiere más. En una generación habremos consumido tanto como en toda la historia del ser humano. Está clarísimo que esto estallará de alguna forma. Ya estamos viviendo estas consecuencias; los microchips son solo una muestra. Pero realmente todas las materias primas están sufriendo subidas brutales, porque la demanda sube de manera exponencial y no hay fábricas que sean capaces de dar abastecimiento ni recursos suficientes para proveerlas. Tenemos un problema serio que hay que abordar inmediatamente.

Pero, si no hemos pensado en comprar ningún coche… ¿esto nos puede afectar igual a corto plazo?

Para empezar, la economía de lugares como Martorell se puede ver muy afectada. Yo he visto afectaciones en mi entorno. Hay amigos de mis hijos que quieren una Play Station, y en la tienda no hay. O gente que necesitaba un sofá reclinable y este no llega porque faltaban microchips. No es un problema del sector del automóvil; ahora todo funciona con electrónica.

¿Cuál es tu previsión sobre los recursos que fallarán?

Si haces un análisis de cómo estamos extrayendo los recursos desde el año 1900 y de cuánta materia prima queda disponible para explotar, te das cuenta que, si seguimos a este ritmo, hay bastantes materias primas que tendrán un gran problema de suministro. Sobre todo, si consideras la transición digital y la transición a las energías limpias. Todo esto requerirá una serie de elementos que son escasos en la naturaleza.

Y, si estos materiales van buscados, ¿no se podrán encontrar nuevas minas?

No hay minas operativas suficientes. Y abrir una mina nueva implica, de media, unos 15 años, y muchos problemas ambientales asociados. Nadie quiere una mina cerca. No es tan fácil abrir una mina, como hemos visto en Cáceres. Aunque fuéramos capaces de encontrar nuevos yacimientos, que por supuesto se encontrarán, el problema está en el hecho que sus minerales estarán cada vez más diluidos. Esto es como el petróleo: la rentabilidad será cada vez peor. Es aritmética. Otra cosa es que no quieras ver el problema.

¿Quién no quiere ver el problema?

La Comisión Europea ya está diciendo que hay que apostar por nuevos yacimientos en el territorio porque dependemos de otros países. Pero, cuando he asesorado a comités de la Comisión Europea y explicaba que había que reducir, se me echaban a la yugular. Decían que se trataba de continuar creciendo económicamente. Pero tres más uno son cuatro. Y, si tienes cinco, solo te queda un margen de uno. Y, si sigues creciendo a un ritmo de uno, solo te queda un año. Algo hay que hacer. Ahora la transición energética está planteada para no superar los 2 grados y llegar a cero emisiones en 2050. O se invierte seriamente en minas y en la recuperación de materiales, o no llegaremos a estas cifras.

¿Debemos acostumbrarnos a no encontrar lo que buscamos en las tiendas?

Creo que será más el pan de cada día, sinceramente. Obviamente, todo esto se ha visto agravado por la Covid-19, y, cuando los precios suben mucho, al final vuelve a bajar la demanda y todo se vuelve a canalizar durante algún tiempo. La economía depende de muchísimos factores. Pero lo cierto es que, si existe un factor limitante, este factor es el físico, el de los recursos que hay. Tendremos que asumir que, si no tengo una Play Station, mala suerte y me aguanto, porque sencillamente no hay microchips para ofrecerme esta consola. Personalmente, estoy pendiente de que llegue el uniforme de gimnasia de mis hijos, y me han dicho que hasta enero o febrero no llegará porque los barcos chinos no están llegando. Fíjate que estamos hablando de un textil, ni siquiera de una cosa electrónica. Esto será cada vez más cotidiano; tendremos que volver cada vez más a las raíces de lo local. La globalización actual, además del impacto ambiental de traer unos pantalones desde China, nos hace muy vulnerables. Tarde o temprano —y yo creo que más temprano que tarde— toparemos con estos límites.

¿Qué significa “temprano”?

Hemos realizado curvas de extracción de recursos minerales. La conclusión general es que el pico de la mayor parte de los recursos puede llegar antes de que acabe este siglo, y muchos de ellos antes de 2050. Esto, contando con las reservas minerales que hipotéticamente existen en el planeta y que todavía no hemos detectado, y también con una tecnología futura que podría llegar a extraerlo. Si contamos solo las reservas que conocemos actualmente, los picos se avanzan muchísimo. Aquí el problema es que la demanda está aumentando exponencialmente y no hemos entendido lo que significa el consumo exponencial. No lo tenemos interiorizado; pensamos en lineal. Pero, precisamente cuando llegó la pandemia, experimentamos en primera persona lo que implica una transmisión del virus exponencial. Sin confinamiento, en pocos días nos habríamos infectado todos. Con ritmos diferentes, pero es la misma lógica de lo que estamos haciendo con los materiales.

Volviendo a Seat: ¿esto quiere decir que la promesa de fabricar 500.000 coches eléctricos cada año es inviable?

Yo he trabajado con Seat analizando como diseñar vehículos para evitar estos cuellos de botella. Si la demanda de vehículos y la de energías renovables aumentan de la manera que se prevé en los ‘Acuerdos de París contra el cambio climático’, nos podemos encontrar con límite de suministro de plata, cadmio, cobalto, cromo, cobre, galio, indio, litio, manganeso, níquel, plomo, platino, telurio o zinc antes de 2050. Estos son los elementos necesarios para las baterías de los vehículos, pero también para las energías renovables y en general para toda la electrónica. Tu ordenador también tiene batería; todo compite con todo. Por ahora, no hay baterías suficientes. Yo creo que los fabricantes de vehículos saben que no habrá baterías para todos los coches que esperan. El cobalto, por ejemplo, es muy crítico y está concentrado en muy pocos países.

Si las empresas automovilísticas lo saben… ¿por qué no actúan de una manera diferente?

Los fabricantes están creando acuerdos con los países proveedores para asegurar el suministro de materiales. Renault y Volkswagen ya prevén que las baterías se quedarán en propiedad del fabricante. Esto te da una idea de lo preocupados que están, de lo estratégicas que son las baterías, y de lo escépticos que están los fabricantes respecto a las previsiones que ellos mismos dicen. Lo que no hará un fabricante es lanzar mensajes apocalípticos.

¿Seat os pide que analicéis si tendrán materiales para sus coches?

Sí, nuestro grupo de investigación ha hecho varios proyectos con ellos. Antes de que ocurriera el problema de los microchips, nosotros ya les hicimos un análisis de varios modelos de Seat diciéndoles cuales eran las piezas críticas que tiene el vehículo, y como habría que diseñarlas para mejorar. ¿Sabes cuáles eran las piezas críticas? Justamente la electrónica, los microchips. Esto fue en 2018. Ya les estábamos diciendo que “ojo con estas piezas”, porque dependen de unos materiales muy escasos. Y bien, ya lo ves. Los fabricantes son conscientes de que tienen que repensar la manera de fabricar, y ahora han visto las orejas al lobo con el tema de los microchips.

Y los gobiernos, ¿son conscientes del problema? ¿Cómo está preparado el Estado español en este tema?

No estamos preparados ni mucho menos. Nos hemos hecho vulnerables intentando fabricar de manera más barata en otros países. Si fabrican otros lo que es tuyo, aparentemente tú no tienes los problemas de emisiones contaminantes. Y hemos pensado: ¡que fabriquen los chinos! A corto plazo podía ser una estrategia, pero a la hora de la verdad, si los chinos dicen que no suministrarán chips o tierras raras, aquí se para la economía. No tenemos fábricas, ni materias primas, ni una industria capaz de obtener materias primas de la basura que estamos generando.

Pero hoy en día ya somos dependientes del petróleo y del gas de otros países, y no nos va tan mal.

El problema es que queremos dejar de quemar combustibles fósiles, porque es lo que hay que hacer, pero lo queremos hacer con el mismo ritmo de crecimiento. Los aerogeneradores, los vehículos eléctricos, las placas solares…, todo esto es necesario, y todo esto está basado en materiales que son muy críticos. Pasaremos de ser dependientes del petróleo a ser multidependientes de toda la tabla periódica. Puede haber escasez de litio, puede haber escasez de manganeso, de cobalto… No todos estos elementos están situados en Arabia Saudí.

¿Quién se está preparando mejor?

El litio está en Bolivia, Argentina y Chile. El cobalto, sobre todo en el Congo. Las tierras raras, en China. Pero sobre todo seremos dependientes de China. Ellos tienen o bien los recursos o bien el procesamiento y refinamiento de los recursos de otros países. Y está comprando terrenos ingentes de África y de América Latina que contienen recursos. Son la fábrica del mundo y saben que quien tenga los recursos tendrá el poder. China tiene, desde hace décadas, una política de acaparamiento, o como mínimo de asegurarse el suministro. Los otros países no lo han sabido ver. Nosotros seremos más bien unos espectadores.

Algunos países petroleros, en América Latina y en Oriente Medio, han sufrido inestabilidad política y guerras como consecuencia de la lucha por su petróleo. ¿Puede pasar lo mismo con países que tienen muchos recursos minerales?

Esto ya está ocurriendo en Marruecos. Los conflictos que hay por el Sáhara Occidental no son para apoderarse del desierto. Son porque tienen las mayores reservas de fósforo del planeta. El fósforo es el oro verde, porque es la materia prima de los fertilizantes, y quizás podemos vivir sin microchips pero no sin alimentación. Las plantas necesitan este fósforo. Hoy en día hay mucha menos hambre en el mundo porque hubo una revolución de la agricultura con los fertilizantes. La productividad de los campos aumentó mucho. Pero se han echado tantos fertilizantes en los campos que hay unos problemas de contaminación brutales. Y estamos viendo una desaparición de suelo fértil. O encontramos otra revolución verde en la que no necesitemos estos fertilizantes minerales, o lo tenemos difícil. En el caso de Afganistán, no me atrevería a decir que ha estado determinante porque desconozco el background del país. Pero en 2007 ya era uno de los países estrella en busca de nuevas reservas de elementos como el litio. Si ahora mismo los chinos la tienen a bien con los talibanes es porque hay unas reservas estratégicas que interesan. Obviamente, de trasfondo del conflicto puede haber otros muchos factores, pero por supuesto en Afganistán hay reservas de varias materias que son estratégicas.

Muchos economistas defienden que es posible seguir creciendo sin consumir tantos materiales, porque en una economía digital ya no harán tanta falta, y entonces no habrá que sufrir por la escasez. ¿Cómo lo ves tú?

Precisamente son las tecnologías digitales las que más materias primas escasas necesitan. Esto, para empezar, pero es que, además, la historia nos dice que, cada vez que hemos mejorado la eficiencia de algún equipo, ha ocurrido un efecto rebote. Los coches ahora son más eficientes que nunca, pero utilizamos la mejora para fabricar muchos más coches. Y, al final, lo que tienes es un aumento exponencial de la depredación de los recursos. Hay que buscar la eficiencia, evidentemente; pero, si eso no va acompañado de repensar el modelo de sociedad que tenemos, difícilmente lo cambiaremos. Hay que replanteárselo todo muy seriamente. En el fondo, la pandemia nos ha enseñado mucho sobre esto: lo que hay que hacer es bajar la curva.

¡Una de las apuestas podría ser que todos estos materiales se reciclen!

En el caso de los coches, hemos hecho estudios para ver como se podría hacer un reciclaje mejor. Y, actualmente, todos estos elementos que son críticos los estamos perdiendo. Cuando llevas un vehículo a desguazar, le sacan las ruedas, los fluidos, el catalizador…; esto, con suerte. Los aceros del coche, que son ultraresistentes, se juntan con las chapas de cualquier electrodoméstico, y el acero que queda es de baja calidad, con impurezas. De todo ello, se dice que actualmente se reciclan los vehículos en un 95%, que es a lo que obliga la legislación. Pero en realidad lo que se recicla es un 95% del peso, y los minerales críticos se pierden en el vertedero o quedan diluidos en la mezcla de aluminio. Hoy por hoy, no existen procesos mejores que recuperen estos elementos, los que están en los microchips y que son esenciales. No será fácil, pero hay que entender lo estratégico que es recuperar estos elementos. Ahora mismo estamos parando las fábricas de vehículos de 1.000 kilos porque nos faltan unos microchips que pueden pesar 3 gramos.

Di algún ejemplo de mineral desconocido para el gran público que utilizamos mucho y que echaremos de menos pronto.

El telurio, por ejemplo. Se emplea en los nuevos paneles fotovoltaicos, porque son más finos y eficientes. Pero no hay minas de telurio, porque son elementos que salen del refinamiento de otros elementos mayores, como el cobre. Es decir, que están supeditados a la producción de estos minerales mayores. No abrirás una mina específicamente para el telurio si lo que puedes sacar son unos gramos por tonelada. Con el indio pasa lo mismo: es un material que hace que puedas mover la pantalla del móvil con el dedo. Y es necesario para los LED. Y una sola compañía china suministra una gran parte de este indio.

¿Y las tierras raras? ¿Por qué son importantes?

Se llama tierras raras a un conjunto de 17 elementos de la tabla periódica. Algunas son muy críticas para las energías renovables, como el neodimio y el disprosio. Con estos dos materiales hacen imanes muy fuertes, unos imanes que son necesarios para cualquier motor. Todo motor eléctrico tiene tierras raras: ordenadores, cámaras, vehículos… Cualquier cosa que se mueva lo tiene: incluso un sofá reclinable. Pero no hace falta fijarse en materiales tan concretos para darse cuenta de la gravedad de la situación. El sector de la construcción está temblando por los precios de las materias primas que no son raras. La madera está subiendo muchísimo. El aluminio y el cobre, también. De momento, los promotores están asumiendo esta subida de precios, pero no sé cuánto tiempo aguantarán así. Al final nos lo repercutirán. Todo está relacionado con el consumo exponencial. Por algún lado tiene que explotar.

Si falla alguno de estos materiales, ¿es posible que encontremos alternativas para fabricar a partir de otras cosas?

Siempre se buscan alternativas. Todo es reemplazable. Pero en el sistema de producción actual no lo es, porque todo se basa en el just in time. Si necesito un pedido de microchips, es para mañana. Tenemos que ir hacia un modelo diferente, de stocks más grandes, de más flexibilidad, porque las cadenas de suministros cada vez son más débiles. China ya hizo un embargo de tierras raras en 2010 y los precios subieron de manera brutal. Puede volver a ocurrir que se frene bruscamente la circulación de cualquier de estos materiales, como estamos viendo ahora con los chips.

Si no hay bastante materiales para hacer la transición energética, ¿nos veremos forzados a incumplir los objetivos porque no habrá alternativa a quemar gas y petróleo? ¿Qué podemos hacer para dejar de contaminar sin agotar los materiales?

No creo que sigamos quemando combustibles fósiles al ritmo actual porque, como explica Antonio Turiel, ya hay desinversión por parte de las petroleras. Ya no buscan nuevas reservas. Y se están cerrando las centrales de carbón. Está en la mente de todos que tenemos que ir hacia las energías renovables. Pero hay un problema: la extracción de minerales necesarios para la transición energética es a base de energía fósil. Ahora mismo, la minería ya es el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si la demanda aumenta, también lo hará la extracción de minerales. El impacto climático de esta minería en el futuro será mayor. ¿Podremos descarbonizar la economía tal como está pensado? Yo creo que no, porque no se ha tenido en cuenta este factor, y descarbonizar el sector de la minería es muy complicado. Si no nos podemos desarrollar con las renovables, volverá el viejo debate de si alargar la vida de la energía nuclear. Pero esto último ya no es ciencia, sino mi opinión. En todo caso, creo que no nos podremos desarrollar tal como habíamos pensado. Habrá paradas económicas y bajará el PIB. O cambiamos el modelo, o la falta de recursos nos hará cambiar bruscamente el modelo.

Fuente: https://www.rebeldes.info/2022/08/entrevista-a-alicia-valero.html?spref=tw

viernes, 19 de agosto de 2022

Esta fue la primera noticia que avisó del cambio climático... en 1912

Historia sobre cómo la humanidad ha ignorado una amenaza conocida desde hace más de un siglo

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  El 14 de agosto de 1912, un pequeño periódico de Nueva Zelanda publicó un breve artículo que anunciaba que el uso global del carbón estaba afectando la temperatura de nuestro planeta.

Esta gacetilla de hace 110 años ahora es famosa y se comparte a través de Internet todos los años como una de las primeras noticias de ciencia climática en los medios (aunque en realidad era una reimpresión de una nota publicada en una revista minera de Nueva Gales del Sur un mes antes).

Entonces, ¿por qué se ha tardado tanto en escuchar y actuar ante las advertencias del artículo?

La científica estadounidense y activista por los derechos de la mujer Eunice Foote ahora es ampliamente reconocida como la primera persona en demostrar el efecto invernadero en 1856, varios años antes de que el investigador del Reino Unido John Tyndall publicara resultados similares.

Sus experimentos rudimentarios demostraron que el dióxido de carbono y el vapor de agua pueden absorber calor, lo que, amplificado, puede afectar la temperatura de la tierra. Por lo tanto, conocemos la relación entre los gases de efecto invernadero y la temperatura de la Tierra desde hace al menos 150 años.

Cuatro décadas después, el científico sueco Svente Arrhenius hizo algunos cálculos básicos para estimar cuánto cambiaría la temperatura de la Tierra si duplicáramos la cantidad de CO₂ en la atmósfera. En ese momento, los niveles de CO₂ rondaban las 295 partes por millón de moléculas de aire. Este año, alcanzamos las 421 partes por millón, por encima del 50 % más que en la era preindustrial.

Arrhenius estimó que duplicar el CO₂ produciría un mundo 5℃ más caliente. Esta cifra, afortunadamente, es más alta que los cálculos modernos, pero no queda demasiado lejos, ¡considerando que no estaba usando ninguna computadora sofisticada! En ese momento, el sueco estaba más preocupado por la posible llegada de una nueva edad de hielo que por el calentamiento global, pero en la década de 1900 ya estaba sorprendiendo a sus alumnos con la noticia de que el mundo se estaba calentando lentamente debido a la quema de carbón.

La ciencia del clima, eclipsada por el auge del petróleo

El fragmento de Nueva Zelanda de 1912 probablemente se basó en un reportaje de cuatro páginas publicado en la revista Popular Mechanics, que a su vez se basó en el trabajo de Arrhenius y otros.

Cuando los defensores del clima recuerdan la existencia de artículos como este y dicen que ya sabíamos que habría un cambio climático, pasan por alto el hecho de que las ideas de Arrhenius generalmente se consideraban marginales, lo que significa que no mucha gente las tomó en serio. De hecho, hubo una violenta reacción sobre el papel del dióxido de carbono como gas de efecto invernadero.

Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el tema perdió impulso. El petróleo comenzó a subir, dejando de lado tecnologías prometedoras como los automóviles eléctricos, que en 1900 tenían un tercio del incipiente mercado de automóviles de EE. UU. Frente a ello, tomaron ventaja los desarrollos tecnológicos sobre combustibles fósiles y objetivos militares. La idea de que los humanos pudieran afectar con estas actividades a todo el planeta permaneció al margen de cualquier debate.

Eunice Foote, primera persona que descubrió el efecto invernadero / Agencias

 Años 30: El efecto Callendar

No fue hasta la década de 1930 que resurgió el cambio climático inducido por el hombre. El ingeniero británico Guy Callendar reunió observaciones meteorológicas de todo el mundo y descubrió que las temperaturas ya habían aumentado.

Callendar fue el primero en identificar claramente una tendencia al calentamiento y conectarla con los cambios en el dióxido de carbono atmosférico, pero minimizó la importancia del CO₂ en comparación con el vapor de agua, otro potente gas de efecto invernadero.

Al igual que el artículo de 1912, Callendar también subestimó la tasa de calentamiento que veríamos en los 80 años posteriores a sus primeros resultados. Predijo que el mundo sería solo 0,39 ℃ más caliente para el año 2000, en lugar de 1 ℃ que observamos. Sin embargo, llamó la atención de los investigadores, lo que provocó un intenso debate científico.

Pero a fines de la década de 1930, el mundo entró en guerra una vez más. Los descubrimientos de Callendar rápidamente pasaron a un segundo plano frente a las batallas y la posterior necesidad de reconstrucción.

Entran en acción los mercaderes de la duda

En 1957, los científicos comenzaron el Año Geofísico Internacional, que conllevó una intensa investigación de la Tierra, sus polos y atmósfera. Esto supuso la creación de estaciones de monitoreo atmosférico que rastrean el aumento constante de gases de efecto invernadero causados por los humanos. Y, al mismo tiempo, las compañías petroleras se estaban dando cuenta del impacto que su negocio estaba teniendo en la Tierra.

Durante estas décadas de posguerra, siguió habiendo poco debate político sobre el clima. Margaret Thatcher, difícilmente clasificable como izquierdista, vio el calentamiento global como una clara amenaza durante su tiempo como primera ministra del Reino Unido. En 1988, el científico de la NASA James Hansen pronunció su famoso discurso ante el Congreso de los Estados Unidos afirmando que el calentamiento global ya había llegado.

El impulso a la concienciación sobre el problema estaba creciendo. Muchos conservacionistas se sintieron esperanzados por el Protocolo de Montreal, que más o menos detuvo el crecimiento del agujero en la capa de ozono. ¿Podríamos hacer lo mismo para detener el cambio climático?

Como ahora sabemos, no lo hicimos. La eliminación gradual de una clase de productos químicos era una cosa. Pero, ¿destetarnos de los combustibles fósiles sobre los que se construyó el mundo moderno? Eso sería mucho más difícil.

El cambio climático se politizó y los partidos conservadores proempresariales de todo el mundo adoptaron la doctrina el escepticismo climático. Los medios de comunicación a menudo incluían la versión de un escéptico en aras del "equilibrio". Esto, a su vez, hizo que muchas personas creyeran que el ‘jurado’ aún estaba deliberando, cuando en realidad la ciencia hablaba de forma cada vez más segura y clara.

Debido a este escepticismo se produjeron grandes retrasos en la toma de decisiones. El Protocolo de Kioto de 1992 destinado a reducir los gases de efecto invernadero tardó hasta 2005 en ser ratificado. La ciencia, y los propios científicos, fueron atacados. Pronto se puso en marcha una pelea feroz, con fuertes discusiones, a menudo financiadas por los intereses de los combustibles fósiles, que cuestionaban la abrumadora evidencia científica.

Lamentablemente para nosotros, estos ruidosos esfuerzos lograron retrasar la acción. Las personas que se niegan a aceptar la ciencia apoyaron la industria de los combustibles fósiles al menos otra década, incluso cuando el cambio climático siguió aumentando, con desastres naturales y olas de calor cada vez más intensas.

El mejor momento para actuar fue 1912. El siguiente mejor momento es ahora.

Después de décadas de contratiempos, la ciencia del clima y los movimientos sociales ahora piden con más fuerza que nunca que se tomen medidas enérgicas y significativas.

La ciencia está fuera de toda duda. Mientras que el primer informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático en 1990 declaró que el calentamiento global "podría deberse en gran parte a la variabilidad natural", el último de 2021 afirma que los humanos "inequívocamente […] han calentado la atmósfera, el océano y la tierra".

Incluso hemos visto un cambio bienvenido en los medios de comunicación previamente escépticos. Y como vimos en las elecciones federales de mayo, la opinión pública está del lado del planeta.

Las políticas climáticas nacionales e internacionales son más fuertes que nunca, y aunque aún queda mucho por hacer, finalmente parece que el gobierno, las empresas y el sentimiento público se están moviendo en la misma dirección.

Usemos el 110 aniversario de este breve fragmento como un recordatorio para seguir hablando y presionando, finalmente, por el cambio que debemos conseguir.

 Fuente: https://www.elperiodico.com/es/verde-y-azul/20220817/primera-noticia-aviso-cambio-climatico-14296441

El capitalismo infiltrado en nuestros cuerpos: una reflexión desde la historia cultural

 El pasado nos sirve para entender que la aceleración de nuestras vidas no es una fatalidad ni responde a fragilidades individuales. Su explicación habría que buscarla en las condiciones que impone el sistema económico

‘Tiempos Modernos’ (Charlie Chaplin, 1936).

Vivimos sacudidos por la prisa. También aquejados por síndromes conceptualizados como hiperactividad, trastorno de déficit de atención, adicciones, estrés, burnout, cansancio crónico. ¿Qué hay detrás de este creciente número de afecciones mentales? El estudio de la cultura material del presente y del pasado nos permite pensar cómo los objetos que acompañan nuestra cotidianeidad condicionan nuestra psicología, nuestros comportamientos y el modo en que nos relacionamos con el mundo. 

Quizás el ejemplo más evidente sean las pantallas. El uso generalizado de tablets y smartphones además de generar adicciones, nos mantienen en continuo en estado de alerta, con notificaciones que nos avisan de cambios de estado, al tiempo que propician un consumo acelerado de contenidos al incitarnos a responder a varias aplicaciones, o incluso pantallas, simultáneamente. En Inglaterra, el diario británico The Guardian señalaba que después del confinamiento de los primeros meses de pandemia los alumnos no se acostumbraban a las clases magistrales tradicionales. Los contenidos a los que accedían en streaming a una velocidad de 1,5 volvían lentas las clases teóricas al uso. La velocidad se ha convertido en un componente más de nuestra cotidianeidad. Vivimos más deprisa, fruto de la exigencia constante de nuestra atención, y somos cada vez más impacientes, producto de la cultura de la inmediatez en que estamos insertos. 

Hace casi medio siglo, una de las escritoras que mejor ha sabido captar los vericuetos de la cotidianeidad en nuestra lengua, Carmen Martín Gaite, advertía ya de esta enfermedad de la prisa y, en particular, del peligro que supone entender que este estado rutinario de velocidad pudiera naturalizarse: “Y es que cuando vemos que a todo el mundo le pasan las mismas cosas no nos paramos a pensar por qué, ni si podrían dejar de pasarle. Nos abandonamos a la inercia de aceptar que lo que ocurre siempre es porque tiene fatales raíces en la esencia de lo humano” (Recetas contra la prisa, 1973).

Esa inercia fatal que nos aqueja, que Martín Gaite formulaba con juiciosa intuición, ha sido cuestionada por la perspectiva histórica. Los modos en que sentimos no están radicados “en la esencia de lo humano” sino anclados históricamente, condicionados de forma histórica y geográfica. Ser conscientes de ello nos permite desuniversalizar y desnaturalizar ciertas prácticas y formas de sentir y actuar. Así, por ejemplo, tendemos a entender el estrés como un condicionante forzoso en nuestras vidas cuando, en cambio, se encuentra inextricablemente unido a unas condiciones de trabajo, las regidas por la productividad del sistema capitalista que somete nuestro mundo. De hecho, los primeros casos de estrés fueron identificados a finales del siglo XIX, en el momento en que se consolidaba la economía industrial, como han demostrado recientemente colegas británicas. No es casual que el consumo de drogas se popularizase entonces, como paliativo ante la aparición de enfermedades nerviosas.

La hiperestimulación a la que se somete el individuo con el surgimiento de la metrópolis moderna y su impacto sobre la psicología del urbanita fueron advertidos a finales del siglo XIX, en plena modernidad capitalista, por el sociólogo Georg Simmel. Lo formuló del siguiente modo, señalando que la cultura objetiva –las producciones materiales– se imponen sobre la subjetividad –la vida mental de los individuos–, es decir, las producciones materiales nos acaban definiendo como individuos. Simmel identificó que la metrópolis moderna ejercía un impacto en la psicología del individuo con su sobrevenir de estímulos: escaparates cambiantes repletos de objetos en transformación, anuncios publicitarios dispuestos en el mobiliario y en el transporte urbanos, o las nuevas relaciones interpersonales definidas por el contacto estrecho y fugaz entre desconocidos. La economía capitalista creaba así las condiciones para una demanda continua de atención que buscaba seducir con sus productos. Todo ello suponía que la cultura objetiva tuviese un impacto definitivo en la psicología del individuo moderno, cuya memoria de sí mismo y su identidad se presentaban inestables por primera vez en la historia a finales del XIX. 

Como componente fundamental de la experiencia perceptiva moderna se sumaba a ello el empleo de tecnologías en constante renovación. El propio nacimiento del capitalismo es consustancial a un artefacto tecnológico: el reloj, que con la Revolución Industrial pasó a convertirse en un objeto necesario en la sincronización del trabajo, y los empleados priorizaban entre sus adquisiciones en cuanto mejoraban sus niveles de vida. 

La tecnología aparece asociada a la ideología del progreso decimonónica. Para un individuo de finales del siglo XIX resultaba evidente que el cambio, la transformación histórica, equivalía a progreso. Eran precisamente la tecnología y las comunicaciones los ámbitos en los que de forma más palpable este se manifestaba. Unas tecnologías ya en el siglo XIX asociadas a la idea de obsolescencia, lo cual exigía, y exige, de sus compradores un adiestramiento constante. Unas tecnologías que se renuevan para mantener vivo el interés en su adquisición, lo que favorece a su vez el consumo, que desde el capitalismo industrial aparece asociado a otro fenómeno contemporáneo como es el fomento de la compra por capricho, innecesaria: de ahí el papel crucial de la publicidad, el escaparatismo y otras técnicas de marketing.

Las tecnologías nacen en el siglo XIX bajo la utopía de hacernos la vida más fácil: evitarnos la escritura mediante el dictado de la voz o ahorrarnos el desplazamiento a los conciertos trayéndonos la reproducción de música a casa. Ambas situaciones planeaban en el imaginario de finales del siglo XIX como utopías realizables en el año 2000. 

Hoy tal vez sea el momento de imaginar nuevos escenarios de futuro. El buceo en el pasado nos sirve para entender que la aceleración de nuestras vidas no es una fatalidad, ni responde únicamente a fragilidades individuales. Su explicación habría que buscarla más bien en las condiciones que impone nuestro sistema económico, que no son las únicas posibles. En efecto, desde el origen del capitalismo existían zonas en el planeta ajenas a la economía capitalista en las que sus habitantes disponían de las necesidades materiales básicas: alimento y cobijo. Sin apelar a evocaciones nostálgicas ni al retroceso tecnológico, pueden ser imaginadas otras condiciones de producción y consumo que den cita a una tecnología más humana y confortable, posicionada en torno al bienestar del individuo. Cambiar las condiciones supondría cambiar nuestra salud y también la de un planeta que flaquea ante el crecimiento económico desmedido y la esquilma de sus recursos. Quizás así podamos volver a sentirnos dueños de nuestros cuerpos y más conectados con nuestro entorno. 

Fuente: https://ctxt.es/es/20220801/Firmas/40512/sonsoles-hernandez-barbosa-estres-capitalismo-relojes-aceleracion-vital.htm

jueves, 18 de agosto de 2022

Corriente lenta

 
Por el río se van mis ojos,
por el río...
 
Por el río se va mi amor,
por el río...
 
(Mi corazón va contando
las horas que está dormido.)
 
El río trae hojas secas,
el río...
 
El río es claro y profundo,
el río...
 
(Mi corazón me pregunta
si puede cambiar de sitio.)

Federico García Lorca

lunes, 15 de agosto de 2022

Décadas antes de la llegada de Colón, ya había cristal veneciano dando vueltas por América. Esta es su historia

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 Cuando los investigadores del Museo del Norte de la Universidad de Alaska encontraron aquellas cuentas de cristal en Punyik Point, un sitio arqueológico a orillas del lago Etivlik (Alaska), no se sorprendieron demasiado. Sí, parecía cristal de Murano; es decir, veneciano. Pero en las últimas décadas del siglo XX se habían encontrado piezas similares en muchos sitios (el Caribe, el Misisipi, el altiplano andino...) fruto del comercio intercontinental que arrancó con la llegada de los españoles a América.

Lo sorprendente (lo que nadie se esperaba de ninguna de las maneras) ocurrió cuando intentaron datar el yacimiento.

¿Se pueden datar unas cuentas de cristal?. Al fin y al cabo, la técnica estrella de datación, el carbono 14, se basa en eso, en un isótopo del carbono que se encuentra de forma natural en el mundo, pero que es inestable; es decir, un isótopo que se va desintegrando poco a poco y que, si no se fuera reponiendo constantemente (por fenómenos naturales y humanos), habría desaparecido hace mucho tiempo.

Es una técnica que se usa con seres vivos porque, a través de la fotosíntesis, el carbono 14 se integra en la cadena trófica. Eso quiere decir que, en principio, no se pueda datar con este método las cuentas de cristal, pero sí se puede datar el cordel que usaron para unirlas y formar una pulsera. O, mejor dicho, podemos datar la fecha aproximada de la muerte de la planta que se usó para hacer ese cordel.

Ahí es cuando los científicos se quedaron boquiabiertos. Porque, como decía, no era especialmente raro encontrar productos extraños allí: Punyik Point era un antiguo asentamiento comercial de Alaska en ruta desde el Océano Ártico hasta el Mar de Bering. No es que fuera algo habitual, pero nada impedía que una vez que las cuentas de cristal (y otros productos europeos) entraran por los puertos de la costa americana oriental, estos acabaran llegando a Alaska.

El problema es que, cuando dataron el hilo que unía a tres de las cuentas, las pruebas dijeron se había creado entre 1397 y 1488. Y eso, claro, no cuadraba. Las cuentas más antiguas que se habían encontrado (en las inmediaciones del Caribe) databan de la década de 1550, pero la mayoría eran de finales de 1600 y principios de 1700. ¿Qué hacía unas cuentas como esas en América décadas antes de la llegada de Colón?

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 Un viaje fascinante. Tras darle muchas vueltas (y buscar indicios en los yacimientos cercanos que señalaran comercio temprano con las zonas de América que tenían contacto directo con Europa), los investigadores se dieron cuenta de que solo había una explicación razonable. Las cuentas debían haber salido de Venecia hacia el este, debían haber recorrido la Ruta de la Seda y debían haber llegado al extremo oriental de Eurasia para luego haber atravesado (posiblemente en kayak) los más de 80 kilómetros de mar abierto se separan este continente de América. Más tarde, siguiendo las rutas comerciales del norte, habrían llegado a Punyik Point.

Las conexiones de Asia y América a través del estrecho de Bering siempre han sido una posibilidad. Por allí, en principio, llegaron los primeros seres humanos a América y por allí, en principio, se daban las mejores condiciones geográficas para construir redes comerciales que permitieran un intercambio estable. Lo que ocurre es que las civilizaciones que habitaban esas latitudes tenían un nivel de desarrollo tecnológico no muy avanzado y eso nos ha impedido encontrar pruebas claras de esto. 

La aparición de estas cuentas cambia el asunto. No reescribe nada, claro:pero sí da buena cuenta de que la historia del mundo es mucho más compleja de lo que parece. Y también, mucho más fascinante.

 Fuente: https://www.xataka.com/investigacion/decadas-antes-llegada-colon-habia-cristal-veneciano-dando-vueltas-america-esta-su-historia

Cómo ha colapsado el Capitalismo en mi país, Sri Lanka

Abdul Harik Azeez
Desde que se sacó esta foto, en 2015, han surgido aun más templos del Capitalismo, y el dios al que estaban dedicados se ha venido completamente abajo. Fotografía: Abdul Harik Azeez.

 El Capitalismo ha colapsado por completo en Sri Lanka, y el país se ha quedado sin petrodólares y, en consecuencia, sin petróleo. Los coches serpentean por la ciudad en colas gigantes ante las gasolineras, cual dinosaurios alineados ante una charca de agua vaporizada por el asteroide. Aún no lo saben, pero ya se han extinguido. Yo paso por allí subido en mi bicicleta, un mamífero que antes resultaba patético y que ahora se mueve más rápido que estos fósiles.

Cojo prestado un coche eléctrico para llevar a los chicos a algún lado y conducimos a través de la Isla de los Esclavos. Tiene semejante nombre porque la gente blanca solía rodear aquí a los esclavos con cocodrilos. Ahora se parece al estado en el que se encuentra todo el país, rodeado por banqueros internacionales y su matón rompe-piernas, el FMI.

La Isla de los Esclavos solía ser el hogar de una hermosa comunidad, pero los echaron a patadas para construir residencias de lujo para nadie y autopistas elevadas hacia ninguna parte. Ahora las residencias están sin terminar y las autopistas están simplemente tiradas en la calle. Enormes pilares permanecen de pie, como los pies de Ozymandias. Su tamaño grita: «¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!». Pero «Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia / de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas / se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas.» 

Abdul Halik Azeez
Hay una desabastecimiento de alimentos mientras la comida se pudre porque las furgonetas no se pueden mover. Fotografía: Abdul Halik Azeez.

 Digo que esto es un colapso del Capitalismo porque, vamos a ver… mirad alrededor. Las inversiones inmobiliarias son los templos del Capitalismo, casas que permanecen tan vacías y bien equipadas como si fueran tronos, para albergar no a seres humanos sino a los ausentes dioses de la avaricia. Los coches son los avatares del Capitalismo, letales piezas de capital que viajan a velocidades sobrehumanas atravesando los cuerpos humanos y las calles.

Durante décadas hemos construido este esquema piramidal, cada vez más alto, por la promesa de una vuelta en coche, una hipoteca a treinta años sobre un hogar. Pero ahora se está viniendo todo abajo, dejándonos bloques de piedra muerta en la carretera, tirados en el medio. Yo los rodeo, en un coche prestado sobre un tiempo prestado. Ahora se ha terminado. El Capitalismo se ha quedado sin gasolina en los extremos del imperio, y está consumiendo humo para funcionar en el resto de lugares. Es toda una diferencia de temporización. Tal como dijo William Gibson, «el futuro ya está aquí. Sólo que está distribuido desigualmente.»

En una era de extinción, por supuesto, los fósiles son los que tienen más suerte. Por lo menos queda alguien para recordarlos. Lo que no ves son todas las vidas —todas las formas de vida— completamente arrasadas por la caída. Todos los cuerpos simplemente devorados por carroñeros, sus huesos blanqueándose al sol para acabar al final desintegrándose. Yo no soy uno de ellos, pero puedo verlo. Todos los fantasmas del apocalipsis vienen a llamar a mi puerta.

Abdul Halik Azeez
El país ya no puede recargar el depósito de sus aviones. Fotografía: Abdul Halik Azeez.

 La gente que menos lo merece es la que se está llevando lo peor. El conductor de tuk-tuk, acarreando mercancías y gente para alimentar a su familia. Tienen que esperar por los pocos litros de combustible que les dan, detrás de un jeep que consume docenas de litros más. El conductor del tractor, que cultiva comida, la furgoneta que lleva mercancías, la familia apilada encima de una motocicleta, la fábrica que intenta conseguir gasóleo para su generador. El colapso del Capitalismo no es una inconveniencia para esta gente, el tema para un artículo. Son los trabajadores que hacen que todo el tinglado funcione, y que cuando este cae, lo hace encima de ellos los primeros.

Los ricos sobrevivirán de algún modo con sus coches eléctricos, sus bicicletas y cascos —ahora más caros—, su posibilidad de irse al extranjero. Los pobres sencillamente se morirán aquí, sin poder cubrirse siquiera con sedimentos, sus huesos descubiertos. Durante las últimas crisis del petróleo en los años 1970, teníamos un gobierno socialista que introdujo el racionamiento para mantener viva a la gente. Ahora tenemos unos fantásticos economistas que nos dicen que liberalicemos (o sea, que subamos) los precios aun más, mientras la gente en realidad se está muriendo de hambre. Así es un colapso bajo el capitalismo. Los carnívoros que nos comían vivos ahora simplemente nos comen muertos. Es la hora de la comida para los economistas de la carroña.

Yo conozco el hambre porque la gente llama a mi puerta pidiendo comida. Lo puedo ver en los ojos de mi gente. Y pese a todo aún nos alimentamos los unos a los otros en las colas interminables, todavía nos damos unos a otros lo poco que tenemos. La vieja cultura, la de antes de que intentásemos ser como los colonizadores, aún persiste. Como las oraciones a los antiguos dioses de la isla, la generosidad aún persiste, incluso a la sombra de los templos de la avaricia blanca. Nos alimentamos unos a otros desesperadamente, con lo poco que tenemos, mientras todo lo que nos prometió el Capitalismo se convierte en ceniza en nuestras bocas.

Vistas a la prosperidad, siempre en la distancia. Abdul Halik Azeez.
Vistas a la prosperidad, siempre en la distancia. Abdul Halik Azeez.

 Colombo es una ciudad sin combustibles fósiles pero llena de fósiles. Los coches serpentean alrededor de los abrevaderos secos, las autopistas yacen muertas encima de las carreteras, las residencias nos miran con ojos muertos, como brontosauros que aún no han terminado de derrumbarse. Colombo es una ciudad cada vez más desprovista de energía, más allá del empuje de una bicicleta de pedales, del fuego de una cocina de leña o de la amabilidad del alma humana. No es mucho, casi no es suficiente, pero tampoco es nada. Pienso en esto mientras salgo de la ciudad en mi bicicleta, o meto a mis hijos en el autobús, aunque en el fondo me siento horriblemente.

Lo triste del Capitalismo es que por mucho que obviamente sea una mierda, la mayoría de nosotros nunca quiso que se acabase, tan sólo queríamos ascender dentro de él. Esta era la promesa del desarrollo internacional: si aguantábamos lo suficiente siendo esclavos podríamos vivir como los amos. Esto por supuesto era imposible, y los rojeras nos lo dijeron, pero no les escuchamos. No queríamos escucharles. Y ahora somos la prueba viviente. El fin del Capitalismo está cerca y la penitencia por el pecado es la muerte.

Lo cierto es que el asteroide ya nos dio en el momento en que el hombre blanco dio con el oro negro. Cabalgaron una ola de destrucción a través del globo y lo llamaron crecimiento, pero era canceroso. Nos ha llevado unos cuatrocientos años, pero los cascotes al final están atragantando la atmósfera y el evento de extinción está llegando fuerte. Plantas, animales y países enteros están empezando a desplomarse. Los más pobres primero.

Puedo verlo donde vivo, a medida que los activos mortíferos se convierten en activos muertos, a medida que los petrodólares y los productos petrolíferos se secan. A nosotros nos ha pasado por razones que son únicas, pero las causas subyacentes son mundiales. El Capitalismo ha colapsado en Sri Lanka y está colapsando por todas partes. Ahora lo puedes ignorar, pero al final hará colapsar el ecosistema en su conjunto, y entonces ¿qué? No tenemos otro planeta. En lugar de eso vamos a tener un planeta cambiado por aquí, uno que se parece a este por el que te he acompañado a dar una vuelta. Bienvenidos al futuro, supongo. Ahora está desigualmente distribuido de una manera salvaje, pero dale un segundo geológico, y verás cómo se reparte.

Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2022/08/14/como-ha-colapsado-el-capitalismo-en-mi-pais-sri-lanka/