«No hay nada más previsible como una crisis de salud pública en
un mundo en el que vivimos unos encima de otros en ciudades abarrotadas y
contaminadas, que una pandemia», señaló Snowden.
Edward Snowden, consultor tecnológico estadounidense,
informante, antiguo empleado de la Agencia Central de Inteligencia y de
la Agencia de Seguridad Nacional, señaló en una entrevista con el
cofundador de VICE, Shane Smith que no hay un solo gobierno en el
planeta que no haya sido advertido, en repetidas ocasiones, de que en
algún momento una pandemia viral barrerá el mundo, causando una muerte
incalculable y trastornos económicos. Y, sin embargo, la mayoría no pudo
prepararse para el nuevo coronavirus.
«Cada académico, cada investigador que vio esto sabía que esto iba a
pasar. Sin embargo, cuando lo necesitábamos, el sistema nos ha fallado, y
nos ha fallado ampliamente», dijo Snowden.
El informante
desveló el esquema de vigilancia de la Agencia de Seguridad Nacional
sobre los estadounidenses en 2012. Para Snowden, estamos muy mal
preparados para la pandemia: «No hay nada más previsible como una crisis
de salud pública en un mundo en el que vivimos unos encima de otros en
ciudades abarrotadas y contaminadas, que una pandemia. Y cada académico,
cada investigador que estudió esta situación, sabía que esto iba a
suceder. Y, de hecho, incluso las agencias de inteligencia, puedo
decirles de primera mano, porque solía leer los informes que habían
estado planeando para las pandemias».
El experto no ve que los regímenes autocráticos son mejores para
tratar con cosas como esta que los democráticos. «Hay argumentos que
dicen que China puede hacer cosas que los Estados Unidos no pueden. Eso
no significa que lo que estos países autocráticos están haciendo sea
realmente más efectivo».
Snowden opina sobre si se puede confiar en los números de muertos o
infectados que se dan a conocer: «No creo que podamos. En particular,
vemos al gobierno chino trabajando recientemente para expulsar a los
periodistas occidentales, precisamente en este momento en el que
necesitamos advertencias creíbles e independientes en esta región».
Finalmente, sobre el derecho a la privacidad, Snowden declara que «a
medida que se extiende el autoritarismo, que proliferan las leyes de
emergencia, que sacrificamos nuestros derechos, también sacrificamos
nuestra capacidad para detener el flujo hacia un mundo menos liberal y
menos libre.
¿Usted realmente cree que cuando la primera ola, esta
segunda ola, la 16ª ola del coronavirus sea un recuerdo largamente
olvidado, estas capacidades no se mantendrán? ¿Qué estos conjuntos de
datos no se conservaron? No importan cómo se use, lo que se está
construyendo es la arquitectura de la opresión», indicó.
El Reglamento General de Protección de Datos europeo no será efectivo hasta que las plataformas paguen el 4% de sus beneficios en multas cada año", afirma el exanalista de la NSA, que hoy publica sus memorias "Los presidentes escogen a Amazon porque practican el culto de la eficiencia", asegura Snowden, que denunció la existencia de la red de vigilancia más poderosa del mundo "La única manera de evitar el abuso de poder es limitar la eficiencia de ese poder", explica
Su infancia son recuerdos de un
Commodore 64 y del mundo infinito de los canales del IRC. Su
adolescencia, la típica de un estudiante con inquietudes técnicas,
afición por los Multijugadores Masivos y el resentimiento contra la
autoridad. "Era demasiado guay para recurrir al vandalismo y no lo
suficiente para drogarme. (…) En lugar de eso, empecé a hackear".
Sus
habilidades le llevaron de los canales del IRC a la administración y el
análisis de sistemas para las agencias de inteligencia más poderosas
del mundo, sin sacarse un solo título universitario. Su conciencia le
condujo a denunciar la existencia de la red de vigilancia más poderosa y
peligrosa del mundo, y al exilio forzoso en Moscú, donde vive desde que
EEUU le revocó el pasaporte en agosto de 2013. Su libro de memorias, Vigilancia permanente,
se publica este martes 17 de septiembre en todos los países a la vez.
Hablamos en exclusiva con el espía más famoso del mundo sobre sus
memorias, el futuro de las comunicaciones y la posibilidad de
reconstruir un sistema más justo con leyes, tecnología y el espíritu de
resistencia de la comunidad.
En el libro hablas de los boletines,
el IRC y esa atmósfera del Internet primigenio en el que un Snowden de
14 años podía aprender a construir un ordenador o a escribir código con
la asistencia desinteresada de especialistas sin más ambición que la
voluntad de aprender y la responsabilidad de contribuir a una comunidad
técnica fuerte y preparada. ¿Podemos volver allí?
Ese
momento es crucial. Porque, si recuerdas los primeros y mediados 90,
sabes que había un sentido de comunidad, que estabas allí porque querías
estar allí y era como eso que dicen de que hace falta todo un pueblo
para educar a un niño. Los niños como yo éramos adoptados por adultos
competentes en una especie de tutoría casual. Claro que había flamewars
pero nadie se las tomaba en serio porque Internet no se tomaba en
serio. Ahora no hay ese sentido de la comunidad ni ese sentido de
responsabilidad. Los mayores odian a los jóvenes, los jóvenes desprecian
a los mayores. ¡Millennial es un insulto! La
cuestión es, cómo recuperar ese sentido de la fraternidad cuando la
tecnología ha dejado de conectar a las personas para animarlas a
establecer su identidad en oposición a todo lo que no son.
El
problema no es en la tecnología sino el objetivo de esa tecnología. La
de ahora está diseñada para la explotación de los usuarios, no para
incentivar la fraternidad. No hay ninguna razón por la que no podamos
implementar redes distribuidas entre pares con otros objetivos.
Totalmente
cierto, y es lo que estamos viendo en ciudades como Hong Kong. Otro de
los grandes temas del libro son los Sistemas: sistemas políticos,
sistemas legales, sistemas tecnológicos. Y, como dices, no es la
tecnología lo que está fallando; la tecnología funciona bien. La
cuestión es para quién trabaja. Lo que falla es el sistema, no la
tecnología. Y lo que vemos es que, cuando la necesidad les empuja a
escapar de ese sistema o tratar de reconstruirlo, es cuando surgen esas
redes distribuidas, esas comunicaciones basadas en bluetooth y otras
redes ad-hoc. Lo vemos una y otra vez en las manifestaciones porque
ponen a la policía en una disyuntiva mucho más compleja. Ya no pueden
bloquear Signal o Telegram sino que tienen que bloquear todas las redes
wifi, bloquear las antenas. Pero ya no pueden sabotear de manera
selectiva a los usuarios de ciertas aplicaciones sino que tienen que
cortar las comunicaciones para toda la población. Y hay gobiernos que no
quieren hacer eso.
Cada vez hay más gobiernos dispuestos a cortar Internet.
Sí,
pero mira, cuando Rusia trató de cortar Telegram porque no facilitaban
las claves para descifrarlo –y que quede claro que no estoy recomendando
en absoluto el uso de Telegram–, el Kremlin fue a su oficina de
censura, Roskomnadzor, que es la agencia reguladora de comunicaciones
del Estado, y les dijo que bloquearan Telegram. Pero Telegram estaba
alojado en la nube de Google y en la nube de Amazon. Y Amazon los echa,
pero Google no, y no pueden bloquear Telegram en Google sin bloquear la
mitad de sus propias IPs. Al final consiguieron que los cientos de miles
de empresas que dependían de los servicios de Google, incluyendo el
propio gobierno ruso, se quedaran sin servicio –y sin taxis y sin comida
a domicilio y sin pagos por móvil– porque todo está centralizado en los
servidores de un par de gigantes tecnológicos. Una posición muy
ventajosa si eres uno de esos dos gigantes o si eres uno de los
gobiernos capaces de coaccionar o seducir a uno de esos gigantes para
que haga lo que tú quieres.
Y muy mala si no eres ninguna de las dos cosas.
Si
eres cualquier otro, es una posición muy vulnerable. Estamos
construyendo vulnerabilidades sistémicas, concentrando nuestras
comunicaciones, toda nuestra experiencia, en estos pocos gigantes.
Cuando la web primigenia de la que hablábamos desapareció, esas empresas
salieron en busca de un nuevo producto y ese producto fuimos nosotros. Y
se colocaron oportunamente en medio de todas nuestras interacciones:
cuando hablas con tu madre, cuando compras una pizza, cuando ves una
serie, cuando sales a correr. Ellos están ahí, registrando todo lo que
haces pero lo importante no eres tú sino todos nosotros. Y ahora que ya
empiezan a tener el registro permanente de la vida privada de todos,
ahora ellos tienen el control. Ya no somos colaboradores ni usuarios ni
clientes. Somos su presa, sus súbditos, su material.
En
el libro cuentas que te caíste del guindo cuando preparabas una charla
sobre la red de vigilancia del Gobierno chino para la agencia. Te diste
cuenta de que los chinos no estaban usando ninguna tecnología que los
americanos no usaran también. ¿Cuál es la diferencia entre el sistema de
crédito social chino y la red de vigilancia de EEUU, aparte de la
visibilidad del primero y la opacidad del segundo?
China
vigila abiertamente a sus ciudadanos y nosotros lo hacemos en secreto.
Pero antes, al menos, podíamos decir que nosotros no encerrábamos a la
gente en campos de concentración. Ahora mira lo que está pasando en
nuestra frontera. O con la lista negra de terroristas, que solo ahora
conocemos después de décadas de secuestros y operaciones secretas. Aún
hoy, si estas en la lista no puedes saber por qué y por lo tanto no
puedes defenderte para que te saquen de ella. En democracia, la
visibilidad de las operaciones es lo que te permite defenderte de ellas.
En China desgraciadamente no se puede resistir al estado. Pero en las
democracias liberales, los gobiernos mantienen en secreto su red de
vigilancia porque saben que generará el rechazo de la población. Y
pueden hacerlo gracias a que las empresas privadas que facilitan esas
redes de vigilancia pueden actuar con el mismo secreto, y la misma
impunidad.
Hace poco vimos cómo Google y Facebook y
Apple con Siri entregan nuestras conversaciones privadas a empresas
externas y ninguno de los usuarios de sus servicios parecía saberlo. Una
especialista como tú que estudia el fenómeno, que conoce la tecnología,
puede intuir y deducir que la vigilancia de masas está ocurriendo, pero
no lo puede demostrar. Y es esa chispa de distancia entre saberlo y
poder demostrarlo es lo que lo cambia todo en una democracia. Porque, si
no podemos estar de acuerdo en los hechos, no podemos tener un debate
acerca de qué hacer al respecto.
¿Quién
crees que es más peligroso, Donald Trump y el poder de su gobierno o
Jeff Bezos, que aloja y procesa la mitad de Internet?
La
gente diría Donald Trump, porque es evidentemente una persona horrible.
Pero Trump no es el problema, sino el producto derivado de los errores
del sistema. Pero la gente como Jeff Bezos sobrevive a los presidentes,
no está sujeta a elecciones democráticas y tiene en sus manos el control
de la infraestructura de todo el planeta. Es una amenaza completamente
distinta. En Silicon Valley te dirán que Bezos no tiene un ejército, y
es verdad. Pero Bezos no tiene un país ni necesita uno, porque tiene más
dinero que muchos países.
¿Dirías que las grandes plataformas pueden competir con los estados nación?
De
momento, los gobiernos tratan de beneficiarse del poder de estas
empresas y las empresas entienden que se pueden beneficiar con menos
regulación y la habilidad de influir directamente sobre la legislación,
teniendo línea directa con presidentes, ministros, etc. Esta es la
historia que cuentan los documentos PRISMA. Se pueden leer como un
timeline: primero, cae uno; después, otro. El resto ven que la
competencia lo hace y piensan oye, si ellos lo hacen y no hay
consecuencia, nosotros lo hacemos también.
No piensas que vayan a dividir esos monopolios como hicieron con AT&T.
Los
gobiernos obtienen su poder de esas empresas. ¿Cómo encuentran a la
gente a la que quieren matar? El exdirector de la NSA, Michael Hayden,
dijo literalmente: "matamos gente basándonos en metadatos". Sólo
metadatos. Si creen que este teléfono pertenece a un terrorista,
enviarán un misil contra la granja donde está localizado el teléfono,
sin importar quién lo tiene en la mano porque lo que quieren es acabar
con quien sea que usa ese teléfono y eso es peligroso. Es peligroso
creer que puedes conocer a alguien, conocer sus planes, sus intenciones,
su territorio; si son criminales, si son inocentes. Que puedes
comprender a alguien así. Incluso si tienes acceso total a sus
comunicaciones, la gente cambia de parecer, comete errores, miente
incluso a las personas que más quiere. Nuestras comunicaciones no son el
espejo de nuestra alma pero los gobiernos toman decisiones basadas en
esos datos. Y así las justifican.
Y la legislación no evoluciona precisamente a favor de la privacidad.
Es
2019 y ya vemos lo que ocurre en Rusia, en China y en los EEUU. Pero
incluso los países donde la vigilancia era ilegal de pronto la han
legalizado después de un escándalo. Primero en Alemania [Intelligence Service Act, 2016], después en UK [Investigatory Powers Act, 2016] y lo mismo en Australia [The Assistance and Access Act
2018]. Y no dudo de que está pasando o pasará en España próximamente.
La respuesta a los escándalos sobre vigilancia no ha sido hacer que los
servicios de inteligencia se ajusten a la ley, sino hacer que la ley se
ajuste a los servicios de inteligencia.
Por otra
parte, la cuarta enmienda en EEUU limita las capacidades del gobierno y
del Estado pero no limita las de las empresas privadas. Este es un
problema sistémico, un agujero estructural. Así que, cada vez que
pienses en el poder de estos gobiernos, debes saber que proviene de los
datos corporativos. Los gobiernos son peligrosos porque tienen acceso a
todo lo que has puesto en el buscador de Google. Si no tienes una cuenta
de Gmail, toda la gente que conoces tiene una y guarda copias de tus
comunicaciones.
De hecho, ahora hay congresistas pidiendo que las empresas tecnológicas sean las que decidan sobre temas como la libertad de expresión.
Efectivamente,
los gobiernos están empezando a delegar su autoridad a estas empresas, a
convertirlos en pequeños sheriffs para que funcionen como agentes
gubernamentales e impongan nuevas reglas, como qué se puede y no se
puede decir y todo ese debate acerca del "deplatforming"
[expulsar de la plataforma]. Se trata de una delegación de autoridad,
voluntaria y deliberada, por parte de los gobiernos sobre estas
empresas. Y lo que va a ocurrir, puede que no en dos años, pero en los
próximos diez, cuando se den cuenta de que han ido demasiado lejos, es
que no van a poder recuperar esa autoridad. Porque estas compañías
habrán cambiado la manera en la que opera el sistema. Estas compañías
opacas que no responden ante la ciudadanía habrán cambiado la manera en
que la gente lee, come, conduce, trabaja, piensa y vota.
Una
delegación de funciones que perjudica especialmente a los usuarios que
ni siquiera son ciudadanos estadounidenses ni tienen derechos en esa
legislación.
¡Exacto! ¿Cómo vais a controlar
a Facebook en España, si ni siquiera os reconoce como una autoridad
competente? El parlamento británico llama a Mark Zuckerberg a testificar
y Mark les contesta "no sois lo bastante importantes para que yo vaya,
voy a mandar a uno de mis agentes". Cuando ocurre algo así y no hay
consecuencias, el precedente se extiende al resto de los CEOs de estas
plataformas que dicen voy a pasarme un poco más de la raya a ver qué
pasa. Y si los gobiernos han dejado de ser un mecanismo apropiado para
expresar la voluntad de la ciudadanía, un instrumento para decidir el
futuro de esa sociedad, qué es lo que nos queda. A dónde vamos.
Lo
que vemos en Hong Kong, entre otros lugares, es una balcanización de la
red a través de las plataformas: si quieres escapar del control chino,
usas plataformas americanas; y si quieres escapar de las americanas,
entonces usas plataformas rusas exiliadas en Berlín, como Telegram.
Lo
que vemos en Hong Kong ya ha pasado antes: cuando nuestros modelos de
autogobierno empiezan a fallar, inmediatamente pasamos al modo
resuelveproblemas. Nos volvemos extremadamente utilitarios, fríamente
pragmáticos y hacemos lo que tengamos que hacer para llegar a mañana, a
pasado mañana y a la semana que viene, lo que haya que hacer para
conseguir nuestros propósitos y seguir viviendo como queremos vivir. Y
empezamos a elegir estas frágiles alianzas temporales sin darnos cuenta
de que tienen un precio.
En Europa
hemos optado por la GDPR, donde seguimos dependiendo de las plataformas
pero interponemos una capa de legislación como medida profiláctica. ¿Es
una estrategia más realista?
La GDPR es
significativa porque al menos demuestra una intención de cambiar esas
estructuras torcidas. Pero no está siendo efectiva, ni lo será hasta que
las plataformas paguen el 4% de sus beneficios en multas cada año,
hasta que cambien de modelo. Y, de momento, ninguno de los comisionados
europeos ha mostrado un verdadero interés por implementar esa solución.
Quieren tratar a Facebook como un aliado. Facebook no es un aliado, no
es un amigo. Apenas es un servicio realmente útil. Facebook es un
depredador.
Facebook es la reencarnación de todos los
errores que hemos cometido en nuestras políticas y leyes en los últimos
30 años. Es el fantasma que ha venido a atormentarnos. Y la manera de
exorcizarlo es cambiando cosas. Cambiando la legislación, cambiando la
tecnología, cambiando nuestras decisiones como consumidores y como
ciudadanos. Es un cambio que no puede ocurrir en un solo nivel.
Y con una descentralización radical de las infraestructuras.
Uno
de los motivos por los que tenemos este problema es que no hay espacio
para la competencia. Las plataformas han diseñado sus servicios de tal
manera que se han convertido en la autoridad central. Cualquiera que
necesite métricas para ver cómo funciona su propia aplicación tiene que
usar Firebase, la SDK de Google o Graph, la API de Facebook. Y toda la
información de los usuarios de tu App pasa a ser de Google y de
Facebook, sin que ellos lo sepan. Porque los usuarios no saben lo que es
una SDK ni lo que es una API ni cómo funciona una App ni cómo funciona
el teléfono. Solo saben apretar iconos. Tienes que ser un experto para
saber usar estos dispositivos de manera segura. Y en el contexto de una
autoridad central cada vez más corrupta, y de un estado de
insatisfacción cada vez más patente y de una administración cada vez más
incompetente, estas compañías han empezado a reemplazar a los gobiernos
en pequeñas tareas administrativas. Como, por ejemplo, mantener bases
de datos actualizadas de los ciudadanos, algo que hasta ahora era
derecho único del estado.
O
mantener datos biométricos de la población, algo que antes solo podía
hacer la policía en casos justificados. ¿Cómo se resiste a esa clase de
autoridad centralizada, corporativa, invisible y opaca?
Hay
gente como Tim Berners Lee tratando de redescentralizar la red. Porque
tenemos que cambiar la arquitectura de nuestras redes. Por ejemplo, tus
lectores se habrán preguntado alguna vez por qué suena tu teléfono y
ningún otro teléfono del mundo, cuando alguien te llama. ¿Cómo saben que
eres tú? Por los identificadores únicos universales. Cada teléfono
tiene al menos dos. Tienes el IMEI en el dispositivo, tienes tu IMSI en
la tarjeta SIM y tu teléfono va gritando esos números al viento en todo
momento, tan alto como lo permita el teléfono, hasta que la torre más
cercana responde a la llamada, registra tu nombre y le dice al resto de
la red que le pasen todas tus comunicaciones porque ahora estás en su
jurisdicción. Y estos registros se guardan durante todo el tiempo que
pueden.
Edward Snowden, por Lindsay Mills
Las operadoras en EEUU tienen registradas
todas las llamadas que hemos hecho desde 1987. Y el de todos nuestros
movimientos desde 2008. Cualquier operadora conoce los detalles de tu
vida mejor que tú. La única manera de evitar estos registros es crear
estructuras alternativas, sistemas alternativos, protocolos alternativos
que no requieran una autoridad central. Que no requieran confiar
demasiado poder en las manos de unos pocos. Históricamente, cuando hay
demasiado poder acumulándose en el garaje de alguien como Jeff Bezos, es
solo cuestión de tiempo que lo use en su beneficio personal y en
detrimento del bien común. Y eso no va a cambiar mientras tenga la
oportunidad delante. La cuestión es cómo cierras esa oportunidad. No
basta con cambiar a Jeff Bezos por otro, a Mark Zuckerberg por otro.
Hace falta un cambio holístico, un cambio estructural.
Ahora mismo la fórmula mágica de las
tecnológicas –ofrecer servicios gratuitos a cambio de datos– se expande a
nuestras ciudades y gobiernos. El mismo Pedro Sánchez regresó de
Bruselas hace unos meses celebrando un "acuerdo sin precedentes" con
Amazon Web Services para mover la administración del Estado a la Nube de
Amazon. Tampoco puedes tirar el móvil, abandonarlo todo y huir a las
montañas porque tus identificadores únicos universales son tu cara y tu
voz. Estas tecnologías están cada vez más diseñadas para controlar los
movimientos de grandes masas de gente por todo el planeta, son los
centinelas de un planeta al borde del desastre climático. ¿Tiene sentido
seguir pensando en una Internet global descentralizada como Berners-Lee
¿No es mejor trabajar en miles de redes comunitarias locales, capaces
de conectarse entre sí pero autosuficientes?
Los
presidentes escogen a Amazon porque practican el culto de la
eficiencia. Y esas formas de brutal sobreidentificación que mencionas,
con esos identificadores biométricos que son indelebles, porque no se
pueden cambiar –pero sí copiar, hackear, suplantar y duplicar–,
presuponen que la identificación es buena porque optimiza la eficiencia.
Habrás notado que el 80% de los países exigen ahora que te registres
para poder tener un teléfono móvil. Que no haya un solo teléfono sin
identificar.
El culto de la eficiencia significa que,
si algo puede hacerse más rápido, por menos dinero y con menos esfuerzo,
entonces es mejor. Todo el mundo está de acuerdo en eso. Pero si lees
cualquier constitución de cualquier democracia liberal, como la de EEUU,
verás que en nuestra Carta de derechos, cuatro de las principales
enmiendas están diseñadas explícitamente para hacer que el trabajo del
gobierno sea más difícil, menos eficiente. Y esto es lo que a menudo se
olvida: la clase de dirigente que practica el culto de la eficiencia
olvida que el exceso de eficiencia por parte del gobierno es una amenaza
fundamental para la libertad de los ciudadanos.
Queremos
que el trabajo de la policía, el trabajo de Hacienda, el trabajo de los
publicitarios sea difícil, para que solo nos enfrentemos a esos grandes
poderes cuando sea absolutamente necesario. Que el ejercicio de
investigar la vida de una persona sea tan costoso, tan difícil, que solo
se utilice cuando la alternativa sea impensable. Hace 30 años
necesitabas un equipo coordinado de tres personas para vigilar a una
sola persona. Hoy tienes una persona vigilando a poblaciones enteras. La
única manera de evitar el abuso de poder es limitar la eficiencia de
ese poder.
El 5G es el colmo de la eficiencia.
[Se
ríe a carcajadas] Ya, ya. Cuando empezamos a hablar de la tecnología de
ondas milimétricas [mWT] y de los puntos de acceso ultralocal que
transmiten tu posición, no en el edificio ni en la habitación sino en
una parte de la habitación, en un pasillo de la tienda, se me ponen los
pelos de punta. No puede haber sino una ceguera ética completamente
deliberada por parte de los responsables de este desarrollo. Hay una
cosa: cuando en EEUU se han implementado este tipo de tecnologías, se ha
hecho pensando que éramos los únicos capaces de explotar sus
vulnerabilidades, pero ahora vemos a nuestros vecinos y enemigos ponerse
a la vanguardia. Por eso creo que veremos que el mundo de las redes y
del software va a ser más seguro, más difícil de comprometer. Pero que,
por otro lado, los gobiernos y compañías incluirán vulnerabilidades para
su propia explotación, creando debilidades sistémicas que serán
inevitablemente descubiertas por otros gobiernos, por otras empresas,
por otros grupos organizados, con terribles consecuencias. Cuando eso
pase, espero de todo corazón que tengamos redes locales ciudadanas.
España ha sido pionera en 5G con fibra de Vodafone y antenas de Huawei. ¿Qué te parece?
Sabemos
a ciencia cierta que tanto los chinos, como los británicos usan su
acceso a estas redes para perjudicar al resto del mundo. Este es el status quo,
la naturaleza de un poder que ya conocemos hoy.
Ahora, ¿cómo gestionas
eso sin frenar el progreso? No es fácil. En el caso de 5G, tenemos un
proceso en marcha que no sirve el interés público y tenemos una
capacidad de producción que solo existe en un puñado de países, porque
nuestras leyes de propiedad intelectual están tan rotas que incluso si
un grupo de ingenieros españoles quisiera y supiera cómo implementar
estas tecnologías, no tienen las patentes para fabricar los chips
necesarios o las radios para producir estas transmisiones de manera
independiente y segura. Todas las fábricas están en China o Taiwan,
todas las patentes están en EEUU, China, UK o Noruega. Y EEUU tiene la
información, porque el 80% del tráfico de contenidos pasa por EEUU. Las
revelaciones de 2013 son el resultado directo de esa brutal asimetría en
el acceso a la información.
No basta con cambiar
gobiernos. Nada cambiará mientras vivamos en un mundo donde los chips
solo pueden ser americanos o chinos, donde los métodos para fabricar
radios que operan en cierta frecuencia tienen que estar licenciados y
cumplir la legislación estadounidense o china, aunque vivas y trabajes
en España, o Colombia o Chile. Donde la gente que ha creado el sistema
en el que nos movemos siga colonizando los medios de producción, los
medios de expresión.
Han convertido la propiedad
intelectual en una herramienta de control político y social a escala
global. Hasta que empecemos a mirar ese sistema y empezar a cambiarlo de
manera que se puedan modificar estos aspectos fundamentales, la
tendencia será la misma que hemos vivido hasta ahora: desempoderar a la
ciudadanía para empoderar a las instituciones. Un concepto completamente
antidemocrático.
Parece que la ventana de oportunidad existe, pero se está cerrando rápidamente.
Creo
que estamos viendo la tensión de un mundo al límite, y que estamos al
borde de algo y podemos caer en dos direcciones opuestas. Si caemos en
la dirección correcta, habrá reforma. Si caemos en la mala, habrá
revolución. Pero no podemos seguir como hasta ahora.
Estás
en Rusia desde hace seis años porque tu gobierno te revocó el
pasaporte, pero ibas camino de Ecuador. En vista de las actuales
circunstancias, podemos decir que tuviste suerte.
Es
una de esas ironías del destino. El gobierno de los EEUU trató de
destruir mi vida exiliándome de forma permanente en un lugar donde soy
un arma política, porque pueden desacreditarme sin responderme,
simplemente apuntando en el mapa. Pero puede que, con ese castigo, hayan
salvado mi vida sin quererlo. Si ahora estuviera en Ecuador, bajo el
mandato de Moreno y su desesperación por mostrar su lealtad a los EEUU,
no es que crea que mi asilo hubiera sido revocado. Creo que
probablemente estaría muerto o encarcelado, como Julian Assange.
Como director de la Freedom of the Press Foundation, qué futuro crees que le espera a este caso.
Creo
que este caso se va a alargar durante años. Y creo que ha sido un error
por parte de EEUU perseguir a un editor por publicar. Porque hay que
tener claro que es eso de lo que ha sido acusado. No persiguen a Assange
por ninguna de las numerosas polémicas que ha generado a lo largo de
los años. Hay numerosas razones contra él. Pero los EEUU persiguen a
Assange por el mejor trabajo que ha hecho Wikileaks. Y si dejamos que
ganen, entonces nos merecemos el mundo que viene después.
Citizenfour es una película documental del 2014 dirigida por Laura
Poitras que trata sobre Edward Snowden y la revelaciones sobre la red de
vigilancia mundial. Es la tercera parte de una trilogía que incluyen My
Country, My Country y The Oath. Filmada en el estilo de cinéma vérité,
la película se estrenó en Estados Unidos el 10 de octubre de 2014 en el
Festival de Cine de Nueva York y en el Reino Unido el 17 de octubre de
2014 en el Festival de Cine de Londres. La película incluye a Glenn
Greenwald y fue co-producida por Poitras, Mathilde Bonnefoy y Dirk
Wilutzky, con Steven Soderbergh y otros como productores ejecutivos.
Citizenfour ganó el premio de la Academia por mejor documental largo.
El informático que desveló el espionaje masivo de EE.UU. lanza una
campaña para que Barack Obama le conceda un indulto antes de que termine
su mandato
Edward Snowden.
Freedom of the Press Foundation
Edward Snowden quiere volver a casa. Hace tres años, el joven
informático estadounidense vio cómo su gobierno le revocaba el
pasaporte, cuando se encontraba en el aeropuerto de Moscú. Si lograse
volver a América, Snowden se enfrentaría a un juicio por delitos de
‘espionaje’ y robo de secretos de Estado por entregar a dos periodistas
un millón y medio de documentos clasificados. La filtración sirvió para
arrojar luz sobre los sistemas de vigilancia masiva que los gobiernos de
EEUU y el Reino Unido habían implantado en todo el mundo. Casi nadie
duda de que su escuálido cuerpo de treinta y tres años de edad pasaría
la siguiente treintena en prisión.
Pero Snowden no se rinde. La semana pasada, su equipo de defensa
presentó una campaña para pedir un indulto a Barack Obama antes de que
este deje la Casa Blanca en enero. La campaña ha logrado sacudir al
menos momentáneamente a la opinión pública. Se presentó en una rueda de
prensa el 14 de septiembre con representación de Human Rights Watch,
Amnistía Internacional y la American Civil Liberties Union (ACLU),
coordinada con anuncios efectistas a toda página en los principales
periódicos del país. El lanzamiento coincide con el estreno de Snowden,
la película de Oliver Stone sobre la vida del analista informático, que
fuera subcontratado por la National Security Agency (NSA).
Se trata de una petición dirigida directamente a Obama, y que, por
tanto, se ‘salta’ al Departamento de Justicia. “Es un caso
extraordinario”, señala Noa Yachot, estratega de comunicación de la
ACLU, que dirige la campaña ‘Pardon Snowden’. Yachot apunta que es
habitual que los presidentes aprovechen sus últimos meses en el cargo
para tomar decisiones políticas que hubieran resultado demasiado
“arriesgadas” antes. “Es el momento de que Obama considere cuál será su
legado en materia de Seguridad Nacional, así que apelamos a él
directamente para que aproveche esta oportunidad”.
Desde que Snowden contactase con el periodista Glenn Greenwald, entonces en The Guardian,
y la cineasta Laura Poitras, para entregarles los documentos de la NSA,
las consecuencias de sus revelaciones han sido extraordinarias: en mayo
de 2015, un tribunal declaró ilegal la sección 215 de la Patriot Act,
que justificaba la recolección masiva de información sobre llamadas
telefónicas. Poco después, el Congreso sustituyó la polémica norma con
la USA Freedom Act, que limitaba el poder del Estado para hacerse con
información de comunicaciones privadas. Era la primera vez que el poder
legislativo estadounidense intercedía para poner coto a la vigilancia
del ejecutivo sobre sus ciudadanos desde 1970. Además, un panel de
expertos nombrados por Obama, recomendó decenas de reformas mucho más
ambiciosas que siguen pendientes de aprobación. Tampoco el sector
privado se salió de rositas: gigantes tecnológicos como Apple o Google,
que habían sido cómplices del espionaje masivo del gobierno
estadounidense dentro y fuera de sus fronteras, se vieron obligadas a
cifrar las comunicaciones de sus usuarios, ante el bochorno (y la
amenaza de pérdida de clientes) que se les vino encima.
“Los beneficios de la filtración son enormes e innegables”, señala
Trevor Timm, director ejetcutivo de la Freedom of the Press Foundation.
“Snowden abrió el debate sobre cuestiones fundamentales sobre
privacidad, y permitió que el pueblo estadounidense supiera lo que se
estaba haciendo en su nombre”, concluye.
Hay quien no lo tiene tan claro. “Snowden es un traidor”, opina Fred
Fieltz, exanalista de la CIA y vicepresidente del think tank conservador
Center for Security Policy. “Sin duda, lo que hizo benefició al ISIS, a
Al Qaeda, a los chinos y a los rusos, que se hicieron con material muy
importante y sensible. Tenía una obligación legal, e hizo un juramento
para protegernos. Pero decidió romper con su obligación y filtrar toda
esa información a la prensa. Es un desequilibrado que actuó movido por
el revanchismo. Si de mí dependiera, lo mandaría a Guantánamo, para que
se codee con los terroristas a los que tanto ayudó”.
Fieltz no es el único que cree que la filtración de Snowden trajo
consigo la muerte de civiles inocentes. En noviembre, tras la masacre de
la discoteca Bataclan, en París, el exdirector de la CIA, James Woosley
pidió públicamente la ejecución de Snowden tras acusarle de haber
facilitado que los autores de los atentados encubrieran sus
comunicaciones electrónicas, después de conocer las tácticas que las
autoridades utilizaban para interceptarlas. (Woosley no tuvo nada que
decir sobre los numerosos atentados que tuvieron lugar en Occidente
antes de las filtraciones de Snowden, como los del 11-M en Madrid o el
7-J en Londres, en 2004 y 2005 respectivamente).
Un estudio de la publicación especializada Flashpoint demostró
en 2014 la escasa influencia que la filtración de Snowden tuvo sobre
cómo se comunican los yihadistas, que ya tomaban precauciones contra la
vigilancia gubernamental mucho antes de trascender los documentos
filtrados por Snowden. “Deberíamos dar las gracias a Snowden por las
reformas que propició en vez de castigarle”, señala Yachot.
Incluso entre quienes conceden que Snowden abrió un debate sustancial
que llevó a reformas importantes, algunos le critican por haber hecho
pública información sobre cómo espía Estados Unidos a ciudadanos de
otros países e incluso a otros gobiernos.
“A los defensores de Snowden les gusta hablar sobre las cuestiones de
vigilancia a nivel nacional”, señala Bradley Moss, abogado
especializado en cuestiones de seguridad nacional. “Pero obvian algo
fundamental: la mayor parte de lo que reveló tiene que ver con la
vigilancia que nuestro gobierno hace de ciudadanos extranjeros, de otros
gobiernos o de terroristas. Eso invalida toda posibilidad de indulto:
las responsabilidades del presidente lo son para con sus ciudadanos, no
con el resto del mundo”.
Pero esa visión de la privacidad choca con un mundo globalizado en la
que la información fluye gracias a internet, señala Sherif Elsayed-Ali,
director de tecnología y derechos humanos de Amnistía Internacional.
“Estados Unidos tiene obligaciones de derecho internacional, y es
firmante de varios tratados que reconocen el derecho a la privacidad,
tanto a nivel doméstico como internacional”, recalca. Elsayed-Ali añade
que el bien social logrado por los actos pesa más que el delito que
cometió al filtrar los documentos. “Creemos que no tendría que haber
sido procesado”.
Snowden siempre ha defendido que actuó guiado por el principio de
defensa del bien común, y consternado por las violaciones de derechos
que observaba a diario. En la biografía de su perfil de Twitter –desde
el que sólo ‘sigue’ a la NSA— declara: “Antes trabajaba para el Estado;
ahora trabajo para el pueblo”. Si realmente tenía fines tan altruistas,
apunta Moss, podría haber utilizado canales de queja internos para
denunciar excesos, o incluso hablado con parlamentarios estadounidenses
que, como él, tenían acreditación legal para conocer los detalles de los
programas de vigilancia. “El caso es que no lo hizo”, señala.
“Compartió la información con periodistas que no tenían derecho a
conocerla. Siempre me ha parecido imprudente y soberbio por su parte”.
“Eso no es así”, apostilla Timothy Edgar, jurista especializado en
ciberespionaje y derechos civiles, que trabajaba en la NSA al mismo
tiempo que el analista informático. “Snowden no podía utilizar canales
de queja internos. Lo sé porque yo estaba ahí, en un puesto de mayor
responsabilidad que el suyo, y alcé la voz sobre muchos de los mismos
abusos que él denunció. No hubo cambios. Para lograrlos, Snowden tuvo
que hacer sus pública la información”.
La cuestión de qué motivó a Snowden a llevar a cabo su filtración es
fundamental para su defensa, pero si regresa a Estados Unidos sin que
medie el indulto presidencial, será juzgado de acuerdo con la Ley de
Espionaje. Esta norma, aprobada en plena Primera Guerra Mundial, no
distingue entre quienes venden secretos de Estado a otros gobiernos y
los que, como Snowden dice que hizo, los ponen a disposición de
periodistas responsables para propiciar el debate y las reformas
necesarias. “Bajo esa ley, el proceso penal contra Snowden sería
inherentemente injusto”, señala Trevor Timm. La ley no permite que el
acusado haga referencia al motivo por el que actuó como lo hizo, ni que
apele al bien común o a la ausencia de daño a la seguridad nacional como
defensa al dirigirse al jurado hasta después de haber sido declarado
culpable o inocente. “De hecho, estaría silenciado a la hora de hacer
cualquier defensa posible”, culmina Timm. “Por eso es necesario el
indulto”.
¿De verdad creen los responsables de la campaña que Obama indultará a
Snowden? “Quizá lo haga”, opina Sue Gardner, periodista de origen
canadiense, y copresidenta de ‘Pardon Snowden’. Gardner vuelve a apelar a
los valores del presidente. “Obama prometió más transparencia y
protecciones para quienes denunciaran abusos antes de llegar a la Casa
Blanca. Estoy segura de que rechaza algunas de las decisiones que ha
tenido que tomar en momentos difíciles, pero es un hombre con coraje y
principios, y por eso creo posible que lo haga”.
John Feffer no se muestra tan optimista. “Es paradójico porque
obviamente no lo esperábamos antes de su elección, pero los hechos
demuestran que el gobierno de Obama ha sido más vengativo y más celoso
en su defensa del ‘complejo de seguridad nacional’ que ninguno de sus
predecesores”. Feffer, director de la revista Foreign Policy in Focus,
señala que solamente se ha procesado a alguien bajo la Ley de Espionaje
diez veces desde su aprobación en 1917. Siete de esos diez
procesamientos los ha llevado a cabo el gobierno Obama. Para Feffer,
dichos procesamientos forman parte de un ‘culto al secretismo’ del que
ha participado el gobierno. Y reflejan algo más: “La impenetrabilidad e
impunidad del ‘complejo de seguridad nacional’, cuyos miembros no son
elegidos, y que trasciende el poder de los sucesivos gobiernos”.
Al final de la rueda de prensa de presentación de la campaña, Snowden
intervino por videoconferencia desde Moscú, donde vive desde hace tres
años. “En realidad, yo no soy el protagonista de esto”, dijo mirando
fijamente a la cámara, con su habitual flequillo desaliñado, media
sonrisa enigmática y la mirada nublada. Hasta ahí, tanto sus partidarios
como sus detractores hubieran estado de acuerdo. Pero Snowden continuó:
“Los protagonistas somos todos nosotros y nuestro derecho a disentir”.
¿Hablaba un ególatra con sed de venganza o un héroe desterrado?