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jueves, 21 de octubre de 2021

El cuasifascismo podría triunfar en EEUU

Vista de los asaltantes al Capitolio, en Washington, en enero de 2021. REUTERS/Shannon Stapleton

 Existe una percepción bastante generalizada en España, incluso en algunos círculos del PSOE gobernante, de que el peligro del renacimiento de la ultraderecha a nivel mundial se está exagerando por parte de algunas voces de izquierda, pues creen que en realidad estas fuerzas de ultraderecha (con mucha semejanza con las ultraderechas de antaño), están siendo derrotadas y van de capa caída. Así vemos como la que fue vicepresidenta Primera del primer gobierno de coalición de izquierdas, la señora Carmen Calvo, afirmó en un momento del debate en el programa El Ágora de la hora 2 de la SER, como prueba de tal percepción de la realidad, que el presidente Trump había sido derrotado en las últimas elecciones en EEUU, insinuando que su futuro era uno de descenso en lugar de recuperación y ascenso.

El trumpismo no está desapareciendo; antes al contrario, está creciendo

Creo conocer bien EEUU y me temo que la señora Calvo está equivocada. Es posible e incluso probable que el Partido Republicano, hoy controlado en su totalidad por Trump, recupere el control del Congreso y del Senado en 2022 y que gane las elecciones presidenciales del 2024. Las razones de esta percepción son múltiples, y las he ido elaborando en varios artículos, ya publicados en este rotativo.

Uno es el enorme desprestigio del establishment político-mediático liberal, identificado con el Partido Demócrata, que desde los años setenta con el presidente Carter y continuando con los presidentes Clinton y Obama, ha estado aplicando políticas liberales (iniciadas por Carter y expandidas por Reagan y los presidentes republicanos Bush, padre e hijo), que han beneficiado sistemáticamente las rentas del capital sobre las rentas del trabajo (como consecuencia de estas políticas liberales, los directivos de las 350 empresas más importantes de los EEUU, que ganaban en el año 1978, el inicio del período liberal, 1,7 millones de dólares al año, 33 veces más que el salario promedio del trabajador 51.200 dólares, pasaron a ganar, en el año 2019,  21,3 millones, 365 veces más que los últimos, 58.200 dólares). El abandono de las políticas redistributivas del Partido Demócrata, iniciadas por el presidente Roosevelt con el New Deal, fueron  sustituidas por el Partido Demócrata con políticas de identidad, favoreciendo la integración de los sectores discriminados, como las minorías negras y latinas (sobre todo la negra) y las mujeres dentro de la estructura de poder, medidas que, por muy loables que tales intervenciones fueran, beneficiaron a grupos minoritarios (de clase media alta, profesionales con educación superior), que pasaron a integrarse en las direcciones de las instituciones predominantemente públicas (y muy en particular, en los aparatos federales) sin que ello implicara un mayor beneficio de la gran mayoría de las minorías y de las mujeres pertenecientes a las clases populares. El hecho de que el presidente Obama fuera negro tuvo una enorme importancia simbólica, pero sus políticas liberales no beneficiaron a las clases populares, a las cuales pertenecían la gran mayoría de las minorías y también de las mujeres.

De ahí la gran capacidad de movilización de Trump en 2006, en un momento en que la clase trabajadora (la mayoría blanca) y otros sectores vulnerables dentro de las clases populares estaban sufriendo las consecuencias de las políticas neoliberales de liberalización económica, lideradas por los gobiernos del Partido Demócrata anteriores. Trump se presentó como la voz del antiestablishment liberal y globalizador frente al Partido Demócrata (supuesta causa de todos sus males) que lideraba un gobierno federal, al que se le presentaba cautivado por minorías y mujeres universitarias de clase media alta. Su mensaje, caracterizado por un nacionalismo extremo, retrógrado, añorando un pasado idealizado, de carácter imperial, basado en una superioridad racial, machista y cultural, defendiendo la civilización cristiana,  (convirtiendo al "Estado y a la Ley en instrumentos para asegurarse que se siga la voluntad de Dios en la sociedad" como  subrayó la juez Amy Coney Barrett, nombrada miembro del Tribunal Supremo en EEUU por el presidente Trump), así como a la "patria-nación" frente a sus enemigos (que incluye a todo aquel que no comulgue con su credo) fue muy movilizador.  El lector español recordará esta ideología como dominante durante la dictadura fascista en España.

La recuperación del New Deal como respuesta del Partido Demócrata al Trumpismo

La concienciación de este problema, y el coste que le ha significado al Partido Demócrata estar identificado con el liberalismo globalizador, explica que la dirección del gobierno Biden esté respondiendo a marchas forzadas con la recuperación del New Deal. El mayor obstáculo no es que no tenga el apoyo popular para hacer tales reformas, (que sí lo tiene), sino que no tiene los números en el Congreso que le permitan aprobar tal ambicioso proyecto (ver V. Navarro El fin del neoliberalismo y la búsqueda de alternativas, publicado el 14 octubre 2021 en Público). Necesitan 50 votos en el Senado y el Partido Demócrata solo tiene 48 votos que apoyen el New Deal de Biden, puesto que dos demócratas no lo están apoyando y son representantes (y portavoces) de intereses económicos que quedarían afectados por la aprobación de tales propuestas y que se oponen al New Deal: uno es el senador Joe Menchin, del Partido Demócrata del Estado de Virginia, financiado por la industria del carbón, y la otra senadora del Estado de Arizona, también del Partido Demócrata, Krysten Sinema, financiada por la industria farmacéutica que se opone a la regulación de precios de las medicinas, propuesta que hace Biden en su  New Deal.

¿Es EEUU una democracia?

Sí, pero muy limitada. Vayamos por partes. En primer lugar, el presidente de EEUU no es elegido directamente por la población. En realidad, en todas las elecciones desde el año 2000, los candidatos del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos han obtenido más votos que los candidatos republicanos (excepto Bush, hijo) y sin embargo los presidentes han sido, la mayoría, republicanos (durante el período 2000-2020, la mayoría de los votos fueron al candidato demócrata, excepto Bush, y sin embargo, los republicanos gobernaron más años, 12, que los demócratas, 8). Y ello se debe al hecho de que quien elige al presidente de EEUU es el Colegio Electoral, que sistemáticamente favorece a los estados rurales sobre los industriales y urbanos.

Lo mismo ocurre en cuanto a la composición del Senado, cámara enormemente poderosa, pues aprueba el presupuesto del estado federal, los nombramientos propuestos por el presidente, e incluso los miembros de la Corte Suprema. Cada estado tiene el mismo número de senadores: dos. California, estado en general demócrata, tiene cuarenta millones de habitantes, y tiene el mismo número de senadores, dos, que Wyoming, con medio millón de habitantes predominantemente en zonas rurales y predominantemente republicanos. Y, aquí también, sistemáticamente los demócratas consiguen más votos que los republicanos en las elecciones al Senado, y es más que probable que ello ocurra en el año 2022. Uno de los analistas electorales con mayor credibilidad, David Shore (New York Times, 10 de octubre de 2021) dice que en 2022 los demócratas podrían ganar, consiguiendo más del 51% del voto del Senado y, en cambio, conseguir solo 43 senadores, convirtiéndose en irrelevantes.

¿Quién tendrá mayor capacidad de movilización?

En este escenario, el futuro podría ser muy preocupante, pues, la única alternativa es que el Partido Demócrata consiguiera una gran movilización capaz de neutralizar la enorme desventaja que el sistema electoral supone para tal partido. Y aun cuando ello se consiguió en 2020, no es seguro que se consiga en 2022, pues es poco probable que las propuestas New Deal sean aprobadas por tal partido, contribuyendo con ello al desencanto popular.  Es importante subrayar que el desencanto es muy notable y muy en particular entre la clase trabajadora, incluyendo la negra, la latina y todas las clases populares sin educación secundaria, lo cual puede contribuir a una gran desmovilización de las clases populares, de lo cual, Trump se beneficiaría. La pérdida de control del Senado y del Congreso en el 2022 por parte de los demócratas, la victoria de las presidenciales por parte de los republicanos liderados por Trump, significaría un cambio de enormes consecuencias internacionales, además de nacionales, que debieran ser motivo de reflexión y reacción por parte de las fuerzas progresistas a nivel mundial. De la misma manera que el fascismo y el nazismo fueron resultado de la Gran Depresión, causada por las políticas liberales aplicadas en aquel entonces, sus herederos actuales han sido consecuencia de la crisis económica provocada por el liberalismo económico, iniciado en los años 70 y 80, que ha afectado muy negativamente el bienestar y calidad de vida de las clases populares, que la pandemia mundial ha puesto en evidencia.

Fuente: https://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2021/10/21/el-cuasifascismo-podria-triunfar-en-eeuu/?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=web

jueves, 14 de enero de 2021

La Guardia Nacional Desplegada En Washington Empieza A Llevar Armas

Andrew Caballero-Reynolds/afp

 Las tropas de la Guardia Nacional estadounidense desplegadas en Washington empezaron el martes a llevar armas en las calles de la capital, un cambio radical a una semana de la investidura del presidente electo, Joe Biden, comprobó un fotógrafo de la AFP.

Esos efectivos se movilizaron en un principio para brindar apoyo logístico a la policía de Washington.

El lunes, el general Daniel Hokanson, jefe de la oficina de la Guardia Nacional en el Pentágono, indicó que aún no habían sido autorizados a llevar armas.

Autorizar a la Guardia Nacional a desplegarse armada y a realizar arrestos sería un "último recurso" si la situación de seguridad se saliera de control, dijo entonces Hokanson.

El cambio de este martes no ha sido explicado por las autoridades, y la Guardia Nacional en Washington se negó a hacer comentarios.

Pero expertos en seguridad señalaron que los seguidores más extremos del presidente Donald Trump, que al igual que él niegan su derrota en las elecciones de noviembre, habían prometido en redes sociales recurrir a la violencia en la capital y otras ciudades del país.

Ya hay 6.200 integrantes de la Guardia operativos en Washington y se prevé un total de 10.000 para el próximo fin de semana, mientras que otros 5.000 podrían sumarse el día de la investidura de Biden, el 20 de enero.

El Pentágono y la Guardia Nacional -fuerza de reserva- fueron criticados por su respuesta lenta el miércoles pasado, cuando la sede del Congreso de Estados Unidos, el Capitolio, fue invadida por miles de seguidores de Trump que desbordaron a un cuerpo de seguridad del recinto sin personal suficiente ni preparación adecuada. El caos desatado dejó cinco muertos.

Pero según funcionarios del Pentágono, la Guardia Nacional fue convocada tarde y sin disponer de un equipo antidisturbios.

Fuente: https://www.barrons.com/news/spanish/la-guardia-nacional-desplegada-en-washington-empieza-a-llevar-armas-01610516704?tesla=y

 La Guardia Nacional amanece en los pasillos del Capitolio

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https://twitter.com/TelemundoNews/status/1349385466399739905/photo/1 
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https://twitter.com/i/events/1349384453714399232
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https://twitter.com/nicholaswu12/status/1349379694215499776/photo/1
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Taking a photo with the statue of Rosa Parks in Statuary Hall. 
Members of the Virginia National Guard touring Statuary Hall on Wednesday.
Credit...T.J. Kirkpatrick for The New York Times
Representative Brian Mast, Republican of Florida, shaking hands with a member of the National Guard.
Credit...Erin Schaff/The New York Times

LAS TROPAS de la Guardia Nacional estadounidense desplegadas en Washington han comenzado a portar armamento en las calles de la capital, un cambio radical a una semana de la investidura del presidente electo, Joe Biden, de acuerdo con un fotógrafo de la AFP. El objetivo principal en un principio fue brindar apoyo logístico a la policía de Washington, de acuerdo con el general Daniel Hokanson, jefe de la oficina de la Guardia Nacional en el Pentágono, hasta ese día “aún no habían sido autorizados a llevar armas”. Autorizar a la Guardia Nacional a desplegarse armada y a realizar arrestos sería un “último recurso si la situación de seguridad se saliera de control”, dijo Hokanson.

Fuente: https://newsweekespanol.com/2021/01/eu-elementos-guardia-nacional-capitolio/
Publicado por: AFP

jueves, 7 de enero de 2021

El 18 Brumario de Donald Trump




La farsa insurreccionista que ayer presenció el mundo entero no es una sorpresa ni una anomalía. Este simulacro golpista, mezcla de esperpento y sublevación, es en cierto modo la culminación natural del ciclo político trumpista, nacido de una revuelta contra el establishment de la derecha norteamericana tras el colapso de 2008, y alimentado desde entonces por una colección de ansiedades -económicas, raciales, religiosas- que Trump ha sabido explotar pero que no puede en ningún caso resolver. Esa es la paradoja política que habita el corazón del trumpismo: gracias a su capacidad comunicativa y su carisma, Trump ha sabido representar la pulsión reaccionaria y la necesidad de afirmación que ha sacudido en la última década a la Norteamérica blanca y conservadora, llevándola al punto extremo de asaltar el poder legislativo estadounidense. Pero Trump, producto y artífice del mismo orden de la globalización neoliberal que generó el problema, nunca podría traducir esa ansiedad en un programa político real. Por eso el trumpismo lleva a la recreación permanente del conflicto: sin proyecto de sociedad ni orden alternativo, el trumpismo es conflicto puro, una revuelta contra un estado de cosas que en realidad solo busca preservar.

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Por eso no cabe sorpresa ante los hechos del 6 de enero, por mucho que las imágenes de ayer parecieran menos verosímiles que la menos verosímil de las ficciones (¿el Capitolio bajo asalto por orden del presidente? ¿En los Estados Unidos?). La estrategia de Trump desde la campaña electoral, anunciada y tuiteada hasta la saciedad, conducía exactamente hasta este punto. La negativa a reconocer el resultado de las elecciones no era, como se decía, una "estrategia de salida", un intento de construir el relato de una victoria mutilada, de un fraude electoral que maquillara la derrota en la reelección y permitiera preparar su regreso en las primarias de 2024. La "marcha para salvar América" estaba convocada en los términos exactos en que se produjo.


De ahí el cinismo extremo de los compañeros de viaje que ayer se rasgaban las vestiduras, o de quienes llevan meses o incluso años mirando hacia otra parte. Para llegar hasta aquí, el trumpismo ha requerido la connivencia y complicidad de toda la derecha estadounidense, de un partido republicano en el que prácticamente nadie se había atrevido a alzar la voz, y de múltiples aliados dentro y fuera del aparato del Estado, que han visto en el tumulto una posibilidad de medrar o de obtener réditos a corto plazo. Conocer hasta dónde llega esa complicidad es probablemente una tarea imposible. Es evidente que las fuerzas de seguridad, alertadas desde hace días sobre la convocatoria, podrían haber sofocado fácilmente la mascarada: con la cámara en sesión solemne, no se asalta el Capitolio blandiendo banderas confederadas por imprevisión o sorpresa. Hace pocos meses, las manifestaciones de Black Lives Matter en Washington DC fueron recibidas con maniobras de helicópteros militares y la guardia nacional enfundada en uniformes de combate. 

La Policía del Capitolio apuntan sus armas mientras observan a unos manifestantes que tratan de irrumpir en el recinto de la Cámara de Representantes de Washington. (AP Foto/J. Scott Applewhite)
La Policía del Capitolio apuntan sus armas mientras observan a unos manifestantes que tratan de irrumpir en el recinto de la Cámara de Representantes de Washington. (AP Foto/J. Scott Applewhite

En condiciones normales, el trumpismo no debería sobrevivir la depuración de responsabilidades de esta intentona golpista, pero el reducido margen de acción de los actores implicados, en un escenario político caótico, deja dudas sobre el desenlace. La principal incógnita concierne el futuro inmediato del partido republicano, hasta ahora entregado al seguidismo por una combinación de adhesión al poder y miedo al fervor de unas bases hipermovilizadas. Tras perder los dos asientos en juego en el Estado de Georgia, y con ello la mayoría en el Senado que podría haber paralizado la acción gubernamental de la presidencia de Biden, es hoy evidente que el trumpismo ha sido duramente derrotado en las urnas. El partido se encuentra así en una posición insostenible: cómplice y cautivo de la deriva en que se encuentra el país, presionado por una militancia cada vez más radicalizada, los republicanos se ven hoy huérfanos de poder y a la vez a merced de los caprichos de Trump, que ya ha amenazado con retar en las primarias a todos los cargos que se desmarquen de su estrategia de boicot institucional.

De esta encrucijada dependen algunas de las claves fundamentales para imaginar el desarrollo de la política estadounidense en los próximos meses. ¿Sobrevivirá el trumpismo a la derrota de Trump? ¿Será este simulacro de insurrección su esperpento final, o el primer paso de un realineamiento abiertamente autoritario? ¿Podrá el partido republicano desmarcarse de esa deriva en caso de producirse? ¿Tendrán los demócratas la audacia necesaria para frenar la descomposición del orden político y social estadounidense? En su comparecencia de ayer, Biden prometió de nuevo cordura y el retorno a la normalidad institucional. Parecen materiales endebles para forjar un nuevo contrato social.

 Fuente: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/43355/el-18-brumario-de-donald-trump/?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=web

Más información: La muerte del partido de Lincoln



miércoles, 16 de diciembre de 2020

Las consecuencias del anuncio de Trump sobre el Sahara y el acuerdo con Marruecos e Israel

¿Mantendrá Biden la postura de Trump respecto al Sahara? ¿Qué papel jugarán Argelia o Rusia ante esta nueva situación?
"Es una jugada atrevida y arriesgada para el régimen marroquí”, destaca el profesor Barreñada sobre un establecimiento de relaciones con Israel
“El riesgo es que el paso de Trump genere una escalada y un aumento de tensión”, señala el investigador Haizam Amirah-Fernández

Sahara
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al rey de Marruecos, Mohamed VI, en una visita de 2018. / Efe

Las declaraciones, más bien los tuits, del presidente de EEUU (en funciones), Donald Trump, sobre Marruecos y el Sahara Occidental, han otorgado una nueva dimensión al conflicto. Los saharauis han servido como moneda de cambio en un trueque que favorece a un tercer país, Israel. Siempre según las palabras de Trump, su reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara implica que el reino alauita establezca relaciones diplomáticas con Israel. Un paso, este último, que ya han dado otros países árabes. El tablero geopolítico se completa con la incógnita de que harán o dirán países como Argelia o Rusia, por un lado, o Francia, por otro. ¿Qué consecuencias va a tener este movimiento tanto a corto como a medio y largo plazo? Hace unos días repasamos el conflicto desde el punto de vista de la legalidad internacional. Analizamos ahora en cuartopoder los diferentes escenarios de la mano de las opiniones de varios expertos en la materia.

Lo primero que cabe preguntarse es lo inesperado o no, de esta jugada. El pasado mes de febrero el investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor asociado del Instituto Empresa (IE), Haizam Amirah-Fernández, tuiteaba sobre una hipotética declaración de Trump a cambio de que Netanyahu, primer ministro israelí, incluso viajara a Rabat a ver al rey Mohamed VI. Lo hacía porque en la prensa israelí se especulaba ya con una negociación en este sentido. “En su momento haciendo un análisis de coste, beneficio y estilo de tomar decisiones, pensé que la probabilidad de que se convirtiera en realidad era importante. La principal duda era si iba a esperar al resultado de las elecciones en EEUU o no”, explica a este medio.

“Se veía venir. Para Marruecos, ceder en un tema tan sensible como lo de Israel tenía que ser por algo muy grande, y no hay ahora mismo nada más grande en Marruecos que su pretensión de tener la soberanía del Sahara”, señala por su parte Jesús Nuñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). “Hace ya varios meses que la idea flotaba en el ambiente. Pero eran especulaciones, no había posiciones oficiales, menos del Gobierno de Marruecos. En Israel sí sonaba, es posible que hubiese algo por debajo”, comenta el profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense, Isaías Barreñada.

Este mismo profesor recuerda que el supuesto “acuerdo” entre Marruecos e Israel “no surge de la nada”. Israel tiene con Marruecos unas relaciones “muy antiguas”, aunque no sean relaciones diplomáticas plenas, según comenta Barreñada. Unas relaciones que se remontan a los años 60,m facilitando la emigración de judío marroquíes hacia Israel o la colaboración entre sus servicios de inteligencia. Además, los israelíes asesoraron a los marroquíes en la construcción del muro del Sahara. Más tarde han coincidido en diferentes foros euro-mediterráneos. “Durante varios años tuvieron relaciones, en los años 90 empezó a haber turismo o inversiones israelíes. A veces de forma disimulada pero hay muchas relaciones económicas”, afirma Barreñada.

Tampoco es nueva, claro, la relación entre Marruecos y EEUU. Los estadounidenses ya colaboraron como aliados en la construcción del muro durante la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos. Y el Sahara es un tema clave para el reino alauita. “No hay nada comparado con eso, ni un sistema de armas ni otro. Pero evidentemente al lado de esa cuestión, hay intereses comerciales y dentro de ellos venta de armas. Para Washington siempre ha sido importante tener a Marruecos en su bando y lo ha alimentado de armas cada vez más sofisticadas. Lo que cabe preguntarse es quién va a pagar esas armas, porque Marruecos no tiene dinero para pagarlas”, reflexiona Nuñez.

Marruecos, una sociedad pro-palestina

Una de las claves de este nuevo escenario, si se cristalizara como indicó el presidente estadounidense, será el grado de aceptación en Marruecos de su nueva relación con Israel. La mayoría de la sociedad marroquí, partidos políticos incluidos, es favorable a la causa palestina. “Eso es un hecho pero por encima está la percepción abrumadoramente mayoritaria en la opinión pública marroquí de que el Sahara es suyo. Habrá críticas, de hecho el PJD (partido de Gobierno) ya ha emitido un comunicado crítico. Contando con la capacidad de represión del régimen, y aunque habrá críticas, no va a ser la opinión pública marroquí la que le dicte a Palacio su agenda. No lo ha sido nunca pero tampoco lo ha sido ahora”, señala Nuñez.

Es una apuesta arriesgada de la monarquía. La vinculación que ha hecho Trump ha sido directa entre la ocupación de Palestina y el tema del Sahara. La opinión pública es mayoritariamente propalestina. Más en el largo plazo va a ser muy distinto, si se establecen relaciones diplomáticas y hay un nuevo bombardeo sobre Gaza, veremos qué pasa”, añade Amirah-Fernández. “Una decisión del Palacio choca con una opinión fuerte en la calle. Y eso, en un régimen como el marroquí, se tiene que tragar sin expresarse excesivamente, pero está ahí latente. Ahora no estamos en los años 80 o 90, estamos en un momento en el que hay más opciones de hacer críticas. Es una jugada atrevida y arriesgada para el régimen marroquí”, destaca Barreñada.

¿Qué hará Joe Biden?

Otra de las preguntas interesantes es saber la respuesta del presidente electo de EEUU, Joe Biden, que tomará posesión oficial en poco más de un mes. Las excelentes relaciones de los estadounidenses con Israel y el papel de los grupos de presión podrían decantar la balanza perjudicando a los saharauis y palestinos. Para Nuñez, es un tema “envenenado” que le deja Trump al nuevo presidente. “Si Biden echa atrás esta decisión va a tener muchos problemas para explicar por qué esto sí y los Altos del Golán sirio, por ejemplo, no. Se me hace muy difícil imaginar que EEUU, con Biden o quien sea, vaya a darle una bofetada de ese nivel a su principal aliado en Oriente Próximo que es Israel”.

Seguramente el cálculo que han hecho en Rabat es que esto seguramente Biden no se lo iba a conceder. Por eso de que hay una cosa llamada legalidad internacional. No olvidemos que lo de Trump es una declaración presidencial. Eso también hay que ver cómo es de vinculante y la validez jurídica que tiene de cara a la propia legislación estadounidense”, comenta el investigador de ElCano. Por cierto, que a día de hoy tampoco el rey de Marruecos ha anunciado un reconocimiento pleno de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. A pesar de que el Sahara no es una prioridad para EEUU, la duda, para Amirah-Fernández, es si dentro de las decisiones que Biden tomará rápidamente para distanciarse de Trump estará este asunto o no.

Para el profesor Barreñada, lo que ha pasado es fruto de la “política disruptiva” que tiene Trump. Para él, Biden podría volver a lo que ha sido la posición de EEUU “más clásica”. “¿EEUU puede abrir mañana un consulado en el Sahara? Sí, pero lo puede cerrar el día después”. En este sentido recuerda que el país ya tomó en su tiempo una decisión en la que dijo claramente que el Sahara no era Marruecos. Por tanto el tratado de libre comercio no se aplica. “Si esa decisión no se traduce luego en extender este tratado, abrir representaciones diplomáticas, se queda en lo declarativo”

Una consecuencia, en todo caso, es que esta declaración arrastre a otros países a hacer algo similar reconociendo la soberanía de Marruecos sobre el Sahara. Aquí, inevitablemente miramos a Francia, aliado tradicional de nuestros vecinos del sur. “Estoy seguro de que Macron desearía hacerlo. El problema es por un lado es que esto tiene que pasar por el Consejo de Seguridad de la ONU, el precedente supondría que en un territorio reclamado, desde el exterior se le reconozca la soberanía. Ese precedente sería peligroso para la UE, porque hay reclamación territorial de algunos territorios. A nivel interno de la UE podría generar unas tensiones inmensas”, destaca Amirah-Fernández.

“Francia no va a hacer esto. Porque tiene una política exterior más madura, no hace este tipo de cosas de la noche a la mañana. Rompería el consenso en la UE. Lo del reconocimiento de la soberanía de un territorio ocupado es claramente una violación del derecho internacional. Francia apoyará a Marruecos en el Consejo de Seguridad pero este tipo de cosas no las hace”, destaca por su parte Barreñada.

Argelia o Rusia, ¿internacionalización del conflicto?

Las reivindicaciones del Frente Polisario han contado con dos apoyos relevantes. En primer lugar, Argelia. En su territorio se encuentran los campamentos de población refugiada por lo que la relación es evidente y cristalizada durante décadas.

Analiza la situación de este país Amirah-Fernández: “Argelia está pasando por un momento muy delicado, con una sobreposición de crisis. Por un lado la política, de más de un año de manifestaciones pidiendo reformas de fondo en el sistema. Se eligió al presidente el año pasado pero lleva meses desaparecido y ausente. Hay una crisis económica que se junta con los factores de la pandemia, sumada a un descenso preocupante de las divisas del país. A nivel geopolítico, su posición está cada vez más aislada. Los tuits de Trump han debido caer como bombazos por esa especie de competición por la hegemonía regional desde hace décadas. De repente se le entrega a su rival geopolítico todo lo que pide en bandeja de plata. Eso es muy difícil de digerir en Argelia”.

Para el profesor Barreñada, “hay una especie de mantra” que dice que Argelia es quien mantenía al Frente Polisario vivo o que los saharauis no tienen autonomía en sus actuaciones. “Yo creo que lo que está ocurriendo en los últimos días es que hay otro tipo de relación. Obviamente los saharauis nunca van a hacer algo contra Argelia. Pero tienen un margen de maniobra importante. Muy posiblemente los saharauis habrán consultado con Argelia y les habrán dicho que ya no aguantaban más y que iban a volver a la lucha armada. Habrán encontrado cierto nivel de aceptación por su parte”, explica.

Rusia, junto a Sudáfrica, fue el único país en el Consejo de Seguridad de la ONU que se abstuvo en la última resolución sobre el conflicto. “Dijeron que la resolución había sido amañada por otros países y que estaba vacía de contenido. Es decir, que la crítica es precisamente porque la resolución se queda corta. Hay una sintonía muy fuerte entre Rusia y Argelia, y eso significa que se va a alimentar una espiral de confrontación”, señala Barreñada. El intercambio de armas puede jugar aquí también un factor clave. “Puede haber un nuevo foco de confrontación entre EEUU y Rusia, lo mismo que vemos en Oriente Medio. El error de cálculo de Marruecos es importante”, añade el profesor.

Para Amirah-Fernández, tampoco va a estar cruzado de brazos. “El riesgo es que el paso de Trump genere una escalada y un aumento de tensión. Es un riesgo real, no hipotético. Para Argelia es casi un tema de seguridad nacional”, señala.

Más escéptico se muestra aquí Jesús Nuñez: “Si después de 45 años, cuando la balanza no estaba tan desequilibrada como ahora, no ha habido nadie que se la haya jugado por los saharauis, menos se la va a jugar ahora. Ni Argelia, ni Rusia ni ninguna más. Por mucho que sea duro, crudo, reconocerlo, los saharauis están solos, abandonados. En relación de fuerzas militares no hay forma de compararlo con Marruecos, en relación de fuerzas diplomáticas no hay forma de compararlo. Por tanto, su causa es una causa que cada vez se aleja más de su sueño político. Se ha quedado convertida, y para España también, en un tema estrictamente humanitario”.

¿Y la ONU?

No se puede obviar en el análisis las menciones al papel de la ONU. Para Nuñez, lo que muestra, “desgraciadamente una vez más, es impotencia”. Pero no por ello, alerta, se debe dejar de lado su función. “La tentación que hay que evitar es decir que para qué sirve la ONU y que hay que desmantelarla. No, sin la ONU, es directamente la ley de la jungla. Por mucho que nos frustre y nos decepcione ver como una vez más la ONU no tiene capacidad para hacer valer el derecho internacional y sus propias resoluciones, tenemos que criticarlos de forma clara pero que eso no nos lleve a decir que mejor estaríamos sin ONU”, destaca.

“El problema de la ONU es que no tiene voluntad propia, la ONU es la suma de los miembros y del Consejo de Seguridad. En el Consejo de Seguridad no veo que vaya a haber unanimidad para reconocer que el Sahara es de Marruecos”, destaca el investigador de ElCano, que además recuerda la contradicción que supone que EEUU votara a favor de prorrogar la MINURSO este mismo año.

Para Barreñada, lo que ha demostrado el conflicto del Sahara es que el órgano encargado de mantener la paz y la seguridad, que es el Consejo, “en vez de apretar para que la cosa se resuelva, lo que ha hechos es consentir los incumplimientos hasta generar una especie de régimen de impunidad”. Pero en el caso de la Asamblea General se acaba de nuevo de recordar estos días que la cuestión del Sahara es una cuestión de descolonización. “¿Cómo se fuerza a los Estados que no quieren cumplir con las propias resoluciones? Esos son los limitantes que tiene el multilateralismo”, indica.

España, cerca de Marruecos

Queda mencionar a España, potencia administradora de iure según incluso la propia Audiencia Nacional. “En España la opinión pública también es mayoritaria pro saharaui pero los gobiernos se han ido acercando cada vez más a Marruecos”, afirma Nuñez, estableciendo un paralelismo en lo que podría pasar ahora en el país alauita respecto a Palestina. Los precedentes en las actuaciones respecto al conflicto saharaui en los Gobiernos de nuestro país no son buenos.

Para Barreñada, “España se ha colocado en una posición que la imposibilita a hacer cualquier cosa constructiva”. Y alerta del peligro de acercarse a posiciones favorables a la autonomía del Sahara dentro de Marruecos. Algo que también ha defendido Trump. “Lo que es peligroso es cuando toma posiciones que debilitan el derecho internacional. Por ejemplo, cuando en algunos momentos han dicho que eso de la autonomía es una buena idea. La autonomía está ligada a la diversidad, al reconocimiento de las libertades, no puede haber una autonomía genuina en un régimen autoritario. Y sin embargo, no se les ocurres nada mejor es que una buena idea. Primero tendrá que cambiar bastante Marruecos para que cualquier proyecto de autonomía sea mínimamente viable. Le hacen un flaco favor a la cuestión general el posicionarse por la tangente. Sería mejor que se callaran, ya que no haces nada, cállate. Y no es una cuestión de este Gobierno o el anterior, lo han hecho todos”.

 Fuente: https://www.cuartopoder.es/internacional/2020/12/16/las-consecuencias-del-anuncio-de-trump-sobre-el-sahara-y-el-acuerdo-con-marruecos-e-israel/

sábado, 7 de noviembre de 2020

Innerarity: “No se trata de combatir a Trump, sino de abordar los problemas que lo explican”

Conversación con el escritor y catedrático de Filosofía Política

daniel innerarity
Daniel Innerarity. / EFE

 El filósofo Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) atiende a cuartopoder para reflexionar acerca de los cambios a los que hoy se ven sometidos los sistemas democráticos. Por supuesto, las últimas elecciones estadounidenses y la previsión de que haya cambio de huésped en la Casa Blanca tienen lugar en una conversación en la que los efectos de la pandemia en la política y en las sociedades son los protagonistas. Por algo, este catedrático de Filosofía Política, profesor en la Universidad del País Vasco entre otras, publicaba este fatídico 2020 Una teoría de la democracia compleja: gobernar en el S.XXI y Pandemocracia: una filosofía de la crisis del coronavirus, ambas obras en Galaxia Gutemberg.

- ¿Hasta qué punto que sea Biden, y no Trump, dada la capacidad centrífuga estadounidense hacia el resto del mundo, puede influir en el avance o retroceso de los populismos en otros lugares?

-No es lo mismo una ratificación de las políticas de Trump que una debacle electoral a efectos de la ejemplaridad que tiene y el efecto imitación que pueda tener en otros países. Tampoco es lo mismo que gane Biden con una diferencia mayor o menor. El trumpismo, aunque esté tan vinculado a un personaje tan peculiar como él, tiene a millones de personas que lo apoyan a pesar de los datos negativos, su estilo de gobierno o la mala gestión de la pandemia.

La reflexión que deberíamos hacer es que, de acuerdo, no es la persona más oportuna para dirigir el país o satisfacer las demandas ni de aquellos que le han votado, pero deberíamos prestar atención a los motivos por los cuales millones le siguen votando a presidente del Gobierno. En lugar de despreciar el populismo, deberíamos tratarlo como síntoma de algo profundo. No se trata tanto de combatir a Trump como de abordar los problemas que explican su surgimiento y mantenimiento. Esto tiene que ver con el cambio de la cultura política, con la financiarización de la economía, con el miedo al otro que se produce en sociedades abiertas como las nuestras…

- “La democracia está para que cualquiera pueda gobernarnos, lo que implica que nuestro esfuerzo se dirija hacia los procedimientos y reglas a los que nuestros dirigentes tienen que atenerse, y no tanto al casting político”. Esto escribía en un artículo en El País cuando hace cuatro años Trump fue vencedor de las elecciones estadounidenses. ¿Qué esfuerzos estima oportunos hoy en las democracias liberales para garantizar la buena salud de estas?

-Incluso este pequeño lío del recuento de votos o que la última palabra la tenga el Tribunal Supremo nos dice de la importancia que tienen los procedimientos y las instituciones que equilibran la voluntad de los gobernantes. Si Trump no ha hecho durante cuatro años todo aquello que hubiera deseado hacer y no continua en el Gobierno, a pesar de haberse declarado vencedor de las elecciones, es porque hay un conjunto de instituciones que hacen su papel.

Para que la democracia funcione, ha de haber voluntad popular y, al mismo tiempo, unas instituciones que la protejan frente a liderazgos que no la respetan. Años de democracia nos han enseñado que es bueno que la vida política se desarrolle en un equilibrio de fuerzas y que nadie tenga una palabra definitiva y no haya espacio para comportamientos unilaterales. Lo que está pasando en Estados Unidos es buen ejemplo de esto.

Que Trump, en plena campaña electoral y contraviniendo una norma no escrita, nombre a una juez del Supremo tampoco le asegura nada. No va a actuar como una correa de transmisión de quien la nombró, seguramente tenga más en cuenta el juicio de sus pares y su prestigio profesional a la hora de decidir que la voluntad de quien la nombró. Esto es un buen ejemplo de cómo, a las instituciones, hay que hacerlas más resistentes de aquellos que las encarnan en un momento determinado.

-Durante estos meses, ha reflexionado sobre cómo la pandemia ha golpeado a los populismos, pero ha advertido de que las democracias tenían que responder en términos de salud e igualdad a la covid-19. Pasados unos meses, ¿qué valoración hace de la respuesta de las democracias a la pandemia?

-Sigue siendo válida la primera intuición de que a los líderes populistas esta crisis les pillaba con el pie cambiado. Y es que esta crisis revalorizaba tres cosas que para el populismo son despreciables: el valor de la ciencia y los expertos, la idea de un liderazgo compartido y no vertical y la idea de comunidad global. Estos tres elementos han hecho que el populismo sufra un gran golpe. Lo hemos visto en las elecciones norteamericanas, las habría ganado Trump de calle con su plan inicial antes de esta crisis: la economía crecía, había un repliegue sobre los intereses del propio país, una desatención hacia la posición de Estados Unidos en el nuevo orden global…

Esa idea inicial debería complementarse con una pequeña reserva: si los sistemas democráticos no resuelven esto con eficacia, se puede generar un malestar, una rabia, de la que viven muchos fenómenos reactivos de este estilo. Fenómenos que no buscan una solución para un determinado problema, sino que expresan el malestar general sobre la falta de soluciones. Dependerá mucho de cómo los sistemas políticos democráticos sean capaces de solventar esto.

Hay una paradoja que me llama mucho la atención de estos últimos meses, y es que a los gobiernos democráticos se les está acusando de algo en una doble dirección contradictoria, una acusación dirigida por boca del mismo líder. Una acusación es que no son demasiado poderosos y la otra, que son demasiado poderosos. La primera: que no son un sistema de gobierno con capacidad de resolución ejecutiva y poner el poder y la autoridad para resolver esta crisis. La segunda, todo lo contrario: pensar que los sistemas democráticos están utilizando esta excepcionalidad para conseguir estas prerrogativas a las que luego no van a querer renunciar. Esta es una de las grandes paradojas que estamos viendo.

-En concreto, centrándonos en la respuesta que está dando el Estado español a esta crisis, ¿existen grandes diferencias con cómo se está tratando el problema en el entorno?

-Cualquier gobierno, sea del Estado o de las comunidades autónomas, se está fijando en las prácticas de éxito de los demás. En términos generales, hay una imitación de buenas prácticas no demasiado ideologizada y se hacen cosas muy parecidas. Con alguna excepción, como el caso de la Comunidad de Madrid, que pasará a los anales de la historia como algo que analizar en un dossier especial. En general, y teniendo en cuenta las particularidades de cada sitio, hay menos diferencias entre las medidas de unos y otros que lo que los propios agentes políticos tienen a dramatizar y exagerar.

-Resalta, como un elemento de gran relevancia para este momento, el saber de los expertos. Pero, ¿esta crisis no nos ha puesto sobre la mesa que, al fin y al cabo, no sabemos tanto?

-Claro. En primer lugar, en una crisis de este estilo, necesitamos una gran movilización de conocimiento para dar solución a la mayor parte de los problemas graves que tiene la humanidad por delante, tales como generar una economía que no esté sometida a tantos riesgos y que no destruya el medioambiente y no provoque tanta desigualdad, cómo combatir el cambio climático, cuáles son las consecuencias de la robotización en el mundo del trabajo o la inteligencia artificial en la toma de decisiones públicas… Seríamos estúpidos si no pusiéramos en un lugar destacado en nuestro sistema de gobierno el saber de los expertos.

Por otro lado, cuando hablamos de expertos, hemos de hablar en plural. Hay distintas ciencias que tienen distintas perspectivas sobre la realidad. Incluso sin salir de la medicina, no piensan igual los epidemiólogos, que ahora mismo tienen una posición preponderante, que los psiquiatras, que seguramente tendrán mucha importancia después. Por otro lado, los que nos dedicamos a las ciencias humanas o sociales también tenemos que tener voz en esta cacofonía.

En tercer lugar, hay errores propios de los expertos y hemos de ser conscientes de ello. Cada experto ha de ser consciente de qué aspectos de la realidad tiende a exagerar o a desconocer. Cuarta idea, la política es una actividad que por mucho que se apoye en saberes expertos, cosa que tiene que hacer, ha de ponderar al mismo tiempo muchos intereses en conflicto, muchos bienes comunes que a veces no son compatibles o no se compatibilizan con un algoritmo neutro. Esto son decisiones ideológicas, qué se prioriza en una situación u otra.

Por último, la democracia, por definición, es un sistema político en el que los no expertos están por encima de los expertos. Seríamos estúpidos si no pusiéramos a los expertos en un lugar muy destacados en los procesos de decisión pública, pero aquí funciona el una persona un voto y así tenemos la última palabra. No mandan los expertos, no deberíamos ir a una tecnocracia, pues plantea muchos más problemas de diverso tipo.

-Esta crisis también ha puesto en valor, o en duda, a las propias instituciones.

-Si comparamos esta crisis con la crisis anterior financiera de 2008, siendo también muy grave, aquella crisis no sometió a prueba tantas cosas. Esta crisis pone a prueba desde el ámbito más privado, la intimidad, la prueba psicológica a la tensión que implica el confinamiento, hasta la gobernanza global. No hay plano de la realidad en la que vivimos, una institución, espacio, un lugar común, la familia, los amigos, las relaciones sociales, la economía, Europa… que no haya sido sometido a una prueba durísima de resistencia. Con lo cual, evidentemente, este tipo de esfuerzo va a revelar qué cosas estaban bien, mal o regular.

Quizás, la primera lección que podríamos obtener de esto es que tenemos unos sistemas políticos, en sentido amplio, que tenían muy poca capacidad de prevención. Uno de los puntos más débiles de nuestros sistemas políticos es que prestan poca atención a los riesgos de futuro, están muy afanados en la pequeña batallita del día a día. Son muy ciegos ante problemas latentes, los cisnes negros, las crisis del futuro. Esto ya no nos lo podemos permitir, venimos encadenando una serie de crisis que nos vienen a decir que más vale que invirtamos en medidas profilácticas y anticipación a los riesgos que en reparación de daños, que suele ser más caro, costoso, menos eficaz y que generan pérdidas irreparables.

Lo más interesante ahora de la medicina tiene que ver con la prevención. Siempre que hay un enfermo, ya hay un fracaso, deberíamos procurar que no se produzca el error. Eso es más rentable, útil y justo que dedicarse a reparar o a curar. En eso se han convertido nuestros sistemas políticos, en sistemas que reparan daños pero que tienen poca capacidad de anticipación al futuro.

-¿Hasta qué punto esta incapacidad de los sistemas políticos de anticiparse a problemas futuros está generando un descrédito en la política? ¿Está aumentando esta desafección?

-Lo pondría en un marco más general. Está ocurriendo que está aumentando peligrosamente no solo la curva de contagios sino la curva de desconfianza en la sociedad. Hemos pasado un umbral en el que la desconfianza empieza a ser disfuncional. Me refiero a una triple desconfianza: de la gente a los representantes, de los representantes a la gente y de los agentes políticos entre sí.

Esta triple desconfianza es mortal. La desconfianza de la gente a los representantes lleva como consecuencia el que no sabemos si son competentes, si están haciendo todo lo que deberían hacer, si lo que hacen es oportuno, todo eso lleva a no darles ese crédito que necesitarían para ejercer sus tareas. En la otra dirección, cuando hay confianza en la responsabilidad en las personas no hay ese despliegue de detalles, de qué es lo que debemos y no hacer en una situación como la actual, seguramente los confinamientos podrían ser menos estrictos…

La desconfianza entre líderes políticos lleva a que no son capaces de resistir la tentación de utilizar la crisis sanitaria en su beneficio partidista, hay muy poca estrategia de cooperación entre los líderes políticos. Eso lo hemos visto con ocasión de la cogobernanza territorial y, sobre todo, en la polarización ideológica entre gobiernos y oposiciones. Esa triple desconfianza es más grave y difícil de resolver que la simple desafección de los ciudadanos hacia sus gobernantes.

-¿Qué valoración hace de esas manifestaciones y disturbios callejeros que vimos hace unos días. de esas confluencias en las calles de ultras, negacionistas, indignados, neonazis…?

-Se pone en duda la vieja lógica de la protesta a la que estábamos acostumbrados: protesta quien tiene una posición desfavorable y no tiene otro instrumento para hacerse oír, y eso ahora está siendo sustituido por una protesta llevada a cabo por aquellos a los que el nuevo reparto de oportunidades les va a quitar sus tradicionales ventajas. Esto está uniendo a una amalgama a la que no estábamos acostumbrados, coincide gente muy diversa, es una buena metáfora de este mundo caótico en el que es fácil unir a gente en contra de algo, pero gente que no tienen nada en común entre ellos. Por tanto, ejercen una especie de soberanía negativa, protestan sin ningún plan o propuesta alternativa.

Hay otra cosa que me viene preocupando desde hace tiempo, desde aquellas manifestaciones de Núñez de Balboa, algo que había tenido precedentes en otros lugares del mundo, como los grupos armados que entraron en el capitolio de Michigan o manifestaciones que ha habido en Austria o Inglaterra, gente que protesta por entender que los gobiernos, cuando restringen nuestras libertades para combatir la crisis sanitaria, están haciendo algo completamente injustificado.

Ante esto, primero, no tiene nada que ver el estado de alarma que puede haber en Francia o España con el de Hungría. No tiene nada que ver la dotación al ejecutivo de unos poderes especiales temporalmente y con unos objetivos determinados con que un gobierno iliberal aproveche la pandemia para dotarse de unas prerrogativas a las que luego no va a renunciar y que, desde luego, no están condicionadas ni temporalmente ni a los objetivos de combatir la pandemia.

Hay aquí una especie de reivindicación del derecho a contagiar, como no haber entendido que el ejercicio de mi propia libertad puede poner en peligro la vida de los demás. Probablemente porque ciertas clases pudientes tienen menos riesgos de contraer o superar la enfermedad que las clases populares. Eso se ve en Estados Unidos, donde hay tal desigualdad y no una seguridad social universal, contraer una enfermedad en esas condiciones no es lo mismo, tampoco el tipo de residencia en el que uno viva, el cuidado a la propia salud anterior… Hay una suerte rebelión de los sanos frente a los deberes que se imponen, teniendo en cuenta que buena parte de la población no goza de esa resistencia.

-Ha hecho, en alguna ocasión, referencia a la falta de tradición liberal en la derecha española. Ahora, los analistas políticos dicen que el PP ha roto con Vox.

-Ha habido muchas derechas en España de diverso tipo, pero no ha habido una derecha anarquista, una insumisión de derechas, conectando con la pregunta de antes. Lo que estamos viendo ahora es una nueva derecha libertarianista un poco importada de esa lógica norteamericana, igual que se han importado estilos de vida tanto como comida, hábitat, urbanismo… Del mismo modo, en el aspecto ideológico, hay una cierta derecha que importa un modelo americano muy individualista, reactiva al poder del estado, con una retórica novedosa.

Con motivo de esas manifestaciones, aquí apareció una retórica que apelaba a los valores individuales, algo que no estaba muy presente en la derecha española, que era más una derecha tradicionalista, nacionalista, colectivista, tecnocrática… Se está dando un valor supremo a la libertad individual, sin contexto o responsabilidad social, con la excepción del tema nacional. Ahí, la nueva derecha no admite una voluntariedad sin contexto social, con la excepción del tema nacional, esta derecha no admite ninguna voluntariedad en la relación con la nación.

En este contexto, aparece la estrategia del PP de competir con un socio tan inquietante para ellos como Vox. Creo que la estrategia más correcta es la de diferenciar entre un conservadurismo sistémico liberal y un elemento populista, divisivo, antisistema, de confrontación, de poca competencia en la gestión porque, hoy por hoy, no se les conoce ninguna capacidad para el ejercicio de gobierno… Creo que el PP haría muy bien si confronta directamente con Vox en este sentido. Una cosa es un partido de ideal conservador con experiencia y voluntad de gobierno y otra, un partido antisistema que vive de la confrontación y participa de ello. O el PP entiende esto o será absorbido por una lógica que no le corresponde.

Fuente: https://www.cuartopoder.es/ideas/2020/11/06/innerarity-no-se-trata-de-combatir-a-trump-sino-de-abordar-los-problemas-que-lo-explican/

sábado, 10 de octubre de 2020

La portada de la revista 'TIME' que inunda de coronavirus la Casa Blanca

 


Los contagios por coronavirus de la Casa Blanca han demostrado la irresponsabilidad del gobierno estadounidense una vez más. Pero los 23 positivos detectados, entre ellos los de Melania y Donald Trump no han hecho que el presidente cambie sus ideas respecto a la enfermedad, que califica como "bastante menos letal" que la gripe.

Trump confirmó su positivo en covid-19, pocos días después de haber asistido al debate presidencial. Y esa misma noche tuvo que ser trasladado al hospital militar de Walter Reed Medical Center.........Seguir leyendo: https://www.publico.es/internacional/donald-trump-portada-revista-time-inunda-coronavirus-casa-blanca.html?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=publico

viernes, 5 de junio de 2020

Trump empieza a construir su famoso muro por la Casa Blanca

Que no se diga que Mr. President no cumple sus promesas...

Imagen
@nickconfessore
Trump began his term promising to build a wall to protect America from the world. He ends it building a wall to protect himself from Americans.
 Fuente:https://www.meneame.net/story/el-muro-de-trump-1

Pablo Bustinduy: “Una segunda presidencia de Trump pertenece al orden de la amenaza civilizacional”

El exdiputado Pablo Bustinduy reside actualmente en Estados Unidos, donde ejerce como profesor. Bustinduy, que participó en la campaña de apoyo a Bernie Sanders en las primarias demócratas, analiza las consecuencias del estallido social derivado del asesinato de George Floyd y la gestión de la crisis del coronavirus.

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Pablo Bustinduy Álvaro Minguito
 Pablo Bustinduy (Madrid, 1983) vive en una ciudad fantasma que solía ser el centro del mundo. Azotada por el covid-19 y con un toque de queda que comienza a las ocho de la tarde, Nueva York vive días que no se recuerdan desde 1945, último año de la II Guerra Mundial. El asesinato de George Floyd el 25 de mayo en Minnesota a manos de cuatro agentes de policía ha desatado una ola de indignación y rabia en un país que nunca ha abordado políticamente las consecuencias de su pasado esclavista y de la segregación racial. La nueva normalidad en Estados Unidos son los disturbios, la organización de base y el desafío a la política de la vieja normalidad. En el centro de la indignación está Donald Trump, el presidente republicano que opta a un segundo mandato en las elecciones de noviembre.

En la noche del martes 2 de junio se ha producido un desafío masivo al toque de queda. La destrucción de la propiedad y los saqueos han bajado su intensidad pero se mantiene una movilización que se extiende al conjunto del país. El presidente ha desafiado a la nación no blanca y ha blindado las puertas de la Casa Blanca. Durante unos minutos en la tarde del 3 de junio, Bustinduy responde a las preguntas de El Salto sobre la coyuntura política de un país en llamas.

Se está comparando esta movilización con los momentos clave del Movimiento por los Derechos Civiles de los años 60. ¿Funciona también en Estados Unidos esa equiparación política de las dos fases históricas?Sí se ha mencionado en los análisis que esta es probablemente la mayor revuelta social desde el “Largo Verano del 67”: por la extensión en todo el país, y por lo sostenido que ha sido el enfrentamiento. Pero hay una gran cautela en esas comparaciones porque aquella, aunque ha sido muy idealizada y muy glorificada a posteriori, fue una década de violencia política sostenida y sistemática, muy dura, y apela a un imaginario traumático. Incluso las voces conservadoras han guardado posiciones bastante prudentes. Es decir, Trump ha estado bastante solo, con excepciones, en su cruzada suicida para alentar la polarización y el conflicto. Y en general ha habido contención en las valoraciones públicas incluso por parte de la derecha conservadora norteamericana.

Una de las voces más autorizadas del establishment, el secretario de Defensa de Estados Unidos, “jefe” del Pentágono, ha comentado que él no está de acuerdo con la aplicación de la Ley de Insurrección de 1807. ¿Se le están terminando los aliados a Trump? Mi sensación es contradictoria, porque por un lado esa soledad de Trump, pero hay una parte de ese relato que no es verdad. Trump lidera una coalición social muy heterogénea pero muy poderosa donde están, al unísono, los principales sectores del capitalismo financiero de este país, del capitalismo industrial, toda la base de la derecha religiosa conservadora, el sur del país, la mayor parte de la población masculina blanca. Al mismo tiempo, es verdad que en esta crisis, y en anteriores también, se ha revelado una cierta fractura dentro de la clase dirigente de esa coalición social. Es como si funcionara un sistema de check and balance [control y equilibrio] dentro de las instituciones. Trump ha tenido sucesivos conflictos con el Pentágono, con Wall Street, con la Corte Suprema, etc. Dentro de su universo de intereses ha habido fragmentaciones desde el principio, y creo que en la gestión de esta crisis, su apelación directa a la militarización le ha supuesto una serie de contradicciones.

También hay voces discordantes en su partido.
George W. Bush ha salido ya varias veces, la última ayer [por el martes] con mucha fuerza, claramente para abrir una cuña dentro del bloque conservador. Igual que se le opuso Mitt Romney antes, y ahora el secretario de defensa. Son voces que creo que están intentando hacer de cortafuegos frente a esa deriva.

El problema es que Trump es capaz de utilizar esas contradicciones en su huida hacia adelante. Ya le ha pasado, incluso en la gestión del coronavirus con el Centro de Control de Enfermedades. Él aprovecha esas contradicciones ─incluso internas, con gente que ha nombrado para sus propios equipos de Gobierno─ para radicalizar su mensaje y redoblar el “o conmigo o contra mí”. Pero, en todo caso, creo que la ocurrencia de la militarización sí ha generado una contradicción y una fractura dentro de su propio bloque dirigente.

En cualquier caso, la derrota en noviembre de Trump parece más posible que hace unos meses, durante las primarias demócratas. Quizá no por esta deriva sino por la situación económica en la que entra el país.
Debería ser así porque Trump había fiado su reelección al discurso de la estabilidad y del crecimiento económico. Pero sería cauto porque ahora ha virado el timón radicalmente a la cuestión del orden social y a la amenaza del caos y de la anarquía, jugando con el imaginario nixoniano de mayoría silenciosa, de la ley y el orden.

En la historia política de Estados Unidos las revueltas raciales han sido momentos de gran estallido en los que siempre ha confluido la cuestión de la segregación y la desigualdad racial con la cuestión social. Pero a continuación esos levantamientos han dado lugar a repliegues conservadores. Trump está jugando con eso. Intenta desplazar el foco a la cuestión de la ley y el orden y de la paz social, aunque sea manu militari, porque ese es el terreno en el que quiere confrontar a Biden, presentándole como un líder débil e incapaz de asegurar la propiedad y el orden. No infravaloraría sus posibilidades de reelección porque esa coalición social a la que él representa es amplia, es fuerte, y probablemente no vaya a salir muy tocada tampoco de esta crisis, por catastrófica que sea la gestión sanitaria, política, y ahora, del orden social.

¿Qué papel puede jugar la oposición?
Va a depender de la capacidad de movilización que tenga el Partido Demócrata. Biden hasta ahora ha sido muy muy débil en su labor de oposición política. Ahora ha intentado hacer un gesto más mediático: fue a la iglesia el otro día, se arrodilló, etc. Pero estamos a un nivel de pura política espectáculo, de política-imagen. Por mucho que ganara las primarias gracias al voto afroamericano, Biden no tiene tampoco gran credibilidad, ni es capaz de dibujar un horizonte de sociedad alternativa. La principal virtud de Biden es no ser Trump. Así se vende todo el tiempo: “No soy Trump, soy el vicepresidente de Obama, represento el sentido común, la vuelta a la normalidad, al statu quo”, pero es que no hay tal cosa, es que se ha hundido el statu quo con la pandemia. ¿A qué normalidad se va a volver? O Biden desarrolla un proyecto real, un horizonte real de sociedad alternativa, o va a ser muy difícil que consiga esa movilización extra que necesita para poder derrotar a Trump.

¿Es un factor importante quién acompañe a Biden como vicepresidente?
Sí. En los términos de cómo funciona el gran show business de la política en Estados Unidos, el momento de la elección de la vicepresidencia es clave siempre, como lo es la convención de verano. Lo que pasa es que este año se va a dar en unas condiciones excepcionales y extraordinarias. Para la elección de su vicepresidencia, Biden tiene que combinar dos jugadas. Desde el principio se dice que iba a elegir a una mujer, y a ser posible a una mujer afroamericana para el puesto; y, por otro lado, están las voces en las que dice que tiene que apelar a la izquierda de la base social del partido: al sanderismo. Es difícil encontrar una figura que pudiera satisfacer todo eso. Lo normal sería que fuera en una de esas dos direcciones, pero no está claro. Yo no descartaría que opte por un giro conservador para intentar pelear la batalla cultural y la batalla de la ley y el orden, de la estabilidad.

¿Hasta qué punto la separación entre lo que proponía Bernie Sanders y lo que está reclamando Black Lives Matter en las calles ha sido la clave de la derrota del candidato en las primarias?
Hay una gran paradoja. La secuencia de las elecciones primarias, el estallido de la pandemia, y ahora esta gran revuelta social es paradójica y genera una sensación de oportunidad perdida. La pandemia puso en el centro de atención y del debate público la cuestión del colapso del sistema sanitario, que era una de las propuesta programáticas de Bernie Sanders, el Medicare for All; el colapso del sistema económico, con 40 millones de trabajadores pobres que de pronto se vieron en la calle sin ningún tipo de protección social, era otra pata esencial de su programa, y ahora, con el estallido de la cuestión social articulado por la revuelta afroamericana contra la desigualdad, la violencia policial, etc. ha emergido otra de las patas esenciales de su discurso.

Bernie hizo toda su campaña de primarias planteando la necesidad de generar una gran coalición de intereses de minorías sociales, generacionales, de género; digamos, una gran articulación de intereses para poder articular su revolución política.

Ahora estamos viendo que esa “revolución” transcurre sin él.El otro día había alguien en internet diciendo “Bernie lleva años diciendo que había que hacer una revolución política por las buenas, ahora está estallando por las malas”. Es como si, en términos psicoanalíticos, hubiera estallado ahora “lo real” del sanderismo. Sanders había intentado darle una articulación programática y en la forma partido y en la forma electoral a una cuestión social que ahora está estallando en toda su crudeza, como si hubiera saltado la espita.

Es difícil entender desde aquí cómo no pudo atraer más un movimiento tan transversal como Black Lives Matter, que tiene apoyo de superestrellas como el jugador de la NBA Lebron James y en general de toda una generación de artistas y creadores negros.Bernie hizo un gran esfuerzo apoyándose en alguno de los elementos que dices, y eso se le ha criticado también. Con Killer Mike, con Public Enemy..., intentando apelar a la nueva articulación social en torno a Black Lives Matter, etc. Activistas que están en la calle ahora. Frente a los afroamericanos más mayores, mujeres, etc., que son quienes mayoritariamente votaron por Biden. Pero creo que hay un poco de voluntarismo en la autocrítica. Bernie Sanders ha conseguido casi un 30% de los votos en las primarias en todo el país, en algunos sitios bastante más. Es un resultado extraordinario, sin embargo no ha sido suficiente. Faltan votos, y una parte importante tiene que ver con el voto afroamericano de más edad. Pero sería hacerse trampa pensar que eso es algo que se puede resolver sencillamente afinando el mensaje o rodeándose de unos o de otros. Es una cuestión social profunda, estructural, que está estallando ahora. La alianza entre el movimiento obrero, la izquierda blanca ilustrada en las dos costas y la clase trabajadora del sur profundo del país ha sido siempre una coalición precaria y difícil. Hay que reconstruirla, hay que rearticularla, eso es evidente. En parte está sucediendo en la calle, pero en la esfera de la articulación política partidista, está bastante más lejos.

 En Estados Unidos existe un gran sustrato de movimientos y auto-organización ¿es aventurado pensar que está creciendo a raíz del naufragio social del covid-19?
Sí, sí, hay una eclosión, pero no solo con el covid. Esto es algo que entronca con una gran tradición de asociacionismo. Este es un país realmente federal, donde la dimensión local de lo político es muy fértil y donde hay una gran tradición también de autogestión de la movilización social. Ese ecosistema de colectivos sociales es muy rico y muy denso. Sobre esa base, la izquierda está viviendo un proceso de intensificación y de organización enorme, de una intensidad que no había tenido en décadas. Han brotado miles de organizaciones, en una galaxia que va desde la organización barrial, la esfera de la producción cultural, la esfera sindical, la esfera política, etc. Esto ocurre desde la crisis financiera, pero también dentro de la galaxia alrededor del sanderismo.

¿Qué características tienen esos movimientos?
Aquí los partidos están vacíos. Son estructuras huecas, en realidad. Por eso los outsiders pueden ganar las primarias, por eso las pudo ganar Trump, por eso casi las puede ganar Sanders. Los partidos se utilizan como herramientas para articular esas federaciones de intereses que vienen del ámbito de la sociedad civil, que pueden ser progresistas o pueden no serlo, como es el caso de los grupos de interés, y del estado profundo que dirige este país.

En ausencia de una organización unitaria que lo pueda federar o articular en clave vertical, la izquierda está en un proceso de organización muy importante. Eso es muy bueno porque implica de por sí una estructura federal y con grandes contrapesos democráticos, pero a medio plazo también implica un potencial enorme de disgregación. Es muy difícil construir coaliciones estables en el tiempo.

¿Qué pasa después de Sanders?Esa es una de las grandes preguntas del sanderismo: ¿Quién puede ocupar ese lugar? Sanders ha sido el liderazgo carismático, el referente de organizaciones extraordinariamente plurales y diversas en un país que es un continente, y donde la izquierda, está muy fragmentada. Otra de las preguntas es ¿cómo se articula ese movimiento tan plural en ausencia de un partido? Esa es una constante de la historia de este país.

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Protesta por el asesinato de George Floyd en Washington el 30 de mayo. Foto: Geoff Livingston (cc.2.0)

¿Hay una posible organización en la defensa contra el supremacismo blanco por parte de grupos dispares como la comunidad latina, la china ─atacada ahora por el propio Trump─ la afroamericana, etc. o, dada la complejidad de la historia y del territorio es difícil de pensar que se pueda articular algo así?
Sí, sí existe. Es verdad que los brotes que ha habido xenófobos de racismo asiático aquí han generado bastante shock cultural porque son bastante nuevos. No era habitual. Es la realidad del día a día de las organizaciones afroamericanas o hispanas, pero esa nueva forma de xenofobia ha generado también una reacción de organización.

Y sí, sin duda, esas sinergias son parte de lo que comentaba. Las mayores victorias de Sanders han sido precisamente en Nevada, en California, en Estados donde los hispanos han asumido el liderazgo de esa campaña y esas coaliciones. En cierto modo, eso sí es un proceso político bastante novedoso y, digamos, hay toda una nueva generación de dirigentes hispanos que están vertebrando esas alianzas. Con lo cual, está sucediendo eso que dices. Creo que es hacia donde va la izquierda americana, a profundizar en esas coaliciones heterogéneas.

¿Cómo se analiza el anuncio de Trump para criminalizar a un supuesto grupo organizado como “Antifa”?
Con lo de Antifa, Trump estaba haciendo dos cosas. Por un lado construyendo al enemigo interior y habilitando la utilización del marco antiterrorista y la militarización. Esa es la operación política. Pero es curiosa también la operación que está haciendo porque, ante un levantamiento, una respuesta social dirigida a la herida racial, y dirigida por afroamericanos y por las organizaciones afroamericanas, él atribuye la responsabilidad y la autoría a los grupos antifascistas. En cierto modo, Trump está generando esa correlación. Casi está generando esa unidad que le vuelve bajo forma de respuesta. Porque las revueltas sociales están unificando varias cuestiones. Black Lives Matter articula la respuesta por el asesinato de George Floyd, en cuanto la situación estructural de los afroamericanos, pero automáticamente es la situación económica y social general la que estalla, la gestión sanitaria y política de Trump, la cuestión de la represión. Ese proceso de unificación política conforma una gran sublevación, que es lo que se está viendo. En las manifestaciones se está impugnando todo, básicamente. Se ha articulado esa esa gran coalición de intereses y significantes, de la que Trump es el principal unificador. Es la personificación de un sistema en descomposición y de una deriva demente. De un orden social que ha estallado. Trump, intentando dividir, ha favorecido ese proceso de unificación.

Comentabas en una entrevista con Sato Díaz que Estados Unidos, a pesar de estar en las puertas de una nueva dust bowl, sigue teniendo el control de política monetaria internacional y de los mercados financieros. ¿Hasta qué punto una política interior en depresión, de enfrentamiento, de un supremacismo a la defensiva para controlar a las masas de desposeídos, es compatible con el enriquecimiento que está teniendo Estados Unidos o sus grandes fortunas, a raíz de esta crisis?
Esa es la pregunta clave. Si el establishment o la clase dirigente estadounidense tiene la capacidad de gestionar esta crisis, este proceso de turbulencia, que es extraordinariamente contradictorio. Por una parte, la supremacía, la hegemonía mundial de Estados Unidos en el ámbito financiero, en el ámbito militar, en el ámbito tecnológico, va a salir incluso reforzada, o cuando menos no debilitada. Mucha gente leía la crisis de la pandemia como diciendo “esto va a acelerar la transición al mando de China” pero China va a sufrir porque depende mucho de la estructura de la globalización que ahora está en crisis. Ya estamos viendo que Estados Unidos puede salir en el corto plazo reforzado en su posición mando; pero al mismo tiempo, afronta un proceso de descomposición interna que tiene que ver con su orden económico y social. El impacto de la pandemia en este país es muchísimo superior al de otros países porque no tiene estructuras de protección social, porque sus poblaciones vulnerables se convierten en desheredadas, hay gente que no puede comer. Todo el mundo ha visto las imágenes de las colas de miles y miles de coches en todas las ciudades para poder alimentarse en este país.

Se trata del dominio internacional pero el caos en el interior del país.
Hay que tener en cuenta que Trump había anticipado esta fase de desglobalización, como se llama ahora. En 2016 con America First y poniendo en crisis el modelo de comercio internacional, las cadenas internacionales de valor, lo había anticipado, en cierto modo se había preparado incluso para esto. Sin embargo, en ese momento en que su mando imperial puede salir incluso reforzado, su contrato social interno estalla y se descompone. ¿Es Trump y su política de polarización radical y de enfrentamiento radical ─del “nosotros” conservador frente al enemigo interno─ capaz de cohesionar esos intereses y garantizar la estabilidad, la reproducción de esa posición imperial de Estados Unidos? Esa es la gran pregunta.

¿Hay contrapartes en el interior de esa coalición?
Dentro de ese propio bloque dirigente, hay gente que quiere ganar dinero y quiere que se aseguren sus intereses pero al mismo tiempo también necesita que el orden social permanezca. Cuando el presidente de los Estados Unidos tiene que llamar a la movilización del ejército más poderoso del Planeta contra su propia población, digamos que hay un problema de viabilidad de la reproducción del orden social. Trump ha llevado al país a una situación de tensión tal, que ese orden social lleva ocho días hecho trizas. El país está abierto en canal, e incluso las voces más conservadoras no se atreven a elevar mucho la voz porque entienden qué está sucediendo. Los Black Hawk, los helicópteros, están haciendo maniobras militares enfrente de la Casa Blanca. Entonces, si tú eres un gran industrialista norteamericano, o el gestor de un fondo de capital riesgo de Wall Street, por supuesto que necesitas que el programa de rescate te garantice los recortes de impuestos y las inyecciones de capital, etc. Pero también necesitas poder llegar a tus reuniones en el Fondo Monetario Internacional sin tener que sortear barricadas. La salida de Trump es redoblar la apuesta pero eso es jugar con fuego también.

La pregunta es ¿qué puede, de nuevo, la alternativa? Hay una parte importante de la gente que está estallando que no va a votar por Biden, y creo que hay una parte importante de ese establishment que puede tener miedo a Trump, que tampoco se va a sentir necesariamente inclinado a construir una coalición alternativa. Con lo cual, Biden está ahí entre dos aguas: entre el estallido social y su necesidad de robarle el establishment a Trump, y creo que ahora ahora mismo no está haciendo ni una cosa ni la otra.

En el contexto internacional, ¿qué puede suponer una reelección de Trump?
Llevamos ya tantos meses dedicados a las hipérboles que hay que tener cautela, pero yo no me resisto a pensar que es un momento definitorio. Porque, vayamos al escenario que vayamos, estamos en un proceso de extraordinaria crisis global, en todos los niveles: económica, de gobernanza, ideológica, etc. En un momento en el que probablemente va a haber más conflictividad, hay una crisis de todos los instrumentos de mediación, gestión, el sistema multilateral, el derecho internacional, etc. Entonces, creo que una segunda presidencia de Trump pertenece al orden de la amenaza civilizacional. Hace unos meses, cuando estábamos en plena campaña de primarias, un amigo de aquí decía “al final Trump no ha sido tan malo. Lo temíamos muchísimo y fíjate, debe ser el primer presidente que no ha empezado una guerra en décadas”. El otro día hablaba con él y me decía “fíjate, al final la guerra la va a empezar, pero dentro de EE UU, no fuera”.

Nueva York es un lugar apocalíptico ahora mismo; ahora estamos de toque de queda y con barricadas y fuego en todas partes. Suena cada vez más distópico. Creo que a nivel internacional, ideológicamente, Trump puede liderar un proyecto de salida de la crisis en clave abiertamente neofascista: una forma de salida reaccionaria de nuevo cuño que combine el racismo, el militarismo, el autoritarismo, y la guerra social. Estados Unidos desde esa posición de mando va a seguir proyectando y va a seguir generando una tendencia de época. Con lo cual creo que el mundo entero se juega bastante en estas elecciones.

¿Y desde el punto de las fuerzas democráticas, antifascistas y de izquierdas?
La sensación de oportunidad perdida que hay con la campaña de Sanders es enorme, porque probablemente es una coalición de factores irrepetible a nivel histórico. Ahora hay un desafío. La izquierda tiene que reagruparse porque no hay un statu quo que defender. Hay que elaborar un horizonte ideológico y político de reconstrucción alternativa porque la extrema derecha capitaneada por Trump tiene uno muy claro y poderoso. La izquierda mundial tiene que poder contrarrestar, tiene que poder ofrecer un modelo de sociedad alternativo real para la reconstrucción de nuestras sociedades, del sistema internacional, del Planeta. Y lo tiene que hacer ahora. La extrema derecha tiene el suyo. Creo que es un momento definitorio. Yo esperaba que fuera un momento definitorio en la otra dirección, en el otro sentido, pero creo que estamos en clave defensiva.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/estados-unidos/entrevista-pablo-bustinduy-manifestaciones-george-floyd-reeleccion-donald-trump