domingo, 31 de enero de 2021

Atrapados en ‘The Wire’

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Una calle de Baltimore. MÓNICA G. PRIETO

Baltimore (Estados Unidos) es un icono de la criminalidad con más muertes per cápita que México, Honduras y El Salvador.

BALTIMORE (MARYLAND). En las calles de West Baltimore, desconchadas y desiertas salvo por algunos mendigos, traficantes y clientes del trapicheo, las bandas callejeras se pasean con una impunidad descarnada. Flamantes coches color crema con las ventanas bajas revelan a hombres con la cara tatuada que desafían el rojo de los semáforos, pendientes de sus teléfonos, de camino al siguiente encargo. En una esquina, una joven corre tras un hombre que se escabulle saltando por una valla. «¿Estás intentando colocarle droga a mi primo, hijo de puta? ¡Te vas a enterar! ¡Tú te metes con los míos, y yo me meto con los tuyos!» .

El ambiente en Baltimore es inquietante y desgarrado, pero eso no lo sabía el sirio Khaled Heeba cuando llegó con sus ancianos padres tres años atrás, pensando que dejaba atrás el infierno de la guerra y por fin hallaba la seguridad que le permitiría construir un futuro. Sobrevivió al conflicto en su Damasco natal durante tres largos años antes de huir a un lugar seguro. Cruzó la frontera hasta Egipto, donde trabajó 14 horas al día para mantener a su familia, a la espera de que el programa de reasentamiento de refugiados le asignase un destino.

El día en que le comunicaron que había sido admitido en Estados Unidos, pensó que su mala suerte había acabado: podría reunirse con su familia paterna, que regentaba un local de pizzas en la ciudad de Baltimore. «Venía con toda su ilusión», explica cabizbajo su primo Mansoor, de 19 años, en el interior de Vizzini’s Pizza, en una pausa del horneado. «Aprendió inglés desde cero, trabajaba incansablemente, todo el mundo le apreciaba».

El 7 de febrero, se quedó a cargo de tres últimos repartos antes de acudir a la mezquita, donde le esperaba su familia. «Cuando volvimos no estaba aquí. Sonó el teléfono y era el último cliente, enfadado porque su comida no había llegado». Al equipo de Vizzini’s, habituados al infierno de Baltimore, se les heló el corazón. El padre, el tío y la hermana de Khaled acudieron a buscarlo. Cuando vieron tres coches patrulla en torno al vehículo de reparto supieron que era demasiado tarde.

«Vieron su cuerpo tendido en un charco de sangre. Tres agentes tuvieron que sujetar a mi tío para impedir que corriera hacia él. Aún hoy se siguen atormentando con su destino, con la muerte de Khaled y con el error que cometieron instalándose en Baltimore«, articula el joven. 

A sus 31 años, la irónica muerte de Heeba no desafía las crueles estadísticas de Baltimore, un icono de la criminalidad –con más muertes per cápita que México, Honduras y El Salvador– consagrado por la magistral The Wire. El asesinato del refugiado solo fue uno más de los 335 registrados en la ciudad de 600.000 habitantes el pasado año, y, como el resto, la investigación resulta estéril.

«El inspector nos dijo que le sorprendió un incidente y que bajó del automóvil para auxiliar a alguien. Un hombre encapuchado le disparó al pecho», explica Mansoor. Murió por disparos como otras 296 víctimas de 2020, en medio de la calle y a plena luz del día. Sus familiares no tienen ninguna esperanza en la investigación. «Será cerrada próximamente, como la mayoría. No creemos que nunca se haga justicia», añade el primo de Heeba.

Las bandas se pasean con impunidad por West Baltimore. MÓNICA G. PRIETO

«Baltimore es la ciudad norteamericana más letal no sólo por el número de asesinatos per cápita, también porque cuando alguien es disparado allí, tiene más posibilidades de morir. Una de cada tres víctimas de disparos muere, no a manos de la policía, sino de las bandas. Hay una cultura armada distinta a la del resto de ciudades, mucho más despiadada, porque cuando alguien dispara allí usa un calibre mayor, a menor distancia y más veces», explica Sean Kennedy, investigador asociado del Maryland Public Policy Institute y autor de varios informes sobre criminalidad en la ciudad. 

No siempre fue así. Tras un breve renacimiento de la seguridad en la ciudad entre 2000 y 2009, el crimen violento se disparó, hasta aumentar un 65% desde 2014. En 2019 alcanzó el terrible récord de 348 muertes violentas tras pasar 27 años batiendo marcas, una cifra muy similar a la de 1993, cuando se registró la peor estadística de su historia con 353 asesinatos, pero en aquel entonces contaba con 130.000 residentes más que en la actualidad. Porque la población de la localidad –a la que no queda nada del encanto con el que se conocía a la ciudad en los años 70– se encoge a fuerza de desesperación y violencia. Kennedy calcula que 130.000 residentes –todo aquel que se lo puede permitir– ha buscado un hogar fuera de sus límites desde 1993 esperando encontrar seguridad.

«Nuestra tasa de criminalidad armada se sale de los gráficos»

«En 2016, cuando Chicago tuvo un año asombrosamente sangriento con 762 homicidios, su tasa de homicidios per cápita seguía siendo la mitad de Baltimore. En 2018, las cifras de Chicago cayeron a una cuarta parte de las de Baltimore», incide Kennedy desde la cafetería de Washington donde hablamos. La criminalidad llegó a ser endémica en las urbes estadounidenses, pero fue frenada en todas, excepto en Baltimore.

Hoy en día, se produce una terrible ironía: la llegada de un nuevo jefe del Departamento de Policía en 2019, Michael Harrison, frenó la tendencia, aunque las cifras siguen siendo trágicas. «A nivel nacional, en las principales 50 ciudades del país se ha incrementado el número de homicidios per cápita en números de dos dígitos, salvo en la ciudad de Baltimore, donde ha habido un leve descenso del 3%», explica por teléfono Willy Moore, analista y miembro de la junta de asesores de Safe Streets, una de las organizaciones que lucha contra la criminalidad mediante la mediación pacífica. «Aún así, nuestra tasa de criminalidad armada se sale de los gráficos. Suele imprimirse una lista anual de las ciudades del mundo más violentas, con más homicidios, por cada 100.000 habitantes, y Baltimore está desde hace años entre los 25 primeros puestos. Es algo atroz», señala Moore.

A diferencia del resto, la violencia en Baltimore es más descarnada y cruel. En 2020, 212 de las víctimas recibieron disparos en la cabeza, signo de que habían sido sentenciados; en 2018, la cifra ascendía a 309, según la Unidad de Homicidios del Departamento de Policía. El 38% de los fallecidos y criminales había cometido previamente crímenes armados, pero seguían en las calles porque la confianza en el sistema ahuyenta las denuncias y espanta a los testigos. De las víctimas de 2020, siete tenían menos de 10 años y, sin embargo, el número de arrestos disminuyó en todo el año. ¿Qué está pasando con Baltimore?

Hace años que Baltimore está entre los 25 primeros puestos de la lista anual de las ciudades más violentas del mundo. MÓNICA G. PRIETO

El origen de la criminalidad, como ocurre con la del resto del país, remite a finales de los años 80 y principios de los 90, cuando la heroína y el crack –producto de la escandalosa política de la Administración Reagan Irán-Contra– inundó las calles de Estados Unidos criando una generación de drogodependientes alimentados por bandas callejeras que manejaban tanto dinero como influencias e impunidad, hechos que inspiraron la popular The Wire. Una imagen perpetuada por la realidad, porque Baltimore se ha quedado atrapada en el tiempo.

«Cuanta más droga, más crimen, y el crimen atrae más droga. La esperanza de vida de esos jóvenes afroamericanos es menor que la del resto lo cual les lleva a maximizar su placer lo más rápido posible», explica en su despacho de Baltimore Robert Embry, presidente de la Fundación Abell y con una larga trayectoria en cargos políticos locales. «A eso se añade el enorme desempleo, y crecer en comunidades pobres con muy pocos padres presentes. El índice de familias monoparentales en la comunidad afroamericana de Baltimore es del 82%, y sus madres tienen que trabajar, lo que se traduce en que los niños se crían en el barrio», añade.

«Cada año he perdido, de media, a entre 10 y 15 conocidos y vecinos por muertes violentas»

La práctica totalidad de Baltimore, con la excepción de una estrecha franja de terreno donde habitan los blancos, donde tiene su oficina Abell, tiene apariencia de gueto. Hay barrios mejores y peores, como el Distrito Oeste, al noroeste de la ciudad. Apodado el Salvaje Oeste por sus ciudadanos, las calles abandonadas y destartaladas, revelan su condición marginal mediante las planchas de madera llenas de grafitis que ciegan puertas y ventanas, los traficantes que vocean su mercancía a gritos en las esquinas y atienden a sus clientes encorvándose en las ventanas de los coches que se aproximan, dejando entrever fajos de dólares envueltos por gomas elásticas, y la ausencia de mujeres, niños o ancianos en las aceras. Los pocos que llegan lo hacen en coche y apenas recorren unos metros antes de meterse en sus casas

Marvin Cheatham vive en el corazón del barrio, cerca de la avenida West North Avenue, donde a cada pocos metros un ramo de flores o unas guirnaldas recuerdan a la víctima de un homicidio. En una de las casas tapiadas, un cartel destrozado reza: «Dejemos de matarnos entre nosotros». «Cada año he perdido, de media, a entre 10 y 15 conocidos y vecinos por muertes violentas. En los últimos años solíamos tener ocho homicidios por año en el barrio, pero hace tres años la cifra se disparó a 18 y desde entonces tenemos 50 asesinatos al año«, estima Marvin, apodado Doc, presidente de la Matthew A. Henson Neighborhood Association y responsable comunitario. «De los nueve distritos de Baltimore, hay tres especialmente malos y en los últimos 10 años el Distrito Oeste se ha consagrado como el peor. Al menos hemos detectado 50 establecimientos que venden alcohol en nuestro distrito, y medio centenar de puntos de distribución de drogas», continúa.

«En general, Baltimore ha sido muy violenta a través de los años, pero las cosas se pusieron un poco mejor en los 2000, aunque imagino que para los estándares europeos suena a locura. La muerte de Freddy Gray volvió a disparar la violencia. Podemos discutir por qué ocurrió, pero no cuándo ocurrió. En cualquier otro lugar del mundo han mejorado las estadísticas de violencia en relación a décadas anteriores, incluso en Chicago, mientras en Baltimore seguimos con cifras propias de El Salvador», explica Alec MacGillis, reportero de ProPublico, en una de las escasas cafeterías de Baltimore abiertas durante la pandemia. 

MacGillis se refiere a Gray, el particular George Floyd de Baltimore, un joven de 25 años arrestado en West Baltimore por posesión de arma blanca (una navaja) totalmente legal en 2015. A Freddy le metieron en una camioneta de la Policía de Baltimore: pese a que la comisaría estaba a cuatro calles de distancia, el traslado se demoró 45 minutos tras los cuales el joven estaba inconsciente, no respiraba y su espina dorsal estaba dañada de forma irreversible a causa de una conducción agresiva empleada por los agentes.

Tras siete días en coma, falleció. Un video ciudadano mostraba a Grey en el momento de su detención gritando de dolor ante la indiferencia de los agentes, a quienes pedía a gritos su inhalador para el asma. Como escribía MacGillis en The Atlantic: «Las protestas estallaron con disturbios y saqueos. Poco después, el fiscal jefe anunció cargos penales contra los oficiales involucrados en el arresto. Sus colegas respondieron descuidando su trabajo, haciendo solo lo mínimo en las siguientes semanas. Con ese vacío de poder, las bandas tomaron nuevas esquinas para vender drogas y ajustaron viejas cuentas. Los homicidios aumentaron a niveles récord y el cierre de casos se desplomó. «La policía dejó de hacer su trabajo y dejó que la gente jodiera a otras personas», dijo Carl Stokes, ex concejal demócrata de la ciudad de Baltimore, el año pasado. ‘Punto. Fin de la historia'». 

Las calles están desiertas en West Baltimore. MÓNICA G. PRIETO

Impunidad, estigma y desconfianza en el sistema

Eso explica que menos del 35% de los asesinatos derive en arrestos en Baltimore. La impunidad es espeluznante. En su libro Guettoside –traducido en España como Muerte en el Gueto y publicado por la editorial Capitán Swing–, Jill Leovy lo explica así: «Allí donde el sistema de justicia penal no reacciona con firmeza ante los heridos y los muertos por violencia, el homicidio se hace endémico. Los afroamericanos han padecido precisamente esa falta de una justicia penal eficaz, que es la principal causa de la duradera peste de homicidios de negros en el país. Específicamente, […] no se han beneficiado de lo que Max Weber llamó el monopolio estatal de la violencia, el derecho exclusivo del Gobierno a usar la fuerza con legitimidad. Tal monopolio proporciona a los ciudadanos autonomía legal, el conocimiento liberado de que el gobierno perseguirá a todo el que viole su seguridad personal. Pero la esclavitud, el sistema Jim Crow [que legalizó la segregación racial] y las condiciones de la población negra en casi todos el territorio de EEUU durante varias generaciones han impedido la formación del monopolio. Y teniendo en cuenta que la violencia personal estalla irremisiblemente donde falta el monopolio estatal, el resultado son las muertes de miles de estadounidenses al año». 

En el fondo subyacen problemas endémicos como la crisis económica permanente y persistente, la desesperanza y el factor racial: el 62% es comunidad negra, lo cual implica peores sueldos, peor educación, peores oportunidades, mayor estigma y muchísima más indiferencia ante sus crímenes, algo extensible al resto del país. «En Washington, el año pasado hubo 200 muertes violentas: solo tres víctimas fueron blancas«, pone de relieve MacGillis. «Aquí ocurre lo mismo, la muerte de un blanco atrae escándalo y titulares, mientras que la de un afroamericano pasa inadvertida. Prácticamente todas las víctimas son afroamericanas. La criminalidad en Estados Unidos se cobra vidas negras de forma desproporcionada», añade, incidiendo en que solo un 13% de la población norteamericana es afroamericana, pese a ser víctimas de todo tipo de desamparo.

«El factor racial es uno de ellos, aunque hay otros y la situación es mucho más compleja. En Baltimore, el 25% de sus habitantes vive oficialmente por debajo del límite de la pobreza, y según los expertos la cifra real es más cercana al 30% o el 40%, pero muy pocos matan a nadie o trafican con drogas, y la mayoría de la violencia está relacionada con las drogas. Quizás traten de hacerse ricos más rápido, porque en las bandas no tienen que ir al colegio o trabajar para hacerse ricos. Quien se gradúa tampoco vende drogas, pero no es un problema de acceso a la educación porque sí existe, aunque la calidad puede llegar a ser terrible y buena parte de la población no sabe leer o escribir, ni hacer simples cálculos matemáticos, a pesar de que son nativos en inglés», explica Kennedy. 

«El problema está más relacionado con la confianza. Alguien dispara a alguien a plena luz del día y quienes le ven hacerlo no creen que la policía le vaya a atrapar o consideran que, si lo hacen, le soltarán muy pronto. No confían en que el fiscal le meta en prisión, ni que el alcalde devuelva la seguridad a las calles y cree trabajos. No creen en el sistema«. Esa pescadilla se completa con otros factores: policías desmotivados y sin recursos –hay 500 agentes menos que hace una década y los arrestos han caído un 48% en los últimos cinco años– que no confían en los testigos; fiscales que no se atreven a cuestionar la dudosa honradez de los agentes –la corrupción policial está extendida en Baltimore– ni protegen a los testigos y eso crea lo que Kennedy define como «un círculo vicioso».

«Lo contrario es un círculo virtuoso, cuando tienes fe en el sistema y confías en las instituciones. Quieres ser un buen ciudadano y denuncias los malos comportamientos a la policía confiando en que te protejan apartando de las calles a quien los comete y, a cambio, cumples el deber de testificar en un juicio contra el asesino, a cara descubierta porque lo exige la legislación, porque confío en que el sistema me proteja y meta al criminal en prisión. Y eso, además, implicaría que el menor que presenció el asesinato piense: ‘yo no quiero acabar en prisión, ni quiero morir vendiendo drogas’. Pues bien, eso no ocurre en Baltimore. Allí no hay consecuencias y cuando la gente hace lo correcto, no es recompensada por ello«, añade Kennedy.

«Existe cierta frustración, la sensación de que Baltimore no tiene solución»

En definitiva, es la impunidad que pesa en el ambiente como una fuga de gas tóxico que lo envuelve todo. Los barrios están impregnados de violencia. Los destrozos, las cintas amarillas de la policía, las puertas y ventanas tapiadas, ocasionales manchas de sangre en las aceras, coches vandalizados y restos de lunas y carrocería omnipresentes y, sobre todo, los grupos de adolescentes que trapichean a plena luz del día. Un domingo a las 11:00 hora local, frente al Mercado de Lexington –el más emblemático de la localidad–, un coche con dos ocupantes baja la velocidad al paso de uno de estos jóvenes, que no sobrepasa los 20 años. «Hey, yo… ¿Tienes un poco?», le pregunta el copiloto mientras saca por la ventanilla un billete de 20 dólares, que el chaval intercambia por una pequeña bolsa de droga. Al otro lado de la acera, una patrulla de la policía observa el tráfico de armas sin intervenir: da la impresión de que pretenden disuadir los tiroteos, no impedir que la droga envenene las calles de Baltimore. Las escenas son escalofriantemente corrientes, como lo son las sirenas de las ambulancias que ponen su particular banda sonora a la ciudad. 

Las puertas y ventanas están tapiadas. MÓNICA G. PRIETO

«Baltimore no está del todo desesperada, está falta de esperanza. Hay un sentimiento de futilidad, de nihilismo, y no me refiero a los ciudadanos sino a los políticos. Existe cierta frustración, la sensación de que Baltimore no tiene solución. Cuando aparecieron los primeros casos de Covid en EE. UU., surgió un chiste muy representativo: «14:00 horas. El coronavirus hace su aparición en Baltimore. 14:01. Abatido a tiros el coronavirus en Baltimore». Hay un meme que reaparece cada año, antes de Navidad, que muestra a Santa Claus poniéndose el chaleco antibalas para entrar en Baltimore.

«La verdadera tragedia de Baltimore es que la gente atrapada, las madres, abuelas, los padres y los tíos de quienes matan están atrapados, no sólo por las armas y las drogas sino también por la situación económica. No tienen escapatoria», aduce Kennedy. 

En el desangelado Distrito Oeste, el septuagenario Marvin Cheathman coincide en que la desesperanza es clave a la hora de comprender las exorbitantes tasas de criminalidad. «El sistema ha colapsado. Hace 20 años, estas casas estaban llenas de vida, había trabajo, teníamos industrias y siderurgia y los niños estaban escolarizados. Había violencia pero nunca fue así. Creo que en general a nadie le importa la situación, ni siquiera a nosotros mismos, hemos aceptado que no podemos cambiarla. No hay bastante gente que se preocupe por el resto, ni políticos que lo hagan, no hay bastante fe para cambiar las cosas. En esta comunidad hay ocho parroquias y no hacen lo suficiente, como tampoco lo hacen las asociaciones comunitarias. Tenemos demasiado por hacer y demasiada poca voluntad». 

Su asociación se dedica a promover los servicios públicos e identificar problemas e irregularidades, pero una vez que llegan a las autoridades, las sugerencias mueren en un cajón. La pandemia solo empeora a medio y largo plazo las expectativas de una ciudad condenada por su normalización del crimen, un infierno en la tierra, como decía una de las compañeras de Khaled, sobrecogida por la idea de que escapara de la guerra para terminar en otra clase de conflicto igualmente letal.

Los colegios cerrados dejan a los niños sin educación ni alternativas a la calle. «Aquí en el distrito Oeste no tenemos supermercados, así que la alimentación de la mayoría de las familias que no tienen coche es terrible, no es sana. Las autoridades han cerrado tres escuelas, tenemos la mayor tasa de ex convictos residiendo en el barrio y varios centros de rehabilitación de drogas, más que en cualquier otro distrito», explica Marvin Cheatham. «La salud mental, que ya era mala, se está resintiendo enormemente, y eso lleva a más violencia», dice.

La pandemia podría agravar la criminalidad en Estados Unidos

«A corto plazo, no se ha visto un incremento dramático de los crímenes desde la pandemia pero a largo plazo cabe pensar que aumentará, porque a menor educación, menos posibilidades de conseguir un empleo y más de sentirse atraídos por actividades ilegales que les permitan obtener ingresos», añade Embry, en un argumento en el que coincide Willy Moore. «El COVID no va a cambiar los problemas inmediatos de la criminalidad, pero los va a perpetuar a largo plazo».

Los primeros informes apuntan a que la pandemia podría agravar la criminalidad en el resto del país. «Los confinamientos, George Floyd y todas sus derivaciones con la anarquía, así como el sentimiento de impunidad que alimentó, y el hecho de que no se rindan cuentas es la clave del actual repunte de la criminalidad, algo que se está extendiendo a otras ciudades», alega MacGillis.

«En Filadelfia, por ejemplo, hubo una disminución espectacular de la violencia en la última década o dos, solía ser como un Baltimore de mayor tamaño pero en el último año, los resultados fueron terribles, no tan malos como aquí pero espectacularmente negativos», añade el periodista. «Hace unos tres años pensé en escribir un libro llamado Disparo de Advertencia, sobre cómo Baltimore puede convertirse en la vía que sigue el resto. Pero la ciudad es diferente al resto en muchos sentidos, como la demografía, dado que es la segunda ciudad con más población negra de EE. UU. por detrás de Detroit, y la realidad del racismo, de la desigualdad, de la discriminación es diferente al resto«.

La sensación de derrota es generalizada. Quien no se involucra en la violencia –la ingente mayoría– parece haberse rendido. Apenas hay viandantes en los barrios pobres, y la pandemia ha llevado al cierre de los pocos negocios que salpican las calles. Los residentes viven virtualmente encerrados por miedo a las bandas y al virus, e incluso las iglesias –antes, el único reducto de vida comunitaria, muchas de ellas implicadas en la disminución de la violencia– han cerrado para minimizar contagios entre los feligreses. No hay protección, ni servicios sociales, ni sanidad, ni una educación decente ni nada que se parezca a los servicios que un gobierno da a su comunidad. El sentimiento de abandono es total.

Apenas hay viandantes y la pandemia ha obligado a los pocos comercios a cerrar. MÓNICA G. PRIETO

¿Y la sociedad civil? La desesperanza no doblega el espíritu de lucha de una comunidad harta de crímenes y de condenar a sus hijos a la violencia, aunque hay episodios que les parten en dos. Ocurrió el pasado 17 de enero, cuando uno de los más valientes y destacados activistas fue abatido en plena calle, una vez más a plena luz del día, de un disparo inequívoco en la cabeza. Dante Barksdale, uno de los fundadores de Safe Streets –la organización de ex reclusos reformados, dedicada a patrullar las calles para detectar incidentes y mediar pacíficamente con los concernidos para desactivar tensiones– era un icono para la ciudad desesperada por su propia redención.

Era el sobrino de Nathan Barksdale, el traficante de opio conocido que inspiraba el personaje de Avon Barksdale en The Wire, y el propio Dante había cumplido ocho años de condena por tráfico de crack antes de sufrir una transformación radical e inspiradora. Su vida en el lado oscuro y su conocimiento del mundo criminal fue su mejor baza cuando se reconvirtió, en 2008, como agente civil del orden ante la pasividad del sistema, con la esperanza de limpiar su pasado dejando un legado positivo para su comunidad y al grito de «resolución de conflictos y mediación».

«Aunque estoy devastado por la pérdida de mi hermano en la lucha por salvar vidas en Baltimore, no permitiré que quienes le mataron violentamente apaguen la luz de su trabajo», dijo el alcalde Brandon Scott. «El trabajo de Dante salvó vidas. Su muerte es un recordatorio aleccionador de lo peligroso que es trabajar en primera línea«, sentenció.

Uno de los fundadores de la organización Safe Streets fue abatido en plena calle el 17 de enero. MÓNICA G. PRIETO

«No creo que su muerte afecte de forma distinta al resto. La posibilidad de que se arreste a su asesino es mucho menor aquí que en cualquier otra ciudad de Estados Unidos porque tenemos menos detectives y menos posibilidades de que los testigos testifiquen porque no funciona bien el sistema de protección de testigos», apostilla Embry. «Eso no lo voy a ver yo», rechista Marvin desde el Distrito Oeste. «Fue un buen hombre, que desafió una vida terrible para ayudar a los demás pero no sabremos nunca quién lo mató», remata el anciano antes de desaparecer en su destartalada vivienda de West Baltimore. «Si alguien lo vio, nunca se atreverá a denunciarlo por miedo a ser el siguiente».

 Fuente: https://www.lamarea.com/2021/01/29/atrapados-en-the-wire/

miércoles, 27 de enero de 2021

El ultraje es incurable

Jean Améry

Quien ha sido torturado lo sigue estando (...). Quien ha sufrido el tormento no podrá ya encontrar lugar en el mundo, la maldición de la impotencia no se extingue jamás. La fe en la humanidad, tambaleante ya con la primera bofetada, demolida por la tortura luego, no se recupera jamás.

 

Los otros juicios de Núremberg

lunes, 25 de enero de 2021

El significado de las manoplas: cinco posibilidades

Esta imagen del senador acurrucado con sus manoplas fue protagonista de los memes de la investidura de Biden
AFP / BRENDAN SMIALOWSKI

 En un evento que fue, por encima de todo, una muestra de unidad entre partidos, las manoplas de Bernie representaban a todos aquellos que nunca han sido incluidos en ese consenso construido por la élite

 Naomi Klein (The Intercept)

Qué pena de directores de arte, estilistas y directores de escena. Se invirtió mucho esfuerzo, gusto, estrategia y dinero en la planificación de la semiótica de la toma de posesión de Joe Biden. El tono concreto de morado de Kamala Harris (¡que te den Vogue y tu portada chapucera!). La selección de una marca más pequeña que fabrica en Nueva York para vestir a Jill Biden de azul océano (¡un modo de apoyar a las pequeñas empresas en una pandemia!). El enorme peso del broche en forma de paloma dorada de Lady Gaga (¡la diversión de los “Juegos del Hambre”!).

Y, sin embargo, todo fue en vano. Porque en un mar de mascarillas exquisitamente conjuntadas, las viejas y desgastadas manoplas de Bernie Sanders los eclipsaron a todos, convirtiéndose instantáneamente en la imagen del momento histórico que provocó más comentarios, alegría y confusión. ¿Qué conclusión debemos sacar? ¿Por qué tantos millones de personas sintonizaron con cualquiera que fuera el idioma que hablaran las manoplas? ¿Fue un delirio pandémico en el que todos proyectamos nuestro aislamiento social en la persona más aislada de la multitud? ¿Fue sexismo y racismo, los secuaces de Bernie una vez más fueron incapaces de reconocer los mensajes subversivos expresados ​​en la forma de vestir de las mujeres que rompen el techo de cristal? ¿Fue, tal y como un amigo me dijo en un mensaje de texto que me envió mientras escribía estas palabras, “el anhelo secreto del mundo de que Bernie fuera nuestro presidente”?

¿Qué significa, cuál es la manoplología de todo esto?

Como ocurre con muchas otras cosas relacionadas con esta nueva administración, es demasiado pronto para predecirlo. Lo que sigue son cinco posibilidades.

1. Las manoplas como juicio reservado.

Gran parte de la atención de los medios se ha centrado en las propias manoplas y su anticuado estilo esquí de fondo de los años 70. Que sean artesanales en un mundo de fabricación en serie. Su imprevisibilidad y el hecho de que Bernie claramente no dedicó ni una sola neurona para decidir ponérselas más allá del “Hace frío. Estas calientan”.

Igualmente importante, sin embargo, es la actitud de quien lleva las manoplas: la postura encorvada, los brazos cruzados, el aislamiento físico respecto a la multitud. El efecto no es el de una persona excluida en una fiesta, sino más bien, seamos honestos, de una persona que no tiene interés en unirse.

En un evento que fue, por encima de todo, una muestra de unidad entre partidos, las manoplas de Bernie representaban a todos aquellos que nunca han sido incluidos en ese consenso construido por la élite.

No fue un boicot a la ocasión en sí; nadie deseaba más que Bernie que Trump se marchara. Pero expresó una reserva inequívoca sobre lo que se avecinaba. Esos brazos cruzados eran las manoplas que decían: “Veamos qué hacéis y después hablamos de unidad”.

2. Las manoplas como advertencia.

Pero fue más que eso. También hubo, si se examina con atención, una advertencia lanuda. El mundo enloqueció ante la arisca actitud de Bernie en la toma de posesión porque este mantenía viva la esperanza de que todavía existe una oposición moral a la concentración de poder y dinero en los Estados Unidos, y en una época en que la necesitamos más que nunca.

En ese momento, los brazos cruzados de Bernie y la disonancia en la forma de vestir parecían estar diciendo: “No nos defraudéis”. Si, después de todo el alboroto, la administración Biden-Harris no ofrece medidas transformadoras a una nación y un planeta que agoniza, habrá consecuencias. Y a diferencia de los años de Obama, esas consecuencias no tardarán años, porque el espíritu revolucionario ya está dentro y lleva manoplas.

3. Las manoplas como conciencia de los liberales.

Las manoplas de Bernie no solo han sido una obsesión entre las bases del senador, aquellos que albergábamos muchas esperanzas de ver ese pedazo de lana áspera colocada sobre una Biblia a principios de esta semana. También han cosechado un éxito sorprendente entre los liberales, muchos de los mismos que se pasaron las primarias atragantándose públicamente ante la perspectiva de un Sanders presidente (tan vocinglero, tan tajante, tan enfadado). Y, sin embargo, aquí están reenviando memes de manoplas y compartiendo historias encantadoras explicando cómo una profesora hizo las manoplas a mano (¡habilidosa!) o esa ocasión en que Bernie se las prestó a un profesional sanitario que tenía frío (¡un cuento de “calentamiento de manos”!)

¿Qué pasa? ¿Por qué Bernie, el socialista peligroso, de repente es un abuelito adorable? En cierto sentido, es bastante simple: incluso como presidente del Comité de Presupuestos del Senado, Sanders es una amenaza mucho menor para ellos que como candidato presidencial que se presenta con la promesa de redistribuir la riqueza y eliminar el afán de lucro de la atención médica. Dicho de otro modo, para la élite del Partido Demócrata es fácil amar a Bernie cuando redistribuye manoplas hechas a mano, siempre y cuando mantenga sus manos alejadas de los miles de millones que aportan los donantes.

De alguna manera, es incluso útil soportar a una facción desaliñada del partido precisamente porque la dirección está muy distanciada de su base obrera. En ese contexto, apoyar públicamente a Bernie en fecha tan avanzada juega un papel similar a las diversas acrobacias pseudopopulistas de la época de primarias, como comer frituras que odias o usar ropa de gente normal en público.

Lo que nos lleva a un significado relacionado con la manopla:

4. Las manoplas como imagen de la calle.

En los medios de comunicación liberales, la semana de la investidura marcó un vertiginoso regreso a la era de Obama al tratar a los miembros de la familia del presidente como celebridades de la élite de Davos. ¿La bicicleta estática marca Peloton de Biden presenta un riesgo para la seguridad? ¿Quién vistió a Jill Biden? ¿Has visto las sudaderas feministas de la hermana de Kamala? Esta línea de cobertura informativa del político como estilo de vida había estado en gran parte inactiva durante la era Trump. Claro, la Casa Blanca estaba llena de gente rica y delgada que vestía y consumía cosas caras y envidiables. Pero eran protofascistas y estafadores desvergonzados, por lo que insistir demasiado en las capas de Melania y las joyas de Ivanka daba mala imagen.

Ahora eso se ha acabado. Y, sin embargo, sigue habiendo cierta inquietud en las relaciones públicas. Después de todo estamos en una pandemia global y el hambre está aumentando, incluso aunque los ultrarricos hayan aumentado enormemente su riqueza durante este período de muertes en masa. Que entren las manoplas. Está claro que algunas personas de los estratos más altos del Partido Demócrata entienden que si van a disfrutar de un glamoroso regreso a la “normalidad” neoliberal, es necesario un guiño a la realidad. El hecho de que Bernie estuviera allí, con su parka, sus manoplas y su mascarilla desechable fue rápidamente adoptado como ese gesto.

Pero no se dejen engañar. Porque las manoplas poseen otro significado, que es más poderoso.

5. Las manoplas como movimiento de demostración de fuerza.

Están las manoplas como manoplas propiamente dichas. Pero también están las manoplas como meme, una sobrecarga del simbolismo de las manoplas que parece que surgió segundos después de su entrada en escena. Antes de que Gaga cantara el himno nacional y antes de que Biden dijera “unidad” nueve veces y “uniéndose” tres veces más, las manoplas de Bernie volaban por internet. En cuestión de horas, lo habían superpuesto en miles de imágenes icónicas, lo habían intercalado en películas y era tendencia en todas partes.

Es fundamental entender que todo esto no tuvo lugar por nada que hiciera Bernie, aparte de ser él mismo de la única manera que sabe. Como gran parte de su histórica campaña de primarias de 2020, el poder simbólico de las manoplas fue obra del “nosotros” en “no yo, nosotros”, un movimiento de movimientos descentralizado que representa a miles de organizaciones de base y decenas de millones de votantes, y defiende políticas apoyadas por la mayoría de los votantes demócratas, según muchas encuestas, pero que todavía son rechazadas por su élite. Medicare For All, un Green New Deal, cancelación de la deuda estudiantil, universidad gratuita, impuesto sobre el patrimonio y otras.

En el gran día de Biden, el movimiento que representa esas políticas y esos valores le dio un significado global a un par de manoplas viejas. Lo hizo porque pudo. Fue una pequeña demostración de fuerza amistosa con un trasfondo no tan amistoso. Todavía estamos aquí, decía. Ignoradnos y no permaneceremos tan callados la próxima vez.

 Fuente: https://ctxt.es/es/20210101/Firmas/34810/manoplas-bernie-sanders-significado-biden-elecciones-trump-naomi-klein.htm

El futuro en nuestras manos

 

 En el año 2001, miles de personas se emocionaron con la historia de Norma, Rafael y Nino Belvedere. Norma regentó durante muchos años un restaurante junto a su marido, Nino. Ella atendía a los clientes con tal amabilidad, que, según Nino, el trato al comensal era la especialidad de la casa. Años después, el restaurante pasó a manos de su hijo, Rafael, quien lo gestionó con extrema dedicación y eficacia, tanto que desatendió por completo a su entorno más cercano.

Puede que el argumento de esta historia resuene entre las memorias del lector. Solo he resumido la parte estructural de la historia, pero aún falta el componente principal que ha hecho de esta historia una emotiva y recordada película. Norma, la madre de Rafael y mujer de Nino, padece la enfermedad de Alzheimer. Se trata de parte del argumento de El hijo de la novia, película de Juan José Campanella, que es, sin duda, una de las obras que mejor representa la compleja dimensión de la enfermedad del olvido.

Hace poco volví a verla, y quizá por todo lo que está ocurriendo en este 2020, tuvo en mí un impacto mucho mayor que el que generó cuando la vi por primera vez. Me produjo una profunda reflexión sobre cómo afrontamos la vejez y la enfermedad, y las conclusiones que obtuve no fueron positivas.

Vivimos y crecemos creyendo que nunca envejeceremos. A nivel práctico tiene cierto sentido, porque diluye el sentimiento existencialista que de otra forma puede dejar a uno más de una noche sin dormir, pero a la larga tiene un impacto terrible. Lo hemos visto estos meses, nuestro sistema de atención y cuidado de las personas mayores es débil, está en parte regulado por las leyes del mercado y siempre el perjudicado es aquel que está en los últimos años de la vida. Pero si lo analizamos más detenidamente, descuidar la atención de nuestros mayores es algo tremendamente estúpido. Un fallo más en una estructura social dañada.

Y es estúpido por varios motivos. El primero de todos, porque descuidamos a una parte de la población muy importante, a aquellos que nos cuidaron y que dieron todo para que vivamos en la cómoda sociedad actual. Otro motivo, no menos importante, es que nosotros mismos formaremos parte del sistema que estamos construyendo y cuyas leyes regulan políticos y burócratas a los que votamos. Nosotros mismos estamos atacando a nuestro futuro, precisamente cuando vamos a ser más vulnerables. ¿Por qué, entonces, si sabemos que vamos a envejecer (y por ende que vamos a morir), no invertimos en los cimientos del sistema que haga de nuestras últimas décadas unos años con calidad de vida? ¿Tiene esto sentido? ¿Tiene solución? Sentido, no tiene ninguno, pero sí muchas posibles soluciones. La principal solución pasa por un cambio del modelo social, donde se ponga en valor a las personas mayores, un sistema que garantice unos últimos años (que pueden llegar a representar más de un cuarto del tiempo sobre la tierra) de calidad y dignos. Otra medida que se debe poner ya en marcha es fortalecer el sistema de salud pública que ayude a evitar algunas de las enfermedades que asedian al ser humano durante el envejecimiento.

Y es en este aspecto donde retomamos la historia de Norma. El drama real es que casi dos décadas tras el estreno de la película, la situación de Norma hoy en día no cambiaría mucho. La enfermedad de Alzheimer progresaría de forma muy similar ¿Se podría haber evitado que Norma perdiera todos sus recuerdos en sus últimos años de vida? ¿Podríamos haber visto una película totalmente diferente? Para responder a estas preguntas, debemos profundizar en la causa de todo: el alzhéimer.

Actualmente, hay más cincuenta millones de personas en el mundo que sufren algún tipo de demencia, siendo la mayoría de los casos pacientes con enfermedad de Alzheimer. Se estima que en 2030 esta cifra superará los ochenta millones y que en 2050 afectará a más de ciento treinta y dos millones de personas.

Podemos describir a esta enfermedad como un poderoso titán que nos acechará a todos conforme envejezcamos, ya sea de forma directa o indirecta. Como si de un ser mitológico se tratara, devora nuestros recuerdos como preámbulo de nuestra muerte, nos va absorbiendo todo lo que nos hace más humanos, arranca nuestra personalidad y termina llevándose hasta nuestras propias emociones. A pesar del esfuerzo de décadas de investigación, no contamos con tratamientos eficientes contra esta monstruosa enfermedad. Puede que el problema sea que no hemos elaborado una buena estrategia para enfrentarnos y blindarnos contra ella. A día de hoy, desde diferentes puntos del mundo se ataca al titán con flechas en forma de posibles tratamientos, algunos hacen más daño que otros, pero ninguno logra vencer a la bestia. El hecho de que no se haya conseguido un gran avance nos indica claramente que debemos cambiar nuestra estrategia. Las flechas individuales serán eficaces en algún momento, estoy completamente seguro, y lo serán cuando una de ellas encuentre el punto débil del titán, ese talón de Aquiles que abra la puerta hacia un tratamiento eficaz. Pero, de momento, no hemos encontrado dicho punto débil. Una esperanza emerge si cambiamos la estrategia, pasando del ataque a la defensa.

En el año 2020 todos hemos aprendido cómo podemos protegernos de una enfermedad causada por un patógeno. Desde medidas sencillas, como mantener cierta distancia, a las medidas más drásticas tomadas hasta la fecha, que nos encerraron a todos durante meses. Pero ¿cómo podemos protegernos frente a una enfermedad de la cual desconocemos la causa? La estrategia que está emergiendo frente al alzhéimer es, en realidad, una estrategia de gran utilidad para muchas de las enfermedades que nos afectan durante el envejecimiento: la prevención. En todos estos años de lucha contra el titán, hemos aprendido muchas cosas sobre él, información valiosa sobre cómo actúa y a quién ataca. Se han identificado una serie de factores de riesgo modificables que están detrás de más del 40% de los casos de demencia y enfermedad de Alzheimer.

La comisión «Lancet para la prevención de la demencia» estudia cada año todas las investigaciones sobre prevención y causas de la demencia. Con toda esta información elabora una lista de factores de riesgo modificables, que según sus estimaciones podrían prevenir la aparición de la enfermedad (o retrasar) en millones de personas. En su último informe incluyeron tres nuevos factores de riesgo modificables, lo que engrosó la lista hasta los doce actuales, que son los siguientes: hipertensión, tabaquismo, menor nivel educativo, deterioro en la audición, depresión, inactividad física, diabetes, poco contacto social, consumo excesivo de alcohol, daño cerebral severo (como el traumatismo craneoencefálico) y contaminación del aire (estos tres últimos son los añadidos en el informe del 2020). Se trata de factores de riesgo que pueden ser modificados a través de políticas de salud pública y acción individual.

Pero para entender mejor el impacto que pueden tener estas medidas debemos viajar en el tiempo y en el espacio. Nos encontramos en el año 2009, en Finlandia, donde se inicia el que será el primer gran estudio sobre prevención del alzhéimer a través de la modificación de hábitos la vida diaria. Este estudio se conoce como FINGER, el acrónimo de Finnish Geriatric Intervention Study to Prevent Cognitive Impairment and Disability. Los investigadores reclutaron a más de mil doscientas personas entre los sesenta y setenta y siete años, todas ellas con riesgo de padecer demencia, pero con una capacidad cognitiva adecuada para su edad. Como marca este tipo de estudios, los pacientes se mezclaron y dividieron en diferentes grupos. Sobre el grupo principal se realizó una intervención de dos años, que consistió en ejercicio físico, entrenamiento cognitivo, actividades sociales, consejos alimenticios y un control de la salud cardiovascular. Tras la intervención se observó cómo el deterioro cognitivo se redujo en más de una cuarta parte de los pacientes tratados con la mejora de los hábitos de vida diaria. Incluso se observó mejora en los pacientes que tenían predisposición genética a padecer la enfermedad de Alzheimer.

La demencia y el alzhéimer son unas patología heterogéneas y multifactoriales causadas por una combinación de factores genéticos, vasculares, metabólicos, estilo de vida y —sobre todo— un factor de riesgo principal e inherente a la propia vida, el envejecimiento. Por lo que es realmente complejo obtener resultados generalizados con intervenciones de cualquier tipo. Pero estos resultados supusieron una ventana a la esperanza, ya que arrojaron pistas sobre el potencial preventivo de este tipo de intervenciones.

En los últimos años, los estudios de este tipo se han multiplicado y están surgiendo por todo el mundo. En este punto, todo indica que es posible que, si todos nos protegemos frente al titán, algunos de nosotros podríamos salvarnos. Pero se requiere de una respuesta coordinada para entender cómo debe ser esta defensa. Y eso es lo que se está haciendo. Hace poco más de tres años se creó la iniciativa World-Wide FINGERS (WW-FINGERS) que busca englobar todos los estudios sobre prevención de la demencia y alzhéimer a través de intervenciones sobre factores de riesgo modificables.

Actualmente, la red WW-FINGERS está compuesta por iniciativas que engloban a más de veinticinco países, que a su vez representan una gran proporción de la población mundial. Entre ellos varios países europeos, EE. UU., China, Singapur, India, Canadá, Australia, países de América Central y Sudamérica, como México, Argentina o Brasil. Además, la red está trabajando para incorporar otras iniciativas de países como Rusia, Irán, Israel, Camerún o Sudáfrica, entre otros. Lo cual supone que miles de personas de todo el mundo están formando parte de una gran investigación de investigaciones.

Como se ha mencionado, se trata de patologías heterogéneas y complejas. Hay múltiples factores a tener en cuenta que un solo estudio no puede abordar. Sin embargo, el trabajo en común por todo el mundo sí que puede aportar las piezas necesarias para completar el puzle. Los diferentes FINGER engloban condiciones de todo tipo, con rangos de edad que en algunos casos comienzan a los cuarenta y cinco años, personas que viven en ciudades o en el entorno rural, con diferente nivel educativo, diferente nivel económico, diferentes estilos de vida, desde personas sedentarias con fuerte riesgo de enfermedad cardiovascular a poblaciones rurales con un estado físico envidiable para su edad. Personas en riesgo de padecer la enfermedad o que ya la padecen, con condicionantes genéticos o sin ellos.

Aún estamos haciendo los planos para defendernos del titán y el desafío es grande. Se requiere de una gran interacción entre los proyectos, de un constante intercambio de información y de una coordinación global que integre todas las casuísticas de cada región y sociedad. Pero sin duda es una ventana a la esperanza.

El titán siempre vencerá, eso está claro. El envejecimiento y la muerte forman parte de la vida, y le dan el sentido necesario para que sepamos disfrutarla. Pero como sociedad, como humanidad, no debemos olvidarnos de aquellos que nos ayudaron a ser como somos ni a aquellos que algún día seremos.

Fuente: https://principia.io/2021/01/25/el-futuro-en-nuestras-manos.IjEzNDgi/

domingo, 24 de enero de 2021

Auge y decadencia del fin de semana

Una imagen de la vida de fin de semana en el Berlín de los años 20  Corbis via Getty Images

La instauración de los dos festivos fue un proceso de más de un siglo vinculado al aumento de la capacidad de compra de los trabajadores industriales

Que la semana tenga siete días tiene su origen hace miles de años, los tiempos en que la antigua Babilonia los instauró en referencia a cada uno de los planetas que entonces se creía que existían. Pero que la semana laboral sea –normalmente- de cinco es comparativamente muy reciente, a la época en que la industrialización trajo consigo nuevas formas y ritmos de trabajo. Esta es la historia del largo camino que llevó al nacimiento del concepto del fin de semana, y tal vez a su decadencia.

El fin de semana de dos días tardó casi un siglo, entre 1850 y 1945, en poder traducirse en legislación y extenderse en los principales países industrializados, para pasar de ser un mero gesto de generosidad a discreción de cada empleador, a convertirse en un derecho de todos los empleados.

Todo ello, no fue producto únicamente de la presión continua de los trabajadores por reducir sus jornadas laborales, sino más bien resultado de un proceso bastante irregular y lento, donde confluyeron no sólo los intereses de los sindicatos, sino también de los estamentos religiosos, empresas de ocio y hasta de los propios dueños de fábricas, que empezaron a verlo como una fórmula para aumentar la eficiencia.

El origen del fin de semana se halla en la Gran Bretaña del siglo XIX, la cuna de la Revolución Industrial. En la primera mitad de siglo, el domingo, que era considerado como el festivo legítimo, era seguido por un día libre no oficial, que muchos trabajadores se tomaban por voluntad propia –si podían- para recuperarse de los excesos de alcohol del día anterior.

Mujeres empleadas en una factoría antes de la Primera Guerra Mundial

Mujeres empleadas en una factoría antes de la Primera Guerra Mundial Getty

Era el llamado lunes santo, en realidad una práctica absolutamente secular, que alcanzó gran popularidad en la sociedad británica del momento, al punto que el ocio comercial alineaba su repertorio de eventos a este día de la semana.

El cambio a una economía de mercado alteró los procesos de trabajo, al demandar una mayor eficiencia para poder abastecer un mercado de bienes en crecimiento. Fue en este contexto que la práctica de tomarse el lunes santo empezó a perder el apoyo de diversos sectores que, impulsados por motivaciones muy distintas, hacia 1840 introdujeron la idea de intercambiar este día de descanso por las tardes de los sábados.

En el Reino Unido del siglo XIX, los lunes eran muchas veces un día de fiesta informal que se sumaba al domingo

Así lo explica Bradley Beaven, profesor de historia social y cultural en la Universidad de Portsmouth, en diálogo con La Vanguardia. “Para los fabricantes era mucho más eficiente contar con una semana laboral regular, donde se perdiera únicamente medio día de trabajo el sábado y no todo el día del lunes. Al mismo tiempo, los estamentos religiosos estaban convencidos de que los trabajadores no asistían a los servicios de la Iglesia de los domingos por el cansancio, y que esta reforma promovería una fuerza laboral sobria y trabajadora”, asegura.

El historiador Peter Borsay, relata en su libro Una historia de ocio: La experiencia británica desde 1500, que “una de las principales funciones de la festividad del sábado por la tarde era quitar credibilidad al lunes santo. Fue utilizado como señuelo para alejar a los trabajadores de este otro festivo no oficial, visto por los empleadores como un despilfarro disruptivo”.

File Photo: Henry Ford With His Model T.  (Photo By Getty Images)

Henry Ford, al lado de su popular Ford T  Getty Images

En 1842, se creó la Asociación de Cierre Temprano, integrada por parte de los fabricantes y miembros de las élites y del clero, para promover el sábado libre por la tarde como espacio de ocio y la restitución del lunes como día de trabajo completo, pero no fue hasta 1870, con la presión de unos sindicatos que iban ganando fuerza, que esta costumbre se extendió.

El profesor emérito en sociología y experto en estudios del ocio de la Universidad de Liverpool, Kenneth Roberts, explica que las tardes y noches de ese día se comenzaron a utilizar mayormente para ver partidos de fútbol y para ir de compras, mientras que el domingo se mantuvo como un día de descanso, “donde las tiendas cerraban y se suponía que las personas iban a la iglesia, aunque la mayoría no lo hacía”.

Durante la Gran Depresión muchas empresas adoptaron los dos días festivos para reducir jornada y así evitar despidos

En 1911, finalmente se aprobó la Ley de Tiendas que formalizó la semana de trabajo de cinco días y medio. Tal como describe Peter Borsay, los organismos religiosos fueron los encargados de restringir los usos recreacionales que podrían haberse dado a los domingos.

Aunque también aclara que “esta presión también protegía al domingo del trabajo, y por lo tanto aumentaba su potencial para el ocio”. Todavía faltaba atravesar un largo y lento proceso hasta que eventualmente el sábado y el domingo se fusionaron para crear el fin de semana recreativo

En 1926 Henry Ford inauguró en sus fábricas de EE.UU. las semanas de trabajo de cinco días. De esta manera, “no sólo complacía y alentaba a sus empleados sino que, además, les dejaba más tiempo para consumir porque los obreros industriales se estaban transformando en consumidores”, tal como recuerda Martín Caparrós en su libro Ahorita: Apuntes sobre el fin de la Era del Fuego.

Sin embargo, el fin de semana de dos días completos no sólo estuvo impulsado por el nacimiento y la expansión del capitalismo, sino también por la ola de desempleos que acarreó la Gran Depresión. Esto fue así debido a que reducir las horas de trabajo se convirtió rápidamente en una fórmula para aminorar los despidos masivos en los países industrializados.

circa 1925:  High-angle view of hundreds of parked automobiles near the beach and bathers walking along the shore and swimming in the surf over a Fourth of July weekend on Nantasket Beach, Massachusetts.  (Photo by Hirz/Getty Images)

Cientos de automóviles en la playa, en Massachusetts en los años 20 coincidiendo con un fin de semana  Getty Images

El profesor Bradley Beaven destaca a la empresa farmacéutica británica Boots como “una de las primeras en brindar a los trabajadores el sábado completo en la década del 30’, en un intento por reducir las horas de trabajo en lugar de recurrir a los despidos y perder personal valioso”.

Fue entonces durante estos años que se estableció el fin de semana de 48 horas. Sin embargo, poco después de la Segunda Guerra Mundial se extendió hasta volverse estándar. Para esta época, con la expansión generalizada de los televisores y automóviles, las actividades de ocio cambiaron radicalmente.

El sábado y domingo festivos se consolidan cuando la industria descubre que sus empleados pueden también ser clientes y gastar en esos dos días

“Mientras que en el siglo XIX la formación del fin de semana alentó una forma muy pública de entretenimiento colectivo a través de partidos de fútbol, cine y music hall, el fin de semana posterior a 1945 marcó una forma más privatizada de ocio popular”, asegura Beaven.

Así, apunta que mientras que el fútbol y los espectáculos de variedades (que reemplazaron a las salas de música) continuaron, el crecimiento de urbanizaciones con casas y jardines en las afueras de la ciudad junto con la llegada de los televisores a las casas en la década de 1950, hicieron que el fin de semana pasase a estar mucho más centrado en el hogar.

El Seat 600 fue el modelo que permitió la motorización de la clase media en España

El Seat 600 fue el modelo que permitió la motorización de la clase media en España  Terceros

Kenneth Roberts agrega que la generalización del automóvil como una posesión doméstica entre 1950 y 1970, hizo que durante estas décadas se consolidara lo que entendemos como el clásico fin de semana de dos días. Según Peter Borsay, la película Noche de sábado y mañana de domingo de Karel Reisz de 1960 hizo del fin de semana algo icónico, y el “paquete” de sábado y domingo no tardó en volverse “parte de la cultura nacional, y representó una gran reorientación del calendario recreativo”. Esta misma evolución fue seguida por el resto de países industrializados a medida que su riqueza progresaba, también la España de los 60 y 70, de la mano de la motorización del país, con el Seat 600.

Al igual que toda convención social, el fin de semana, que desde la posguerra hasta ahora parecía una institución inamovible, siempre está sujeta a cambios. Mientras que algunos defienden la necesidad de sumar un día más de descanso a la semana, otros temen que la irrupción de nuevas modalidades de trabajo, sobre todo tras la incorporación acelerada del teletrabajo durante la pandemia, diluyan cada vez más el espacio reservado al tiempo libre, hasta terminar por dinamitarlo. ¿Estaremos frente al fin de los fines de semana?

La expansión del automóvil popularizó el concepto actual del fin de semana tras la Segunda Guerra Mundial

El auge y consolidación del modelo americano de consumo introdujo cada vez más el ocio como momento de consumo y no de descanso. El domingo, que hasta el momento en toda Europa significaba un día de tranquilidad, no pudo resistir esta lógica. La ley de comercio dominical habilitó la apertura de tiendas en Inglaterra y Escocia a partir de 1994. El mismo camino siguieron la mayor parte de los países europeos; algunos, donde el fin de semana está más protegido por la legislación, como España, Francia y Bélgica, entre otros, lo circunscribieron a las ciudades turísticas.

En su libro, Martín Caparrós retrata este proceso mediante el cual el fin de semana se empezó a desdibujar: “Hubo tiempos en que era inviolable. En Europa, sobre todo, el finde era estricto: hace un par de décadas en París o Munich o Estocolmo era muy difícil encontrar una librería o un súper o una zapatería abiertos. Solo trabajaban los servicios más públicos: transportes, entretenimientos, sanitarios, policías. Ya no: el modelo americano, que supone que el fin de semana es tiempo para comprar, se ha impuesto -y eso significa millones ocupados en vender”.

La idea de fin de semana de la era industrial se ve cuestionado ahora por los horarios comerciales sin festivos, el teletrabajo y las nuevas modalidades laborales

“La existencia del fin de semana siempre fue una especie de quimera” -afirma Peter Borsay en su libro, y agrega- “Para servir el ocio de algunos, otros tenían que trabajar”. Sobre este mismo punto reflexiona Kenneth Roberts, quien explica cómo “el fin de semana se ha convertido para muchos en un momento de trabajo, al servicio del ocio de otros. Asimismo, para quienes trabajan desde sus casas, el fin de semana se ha borrado, no son días diferentes al resto”. De esta manera, observa que los nuevos estilos de vida tienden a socavar cada vez más aquello que ya parecía consolidado: “Estamos perdiendo las ocasiones en que las personas tienen garantizado que pueden compartir el tiempo libre con otros. De alguna manera, el fin de semana se ha vuelto una cosa del pasado”.

 Fuente: https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20210124/6188626/auge-decadencia-semana.html#foto-5

sábado, 23 de enero de 2021

Las abejas también desaparecen de los registros

El biólogo argentino Eduardo Zattara junto a una obrera de abejorro europeo (Bombus terrestris), especie que tras su introducción intencional en Chile para polinizar cultivos se asilvestró y cruzó los Andes entrando en Argentina
El biólogo argentino Eduardo Zattara junto a una obrera de abejorro europeo (Bombus terrestris), especie que tras su introducción intencional en Chile para polinizar cultivos se asilvestró y cruzó los Andes entrando en Argentina (Foto: S. Pacheco/G. Maldonado)

 Un equipo de biólogos argentinos detectó que el 25 % de las 20 mil especies de abejas conocidas no aparecen en los registros públicos desde la década de 1990. Este análisis respalda la hipótesis de que el declive global de estos polinizadores es un fenómeno de índole mundial.

 Se lo ha llamado de diversas maneras: “Desorden de colapso colonial”, “Armagedón de polinizadores”, “Enfermedad de mayo”, “Apocalipsis de las abejas”. Aún así, todas estas etiquetas refieren al mismo y misterioso fenómeno: desde hace poco más de 20 años, investigadores advierten una disminución drástica y sin precedentes de las poblaciones de abejas tanto domésticas como silvestres en todo el mundo.

Las alarmas suenan temporada tras temporada: en 2008 la Asociación Británica de Apicultores informó que la población de abejas en el Reino Unido se había reducido alrededor del 30 % respecto al año anterior. Para la misma fecha, en Estados Unidos los apicultores anunciaron que habían perdido el 28,1% de sus abejas. En 2010, la pérdida fue aun mayor: un 43,7%. Y en 2019, se registró una disminución del 35,6%, según la Bee Informed Partnership. El resultado ha sido una subida del precio de los alimentos, especialmente en el caso de las almendras, que hasta ahora han dependido totalmente de las abejas melíferas para su polinización.

 No se trata de un hecho aislado. Se produce en el marco de un declive mundial de la llamada “entomofauna”: según un estudio publicado en 2019 por el ecólogo español Francisco Sánchez-Bayo, más del 40 % de las especies de insectos están amenazadas y en posibles vías de extinción. Para este científico de la Universidad de Sidney, la desaparición de los insectos podría desencadenar un “colapso catastrófico de los ecosistemas de la Tierra”.

 Los anuncios sobre el declive global de los polinizadores condujeron en los últimos años a movilizaciones a nivel global y al estreno de varios documentales como Vanishing of the Bees (2009), Colony (2010), Queen of the Sun: What Are the Bees Telling Us? (2010) y More than Honey (2012), entre otros. Todo sea para llamar la atención de los tomadores de decisión. El 2 de diciembre, por ejemplo, miembros del grupo ambiental alemán Campact instalaron un cementerio de 200 abejas de cartón de gran tamaño frente a la Cancillería en Berlín exigir una nueva ley para protegerlas.

“En las últimas décadas, se ha informado tanto la disminución en la abundancia como en la diversidad de especies de abejas a nivel local, regional y nacional en diferentes continentes, pero hasta ahora no se había realizado una evaluación a largo plazo de las tendencias mundiales”, cuenta a SINC el biólogo evolutivo argentino Eduardo Zattara. “Además, los estudios existentes tienen un fuerte sesgo hacia el hemisferio norte, en particular América del Norte y Europa”.

Para encontrar un enfoque alternativo y evaluar si la progresiva desaparición de las abejas es un fenómeno global que afecta a todos los principales linajes, este investigador de la Universidad Nacional del Comahue en la ciudad de Bariloche se sumergió, junto a su colega Marcelo Aizen, en los datos disponibles públicamente en el Centro de Información sobre Biodiversidad Global (GBIF), una colosal red internacional de bases de información, que contiene más de tres siglos de registros de museos, universidades y ciudadanos privados.

Allí se recopilan datos sobre cualquier tipo de forma de vida que hay en la Tierra, desde especímenes de museos recogidos en los siglos XVIII y XIX hasta fotografías de teléfonos inteligentes geoetiquetadas y compartidas por naturalistas aficionados en los últimos días y semanas.

Wikiloc | Foto de Cueva de la Araña (Pinturas rupestres) (1/3)
La cueva de la araña. Valencia

 Tras un intenso y paciente trabajo de big data, los científicos argentinos se sorprendieron con lo que detectaron: una cuarta parte de las 20 mil especies de abejas conocidas no aparecen en los registros públicos desde la década de 1990.

“Nuestro trabajo es el primero que pone en evidencia que este es posiblemente un fenómeno de índole global”, advierte Aizen, co-autor de la investigación que se publica hoy en la revista científica One Earth.

El silencio de las abejas

La relación entre los seres humanos y las abejas se remonta a 9.000 años, casi desde la invención de la agricultura, según un análisis químico realizado en Turquía. Pinturas rupestres en las cuevas de la Araña en Valencia parecen mostrar también a personas recolectando miel.

Los antiguos egipcios fueron los primeros en estudiarlas, como lo demuestran jeroglíficos del 2400 a.C. La miel y la cera fueron utilizadas en todo el Mediterráneo oriental y más allá como medio de conservación, tanto por babilonios como por asirios.

Detalle de un jeroglífico de abeja del complejo de la tumba de Senusret I. / Wikipedia
Sin embargo, su presencia en la Tierra es mucho más antigua. Hace unos 100 millones de años, cuando el mundo estaba dominado por los dinosaurios, las abejas evolucionaron a partir de sus antepasados, las avispas cazadoras de insectos. Y lo hicieron en estrecho vínculo con las plantas.

Para atraerlas y garantizar su reproducción y supervivencia, varias especies vegetales desarrollaron flores con pétalos de colores llamativos y aromas distintivos. Más tarde, evolucionaron para producir néctar, una comida rica en azúcar que las abejas consumían a cambio de sus servicios como polinizadores. Perfectamente adaptados uno al otro, prosperaron y sobrevivieron a la extinción masiva de la flora y la fauna de hace 65 millones de años.

Charles Darwin estaba fascinado por las abejas. Consideraba que estos insectos sociales -como las avispas, las hormigas y las termitas- eran enigmas evolutivos. Uno de los rasgos más llamativos de estos insectos -que pueden ver la luz ultravioleta, pero no el extremo rojo del espectro, por lo que perciben el mundo como más azul y púrpura que nosotros- es la amplia gama de diferentes tipos de comportamiento que tienen: algunas especies son solitarias, otras viven juntas en grandes grupos familiares y algunas forman sociedades complejas donde los individuos están casi completamente subordinados a las necesidades del grupo social, incluso renunciando a su propia capacidad para reproducirse en el intereses de la colmena.

Se conocen alrededor de veinte mil especies de abejas, de las cuales aproximadamente 250 son abejorros, 500 a 600 son abejas sin aguijón y 7 son abejas melíferas. Se cree que estas últimas son las más exitosas de todas las especies de abejas, con mayor distribución en el mundo. Se habrían extendido desde Asia a Europa y África hace entre dos y tres millones de años.

Tras todo este tiempo, la polinización de las abejas silvestres -junto a moscas, mariposas, pájaros y murciélagos- sigue siendo fundamental para la reproducción de cientos de miles de especies de plantas. Muchas veces invisibles, estos insectos desempeñan un rol central en nuestras cosechas: son clave para asegurar un rendimiento adecuado en aproximadamente el 85 % de los cultivos alimentarios. Al menos 130 cultivos de frutas y hortalizas dependen de las abejas para la polinización. Sin ellas no habría arándanos, alfalfa, espárragos, brócoli, zanahorias, aguacates, cebolla, calabacines, fresas o manzanas, por ejemplo.

“Ahora la apicultura no solo es el negocio de producir miel”, cuenta Zattara. “Muchos apicultores venden o alquilan colmenas a productores agrícolas para lograr suficiente polinización y lograr que sus cultivos sean rentables”.

Además de conmocionar al mundo, los informes de pérdidas significativas de abejas han intrigado a los científicos. “Algo les está sucediendo a las abejas, y es necesario hacer algo”, indica este investigador del CONICET. “No podemos esperar hasta tener la certeza absoluta porque rara vez llegamos allí en las ciencias naturales".

Los sospechosos de siempre

En su investigación, este equipo de biólogos halló que el número de especies de abejas que se encuentran en esta gran base de datos de la Global Biodiversity Information Facility ha disminuido consistentemente desde la década de 1990.

“No afirmamos que el 25 por ciento de las especies de abejas conocidas se extinguieron sino que no aparecen en los registros”, aclara Zattara. “Vemos que hay una retracción generalizada. Las poblaciones de las abejas silvestres en su conjunto vienen disminuyendo en abundancia. Y eso hace que una especie sea más difícil de encontrar y registrar. Nuestra interpretación es que esto refleja una situación de estrés en la biodiversidad. Todavía no es un cataclismo de abejas, pero lo que podemos decir es que las abejas silvestres no están prosperando”.

Al menos 130 cultivos de frutas y hortalizas dependen de las abejas para la polinización. / Eduardo Zattara.

Hay varias hipótesis sobre la desaparición de las abejas. Curiosamente, esta tendencia se acentuó en los 90, al comienzo de la era de la globalización y continúa hasta el presente. Durante este período ha habido una transformación acelerada del uso de la tierra: el monocultivo se ha expandido en varias regiones del mundo y ha llevado a un mayor uso de pesticidas y otros insumos químicos agrícolas que tienen efectos letales sobre la salud de las abejas.

“Los verdaderos responsables de este declive son los sospechosos de siempre”, enumera Zattara. “El avance de la frontera agrícola, la urbanización, la introducción de especies invasoras y los eventos extremos provocados por el cambio climático. Se alteran los patrones de floración. Al estar tan conectadas con su ambiente, las abejas son muy sensibles a estas modificaciones”.

Se ha culpado también al uso de una clase de insecticidas para cultivos, los neonicotinoides, potentes agentes neurotóxicos que actúan directamente sobre el sistema nervioso central de las plagas vegetales. Investigadores han advertido que en dosis altas, matan a las abejas, mientras que en dosis más reducidas, deterioran las capacidades cognitivas de las abejas recolectoras, haciéndolas incapaces de encontrar el camino de regreso a la colmena. Esto condujo a que la Unión Europea prohibiera en 2018 el uso de tres pesticidas neonicotinoides (clotianidina, imidacloprid y tiametoxam), tras las advertencias de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, en cultivos como el maíz, girasol, trigo, cebada y avena.

También el comercio internacional ha implicado la introducción de patógenos de las abejas, como el ácaro Varroa proveniente de Asia. Parecido a las garrapatas, se adhiere al cuerpo de las abejas para succionar su hemolinfa o líquido circulatorio.

En las últimas décadas, se ha informado tanto la disminución en la abundancia como en la diversidad de especies de abejas a nivel local, regional y nacional. / Pixnio

Hacia una crisis de polinización

En su investigación, los científicos de Grupo de Ecología de la Polinización de la Universidad Nacional del Comahue, en la Patagonia argentina, observaron que la disminución de abejas no es uniforme. Los registros de abejas Halictidae, la segunda familia más común, han disminuido en un 17 % desde la década de 1990. Las abejas melítidas, una familia mucho más rara, se han reducido hasta en un 41%.

Tampoco ocurre exactamente lo mismo a nivel global. Europa muestra dos períodos separados de declive: uno entre los años 60 y 70 y un descenso más reciente entre los 80 y 90. En África, en cambio, se aprecia una caída sostenida en la riqueza de especies desde la década de 1980, mientras que en Asia la disminución parece haber comenzado dos o tres décadas antes.

En América del Norte, América Central y el Caribe, por su parte, el descenso pronunciado en la riqueza de especies se da entre las décadas de 1990 y 2010. “Para Sudamérica existen muchos menos registros de ocurrencia de abejas a nivel continental en comparación con Norteamérica y Europa pero existiría una pérdida de diversidad de abejas al menos comparables con lo que ocurre en otras regiones”, explica Aizen. “Paradójicamente, en Sudamérica tenemos uno de los ejemplos mejor registrados a nivel mundial de declinación de una especie en particular. Este es el caso del Bombus dahlbomii, el abejorro más grande del mundo que está declinando tanto en Chile como Argentina debido a la continua y creciente importación del abejorro europeo, Bombus terrestris, desde mediados de los 90”.

Zattara y Aizen reconocen que las conclusiones de su investigación deben interpretarse con cautela dada la naturaleza heterogénea del conjunto de datos y los posibles sesgos en su recopilación. “En el mejor de los casos, esto puede indicar que miles de especies de abejas se han vuelto demasiado raras -indican-; en el peor de los casos, es posible que ya se hayan extinguido a nivel local o mundial”.

Lo cierto es que el análisis de estos científicos respalda la hipótesis de que hay un disminución global en la diversidad de las abejas. Y que requiere la atención inmediata de los gobiernos: la desaparición de estas especies podría impactar fuertemente en la economía de los países.

“Creo que estamos en camino a una crisis de polinización”, indica Aizen. “Esta crisis afectará la reproducción de miles de especies de plantas silvestres y de cultivos muy dependientes de polinizadores, en especial frutales, que, si bien en términos de biomasa representan una proporción muy baja del total de la producción agrícola, son importantes para una alimentación saludable”.

Fuente: https://www.elboletin.com/noticia/204506/contraportada/las-abejas-tambien-desaparecen-de-los-registros.html

jueves, 21 de enero de 2021

Morir antes de crecer: Los feminicidios se ensañan con las niñas en Colombia

Morir antes de crecer: Los feminicidios se ensañan con las niñas en Colombia
Fotografía del 14 de enero de 2021 de una manifestación en conmemoración de la niña Maira Alejandra Orobio, asesinada con signos de tortura y abuso sexual el pasado lunes en Guapi, departamento del Cauca (Colombia). EFE/Ernesto Guzmán Jr.

 La última vez que la mamá de Maira Alejandra vio a su hija estaba jugando en el patio de su casa, en un barrio de desplazados de Guapi, una localidad en la costa del Pacífico colombiano. La pequeña de 11 años fue violada y asesinada ese mismo día, como lo han sido ya en lo que va de año otros seis menores en el país.

Maira Alejandra Orobio era la mediana de cinco hermanos y, como a cualquier niña de su edad, le gustaba jugar a la pelota con sus vecinos. Su madre, Dora Alicia Solís, dice que la pequeña quería seguir estudiando cuando acabase la Primaria.

"Ella volvió a la casa, almorzó, le mandé a lavar unas lozas del almuerzo que habíamos comido, las lavó y estuvo aquí en la casa, jugando en el patio. Yo fui a ver para decirle que no saliera más a la calle, luego me metí a la pieza para atender a la bebecita pequeña y cuando salí ya se me había volado de ahí", explica a Efe Solís.

El cuerpo de Maira Alejandra fue encontrado el 12 de enero desnudo en una poceta, con signos de tortura, golpes y abuso sexual. Se desconoce aún el culpable de un crimen que ha provocado la indignación en el país y manifestaciones de repudio.

LAS MATAN Y LAS TORTURAN ANTES

"La mamá de Maira es una mujer de 28 años que tiene cinco hijos, pero su hijo mayor tiene 17; eso quiere decir que lo tuvo antes de los 14 años, por lo que no se puede hablar de consentimiento sino de violación", asevera a Efe la directora general del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Lina María Arbeláez, quien esta semana ha estado visitando a la familia.

Abusos a los que no solo se vio expuesta la madre, sino que la pequeña Maira Alejandra ya conocía. Dora Alicia Solís presentó en 2019 una denuncia por violación de la menor, que entonces tenía nueve años, aunque acabó retirándola, y la Policía no pudo seguir investigando ni le dio mayor protección a la pequeña.

El ICBF contabilizó el año pasado 11.665 casos de violencia sexual a niños, niñas y adolescentes. También ha reportado seis muertes violentas de menores en 2021, de las cuales cuatro fueron niñas y dos niños.

El asesinato de niñas en Colombia -así como el de mujeres- ha tenido un grave repunte en el comienzo del año, y la Fundación Feminicidio Colombia contabilizó hasta 18 crímenes machistas en menos de 14 días.

"El año pasado vimos más de 220 casos de feminicidio, pero enero ha sido denunciado como el mes más violento y más peligroso para las mujeres", explica a Efe Mariana Botero, coordinadora legal de esta fundación que lleva tres años monitorizando los feminicidios. 

Morir antes de crecer: Los feminicidios se ensañan con las niñas en Colombia
Fotografía del 14 de enero de 2021 de una manifestación en conmemoración de la niña Maira Alejandra Orobio, asesinada con signos de tortura y abuso sexual el pasado lunes en Guapi, departamento del Cauca (Colombia). EFE/Ernesto Guzmán Jr.

 A pesar de que han notificado a las instituciones este fenómeno que no saben por qué sucede, los asesinatos, tanto de mujeres como de niñas, siguen ocurriendo.

"Es bastante preocupante ver cómo lastimosamente existe una omisión en la proyección de políticas públicas", considera Botero.

Además, explican desde la Fundación Feminicidios, muchos de los crímenes llevan otras violencias asociadas como torturas o delitos sexuales, como en el caso de Maira Alejandra.

REVICTIMIZADAS TRAS EL CONFLICTO

Dora Alicia llegó con Maira Alejandra y sus otros dos hijos mayores al barrio Santa Mónica hace una década, huyendo de la violencia y las amenazas que sufrían en la zona rural de Boca de Napi. Allí intentó rehacer su vida y tuvo otros dos hijos, el más pequeño en la pasada Navidad.

"Son poblaciones que llegan al municipio de Guapi a raíz del conflicto armado que se vivía en el pasado con las FARC", explica a Efe el líder social Paulino Riasco, que conoce bien el barrio de Santa Mónica, donde sucedieron los hechos, pues creció en él.

Son también comunidades negras que no reciben justicia cuando se atenta contra ellas, como alega la activista de las comunidades afrodescendientes María Solís Segura. "Tenemos derecho a que hagan justicia con todo lo que estamos viviendo nosotros porque somos seres humanos y pertenecemos a una patria que se llama Colombia", afirma.

Estos niños, que ya han sufrido la violencia de tener que abandonar un hogar, se "revictimizan", indica Riasco, al verse expuestos a la violencia sexual y asesinatos, debido a la total desprotección en la que viven.

"Allá en esos barrios usted no ve una autoridad", resalta Riasco, "la única garantía a favor de los niños es la que puedan brindar sus padres en ese momento".

El problema lo plantea el hecho de que en la mayoría de casos de abusos sexuales y asesinato de menores, el culpable está en el hogar. Según la Encuesta de violencia contra niños, niñas y adolescentes realizada por el Gobierno colombiano en 2018, cuatro de cada diez menores de 18 años han sufrido algún tipo de violencia y el 72 % de estos casos ocurren en el hogar.

"De alguna manera hemos vuelto cotidiano este tipo de casos, y claro que nos indignan, y claro que nos duelen y mueve a la sociedad, pero tenemos que empezar a trabajar por un cambio en la sociedad entera porque este es un mal endémico", alega la directora del ICBF, quien asegura que trabajan con las familias para luchar contra este tipo de violencias.

CUANDO EL ASESINO ES CERCANO

A María Ángel Molina la asesinó, presuntamente, alguien que conocía. El detenido y acusado por el crimen de esta pequeña de cuatro años, Juan Carlos Galvis, había mantenido una relación con la madre.

El hombre se citó el pasado 9 de enero con la madre y sus dos hijas por redes sociales en Aguadas, departamento de Caldas, donde agredió a la mujer, que acabó en el hospital con un trauma craneoencefálico, y se fugó con las dos hijas, María Ángel y su hermana de 18 meses.

Cuando lo capturaron en el departamento vecino de Antioquia solo pudieron rescatar a la bebé. El cuerpo de la niña de cuatro años apareció sin vida el 13 de enero en el río Arma.

En este tipo de casos, las expertas señalan que es importante tener en cuenta "el impacto que causa que sean personas conocidas, y personas que deberían ser parte de su círculo de apoyo y de su círculo de protección los que acaben con su vida", como indica Botero.

A Maira Alejandra y María Ángel se les suma una larga lista. Solo en los últimos tres meses también mataron a Miladis del Carmen Álvarez, Clara Arenas y Daniela Pérez. Todas ellas adolescentes asesinadas por su pareja o expareja en noviembre y diciembre.

Sofía Cadavid tenía 18 meses. Su padre confesó el asesinato de la bebé, cuyo cuerpo apareció con signos de tortura y heridas de un arma cortopunzante.

Adellys Nahomi Camargo también tenía 11 años y fue asesinada por su padrastro, que además mató a su mamá antes de suicidarse.

Ana Cristina Muñoz, activista de la Campaña Nacional contra el Feminicidio, lanzada esta semana para pedir al Gobierno que actúe contra la violencia machista, es contundente: "Hoy el Estado tiene que empezar a temblar. Nos va a ver a las mujeres con otra cara porque no estamos dispuestas a permitir una muerte más". 

Fuente: https://www.efe.com/efe/america/sociedad/morir-antes-de-crecer-los-feminicidios-se-ensanan-con-las-ninas-en-colombia/20000013-4443691