“Me niego a aceptar la opinión de que la humanidad está tan trágicamente ligada a la medianoche sin estrellas del racismo y la guerra que el brillante amanecer de la paz y la hermandad nunca podrá convertirse en una realidad… Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra”.
Estas fueron las palabras de Martin Luther King con motivo de la aceptación del premio Nobel de la paz en Oslo, el 10 de diciembre de 1964. Ronald Reagan decretó en 1983 la celebración de MLK Day en 1983 y, a partir de entonces, celebramos todos los años estas ideas en torno al 15 de enero. Desde que el reverendo King fue asesinado en abril de 1968, muchas cosas han cambiado, pero no tanto, y algunas doctrinas han muerto, pero no del todo. Lo hemos visto en el asalto al Capitolio del 6 de enero que el exgobernador de California Arnold Schwarzenegger ha comparado con el Kristallnacht de 1938 en un mensaje público dirigido a Trump.
La extrema derecha es un coctel político internacional. Existe en todos los rincones del planeta, con exuberantes explosiones en momentos puntuales de la historia contemporánea de la especie humana.
A igual que “café, copa y puro” se traduce en inglés como “té con pastas”, autores como Paul Hainsworth y Donatella Della Porta defienden que la ultraderecha posee una serie de elementos esenciales que, con matices culturales, caracterizan este funesto coctel político en todos los rincones del mundo.
El primero de estos elementos consustanciales es la paranoia. La extrema derecha apela antes a la metafísica del miedo que al interés, de sabor más liberal. Por lo general, esta inyección de ansiedad nace y se alimenta de leyendas o teorías conspirativas que, en esencia, no son sino adaptaciones de la Bella durmientede Perrault. Es importante que así sea, porque el simplismo y la facilidad de ingestión son dos de los ingredientes fundamentales de estas fábulas dirigidas a un consumidor caracterizado por una significativa mediocridad intelectual. Estos relatos son análisis holísticos y creacionistas, basados en creencias mesiánicas que explican las circunstancias humanas y la propia historia de la humanidad como un desarrollo abocado a una unidad de destino en lo universal: una historia con un significado y dirección prescrito, en cuyo término tan sólo hay espacio para los elegidos. Fundamentalismo, esencialismo y Darwinismo social alimentan la repugnancia de estos grupos hacia la libertad sexual y ceban una visión del ser humano en virtud de la cual la mujer tiene un ministerio determinado en un orden social dominado por el hombre. De aquí su comunión con las posiciones más conservadoras de las cosmologías religiosas de muy distintos credos, desde el cristianismo al judaísmo y el islam.
El desprecio por los derechos humanos es otro ingrediente esencial. Son ideologías basadas en el principio de desigualdad, según el cual los seres humanos son superiores e inferiores y, lógicamente, son éstos últimos los que bona fide tienen el “deber consustancial a su naturaleza” de eliminar a los seres inferiores, por el bien de la humanidad y por el propio bien de las víctimas. Todo este brebaje ideológico está emborrachado de autofilia y alterofobia y, bien agitado, se convierte en supremacismo, discriminación y xenofobia. Históricamente, la violenta oposición a políticas de inmigración e integración han generado efervescentes oleadas de antisemitismo, aversión a los inmigrantes subsaharianos, a diversas minorías culturales, o a distintos colectivos religiosos. No hay ni límites ni barreras para el odio.
Otros ingredientes son la apuesta por sistemas políticos fuertemente centralizados con una manifiesta jerarquía social y política y su consecuencia inmediata, el culto a un líder: todo pintado de un solo color, monocromo, monolingüístico, monolítico, monopolístico y, sobre todo, monosilábico. Casi todos estos movimientos son esencialmente militaristas con una grave inclinación a la patriotería, a la intransigencia y al uso fácil y gratuito de medios violentos.
La era dorada de los movimientos de ultraderecha en los Estados Unidos estalló tras la Guerra Civil, en los cien años que van de 1870 a 1970, cuando numerosos grupos xenófobos comenzaron a surgir de las mismas tripas del Partido Demócrata. Entre ellos, los Camisas Rojas de Mississippi (1875), la Liga Blanca (1874), el Movimiento del Lirio Blanco (1875), el primer Ku Klux Klan y sus sucedáneos como los Caballeros de la Camelia Blanca de Louisiana (1867). El segundo Ku Klux Klan debe su emergencia al exitoso estreno del film The Birth of a Nation en 1915. De esta película tomaron los sesudos miembros de la secta su parafernalia de conos, togas y cruces de fuego. En su apogeo a mediados de la década de 1920, la organización llegó a incluir hasta cinco millones de seguidores, pero, tras los eventos de 1925, la membresía se estrelló catastróficamente, reduciéndose a unos 30.000 en 1930.
Tras veinte años de New Deal, Joe McCarthy, senador republicano por Wisconsin, afirmó en 1950 que había 205 espías comunistas en el departamento de Estado, lo que generó la “caza de brujas” y una tediosa década de macartismo. El tercer Ku Klux Klan también se gestó como oposición al movimiento en pro de los derechos civiles y la desegregación a partir de 1950. Durante veinte años prosperó en el sur, envenenando gobiernos y departamentos de policía como el de Birmingham, en Alabama. George Wallace, gobernador de este estado, creó el Partido Independiente Estadounidense, defensor a ultranza del segregacionismo en casa y de un anticomunismo belicista en el exterior.
Y así llegamos a nuestros días. La extrema derecha estadounidense no es ni ha sido monolítica, es más bien un retorcido paraje ideológico que abarca una larga serie de movimientos y causas situadas entre el populismo, el radicalismo, el patrioterismo y el extremismo, en las que los supremacistas blancos representan en torno a un 40% del total. El atentado orquestado por Timothy McVeigh contra el edificio Murrah de Oklahoma, en 1995, ha sido el ataque más mortífero de la ultraderecha en la historia del país, con un saldo de 168 personas muertas y más de 680 heridos. Según el FBI, McVeigh creía que “las Naciones Unidas estaban tratando de formar un gobierno mundial, desarmar al pueblo estadounidense y quitarle las armas”.
Pero, si bien los paralelismos entre los movimientos de extrema derecha estadounidenses y europeos son muchos, los extremistas norteamericanos carecen de un elemento que caracteriza a la ultraderecha europea en general y a la española en particular: la falta de una tradición de gobierno y un pasado de créditos y laureles. Ningún grupo de ultraderecha ha detentado el poder y envidian la nutrida tradición histórica, política, socioeconómica y religiosa de la que cuenta Europa. Santiago Abascal puede invocar con bombo y platillos los cuarenta años de franquismo con el antecedente de la dictadura de Alfonso XIII, lo cual supone un palmarés de casi cincuenta años de ejercicio de poder y violencia… mientras que los grupos de ultraderecha norteamericanos no pueden ni tan siquiera utilizar el prefijo “neo” como los más genuinamente europeos neofranquistas, neofascistas o neonazis, entre muchos otros. Y esto es algo muy difícil de digerir para un extremista estadounidense y produce una gran frustración, ya que les obliga a importar simbología y parafernalia extranjera. Tal como han acusado en 2018 varios miembros de Rise Above, han tenido que viajar a Alemania, Italia y Ucrania para celebrar en compañía de grupos supremacistas blancos el cumpleaños de Hitler, ya que no hay “triunfos históricos de estas dimensiones” en los Estados Unidos…
No obstante, el extremismo de derecha es un fenómeno en expansión a nivel internacional, impulsado durante la última década por el impacto de Internet y de las redes sociales, que brindan una oportunidad incomparable para hacer circular fábulas mesiánicas a una audiencia mucho más amplia, a nivel internacional. El saldo es abrumador. Entre 2007 y 2011, el número de ataques ultras en la república fue de menos de cinco por año, pero entre 2012 a 2016 se dispararon hasta catorce atentados anuales. A partir de 2017 han alcanzado una media de 31 ataques al año. También en Europa los atentados de la extrema derecha han pasado de nueve en 2013 a 21 en 2016 y 30 en 2017. Julian King, comisario europeo para la Unión de la Seguridad, ha asegurado que “no conozco ningún Estado miembro de la UE que no se vea afectado de alguna manera por el extremismo violento de la derecha”.
Como en la novela de William Pierce Turner Diaries (1978), son muchos en Europa y los Estados Unidos los que sueñan con una revolución militar supremacista que culminará en una guerra racial, nuclear y mundial, que se saldará “con el exterminio de judíos, homosexuales y no blancos”. El único antídoto contra la estupidez es la educación, pero es preciso ser consciente de que el ser humano está tristemente inclinado a la estulticia. Es una realidad tan natural como inmutable por lo que, el brillante amanecer de paz y hermandad con el que soñaba MLK, seguirá necesariamente topándose con caricaturas políticas como Vox, Jobbik, SDS y tantas otras. Y todos sabemos lo difícil que es hacer pensar o educar a personas de la talla de Viktor Orbán, Beppe Grillo o, Abascal.
Fuente: https://www.ctxt.es/es/20210101/Firmas/34755/#.YAfy5vwL54M.twitter
No hay comentarios:
Publicar un comentario