El bloqueo de la cuenta del presidente de Estados Unidos ha reabierto el debate sobre el papel de las redes sociales a la hora de garantizar la libertad y velar por mantener a raya los discursos de odio. La doctora en sociología Liliana Arroyo recuerda que “las plataformas son empresas privadas que anteponen la agenda económica a la política”.
Liliana Arroyo. Foto fundació.cat |
2021 ha empezado convulso: en el sexto día del año, un grupo de personas de extrema derecha asaltó el Capitolio de Estados Unidos, supuestamente aupado por el presidente Trump a través de sus redes sociales. Como consecuencia, Twitter boqueó su cuenta. El dirigente más polémico y activo ha dejado de existir, digitalmente hablando. El gigante de Silicon Valley lo justifica con la defensa de los valores democráticos, pero la doctora en sociología y experta en el impacto social de lo digital Liliana Arroyo señala motivos más complejos.
“Twitter es una empresa privada y hace lo que sea para ganar dinero. Hoy, esto es bloquear a Trump, pero dejar que QAnon y Steve Bannon sigan ahí. El movimiento ya está creado”, afirma. El mensaje conspiranoico, el negacionismo ante la pandemia y el discurso del odio no desaparecen de las redes con Trump, quien decidió abrir una cuenta en la red social Parler, al igual que muchos otros perfiles destacados de la extrema derecha. Pero esta aplicación alternativa ha sido borrada de los servidores de Amazon, Apple y Google.
El silenciado de Trump y el supuesto compromiso por mantener a raya los discursos del odio viene ahora que el magnate “ha perdido el poder: ya ha hecho su función”, dice Arroyo, quien opina que este gesto es “un aviso a navegantes” que abre las puertas a bloquear, en un futuro, a otros personajes y movimientos que entorpezcan los negocios de los gigantes digitales.
¿La expulsión de Trump de Twitter es un ejemplo de censura o de protección a la cultura democrática?
Es una dualidad tramposa. Me decanto por la censura, pero, si queremos hilar más fino, estamos ante un caso de derecho de admisión. Twitter no deja de ser una empresa privada, con sus normas, y, si no le gustas, te echa. Justifican la expulsión de Trump diciendo que no apoyan sus posturas, pero esto nos plantea muchas preguntas. ¿Por qué no lo habían hecho hasta ahora? ¿Por qué le echan cuando está en declive, a las puertas de un impeachment, y no cuando insultaba y discriminaba?
A Twitter le va muy bien justificar esta expulsión como un compromiso con la democracia para parecer muy liberales, pero en realidad lo han hecho para afianzar la confianza de sus anunciantes, que son su verdadero modelo de negocio. Es una empresa que nunca se ha posicionado como defensora de la democracia, solo se dedica a conectar, ofrecer espacios de comunicación y, hasta ahora, no se ha preocupado de los contenidos.
Pero eso no la hace neutral: las redes entraron en campaña electoral en el momento en que borraron información fraudulenta relativa al hijo de Joe Biden. La eliminaron antes de que los verificadores confirmaran que se trataba de mentiras. Con esto, se visten como defensores de la lucha contra las fake news, pero es porque la industria, la presión pública y, probablemente, sus inversores les obligan. No es una cuestión de democracia.
El silenciado de Trump comienza hacia el final de la campaña electoral, cuando Twitter empezó a bloquear la interacción con sus tuits y hasta la Fox canceló la emisión de uno de sus discursos. Esto supone un gran cambio respecto a años atrás, cuando las redes fueron escenarios de manipulación en momentos como la elección de Trump o el Brexit, tal como demostró la investigación del caso de Cambridge Analytica.
Fue un cambio de guión. En 2016 pasaron muchas cosas que se pueden explicar a través de las dinámicas de las redes sociales: la victoria de Trump y Bolsonaro o el resultado del Brexit. En 2018, cuando Mark Zuckerberg tuvo que ir al Congreso a explicarse por el caso de Cambridge Analytica se empieza a popularizar el discurso de que las redes sociales tienen ciertas responsabilidades. La UE hizo una directiva para combatir las fake news y las plataformas empiezan a tomar medidas. Pero nunca habían intervenido en un perfil público tan relevante y notorio como el de Trump.
Creo que esta expulsión es un aviso a navegantes: en el momento en que Trump pierde apoyos y cuando su apellido deja de ser sinónimo de poder es cuando le cancelan. Cuando deja de ser poderoso, no antes. Trump ya ha hecho la función que tenía que hacer. Ahora QAnon y Steve Bannon siguen trabajando. El movimiento ya está creado.
QAnon y las personas que difunden sus posturas encuentran su caldo de cultivo en las redes que, en este caso, parecen más permisivas.
Las redes hacen a movimientos como QAnon más visibles y les permiten organizarse, pero no se meten en los contenidos que difunden. Es un ejemplo más de la discrecionalidad con la que actúan. Quizás hoy es Trump a quien echan, pero mañana puede ser un movimiento eco feminista. Hay mucha gente a la que la expulsión de Trump le ha hecho crecer el sentimiento de pertenencia en Twitter, pensando que, si echan a una persona con esas ideas, es que están con los buenos. Pero aquí no hay buenos ni malos, solo dinero. Twitter es una empresa privada que hace lo que le da la gana, que antepone su agenda económica a la agenda política, por mucho que justifiquen con términos políticos o ideológicos la expulsión de Trump.
Hacen lo que sea que les haga ganar dinero: eso hoy es bloquear a Trump y dejar que QAnon siga funcionando. Muchos usuarios de extrema derecha de Twitter se han mudado a Parler, que parece que la van a cerrar. Quizás ahora veremos cómo Twitter se vuelve más suave para recuperar a toda esta gente, en un intento de que no se organicen en la deep web o en Reddit, que es de donde han salido.
Amazon, iOS y Android en seguida se movilizaron para impedir las descargas de Parler, pero nunca nadie se había metido con 4chan o Reddit. ¿Por qué?
Aprovechan el impulso mediático en un acto que no es otra cosa que una demostración de poder. La conclusión es que somos excesivamente dependientes de que estas grandes compañías no nos corten la conexión. Estas empresas están detrás de todo internet y, si cancelan Parler, es porque pueden: tienen en su poder los servidores. Por mucho que pensemos que internet tiene millones de posibilidades y te permite hacer lo que quieras con libertad, si un gigante te corta la red o te bloquea el servidor te dejan sin poder hacer nada.
¿Con la expulsión de perfiles de extrema derecha en redes sociales como Twitter, se corre el riesgo de que se radicalicen y organicen en espacios que sean más difíciles de controlar?
Nos estamos equivocando con el planteamiento. Las redes sociales no son espacio público, por mucho que sean abiertas y accesibles. Son privadas y por eso Twitter puede hacer lo que quiera con sus usuarios. Ahora arremeten contra los perfiles de extrema derecha, pero mañana pueden ser otros movimientos los que caigan. Y sí, caemos en el riesgo de que se vayan a espacios donde sean más difíciles de detectar. Pero es que estamos en un momento con tantísimas paradojas encima de la mesa: hasta ahora los grupos de extrema derecha han estado bajo el radar de Twitter, visibles, pero esto ha hecho que les normalicemos y no les tengamos miedo. Esto también es muy peligroso.
Vengamos un poco más cerca de casa. El Congreso ha aprobado la propuesta de ley de Podemos que perseguirá y borrará las publicaciones que contengan mensajes de odio. También se ha calificado esta propuesta como censura previa. ¿Qué le parece?
Es un texto que podría ser peligroso porque abre vías para censurar muchas cosas, pero insisto: hay muchas paradojas. Prefiero que este tipo de límites, salvaguardas y líneas rojas se apliquen a la luz de una legislación que se ha decidido en una cámara de representantes que, en teoría, gobiernan velando por el bien público, antes de que lo gestionen opacamente y unilateralmente las empresas privadas. Igualmente, pienso que cualquier intento de regular de manera genérica es un error, porque estamos ante un terreno muy delicado. La línea entre la ironía, la sátira, el humor, la manipulación y el odio es muy fina.
Para distinguirla, muchas veces dependemos del contexto, pero no contamos aun con las herramientas para deliberar correctamente. Necesitamos órganos de debate ético profundo y no moderadores que trabajan en las redes revisando contenidos denunciados bajo condiciones de mucha precariedad. Necesitamos órganos que analicen los contenidos respecto a criterios conocidos, transparentes y públicos. Con estas leyes se debe ir con cuidado, porque dependiendo de en manos de quién estén, se definirá violencia, discriminación y odio de una manera u otra, dependiendo de lo que convenga.
A falta de órganos de debate ético, ¿qué propone para regular el contenido de las redes?
Soy más partidaria de ofrecer herramientas y ejemplos positivos, constructivos y creativos que no con enfoque punitivo. Pienso que todos y todas debemos aprender cómo comportarnos en redes, igual que entendemos y respetamos el código de circulación vial. El problema es que hoy en internet lo que triunfa es el morbo. Pero celebro que nos estemos planteando estas preguntas, porque debemos empezar a entender que lo digital es real y tiene consecuencias.
El mundo digital ha añadido una capa de complejidad a algo que ya era complejo, como es la libertad de expresión. ¿Cómo propondría dirimir entre libertad de expresión y discurso de odio?
La libertad de expresión no es un derecho individual sino colectivo: que tú tengas derecho a expresarte no te permite atacar mi honor. Este debate siempre ha existido, pero las redes nos ponen un espejo enorme delante que nos dice que socialmente tenemos un problema y es que no puede ser que la responsabilidad y el respeto que mostramos hacia los demás en las redes dependa de si nos pueden identificar para venirnos a castigar. Lo enfocamos mal; quizás deberíamos hablar de integridad, que supone hacer las cosas bien aun cuando nadie te ve y nadie sabe quién eres.
Deberíamos trabajar en generar espacios de seguridad y confianza, pero es difícil. Twitter es una empresa de California, con una ética determinada, diseñada por un señor de una edad, estatus y color de piel determinados. Y desde esta posición, expande su visión de la libertad de expresión a todo el mundo. ¿Qué tendrá que ver su libertad de expresión con la nuestra o con la de China, donde ni siquiera hay Twitter? Estamos ante un imperialismo moral.
Una de las ventajas de estas redes es que son globales y no ponen fronteras a la comunicación. Pero, a la vez, usted plantea la necesidad de auditar de manera pública estas plataformas, lo cual es difícil en un escenario global. ¿Cómo diseñaría una solución?
Me remito a la tradición del commons digital. Me gusta el modelo de las cooperativas de plataforma, en las que los usuarios también son propietarios y pueden decidir. Así que me imagino, en lugar de una única red centralizada, múltiples plataformas distribuidas en las que sea más fácil cuidar de la comunidad, aplicando códigos de funcionamiento para velar por la buena convivencia y que, por supuesto, nos permitan conectar con alguien de la otra punta del mundo aunque no usemos la misma red. Es garantizar la gobernanza en lo local para hacer posible una conexión internacional.
El diseño de esta gobernanza tendrá un impacto brutal en las comunidades del mañana, porque nos ayudará a limitar cómo de grandes son las empresas que tienen la sartén por el mango, si es que tiene que ser así. Las redes sociales son maravillosas y no quiero renunciar a su potencial, pero no quiero tenerlas así, con unas reglas del juego que no conozco y sin idea alguna de las implicaciones que tienen.
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