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John Lurie |
Volver a los tiempos anteriores a 1985. Convertir a un número nada desdeñable de mujeres en delincuentes. Aumentar la angustia de su decisión personal con la amenaza de un castigo legal. Obligarlas a viajar al extranjero. Arrojarlas a la clandestinidad. Privarlas de una mayoría de edad conquistada a partir de la muerte de Franco poniendo en manos de otros decisiones que afectarán a su futuro. Condenarlas incluso a traer a este mundo a un ser no dotado para la felicidad o sumido en el dolor sabiendo que el Estado no las va a proteger en su desgracia. Todo en nombre de la moral católica. Del sector más intransigente de esa religión que se habrá de saltar sin titubeo sus propios mandamientos, como siempre ha sido, cuando precisen que a una de sus jóvenes se les practique un aborto. Todo bajo cuerda. Todo a escondidas. Todo siniestro. Esta es la reforma de la ley que ronda en la cabeza del Ruiz-Gallardón que, libre ya de su antiguo disfraz de conservador razonable, está decidido a pasar a la historia como un ministro reaccionario. Al principio de su mandato se especulaba con que don Alberto se escoraba a la derecha para demostrar pureza de sangre y hacerse querer. Bobadas, uno se define a sí mismo por sus actos.
Y mientras la libertad de las mujeres está en juego, el Papa amigo de los pobres le susurra al oído a Rajoy que la ley de plazos no puede mantenerse, y los obispos se atreven con declaraciones imaginativas, como esta última del obispo de Alcalá que ha informado de que existe una conspiración mundial para disminuir la población en la que participan desde la ONU a todas aquellas ONG que ayudan a la infancia desamparada, pero en plan tapadera.
La reforma afectará a la consideración de las mujeres más de lo que imaginamos. Habrán surtido efecto los escraches que desde hace años soporta la clínica Dator de Madrid.
Fuente:
http://elpais.com/elpais/2013/04/23/opinion/1366731671_902118.html
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