1. Introducción.
A diario
somos bombardeados por los medios de comunicación y los todólogos sobre
la crisis económica y sus consecuencias sobre el crecimiento. Sin
crecimiento económico, repiten, no hay trabajo, ni sanidad, ni
educación, ni pensiones, ni siquiera las miserables becas Séneca. Pero
esto no es todo, a modo del Gatopardo, aquello de cambiarlo todo para no
cambiar nada, promueven únicamente dos sesudas salidas a la crisis (eso
sí, con diferentes grados de dolor!).
La primera
de ellas, la mayoritaria, la de los recortes y la mal llamada
austeridad, los halcones del déficit que aprovechan para lanzarse a los
reducidos beneficios sociales de estados del bienestar subdesarrollados.
Representados por la comúnmente llamada Troika, las patronales y otros
organismos financieros internacionales se recorta el déficit, entendido y
filtrado por una ideología que lo considera consecuencia de un
desmesurado gasto social (“vivimos por encima de nuestras
posibilidades”), y que con la excusa de promover el crecimiento para
volver al estado anterior, nos lleva a una lucha de clases
unidireccional, contra un ejército de ciudadanos sin defensas pero a la
defensiva a base de culpabilizarlos. Las consecuencias de esta receta se
resumen en, por un lado un reducido Estado social asistencial y por
otro, un hipertrofiado Estado represivo y policial, lugarteniente de una
mano invisible muy visible que aplasta cualquier tipo de organización
popular.
La segunda
de ellas es los restos de un naufragio, los restos de una “época
dorada” donde se sentaron las bases de lo que ahora ocurre. Sus
representantes, algunos economistas keynesianos (Krugman, Stiglitz…),
premios Nobel e intelectuales con sus correspondientes sindicatos de
pacto social (algunos de sus dirigentes acabaron trabajando para la
FAES), recomiendan invertir más para seguir comprando, que siga el juego
y que gane la banca. Un nuevo y tímido New Deal cuyos errores e
ingenuidades, un capitalismo de rostro humano, fue cómplice consciente o
inconscientemente de los crímenes que se cometían en la periferia de
las fortalezas (Wallerstein, Theodonio, Naredo…), cada vez más
amuralladas, para comprar un estilo de vida (¿cosmopolitismo?
¿filantrocapitalismo?) con pies de barro, que se esfumó saltando por la
ventana cuando la billetera se oligarquizó. ¿Sus consecuencias? Sin
consecuencias más allá de haber dejado un bonito cadáver para quien lo
gozó.
Como
vemos, ambas salidas abrazan al Dios de las sociedades secularizadas, el
progreso y su traducción económica: el crecimiento. Adorno y Horkheimer
ya nos avisaron en la “Dialéctica de la Ilustración” sobre los mitos
que ocupaban el lugar dejado por el pensamiento mágico religioso: la
ciencia, la razón y el progreso.
2. Fin de la Explotación.
Pero la
deuda ecológica es una deuda objetiva, y así, el mito del crecimiento,
adornado en los dos modelos anteriores como desarrollo sostenible,
capitalismo verde, o eufemismos de ecologismo para ricos, se enfrenta a
su propio Frankenstein. Nuestro planeta, la Tierra (nuestro
antropocentrismo nos impidió llamarle Agua), como todo ser vivo, como
todo ecosistema, posee límites con los que inevitablemente choca el
capitalismo histórico y que hacen imposible generalizar el crecimiento
(para que pocos crezcan mucho, muchos tienen que crecer poco o
simplemente convertirse en Estados fallidos). La constante acumulación
de capital, base de nuestro sistema económico mundial se agota, la
desmaterialización era un cuento, la industria simplemente se
deslocalizaba donde los costes eran menores (externalizamos casi todo lo
que nos perjudica a quien no puede defenderse). Los recursos se agotan,
el petróleo, el uranio, incluso el agua dulce. Y el ser humano se
enfrenta, siendo bondadoso, al decrecimiento controlado, la otra
alternativa es el colapso (Diamond), la barbarie, e incluso a la
extinción.
Después de
este pesimismo de la inteligencia, Gramsci nos conminó a oponer el
optimismo de la voluntad. Para ello, la primera labor consiste en volver
a unir nuestro porvenir, al de nuestro ecosistema, la Tierra. En ese
sentido se parte de una serena convicción: nuestros problemas están
motivados por la misma causa que provoca la destrucción de la
naturaleza: la explotación. Para Jesús Ibáñez, la explotación, concepto
denostado por los vencedores y causantes de la situación actual, debía
ocupar un lugar central en las ciencias sociales y como él entendía la
praxis, en la vida cotidiana. De esta manera, apuntaba tres dimensiones
diferentes que no dejaban de ser lo mismo: la primera, la explotación
del hombre por el hombre que transforma los fines en medios, las
personas en cosas; la segunda, la explotación de la naturaleza por el
hombre, la transformación del medio que le impide seguir funcionando
como medio; y la tercera, la explotación reflexiva, la explotación del
sistema por el mismo sistema, que transforma los medios en fines,
producir por producir. Por lo tanto, el objetivo político para construir
un sujeto colectivo, capaz de llevar a cabo los cambios que hagan
posible el fin de la explotación, debe girar en torno a estos tres ejes,
que a la postre, no son más, ni menos, que -1- la democracia social,
basada en una política asamblearia (el Parlamento es una asamblea aunque
no lo parezca y esté secuestrado) y participativa (no de manera
retórica, deben existir cauces de decisión real, como las asambleas
comunales, barriales, vecinales… crear poder popular), -2- la democracia
económica que conlleva diferentes formas de propiedad como la
autogestión, el cooperativismo o la propiedad social (con el objetivo de
desaparición de las desigualdades -no de las diferencias- y las clases
sociales) y por último, -3- la democracia ecológica que sería el buen
vivir (Gudynas) en el sentido de descomplejizar las relaciones sociales y
económicas globales y al mismo tiempo desmercantilizarlas revalorizando
así los valores de uso sobre los de cambio (Harvey), así como el
reconocimiento social y cultural que promueva códigos de conductas
éticas e incluso espirituales en relación con la sociedad y la
naturaleza y una visión a largo plazo.
3. La Dictadura Poscarbono del Ecoproletariado Internacional.
Aunque
este concepto (reconceptualizado) tiene connotaciones
marxista-leninistas (o marxista-lennonistas), creo que sigue siendo el
indicado a la hora de pensar en la emancipación social y el fin de la
explotación y por tanto necesario para construir un sujeto colectivo
capaz de llevarla a cabo. Pero está claro que no es más que un concepto
teórico, que hoy por hoy no podría utilizarse políticamente, pero que es
necesario comprender.
El
Imperialismo es necesario para que el capitalismo supere sus
contradicciones internas. En las próximas décadas, las contradicciones
de clase se agudizarán, debido a la imposibilidad física de crecimiento
económico, y serán éstas las condiciones objetivas y materiales que
llevarán a la dictadura del proletariado, que al contrario de lo que
predijo Marx, no tendrá que gestionar el paraíso comunista de la
abundancia, sino planificar la distribución igualitaria de la escasez
material, buscando la riqueza y el bienestar social.
Si el
Estado es la objetivación de una correlación de fuerzas (Althusser,
Balibar) y se asienta sobre ella, es necesario utilizar esa herramienta
una vez el ecoproletariado se convierta en clase hegemónica. En este
proceso constituyente, que es el socialismo o dictadura del
proletariado, el régimen jurídico burgués, es sustituido. Teóricamente,
esta etapa nos conduciría a la desaparición del Estado, que coincide con
la desaparición de las clases sociales, al no ser ya necesario como
poder de clase (eso no significa que se eliminen las instituciones de
decisión y desarrollo de lo Común). Si el comunismo es la gestión del
común y la apropiación colectiva de los medios de producción, la
ecología política es el comunismo mismo. Para que no suene anacrónico,
solo hay que sustituir la dictadura del proletariado, por la democracia
del proletariado, como el parlamentarismo burgués actual no es más que
la dictadura de la burguesía (Marx, Lenin, Zizek…), y después sustituir
proletariado por excluidos, explotados, marginados, damnificados por el
cambio climático (Ranciére). Pero ese sujeto aún no tiene relato.
Volviendo
al marxismo, el desarrollo de las fuerzas productivas no tiene por qué
ser lineal desde un modo productivo dado (Marx aclaró que no era
marxista, seguramente como crítica a los que tomaron sus análisis sobre
Inglaterra como dogma o como ley, de una teoría comprensiva se hizo una
teoría teológica). Si al capitalismo le da lo mismo producir cañones o
mantequilla, en el ecosocialismo, la sociedad debe preguntarse
colectivamente qué y para qué, según sus intereses. Y esos intereses, al
introducir la variable ecológica en la vida cotidiana, supone volver a
la idea de la revolución mundial, ya que el ecologismo es
inevitablemente internacionalista. De todas formas, es necesario aclarar
el cuestionamiento de la idea de progreso, lineal y mecánico del
materialismo histórico, como de hecho ya llevó a cabo W. Benjamin, en
esa preciosa metáfora que contraponía la visión de la revolución
marxista, como locomotora de la historia, para verla realmente como el
freno de emergencia de ese tren que nos llevaba al abismo (aunque no se
puede olvidar la herencia tóxica sobre la que se construiría la nueva
sociedad).
Para
Santiago Alba Rico, hay una línea media, esa que se ajustaría al buen
vivir, donde el hambre es superada por la sociedad. Por debajo de esta
línea se sitúan los desposeídos, los marginados, los excluidos, “donde
la hambruna disuelve todos los lazos sociales imponiendo el canibalismo,
amenazando la supervivencia de individuos enfrentados entre sí”; pero
por encima de esa línea hay más hambre, “demasiado siempre quiere más” y
esa voracidad se come todo lo que encuentra a su paso.
Solo
tenemos que recordar a nuestros abuelos, aquellos que eran capaces de
plantar, cuando se acercaban sus últimos días, una higuera a la puerta
de la casa de la aldea. Ellos sabían que no iban a disfrutar de su
sombra ni de sus frutos, pero habían aprendido a ver más allá de su
vida, a dejar para sus hijos y las generaciones siguientes ese disfrute,
el fruto de su vida, legando más de lo que en su vida habían recibido.
Ese es el camino.
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