Un grupo de jóvenes neonazis en República Checa desde la que se dirigieron a una barriada gitana para intentar asaltarla en junio de este año. / Gustav Pursche (Corbis)
Todos los dirigentes europeos, sin excepción, han glosado esta semana
los méritos de Nelson Mandela. Muchos han pronunciado frases brillantes
y han asistido a los funerales del hombre que venció al odio racial y
al apartheid. Pero justo en la Unión Europea, donde la crisis
no termina, el paro afecta a 25 millones de personas y hay 80 millones
de pobres, la xenofobia y el racismo no dejan de aumentar.
El viaje comienza en Ostrava (República Checa). Aquí, los niños
gitanos son enviados a escuelas especiales. Algunos comparten aulas con
alumnos discapacitados, otros van a colegios solo para gitanos. Muchos
viven en barrios o pueblos separados del resto de la población y sin
acceso a los mismos derechos. Un régimen de apartheid.
Situaciones similares suceden en Hungría, donde el 90% de los gitanos
están en el paro. En Polonia, donde muchos restaurantes no dejan entrar a
romaníes. O en Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia y Bulgaria.
Miroslav Turek, pedagogo social de la escuela Premysla Pittra, en Ostrava, se parece poco a cualquier profesor europeo medio. Tras 10 años de trabajo en una prisión y otro periodo en una casa de acogida infantil, este maestro se encarga ahora del grupo más problemático de un colegio en el que todos los alumnos son gitanos, a pesar de que el barrio acoge también a otras comunidades. Turek dice tutelar a 14 chicos de entre 13 y 15 años, aunque en la minúscula clase que regenta no se ven más de 7. “En noviembre solo hubo ocho días en que asistieran todos”. Y precisa que trabaja con los padres para minimizar las ausencias.
A simple vista, Premysla Pittra no es una escuela diferente. Un centro más de enseñanza primaria, acogedor por los trabajos infantiles que adornan sus paredes. Pero este especialista debe emplearse a fondo en lecciones ajenas al programa educativo. “Durante tres meses, por ejemplo, me he dedicado a mostrarles la importancia de traer lápices a clase”, expone con admirable serenidad. El profesor no se da por vencido. Coopera con las familias y deja claras las reglas con métodos sencillos: tarjeta verde a la primera infracción, amarilla a la segunda, y a partir de ahí, orden de quedarse en clase después de que suene el timbre.
Premysla Pittra es una escuela segregada: solo acoge a niños gitanos, en gran medida de entornos desfavorecidos que lastran sus resultados escolares. Pero aún existe una opción peor para estas familias con problemas más graves que la educación de sus hijos. Que los críos recalen en escuelas para “discapacidades mentales leves”, como las denomina el sistema. Debido a un perverso círculo vicioso, la mayoría de los que acaban allí son gitanos que no han superado la prueba de aptitud que determina en qué escuela ingresan los niños de seis años.
Miroslav Turek, pedagogo social de la escuela Premysla Pittra, en Ostrava, se parece poco a cualquier profesor europeo medio. Tras 10 años de trabajo en una prisión y otro periodo en una casa de acogida infantil, este maestro se encarga ahora del grupo más problemático de un colegio en el que todos los alumnos son gitanos, a pesar de que el barrio acoge también a otras comunidades. Turek dice tutelar a 14 chicos de entre 13 y 15 años, aunque en la minúscula clase que regenta no se ven más de 7. “En noviembre solo hubo ocho días en que asistieran todos”. Y precisa que trabaja con los padres para minimizar las ausencias.
A simple vista, Premysla Pittra no es una escuela diferente. Un centro más de enseñanza primaria, acogedor por los trabajos infantiles que adornan sus paredes. Pero este especialista debe emplearse a fondo en lecciones ajenas al programa educativo. “Durante tres meses, por ejemplo, me he dedicado a mostrarles la importancia de traer lápices a clase”, expone con admirable serenidad. El profesor no se da por vencido. Coopera con las familias y deja claras las reglas con métodos sencillos: tarjeta verde a la primera infracción, amarilla a la segunda, y a partir de ahí, orden de quedarse en clase después de que suene el timbre.
Premysla Pittra es una escuela segregada: solo acoge a niños gitanos, en gran medida de entornos desfavorecidos que lastran sus resultados escolares. Pero aún existe una opción peor para estas familias con problemas más graves que la educación de sus hijos. Que los críos recalen en escuelas para “discapacidades mentales leves”, como las denomina el sistema. Debido a un perverso círculo vicioso, la mayoría de los que acaban allí son gitanos que no han superado la prueba de aptitud que determina en qué escuela ingresan los niños de seis años.
La mayoría de los checos escolarizan a sus hijos a partir de los tres
años, una etapa en la que la educación no es obligatoria. Así que
llegan entrenados a ese pequeño examen —con pruebas como contar hasta 10
o pequeños juegos de lógica—. Pero los gitanos suelen enfrentarse a esa
evaluación con una mínima fase previa de adaptación a la escuela. Así
que muchos suspenden y acaban ingresando en lo que las autoridades
denominan eufemísticamente escuelas prácticas. Los datos oficiales
aseguran que un 3% de los niños entran cada año en ellas, aunque rehúsan
desglosar la proporción de gitanos. “No podemos almacenar los datos por
raza. Sería discriminatorio”, alega Martin Stepanek, vicealcalde de
Ostrava a cargo de la educación.
La segregación en las escuelas es un problema que afecta a toda Europa del Este. Y emerge como el símbolo de un mal mayor que recorre ya todo el continente: el odio a las minorías, con los gitanos, los árabes, los judíos y los negros como comunidades más perseguidas.
Al otro lado de Europa, en Holanda, Austria, Francia, Bélgica o Reino Unido, el poder político lleva algunos años tratando de convertir a las exiguas minorías gitanas en el chivo expiatorio de la crisis, o de la gestión de la crisis. Silvio Berlusconi abrió el fuego en 2008 censando y expulsando en masa a los gitanos en Italia; Nicolas Sarkozy tomó el relevo en 2010, y hoy el virus ha contagiado a los (supuestos) progresistas.
Así el apartheid económico y racial y el odio al diferente comienzan a ser una seña de identidad en muchos de los 28 países de la UE. El fenómeno inquieta a algunos observadores. Según ha escrito el filósofo francés Christian Salmon, “la política está siendo devorada por la xenofobia inherente al sistema económico neoliberal”.
En Francia y Reino Unido, las pulsiones xenófobas han llegado desde la extrema derecha hasta la cúpula del Estado. El sociólogo galo Eric Fassin explica que las diatribas del ministro del Interior, Manuel Valls, contra los romaníes “legitiman el discurso racista del Frente Nacional y tratan de hacer olvidar a los votantes que el Gobierno socialista hace la misma política económica que Sarkozy”. El Ejecutivo socialista lleva meses derribando chabolas de ciudadanos europeos (gitanos) sin realojar a sus 17.000 ocupantes —la mitad niños—, incumpliendo así la promesa electoral de François Hollande, las normas internacionales y la circular de Interior de agosto de 2012. La idea era tratar con humanidad y firmeza a las poblaciones “precarias”. Solo queda la firmeza.
En paralelo, los racistas han dado un paso al frente y han ocupado las calles, las redes sociales y los medios. La ministra de Justicia, la guyanesa Christiane Taubira, ha sido comparada con un mono por una excandidata del Frente Nacional, por una niña de 12 años en una protesta contra el matrimonio gay y por una revista de extrema derecha. Los ataques de la derecha populista contra la comunidad musulmana son ya tan corrientes que no son noticia. La novedad es que, según una reciente encuesta de la Agencia de Derechos Fundamentales, el 85% de los judíos franceses creen que el antisemitismo es un problema en su país —frente al 66% de la media europea.
El portavoz de la Unión de Estudiantes Judíos de Francia (UEJF), Elie Petit, comenta: “El discurso antisemita se ha legitimado y corre libre por las redes sociales. Es como si el lenguaje de los años treinta volviera a estar de moda. Pero lo más grave es que las ideas xenófobas calan entre los jóvenes. Un 40% de los franceses de entre 18 y 25 años se declaran dispuestos a votar a la extrema derecha en las europeas” de mayo.
En Reino Unido, la cosa parecía ir mejor. Pero hace unos días, el primer ministro, David Cameron, se subió a la ola antigitana con un artículo en Financial Times en el que anunciaba que exigirá a Europa medidas para regular la inmigración, y se refería a los “nómadas” rumanos y búlgaros diciendo que su Gobierno les negará los derechos que concede a otros inmigrantes, como las ayudas sociales para vivienda y desempleo. Eso sí, Cameron recurrió al eufemismo, al escribir que Londres deportará a los “inmigrantes europeos que pidan limosna o duerman al raso”.
En tiempos de odio al diferente, los negros viven situaciones similares a las de los gitanos y los judíos: rechazo inmediato a primera vista e identificación con los clichés que siempre los han acompañado. “Al negro se le tacha de perezoso o irracional. Y el estereotipo no desaparece ni cuando son ricos”, explica Omar Ba, responsable de la Plataforma Africana en Amberes, una próspera ciudad belga que vive su particular recelo hacia las minorías. En este caso, la base no es tanto económica como de identidad nacional: el nacionalismo flamenco endurece los criterios para acceder a ciertas prestaciones con requisitos como el conocimiento de la lengua, el holandés.
Ba alerta de que la extrema derecha se está acercando a la población media, al tiempo que los partidos mayoritarios emulan los discursos radicales. “Con la crisis, los políticos han mostrado su incapacidad. Así que, como no es fácil encontrar culpables, y la ciudadanía está frustrada, juegan la carta del extranjero. Pero hay que tener cuidado. Antes de la II Guerra Mundial había este mismo discurso”, previene este elocuente belga procedente de Senegal, que relata problemas al acceder a algunos servicios que solo se solucionan cuando aparece su esposa, belga de origen............................................................................
La segregación en las escuelas es un problema que afecta a toda Europa del Este. Y emerge como el símbolo de un mal mayor que recorre ya todo el continente: el odio a las minorías, con los gitanos, los árabes, los judíos y los negros como comunidades más perseguidas.
Al otro lado de Europa, en Holanda, Austria, Francia, Bélgica o Reino Unido, el poder político lleva algunos años tratando de convertir a las exiguas minorías gitanas en el chivo expiatorio de la crisis, o de la gestión de la crisis. Silvio Berlusconi abrió el fuego en 2008 censando y expulsando en masa a los gitanos en Italia; Nicolas Sarkozy tomó el relevo en 2010, y hoy el virus ha contagiado a los (supuestos) progresistas.
Así el apartheid económico y racial y el odio al diferente comienzan a ser una seña de identidad en muchos de los 28 países de la UE. El fenómeno inquieta a algunos observadores. Según ha escrito el filósofo francés Christian Salmon, “la política está siendo devorada por la xenofobia inherente al sistema económico neoliberal”.
En Francia y Reino Unido, las pulsiones xenófobas han llegado desde la extrema derecha hasta la cúpula del Estado. El sociólogo galo Eric Fassin explica que las diatribas del ministro del Interior, Manuel Valls, contra los romaníes “legitiman el discurso racista del Frente Nacional y tratan de hacer olvidar a los votantes que el Gobierno socialista hace la misma política económica que Sarkozy”. El Ejecutivo socialista lleva meses derribando chabolas de ciudadanos europeos (gitanos) sin realojar a sus 17.000 ocupantes —la mitad niños—, incumpliendo así la promesa electoral de François Hollande, las normas internacionales y la circular de Interior de agosto de 2012. La idea era tratar con humanidad y firmeza a las poblaciones “precarias”. Solo queda la firmeza.
En paralelo, los racistas han dado un paso al frente y han ocupado las calles, las redes sociales y los medios. La ministra de Justicia, la guyanesa Christiane Taubira, ha sido comparada con un mono por una excandidata del Frente Nacional, por una niña de 12 años en una protesta contra el matrimonio gay y por una revista de extrema derecha. Los ataques de la derecha populista contra la comunidad musulmana son ya tan corrientes que no son noticia. La novedad es que, según una reciente encuesta de la Agencia de Derechos Fundamentales, el 85% de los judíos franceses creen que el antisemitismo es un problema en su país —frente al 66% de la media europea.
El portavoz de la Unión de Estudiantes Judíos de Francia (UEJF), Elie Petit, comenta: “El discurso antisemita se ha legitimado y corre libre por las redes sociales. Es como si el lenguaje de los años treinta volviera a estar de moda. Pero lo más grave es que las ideas xenófobas calan entre los jóvenes. Un 40% de los franceses de entre 18 y 25 años se declaran dispuestos a votar a la extrema derecha en las europeas” de mayo.
En Reino Unido, la cosa parecía ir mejor. Pero hace unos días, el primer ministro, David Cameron, se subió a la ola antigitana con un artículo en Financial Times en el que anunciaba que exigirá a Europa medidas para regular la inmigración, y se refería a los “nómadas” rumanos y búlgaros diciendo que su Gobierno les negará los derechos que concede a otros inmigrantes, como las ayudas sociales para vivienda y desempleo. Eso sí, Cameron recurrió al eufemismo, al escribir que Londres deportará a los “inmigrantes europeos que pidan limosna o duerman al raso”.
En tiempos de odio al diferente, los negros viven situaciones similares a las de los gitanos y los judíos: rechazo inmediato a primera vista e identificación con los clichés que siempre los han acompañado. “Al negro se le tacha de perezoso o irracional. Y el estereotipo no desaparece ni cuando son ricos”, explica Omar Ba, responsable de la Plataforma Africana en Amberes, una próspera ciudad belga que vive su particular recelo hacia las minorías. En este caso, la base no es tanto económica como de identidad nacional: el nacionalismo flamenco endurece los criterios para acceder a ciertas prestaciones con requisitos como el conocimiento de la lengua, el holandés.
Ba alerta de que la extrema derecha se está acercando a la población media, al tiempo que los partidos mayoritarios emulan los discursos radicales. “Con la crisis, los políticos han mostrado su incapacidad. Así que, como no es fácil encontrar culpables, y la ciudadanía está frustrada, juegan la carta del extranjero. Pero hay que tener cuidado. Antes de la II Guerra Mundial había este mismo discurso”, previene este elocuente belga procedente de Senegal, que relata problemas al acceder a algunos servicios que solo se solucionan cuando aparece su esposa, belga de origen............................................................................
Más información: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/12/13/actualidad/1386957538_177854.html
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