Hace tres días se cumplió el 36º aniversario de la muerte de Charles
Chaplin, y aún hoy sus películas se siguen viendo y aplaudiendo en todo
el mundo. Quizás no haya habido una figura cinematográfica tan universal
como la suya, y tan de constante actualidad. Charlot, su personaje de
vagabundo ingenuo que aun muerto de hambre pretende mantener formas
refinadas en su comportamiento, tendría hoy una versión actualizada si
nos fuera posible tener el humor necesario para ello. Chaplin lo tuvo, y
esa es su genialidad. El pobre Charlot no tiene más remedio que
buscarse la vida con artimañas, ser pícaro sin perder su irónica
elegancia y burlarse de los agentes de la autoridad o de los magnates
corruptos que le rodean. En El emigrante, por ejemplo,
mediometraje realizado en 1917, habla de temas que hoy en día solo
podríamos ver con su dramatismo real. Pero él supo denunciar a una
sociedad injusta e inhumana a través de la risa… que en ocasiones se le
quedaba congelada al espectador, como esa paliza brutal que en la
mencionada película los camareros de un restaurante propinan a quien no
puede pagar lo que ha comido, o el famoso plato de macarrones cocinado
con los cordones de sus botines raídos que él engulle con refinamiento
burgués –La quimera de oro- , sin olvidar la burla de unos Tiempos modernos en que reina la estulticia, o su valiente denuncia del capitalismo –Monsieur Verdoux- o del nazismo –El gran dictador- , o de la caza de brujas en Estados Unidos –Un rey en Nueva York-
, país del que había tenido que marcharse al ser acusado, cómo no, de
comunista. Los políticos de entonces ya eran tan mediocres y peligrosos
como tantos de los actuales. Y como tampoco podía residir en Inglaterra,
su país de origen, Chaplin acabó refugiado en Suiza.
Cuenta su hija Geraldine que en cierta ocasión, ya mayor y enfermo, Charles Chaplin vio en la televisión cómo daban la noticia de su muerte. La familia quiso de inmediato apartarle de allí pero él insistió con buen humor en ver la noticia completa para saber qué opinaban de él. Seguramente se rió con los elogios y con las críticas que le dedicaban, y se le pasarían por la cabeza más películas sobre esa sociedad que a pesar suyo no había ido a mejor en lo sustancial.
Cuenta su hija Geraldine que en cierta ocasión, ya mayor y enfermo, Charles Chaplin vio en la televisión cómo daban la noticia de su muerte. La familia quiso de inmediato apartarle de allí pero él insistió con buen humor en ver la noticia completa para saber qué opinaban de él. Seguramente se rió con los elogios y con las críticas que le dedicaban, y se le pasarían por la cabeza más películas sobre esa sociedad que a pesar suyo no había ido a mejor en lo sustancial.
Hace tres días se cumplió el 36º aniversario de la muerte de Charles
Chaplin, y aún hoy sus películas se siguen viendo y aplaudiendo en todo
el mundo. Quizás no haya habido una figura cinematográfica tan universal
como la suya, y tan de constante actualidad. Charlot, su personaje de
vagabundo ingenuo que aun muerto de hambre pretende mantener formas
refinadas en su comportamiento, tendría hoy una versión actualizada si
nos fuera posible tener el humor necesario para ello. Chaplin lo tuvo, y
esa es su genialidad. El pobre Charlot no tiene más remedio que
buscarse la vida con artimañas, ser pícaro sin perder su irónica
elegancia y burlarse de los agentes de la autoridad o de los magnates
corruptos que le rodean. En El emigrante, por ejemplo,
mediometraje realizado en 1917, habla de temas que hoy en día solo
podríamos ver con su dramatismo real. Pero él supo denunciar a una
sociedad injusta e inhumana a través de la risa… que en ocasiones se le
quedaba congelada al espectador, como esa paliza brutal que en la
mencionada película los camareros de un restaurante propinan a quien no
puede pagar lo que ha comido, o el famoso plato de macarrones cocinado
con los cordones de sus botines raídos que él engulle con refinamiento
burgués –La quimera de oro- , sin olvidar la burla de unos Tiempos modernos en que reina la estulticia, o su valiente denuncia del capitalismo –Monsieur Verdoux- o del nazismo –El gran dictador- , o de la caza de brujas en Estados Unidos –Un rey en Nueva York-
, país del que había tenido que marcharse al ser acusado, cómo no, de
comunista. Los políticos de entonces ya eran tan mediocres y peligrosos
como tantos de los actuales. Y como tampoco podía residir en Inglaterra,
su país de origen, Chaplin acabó refugiado en Suiza.
Cuenta su hija Geraldine que en cierta ocasión, ya mayor y enfermo, Charles Chaplin vio en la televisión cómo daban la noticia de su muerte. La familia quiso de inmediato apartarle de allí pero él insistió con buen humor en ver la noticia completa para saber qué opinaban de él. Seguramente se rió con los elogios y con las críticas que le dedicaban, y se le pasarían por la cabeza más películas sobre esa sociedad que a pesar suyo no había ido a mejor en lo sustancial.
Cuenta su hija Geraldine que en cierta ocasión, ya mayor y enfermo, Charles Chaplin vio en la televisión cómo daban la noticia de su muerte. La familia quiso de inmediato apartarle de allí pero él insistió con buen humor en ver la noticia completa para saber qué opinaban de él. Seguramente se rió con los elogios y con las críticas que le dedicaban, y se le pasarían por la cabeza más películas sobre esa sociedad que a pesar suyo no había ido a mejor en lo sustancial.
Más información: http://www.charliechaplin.com/
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/12/26/actualidad/1388079220_063905.html
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