sábado, 9 de noviembre de 2013

La noche de los cristales rotos

Todo empezó la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938: Adolf Hitler, amo absoluto de Alemania tras autodesignarse en febrero de ese mismo año Jefe del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas como complemento a su Presidencia y su Cancillería del Reich, decide poner en marcha de acuerdo con Heinrich Himmler -jefe de las SS- y Reinhard Heydrich -su brazo derecho- el plan masivo de persecución y expulsión de todo lo que quedaba de la población judía en el Reich alemán.

No hay límite, ni habrá castigo legal alguno a los actos brutales que decenas de miles de miembros de las SS y las SD -las fuerzas paramilitares de choque de los nazis- cometerán durante una semana de terror absoluto contra todos los escaparates de comercios, centros y organizaciones de carácter judío.
En el paroxismo creciente de vandalismo y saqueo, los hombres de Himmler se lanzarán al allanamiento de viviendas, profanación e incendio de miles de sinagogas y librerías y a la violación, tortura y asesinato de hombres, mujeres y niños. Los cristales rotos de los establecimientos que bañaron las calles alemanas bautizaron la efeméride, Kristallnacht.

La excusa: un estudiante en París
Dos dias antes, el 7 de noviembre en París, un estudiante judío identificado como Herschel Grynspan, refugiado en Francia tras la ocupación el 1 de octubre de ese año por el Ejército alemán de los Sudetes checoeslovacos, decidió en venganza asesinar al embajador alemán en Francia, Herr Johan von Walczcek. Al ser recibido por el secretario de embajada, Herr Ernst von Rath, le disparó hiriéndolo mortalmente. Hitler buscaba afanosamente una justificación para desahogar su desprecio contra los judíos, acumulados desde su estancia juvenil en Viena, su participación en la I Guerra Mundial y finalmente durante su ferviente liderazgo intelectual y político en Munich en los partidos DAP, luego transformado en NSDAP ( Nazionalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei), el famoso partido nazi.
Grynspan le proporcionó la excusa y el momento, pero el proyecto ya venía desarrollándose solapada y dosificadamente desde enero de 1933. Desde que fuera nombrado canciller por el presidente Hindemburg, Hitler había empezado la expulsión de todos los puestos sociales, culturales, científicos, industriales, comerciales y administrativos de los judíos y otros ciudadanos alemanes considerados "inferiores". Su crimen era no pertenecer a la raza aria, una "raza superior" desde el punto de vista del Tercer Reich. Paradójicamente, el propio Hitler no era alemán de origen y la mayor parte de miembros no militares de su Gobierno eran enfermizos o sociópatas. El resultado fue la expulsión de más de 200.000 ciudadanos alemanes "no arios", incontables asesinatos y la confiscación de bienes de todo tipo en beneficio del Reich.
Es más, para colmar sus "inquietudes", el Gobierno alemán decidió acusar a los judíos de crimen contra el Estado, imponiendo la imposible multa de cien millones de marcos alemanes. Esta acción, que  formaba parte de un programa de acorralamiento y expropiación de todos los activos económicos en poder de los judíos, se inició en 1938 con la promulgación de leyes para confiscar lo que denominaron "arte degenerado" y muchas otras similares.
 
¿Por qué nadie dijo nada?
Aunque la brutalidad de estas acciones nos resulta incomprensible, lo cierto es que la reacción de la Sociedad de Naciones y las grandes potencias de entonces -Reino Unido, Francia, Rusia, Italia y Estados Unidos- no fue proporcional a la brutalidad de los nazis.
Inglaterra y Francia, además de influir opuestamente en la Guerra Civil Española, estaban aturdidos por los sucesos protagonizados por Hitler en 1938, un año crucial en el que había decidido cambiar su estrategia y pasar a la agresión abierta.
Lo hizo paso a paso: en febrero ocupa Austria, después de amenazar durante meses como un vulgar matón a su propio presidente y desoír los consejos de sus propios generales, que temían la reacción europea. En octubre ocupa los Sudetes en Chequia, de amplia población alemana, tras ningunear durante meses al primer ministro británico Chamberlain, desde entonces conocido como "el hombre del paraguas" y al primer ministro francés Daladier, al que llamaron cosas peores. Mas tarde ocupará toda Checoslovaquia, apoderándose de sus excelentes fábricas bélicas y de transporte.
Estos dos golpes le proporcionan una población adicional de diez millones de habitantes alemanes para sus planes de agresión futura, además de controlar fácilmente Checoslovaquia, un país próximo a Polonia y Rusia, a los cuales ya tiene en mente como futuras víctimas de su plan de expansión hacia el Este.
Kristallnacht, la noche de los cristales rotos
En todo ese año Hitler multiplicó toda su producción bélica, contraviniendo el tratado de Versalles ya sin ningún disimulo y dejando el balance de fuerzas armadas totalmente a su favor respecto de Francia, el mejor Ejército entonces y de una Gran Bretaña que había estado durmiento el sueño de los lores con su gloria naval. Con la guerra, consigue además resolver el problema del paro causado por la crisis mundial del 29 y el pago de reparaciones bélicas consecuencia de la I Guerra Mundial y el Tratado de Versalles.

Rusia y América
Mientras tanto, Russia estaba inmersa en la reconstrucción nacional con su programa quinquenal de producción industrial y de armamento, además de inmiscuirse en los asuntos de todos sus vecinos, Finlandia, Polonia e incluso tratando de introducir su comunismo en Alemania. También había apoyado abiertamente a la República en España contra las tropas fascistas de Franco, que a su vez habían sido respaldadas por Hitler. Su Legión Cóndor ensayaba su armamento bombardeando poblaciones indefensas con bombas de gasolina, precursoras del temible napalm del futuro, mientras las tropas de Mussolini ensayaban la futura invasión total de la Cirenaica en el norte de África.
Por su parte, Estados Unidos no podía pensar aún en la guerra por no terminar de salir de su debacle económica de 1929, mientras Roosevelt luchaba contra el Senado, los monopolios y los cárteles de su pais que se oponen a su plan del New Deal, acusándole de crear el Estado Beneficencia que hoy llamamos Estado del bienestar.
Esa era la situación de Europa y Estados Unidos y sus gobiernos, en cuya memoria estaba fresco el recuerdo atroz de la mutilación y muerte en las trincheras de la I Guerra Mundial. Cabe preguntarse qué habría pasado si alguien hubiese intervenido hace hoy 75 años, pero la respuesta pertenece a la ciencia ficción; el 1-3 de septiembre empezó la II Guerra Mundial. El resto es historia.

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