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Pier Paolo Pasolini by Letizia Battaglia |
Sin la suficiente distancia entre la madre y la mujer, la madre y el niño se confunden, se anulan recíprocamente, dando lugar a una simbiosis mortífera o una conflictividad repleta de odio y violencia. En casos como esos no es solo la madre la que devora a su hijo, sino que -al consagrar enloquecidamente su vida a la de su hijo- es la mujer la que resulta devorada por la madre. Si el niño consume el horizonte del mundo -si la madre elimina a la mujer-, el hijo se convierte en un objeto que encierra el deseo de la mujer en el deseo de la madre. El mundo se contrae entonces en un mundo cerrado y la díada madre-hijo se convierte en el modelo de una relación que no puede tolerar forma alguna de separación. Pero un vínculo sin separación queda privado de toda fuerza expansiva y generativa y está fatalmente destinado a deslizarse hacia una adherencia recíproca carente de deseo.
Ese fue el drama de Pasolini, esculpido en uno de sus poemas más célebres, titulado no por casualidad "Súplica a mi madre":
Eres tú la única que en el mundo sabe, de mi corazón,
lo que siempre fue, antes de cualquier otro amor.
Por eso debo decirte aquello que es terrible saber:
que es dentro de tu gracia donde nace mi angustia.
Eres insustituible. Por ello está condenada
a la soledad la vida que me diste.
Porque el alma está en ti, eres tú, pero tú
eres mi madre y tu amor mi esclavitud.
Las manos de la madre
Deseo, fantasmas y herencia de lo materno
Massimo Recalcati
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