Varias granadas de gas caen sobre manifestantes palestinos en las protestas de Gaza contra la apertura de la embajada de EE.UU en Jerusalén. 14 de mayo de 2018 |
Abandonados e insultados por Estados Unidos, tratados con un cinismo y
una hipocresía insoportable por los europeos, la pregunta al ver las
imágenes de muerte de Gaza debería ser: ¿qué les queda a los palestinos?
Francis Ford Coppola lo hubiera rodado con maestría. Dos
escenas, intercalándose. En Jerusalén, Ivanka Trump, Jared Kushner,
Binyamin Netanyahu, riendo, brindando, celebrando, durante la fiesta de
la apertura de la embajada de Estados Unidos en Israel. Y en Gaza, el
Ejército israelí disparando contra miles de manifestantes en la
frontera, sin armas, sin la capacidad de dañar con las piedras a los
soldados que, metódicamente, los van abatiendo. Pam, pam, más de 50
muertos. Pam, pam, un brindis por Jerusalén, la capital unida e
indivisible de Israel. Pam, pam, tres hurras por la alianza entre
Washington y Tel-Aviv. Pam, pam, que vivan Donald Trump y toda la casa
real saudí.
De banda sonora, Netta canta ‘Toy’, la canción ganadora del festival de Eurovisión.
Al final, silencio, fundido a negro, primer plano de
Netanyahu en declaraciones a la CBS: “Lo intentas de todas las formas,
pero los métodos no letales no funcionan en Gaza”.
Estos palestinos son incorregibles, hay una cita
habitualmente atribuida a Golda Meir que lo resume: “Podemos perdonar a
los árabes por matar a nuestros niños. No podemos perdonarles por
obligarnos a matar a sus niños. Solo tendremos paz con los árabes cuando
amen a sus niños más de lo que nos odian”. Incorregibles y culpables,
estos palestinos, siempre culpables. Culpables cuando matan a israelíes y
culpables cuando los israelíes matan a palestinos. Culpables de vivir
en Palestina cuando empezaron a llegar los primeros emigrantes
sionistas. Culpables de haberse convertido en un pueblo de refugiados,
que ya se sabe que no fueron expulsados, que lo que el historiador
israelí Ilan Pappe llama limpieza étnica no fue tal, que en 1948 la
gente abandonó sus casas, sus tierras y sus vidas porque quiso, para que
Israel tuviera un grave problema de relaciones públicas. Y 70 años
después, así siguen, los palestinos, creando problemas de relaciones
públicas a Israel, enviando a sus hijos a que los maten para hacer
quedar mal a la única democracia de Oriente Próximo. Netanyahu, en la
CBS: “Envían (Hamas) a los civiles, mujeres, niños, a la línea de fuego
con la idea de que haya damnificados. Tratamos de minimizar los daños,
pero ellos pretenden que los haya para poner presión sobre Israel, lo
cual es horrible”. La deshumanización del palestino es básica en el
discurso israelí. No es cosa nueva ni consecuencia de la deriva
derechista de la sociedad israelí de los últimos años, sino que entronca
de forma directa con el alma colonialista del proyecto sionista. El
indígena siempre es un salvaje; el colonizador, un ilustrado civilizado.
Han sido estos días de cara y cruz. La cara de la fiesta
de la embajada de Trump en Jerusalén, la cruz de la masacre de Gaza. La
cara del 70º aniversario de la creación del Estado de Israel y la cruz
de 70 años de la nakba, el desastre palestino. La cara de los ejercicios
propagandísticos de Israel para lavar su reputación (Eurovisión, con su
inversión en publicidad en Grindr para ganar el voto popular; la salida
del Giro) y la cruz de triunfos del BDS como Natalie Portman. La cara
de que la Administración Trump ha externalizado su política en Oriente
Próximo a Israel y Arabia Saudí y la cruz de la impotencia de la
comunidad internacional ante el desastre que el tridente
Washington-Tel-Aviv-Riad está pergeñando. La cara de los bombardeos
israelíes en Siria y la cruz de la aparente calma de Teherán. Coppola se
pondría las botas, tiene donde elegir: coroneles Kurtz por doquier,
Vitos Corleone, algún Michael, muchos Fredos, incluso un mundo entero de
Martin Sheens corriendo bajo el fuego y preguntando: “¿quién está al
mando?” y un soldado que le responde: “¿No es usted?”
¿Quién está al mando? Después de la Unesco, Irán y la
embajada de Jerusalén, Israel se siente muy seguro, fuerte. Por si
hubiera dudas, los comunicados de repulsa a la masacre de Gaza (desde la
UE hasta el secretario general de la ONU, António Guterres, pasando por
las cancillerías europeas, entre ellas las españolas) son un exquisito
ejemplo de cinismo e hipocresía, al pedir contención a ambas partes y al
recordar el compromiso con el proceso de paz basado en la solución de
los dos Estados que vivan en paz y seguridad uno junto al otro. Política
y diplomáticamente, estos comunicados hacen el mismo daño que la
flamante nueva embajada de Estados Unidos en Jerusalén. Son textos (como
las políticas de las que emanan) que perpetúan la idea de que estamos
hablando de un conflicto más o menos simétrico (al menos con capacidades
similares para hacerse daño) protagonizado por dos pueblos que tienen
el mismo derecho sobre la misma tierra. No es el caso. Ni es simétrico,
ni tienen la misma capacidad de hacerse daño. Uno es el ocupante, otro
es el ocupado. El paso previo a cualquier tipo de plan es aceptar esta
realidad. En muchos aspectos, Trump no es más que una caricatura extrema
y descarnada de las políticas habituales de Estados Unidos. En este
asunto, lo único que el presidente hace es llevar al extremo lo que es
una realidad desde hace tiempo: que EE.UU. no es un mediador leal sino
el aliado de Israel. El Estado hebreo es el 51º Estado de la Unión en
tanto en cuanto para Washington Israel no es política exterior sino
política interior. Los europeos, en el mejor de los casos, tararean
‘Toy’ y miran hacia el otro lado.
Abandonados e insultados por EE.UU.; tratados con un
cinismo y una hipocresía insoportable por los europeos; muy alejados de
la posibilidad de que al zar le interese acogerles en su regazo; sin
liderazgo merecedor de tal nombre; considerados como un trasto viejo y
molesto por los vientos que corren en el mundo árabe; sin capacidad real
de dañar a Israel después de la derrota de la segunda Intifada;
masacrados, oprimidos, reprimidos desposeídos del pasado, el presente y
el futuro; sin derecho ni a la esperanza, la pregunta al ver las
imágenes de muerte de Gaza debería ser: ¿qué les queda a los
palestinos?
“El horror, el horror”, diría el coronel Kurtz.
Eso es hoy Gaza.
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