“Alfabetizando a las mujeres conseguimos que se
sientan con fuerza para decir no. Que puedan alzar la voz y decir basta.
Sus madres no lo sabían, pero ahora que ellas conocen las consecuencias
de la mutilación ya no van a permitir que sus niñas pasen por eso”.
Quite Djata, coordinadora desde 2012 del Comité Nacional para el Abandono de Prácticas Tradicionales Perjudiciales para la Salud de las Mujeres y la Infancia (CNAPN) de Guinea-Bissau, no tiene duda de que la educación es la clave para acabar con la mutilación genital femenina en su país y en todo el mundo. Lo dijo en las VII Jornadas Internacionales Mujeres y niñas libres de violencias de género: tejiendo redes, sumando voces de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF), con la determinación y el convencimiento de alguien que trabaja a diario en la lucha contra esta práctica que afecta a 200 millones de mujeres que han sido mutiladas en todo el mundo.
“En Guinea-Bissau
solamente los musulmanes, que son el 40% de la población, practican la
mutilación. Pero hay que dejar claro que no es una recomendación del
Corán. No tiene nada que ver con el Islam. El problema es la ignorancia,
el egoísmo y el machismo”, advierte Djata de manera contundente. “En el
este del país, la prevalencia de mujeres que han sido mutiladas es del
70%, aunque hay regiones que incluso superan este porcentaje”, señala
Djata, quien reconoce huir de las grandes cifras por la amplia variación
que sufren de una zona a otra y según los grupos étnicos que la
practican. “Los fulas realizan una mutilación mucho más dura que los
mandingas, quitando los labios superiores e inferiores y el clítoris
completo”, aclara. Según datos de la UNAF,
en el país africano casi el 45,5% de las niñas y mujeres entre 15 y 49
años han sufrido la ablación, y en el caso de las que profesan la
religión musulmana está cifra aumenta al 95%.
Djata, titulada en Agronomía Tropical y Subtropical
por la Universidad alemana de Leipzig, trabaja desde hace años en el
CNAPN con el objetivo claro de promover el abandono de todas las
prácticas perjudiciales que atentan contra los derechos de las mujeres y
la infancia. Aunque su principal batalla es acabar con la mutilación
genital, también lucha por la erradicación del matrimonio precoz y el
tráfico de niñas. “Hay muchas discriminaciones por razón de género. Por
ejemplo, cuando los padres de un menor mueren, el niño tiene el derecho a
recibir la herencia mientras que la niña no. Combatimos este tipo de
situaciones porque para acabar con la mutilación hay que acabar con
todas estas prácticas también”, afirma la guineana.
Quite sonríe cuando comenta que, mientras ella
comparte mesa en el Día Internacional Tolerancia Cero con la Mutilación
Genital Femenina con otras activistas de todo el mundo, sus compañeras
en Bissau también tienen una misión importante. “Hoy se están celebrando
en la capital y en otros cinco puntos del país intercambios entre
comunidades que se han declarado libres de esta práctica contraria a los
derechos humanos con otras que aún no lo han hecho y en las que
seguimos trabajando”.
Aunque reconoce que las 200 comunidades declaradas
libres de mutilación son un muy buen ejemplo y sirven para demostrar a
las demás que se puede lograr, el camino para conseguirlo no es fácil.
Un requisito indispensable para trabajar en las
aldeas con éxito, según Djata, es no hablar de salud sexual en las
primeras reuniones. “Empezamos con el registro de los niños y niñas y la
escolarización. Seguimos hablando de la necesidad de acabar con los
matrimonios infantiles y sus terribles consecuencias. La mutilación es
lo último que abordamos para que haya más aceptación y las mujeres estén
preparadas para hablar de ello. Y nos funciona”, afirma.
Desde que en 1996 se creara el Comité, por
recomendación de la ONU, sus logros han sido muchos, implicando en el
camino a diferentes actores. “Capacitamos a los imanes, les hablamos de
las terribles consecuencias para la salud de las mujeres. Aunque hay
algunos que aun tienen resistencia a que les hablemos de estos temas, lo
vamos logrando”. En 2013, más de 200 imanes de todo el país aprobaron
una fatwa —decreto islámico— que condenaba la práctica de la mutilación en nombre de la religión.
Las formaciones también se extienden a las fanatecas
—las mujeres que se realizan las ablaciones— como una parte importante
de la sensibilización ya que, según estima Unicef, cada año alrededor de
2.000 niñas son enviadas por sus padres o familiares a estas mujeres.
“Cuando hablamos con ellas, muchas lloran y no solo deciden no seguir
con la práctica, también salir a educar e informar de que esto tiene que
acabar”. Los equipos médicos también son una parte fundamental. “Ellos
pueden hacer saltar las alarmas y denunciar”.
Para Quite, hay dos problemas fundamentales a los
que se enfrentan desde el comité: la población sigue siendo muy
reticente a denunciar y aún existe una escasa participación del Gobierno
en estos temas. “Los diputados nunca participan, su apoyo es pasivo.
Tienen miedo a perder votos, pero en esta lucha necesitamos su apoyo. Yo
no puedo predecir cuándo acabaremos con la mutilación de las niñas. Si
lo logramos para 2030, podremos decir que estamos muy orgullosos”,
sentencia esperanzada.
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