miércoles, 2 de mayo de 2018

El guardián de la Capilla Sixtina y las 2.797 llaves

Gianni Crea dirige el equipo de claveros que custodian las 2.797 llaves en el búnker de los Museos Vaticanos


En una mano, más de cuatrocientas llaves. En la otra, otro centenar. El repiqueteo que provocan al chocar unas con otras es el único sonido que se escucha de madrugada en uno de los mayores museos del mundo, testigo de la historia de la humanidad a partir de centurias de adquisiciones de los pontífices desde el siglo XVI . Son las cinco de la mañana y todavía no hay ni un alma. Sólo la de Gianni Crea, el custodio de este santuario desde hace veinte años. Él dirige el equipo de once claveros, o amos de llaves, de los Museos Vaticanos.

El guardián de la Capilla Sixtina y las 2.797 llaves
Gianni Crea y Alessio Censoni caminan en el museo Chiaramonti (.)
 “No quiero parecer pretencioso –dice antes de entrar– pero me lo conozco mejor que mi propia casa”. Gianni Crea alguna vez se ha olvidado las llaves de su domicilio en San Giovanni, pero nunca se ha equivocado con las 2.797 que guardan cada día minuciosamente en un pequeño búnker climatizado en el Patio de la Piña, para evitar que las más antiguas se oxiden. Hay una, la 401, que abre la Puerta Clementina, que es de finales del siglo XVII y pesa medio kilo.

 El guardián de la Capilla Sixtina nos convoca en el lado norte del Viale Vaticano. A estas horas no hay ni rastro de los más de 27.000 turistas –seis millones y medio al año– que invaden a diario esta calle. Tampoco de los vendedores ambulantes de souvenirs y palos de selfie. La primera llave en su mano es la número uno, la que abre el portón de Santa Ana hacia el vestíbulo de los museos. Está todo oscuro. No funcionan todavía los sistemas de seguridad que vigilan que nada pueda ocurrirle a las 40.000 obras de los Palacios Pontificios. Doble giro y clic.

(Antonello Nusca)
 Así comienza el trabajo de los cinco claveros que se reparten las cuatro zonas en que se divide el museo. Otros cinco harán la misma ruta por la noche, para evitar que nadie se quede dentro. Recorren cada estancia en una ruta de una hora y media no sólo para abrir las puertas, sino también para vigilar que no haya ningún desperfecto. Una luz que no funciona o un escape de agua es una posible tragedia. “Si todo va bien, hemos ganado el partido”, dice Crea con una sonrisa. Como buen italiano, es un apasionado del fútbol. “Si no, nos toca ir a la prórroga con horas suplementarias”.

El lugar donde echan la primera ojeada es especial: la terraza de Nicchione, cerrada al público, situada sobre los Museos Egipcios. Sólo se puede acceder con un ascensor, para el que también se necesita una llave. Pero vale la pena. Las vistas desde aquí son un verdadero privilegio. “Cada día vemos cómo se despierta Roma”, cuenta Crea con emoción. El sol se empieza a asomar por el casco histórico mientras la cúpula de San Pedro sigue iluminada. Pero el primer plano es el de los Museos Vaticanos, que ocupan gran parte de este microestado de apenas 0,44 kilómetros cuadrados. “¿Mira, ves esas ventanas? Eso es la Capilla Sixtina”.

Los claveros en el Vaticano. Antonello Nusca
Los claveros en el Vaticano. Antonello Nusca (.)
 La terraza de Nicchione es un lugar clave para el trabajo de los claveros. Si hay alguna luz encendida en los pasadizos del museo, saben que algo va mal. Pero también es donde se reúnen en momentos señalados, como en la espera de un nuevo Papa. Cuando se celebra el cónclave, los claveros tienen desde aquí la mejor vista posible hacia la chimenea que el mundo entero espera. “Es un momento de sentimientos contradictorios. Al mismo tiempo lloras un Papa muerto que esperas con alegría el nuevo sucesor de San Pedro”, asegura. Él vivió muy de cerca la larga enfermedad de Juan Pablo II y su muerte le marcó profundamente. Si la fumata es blanca, es un momento que recordarán para siempre. Abrazos, felicitaciones, ¿y quizás algún brindis? “Eso no te lo puedo decir”, concede Crea, siempre muy educado. Alessio Censoni, su acompañante hoy, también sonríe.

El maestro de los claveros tiene 46 años y se tiene que mantener por fuerza en buena forma para recorrer los siete kilómetros y medio que ocupa el museo de largo. Se crió en una familia católica, pero él nunca había imaginado esta profesión. Pese a que nació en Roma, creció en Melito di Porto Salvo, en la provincia de Reggio Calabria. Volvió a la ciudad eterna para estudiar Derecho y cuando estaba terminando, su párroco le propuso ser custodio auxiliar. En esa época, era un trabajo para estudiantes de confianza. Él no se lo pensó.

(Antonello Nusca)
 Con 26 años, el joven Gianni Crea empezó a vigilar la basílica de San Pedro y con el tiempo le ascendieron a clavero de los museos. “Se requiere precisión, puntualidad y amor por este trabajo”, dice. Una persona no religiosa no podría acceder al puesto porque deben firmar una carta en la que se comprometen a respetar los sacramentos y la moralidad de la Iglesia. Cuando Crea empezó, sólo había tres claveros, pero con la ampliación de los museos empezaron a necesitar más manos. Luego, el anterior director, Antonio Paolucci, le nombró jefe del equipo. “Ahora tienes simbólicamente las llaves del paraíso”, le prometió.

El trabajo de Crea y sus compañeros es un recordatorio de que aunque la Ciudad del Vaticano acoge el corazón del cristianismo, también es una administración que funciona como un reloj. Gracias a la meticulosidad de sus trabajadores, el Papa y sus ayudantes pueden ejercer las responsabilidades por las que aparecen en las portadas del mundo. Francisco coincide con ellos a menudo en los pasillos, y les conoce a todos. “Yo le tengo un gran cariño porque bendijo a mi madre antes de morirse en el palacio de Santa Marta. Le hizo el regalo más bello, y no se me olvidará su sonrisa”, recuerda Crea. Asegura que la atracción que despierta Francisco en todo el mundo ha aumentado mucho las visitas en los museos.

(Antonello Nusca)
 La figura del clavero del Vaticano es herencia del mariscal del cónclave, una figura de la nobleza que hasta 1966 sellaba las puertas de la Capilla Sixtina. Ahora en los cónclaves son ellos los que cierran la puerta delantera y entregan las llaves a la gendarmería vaticana para asegurarse de que ningún curioso pueda perturbar a los cardenales en su momento más sagrado.

Las 2.797 llaves en el búnker están todas numeradas excepto una, más pequeña que las demás. “¿Qué numero le pondrías? Es imposible”. Sólo existen tres copias de una de las llaves más valiosas del mundo, y una la custodian los claveros en un sobre cerrado y sellado dentro de una caja fuerte. 

Tienen que anotar en un libro de registros cada vez que la usan y para qué, así como los visitantes que les acompañan. Es la llave de la Sixtina, la principal capilla del palacio apostólico.

(Antonello Nusca)

“Es imposible robarla”, asiente Crea. Cuando entra, se santigua bajo los frescos de Miguel Ángel antes de confirmar que, aunque la visita cada mañana, la Sixtina sigue siendo su lugar favorito. “Me invade una emoción fortísima que me da energías para continuar con el resto del día”, asiente.
De normal los turistas entran a pelotón, y apenas se pueden hacer fotos. Estar a solas con el Juicio universal de Miguel Ángel es otra cosa. Por eso, los Museos Vaticanos inauguran esta semana un tipo de visitas privadas único en el mundo: un tour a las seis de la mañana para descubrir a deshoras los tesoros del Vaticano con el equipo de claveros.

Gianni Crea no estudió historia del arte, pero los veinte años que lleva aquí le han hecho interesarse y aprenderse el cambio de las sombras en las obras de los Palacios Vaticanos. Habla maravillas de su estatua preferida, el Apolo de Belvedere, se para a señalar la Galería de los Mapas, decorada por el papa Gregorio XIII (1572-1585) y restaurada por Urbano VII, le tiene especial cariño a la Pietà de Van Gogh... Lo que empezó como un grupo de esculturas reunidas por el papa Julio II en el Renacimiento se ha convertido en una colección de arte inigualable.

Entre estas paredes han dormido los 120 cardenales durante los cónclaves hasta Benedicto XVI, pero también han pasado la mayoría de jefes de Estado que viajan a ver al Papa, los primeros ministros italianos e incluso futbolistas. Crea, tifoso del Juventus y del Roma, se acuerda de cuando vino la selección argentina a jugar el amistoso con Italia organizado por Francisco. Todos los claveros tenían los ojos puestos en Leo Messi.

(Antonello Nusca)
 No sólo desfilan famosos. Una vez abrieron la Capilla Sixtina muy pronto por la mañana a una pareja de jóvenes. “Ella lloraba y lloraba, y yo pensaba que tenía que ir a ayudarla... hasta que vi que le acababa de pedir matrimonio. Difícil decir que no, ¿verdad?”, sonríe Crea.
“Hacer este camino cada día es el mayor privilegio del mundo”.


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