sábado, 3 de agosto de 2013

Subversión de símbolos


I- Ideologías y lenguaje

En el año 2002, Jean Marie Le Pen, representante de la ultraderecha francesa, obtiene casi un 17% de los votos en las elecciones generales. Después de 45 años de carrera política entre diputaciones, asambleas y fundaciones con un éxito cercano a la nada, obliga a Jacques Chirac, de la derecha moderada, a realizar un llamamiento de estado apelando al sentido común del votante, con el fin de evitar un resultado parecido o más amplio a favor del Frente Nacional en la segunda vuelta...

Fue la época en la que se hablaba de un repunte de la extrema derecha en Europa, con Haider en Austria, y en los medios oficiales del sistema engrasaron la maquinaria para ofrecernos día sí y día también recuerdos de las barbaries nazis y diversos aniversarios de la WWII.

Los discursos de Le Pen y Haider eran similares: apuntaban a una especie de apadrinamiento de la clase obrera, se guardaron de recabar a pie de calle algunos de los problemas que más acuciaban al ciudadano medio, ofrecían soluciones concretas y entendibles por todos, y hablaban de los inmigrantes otorgándoles las propiedades de omnipresencia, omnipotencia y omnisciencia.

Esta percepción de ver al extranjero en todas partes, accediendo a todos los puestos de trabajo y haciéndose el dueño de los campos de fútbol en los parques, conectaba directamente con la del francés de clase humilde, que veía aumentar la población de argelinos, subsaharianos y marroquíes en el vecindario, muchos de ellos llegados de manera ilegal como sucede en otros países, incluido el nuestro.

Además de este oportunismo aplicado con astucia, ambos representantes dejaron claro que una de las claves de su lucha en la arena política pasaba por la apropiación del discurso de la izquierda o, más exactamente, por la subversión de aquellos símbolos que tradicionalmente representaban las políticas que "los otros" habían defendido durante largos años.

Sobre este respecto, el profesor e investigador de lingüísitca George Lakoff, en No pienses en un elefante (el símbolo de los republicanos USA), avisaba sobre esa usurpación del terreno que, sobre todo en la década de los 90, fue labrando la derecha norteamericana, aprovechando el crecimiento favorecido por un capitalismo que en su vertiente más radical venía asociado a su partido por el subconsciente de la masa.

Este subconsciente forma parte esencial del engranaje que acompaña a los diferentes estudios electorales, y gracias a los famosos think- tanks, puede llegar a alcanzarse una conexión sin precedentes con el mismo. En estas factorías de ideas se desarrollan encuestas de manera permanente, se procesan noticias, reacciones, valoraciones, y grupos de expertos analizan la evolución de los discursos en la opinión pública. Con estos procedimientos, importados directamente de las agencias militares de inteligencia, se proyectan las palabras e incluso las actitudes que el partido o el político de turno deberá poner en práctica para colar su tinglado, de manera que implique al máximo porcentaje posible de votantes sobre el total del electorado (si hay que hablar como ellos, se habla, y si hay que pensar como ellos, se piensa).

Aquí en Hispanistán, sobre todo a raíz de la derrota electoral experimentada por el PP en el año 2004, pudimos asistir a toda una legislatura en la que este partido, vía FAES y Real Instituto Elcano (principal fuente de propagación en nuestro país de las bases de la guerra contra el terror y las doctrinas de Huntington), procedió a una mutación de gobierno con mayoría absoluta disciplinario, incuestionable y jactancioso a partido acosado, censurado y victimista.

Aquellas propiedades de ideología perseguida que la izquierda había obtenido por su clandestinidad en los años de la dictadura, comenzaban a adjudicársele a los populares desde los medios afines al sector acebista del partido (el propio PSOE les sirivó en bandeja de plata la adopción de estas características con el famoso vídeo del doberman en las elecciones de 1996, que acabaron perdiendo).

Así pues, desde 2004 a 2008 se hablaba desde la derecha y sus organizaciones colindantes de acoso a la institución familiar, imposición de ideologías en los colegios, control absoluto socialista de los medios de comunicación, laicismo agresivo, e incluso se comparaban las reformas de la Ley del Aborto con prácticas nazis (recientemente, Ratzinger también habló sobre laicismo agresivo. No obstante, para ilustrar esta agresividad no dudó en acudir a nuestra Guerra Civil y sus prolegómenos).

Es decir, desde la oposición se le asignaba un papel de dictadura con las típicas características del fascismo al Gobierno del PSOE, que entonces ostentaba el poder, incluyendo en los rumores no- oficiales la "posibilidad" de una conspiración tras el 11/ M que transformaría el resultado electoral en un golpe de estado encubierto.

Esta asignación de "Gobierno dictatorial" al rival, le ofrecía el papel de partido que luchaba por las libertades, la salvación del estado de derecho, y de ser el garante de las formas democráticas que debían reinar en el debate político. ¿No eran todas estas caracterísitcas típicas de la izquierda emergente en la democracia de los primeros ochenta? Y, aún más revelador, ¿no se observaba día tras día que, a pesar de la adopción de éste papel, las ideas no iban en la misma dirección?

Efectivamente, a través del lenguaje se pretendía subvertir la imagen tradicional de los símbolos de ambos partidos mientras el ideario permanecía estático. Así, las asociaciones perseguidas se manifestaban en contra de la homosexualidad, la salvación del país pasaba por dar pábulo a las ideas sobre un golpe de estado, en las páginas en contra de educación para la ciudadanía había enlaces al Opus Dei y los partidos de ultraderecha minoritaria, que acudían a las mismas manifestaciones con la bandera del pollo, defendían con pegatinas los derechos de la clase obrera.

Más recientemente, hemos asistido a una nueva vuelta de tuerca en esta subversión de símbolos. Por un lado, un Gobierno socialista aplica una serie de medidas que afectan tanto a los derechos de los trabajadores como a su poder adquisitivo. Se recorta el sueldo al funcionariado, se retocan las pensiones, se atrasa la edad de jubilación y la prohibición de fumar se endurece hasta límites sospechosos. El hecho de que estas medidas, o parecidas, se den en todos los países del mundo, sea el partido que gobierne de la derecha o de la izquierda (es decir, que los gobiernos nacionales pintan cada vez menos), a la hora de establecer el debate político poco importa.

Así es como vemos nuevamente a un partido de derechas que se dedica a poner en tela de juicio los recortes sociales y apela a los pensionistas, a los parados y, en definitiva, a todos aquellos que menos tengan, con el fin de acceder al poder en las próximas elecciones. La catarsis de esta dinámica se alcanzó con el conflicto de AENA y los controladores aéreos:

- Gobierno socialista obrero busca privatizar ente público.

- Comienzan a meter mano al salario de los trabajadores de ese ente, desmesurado a todas luces.

- Los controladores, en el techo salarial del país, afirman que son un colectivo objeto de una persecución.

Con esta base, se inicia un debate en los medios en el que todo está al revés. Personas que ganan 200.000 pavos anuales (o más) se ponen a hablar del subsidio de desempleo, del "dudoso socialismo" del gobierno del PSOE y citan a Niemöller y su poema contra la pasividad frente las tiranías.

Mientras, ese gobierno empieza a negociar con SERCO (multinacional suscrita por fundamentalistas cristianos, que gestiona el transporte público y hasta cárceles en UK) y otras entidades privadas la venta de AENA, al tiempo que lucha por implantar una ley atidescargas y la cesión del monopolio de los transgénicos a Monsanto (otra multinacional de biotecnología tan poderosa como temible).

¿Es ésto un gobierno de izquierdas? ¿Es el discurso de los controladores propio de un colectivo cuyo salario medio multiplica por 10 al de la mayoría de los trabajadores? Por otro lado, ¿no debería la derecha liberal aplaudir todas estas medidas, tan amiga de las privatizaciones como es?

Cuando se inician la subversión del discurso y la apropiación de las ideas del otro, se borran del terreno de juego las líneas que lo delimitan. Entonces no existen balones fuera y cualquier cosa es posible: de una contienda ideológica pasamos al delirio bajo sol del desierto. Esta peregrinación a través de la nada acaba por impregnarse en todas las áreas de la vida social, provocando situaciones de auténtica incomunicación tanto en los medios como en las relaciones, ya se den estas en el ámbito privado o en el espacio público.

¿Se han perdido las ideologías? ¿O es que ya no existe el marco propicio para su desarrollo? Deberíamos preguntarnos asimismo qué diablos pintan los gobiernos nacionales y para qué sirven nuestros votos. Pero esto sería comenzar una empresa difícil porque, en el fondo, estaríamos cuestionando la vigencia de las democracias, y por extensión, de muchos de los valores en que fuimos educados.................

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