Desde Nueva Orleans hasta el obligado desvío y final en Chicago (la 61 llega hasta Minnesota tras más de 2.300 kilómetros), de forma inversa al curso del río Misisipí, esta propuesta sigue los mismos pasos que un 8 de agosto de 1922 llevaron a un mozalbete llamado Louis Armstrong a emigrar hacia el norte a bordo del Illinois Center Railroad.
Jazz y huracán
Resulta peligroso idealizar ciertos lugares. Libros, películas, series y canciones invitan a pensar que en Nueva Orleans (Luisiana) la música suena por todas partes. En cierto modo es así, pero tal vez no la música verdaderamente auténtica. En French Quarter, centro turístico por excelencia, solo hay que atravesar Canal Street, con sus tranvías, palmeras y grandes cadenas de hoteles, para llegar a Bourbon Street. Los personajes de la serie Treme —radiografía del Nueva Orleans post Katrina—, denostan el ambiente hedonista de esta calle por su artificialidad. Estando allí, se entiende: un desfile continuo de turistas borrachos, artistas callejeros, vendedores de ofertas 3x1y todo tipo de personajes curiosos. Desde la calle se escuchan trompetas de jazz fundiéndose con las guitarras eléctricas del rock. Versiones de los Rolling Stones y Bon Jovi junto a clásicos como When the Saints go marchin’ in. Locales de comida basura junto a restaurantes de especialidades criollas. Sporthouses (prostíbulos) al lado de tiendas de souvenirs. Una mezcla extraña y pintoresca
El verdadero jazz es residual en French Quarter. Hay sitios recomendables en Decatur Street, pero los clubes más auténticos están dispersos por la ciudad. Frenchmen Street, al lado del Quarter, ofrece algunos, como el Spotted Cat: bohemios, hippies y residentes, pero bandas y público blancos, apenas hay negros. Hangin’ on Treme encuentras algunos criollos, pero también población blanca de clase media-alta que se han mudado al barrio tras el éxito de la serie. ¿Dónde están los negros en Nueva Orleans?
Cuando uno quiere visitar los lugares históricos del jazz, la ciudad se lo pone difícil, como si rechazase regodearse en su pasado. Storyville, el barrio donde nacieron y crecieron los pioneros del jazz, el eje Perdido Street- South Rampart Street en Uptown, están deliberadamente borrados del mapa. Un par de placas de recuerdo y poco más. De lo poco que se conserva es Congo Square, ubicada en el Louis Armstrong Park. Antaño era el único lugar donde los esclavos africanos podían bailar y cantar libremente. Ya no se oyen esos ritmos y melodías que están en la base del jazz, pero al menos la plaza se mantiene intacta.
Viajar a Nueva Orleans de agosto a octubre es hacerlo en época de huracanes y tormentas tropicales, por eso el precio de los billetes de avión se reduce a la mitad. Isaac, el huracán más potente tras el Katrina, quiso unirse a la ruta. Población evacuada, inundaciones y encierro forzoso en el hotel. Cambio brusco de planes, mientras los turistas siguen a lo suyo en el French Quarter.
Entrar en Misisipí resulta un alivio. La Ruta 61 atraviesa el estado de sur a norte: carreteras rectas sin apenas tráfico, campos de algodón, aldeas recónditas, cruces de caminos y plantaciones. Primera parada en Greenville, a orillas del río, en la región del Delta. La ciudad más poblada de la zona tiene aspecto de pueblecito tranquilo. En Walnut Street, una especie de paseo de la fama con los grandes del blues, está el Blues Bar, un juke-joint (garitos para negros) donde vemos a la primera banda negra real del viaje. Todo el mundo fuma (en el Sur rigen otras reglas) y se lanza a bailar (excepto los foráneos). Ambiente auténtico y amigable. La camarera nos regala souvenirs, el dueño (blanco) habla locuazmente. La hospitalidad sureña en todo su esplendor.
Nadie vendría hasta Holly Ridge, un poblado casi abandonado al que se llega por un camino de tierra, si no fuera por la tumba de Charley Patton, el fundador del Blues del Delta. Un hombre subido a un tractor nos da indicaciones para encontrarla; tarea difícil, las lápidas están diseminadas por el campo. En Moorhead otra simpática mujer nos explica una conocida historia: donde el sureño se cruza con el perro, que recuerda el famoso encuentro que vivió W.C Handy, el padre del blues, en la estación de Tutwiler.
Desvío hacia la carretera 49. Indianola, ciudad natal de B.B King, Morgan City, uno de los tres lugares donde parece estar enterrado Robert Johnson, y Ruleville: desde aquí, en dirección a Cleveland, se llega a uno de los santuarios del blues: la Plantación Dockery. Aún se mantienen cabañas en pie donde resuenan ecos del pasado, gemidos de guitarra de sus antiguos e ilustres pobladores (Charley Patton, entre muchos otros). La Prisión de Parchman queda cerca; por allí pasaron bluesmen como Son House. Un imponente agente baja del coche del sheriff y sugiere amablemente que no hagamos fotos. La Misisipí State Penitentiary todavía es la cárcel estatal.
Salimos pitando hacia la capital histórica del Blues del Delta: Clarksdale. Antes de llegar, en el cruce entre la 49 y la 61, la mitología ubica el lugar donde Robert Johnson vendió su alma al diablo. La ciudad tampoco tiene animación callejera, especialmente un domingo: restaurantes y clubes cerrados. Quedan dos reclamos principales. El Hotel Riverside, un antiguo hospital para negros donde murió Bessie Smith en 1937, sirvió de alojamiento tanto a bluesmen locales como a estrellas que pasaban por la ciudad, como Duke Ellington. Frank Ratliff, hijo del dueño original, lo cuenta mientras se fuma un cigarro.
La Plantación Hopson, a las afueras, se ha transformado en el Shack Up Inn, una especie de casa rural cuyas habitaciones son las antiguas cabañas de los aparceros. Decoración sencilla y austera pero todas las comodidades, guitarra y piano incluidos. En dirección al norte también se puede pasar por la Plantación Stovall, donde vivió Muddy Waters hasta que fue descubierto por Alan Lomax.
Estudios Chess Records, en Chicago. |
Dos de las figuras musicales más asociadas a Memphis (Tennesse), Elvis Presley y B.B King, nacieron en Misisipí. Elvis se mudó a Memphis en su adolescencia. En 1957 compró una mansión que hoy es el mayor reclamo turístico de Estados Unidos, después de la Casa Blanca. Graceland es un parque de atracciones. Turistas, colas, autobús interno, 11 tiendas de recuerdos, restaurantes, hoteles temáticos… El mito en toda su plenitud. A pesar de todo, no decepciona. Más allá de las excentricidades (techos de vinilo, la colección de Cadillacs, los aviones), Graceland resulta indispensable para entender la figura de Elvis. Especialmente interesante es Meditation Garden, el jardín mortuorio. Trámite cumplido.
La autenticidad en Memphis tiene un nombre: Stax Records. El estudio, situado al sur, cuenta con un pequeño museo que recorre la evolución de la música negra: desde el gospel, los espirituales, el blues y el rythm’n’ blues, hasta el soul. El sonido Stax se caracteriza por los arreglos de viento: The Memphis Horns, una agrupación blanca que dio personalidad al sonido de los músicos negros. En ese clima de creatividad se gestaron los hits más universales del género. Se visita la sala de grabación donde Otis Redding inmortalizó (Sittin' On) The Dock of the Bay. Hubo muchos otros: Rufus Thomas, Ike and Tina Turner o Sam and Dave. Una curiosidad: el único Oscar concedido a un músico de color, Isaac Hayes, por Shaft.
Sun Studios está cerca del downtown. Aquí nació el rock’n’roll’, según ellos mismos dicen. La visita resulta más pobre que Stax; solo se puede entrar en la sala principal del estudio, aunque el componente mitómano supera cualquier expectativa. Uno puede fotografiarse con el micro que grabó la voz de Elvis. Por lo demás, recuerdos y fotos de los músicos que pasaron por allí, como los integrantes del Cuarteto del millón de dólares: Carl Perkins, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash y, cómo no, Elvis.
Ya en la calle, se puede recorrer Beale Street, en su día, la calle del blues. Aquí vivió W. C. Handy; una plaza con su estatua lo recuerda. Uno de los bares más visitados es el de B.B King, en la esquina con Second Street, de acústica perfecta, pero pueden surgir gratas sorpresas en cualquiera de ellos. Como descubrir a David Bowen, un poliinstrumentista con voz de terciopelo. También se puede recorrer Main St, con sus tranvías, comercios y cafeterías, o entrar en el Museo de los Derechos Civiles. Memphis entró en la historia de las luchas raciales cuando en 1968 Martin Luther King fue asesinado en el Lorraine Motel.
Llegar a Chicago es como entrar en la tierra prometida. Musicalmente, ofrece una variedad apabullante -el house proviene de aquí-, aunque hay dos estilos que la definen: el blues y el jazz. Casi todo el jazz de Nueva Orleans se grabó en Chicago, donde desde los años 20 se desarrolló una potente industria discográfica y una amplia red de clubes al amparo, en muchos casos, de la mafia. Músicos como Benny Goodman o Bix Beiderbecke fundaron el estilo Chicago, donde el ímpetu sonoro de los pioneros de Nueva Orleans se encamina hacia un tipo de jazz más arreglado y sutil.
El Green Mill, en la zona norte, simboliza el ambiente humeante de los speakeasys de época (bares clandestinos que servían alcohol durante la Ley Seca). De hecho, un altar recuerda que Al Capone fue uno de sus ilustres clientes. Una big band, varios cantantes, un locutor de radio a modo de presentador, parejas de bailarines… Todos recuerdan que hubo una época en la que el jazz se podía bailar. En el Near North, cerca de la Magnificent Mile, está Jazz Record Mart, la tienda especializada más grande del mundo. Vinilos polvorientos, CDs y DVDs de todas las categorías, libros, pósteres, hasta gramolas para escuchar antiguas pizarras a 78 revoluciones por minuto.
La comunidad afroamericana que llegó a Chicago se asentó en la zona sur. No es aconsejable entrar a ciertas horas si eres blanco, pero en una de sus zonas, Bronzeville, se ubicaban todos los clubes y teatros negros. Allí vivieron Louis Armstrong, Howlin Wolf o Muddy Waters, quien pasaba habitualmente por Maxwell Street, la calle en la que el blues rural se electrificó. Hoy pertenece al campus de la University of Illinois at Chicago y solo queda una placa que rememora aquel momento.
Del blues eléctrico al rock’n’roll solo hay un paso y se dio en Chess Records. Rebautizadas como la Willie Dixon’s Blues Heaven Foundation —en honor al compositor, contrabajista y arreglista de Muddy Waters—, esas cuatro paredes fueron testigo de sesiones antológicas. Para entrar solo hay que llamar al timbre. El recorrido guiado sube a una sala donde, tras la proyección de un vídeo, un joven guía desgrana la historia de la discográfica y de las fotos colgadas en las paredes. Después conduce al grupo a la cabina de control. Se refiere constantemente a “mi abuelo” y alguien le pregunta: es el nieto de Willie Dixon y la visita adquiere otra dimensión.
Aparece Fernando Jones, otro miembro de la familia Dixon. Al ver que el grupo es reducido nos invita a conocer el almacén para darnos una sorpresa. Al bajar agarra una guitarra firmada por los Rolling Stones (grabaron en Chess en el 64 y tienen bastantes referencias al sello en su música) y se pone a tocar blues: concierto privado en Chess Records con los descendientes de Willie Dixon. Al acabar la sesión charlamos mientras una niña de tres años, hija del guía, me quita la cámara. Bromeo con su padre, casi acepta un trueque por la guitarra. Llega también la madre de la criatura. Es hora de comer. En ninguna guía se hablaba de esto. Inmejorable final para la Ruta 61.
Fuente: http://elviajero.elpais.com/elviajero/2012/11/02/actualidad/1351874434_515497.html
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