¿Vale más refugiarse en un satánico orgullo y responder a los verdugos con un despectivo silencio? Y decidí que se debía aullar. En ese lastimero aullido que penetra de vez en cuando, y que se ignora de dónde proviene, en los sordos calabozos, casi impenetrables para el sonido, están concentrados los últimos restos de la dignidad humana y de la fe en la vida. En ese aullido, el hombre deja su huella en la tierra y comunica a los demás cómo ha vivido y muerto. Con su aullido defiende su derecho a vivir, envia un mensaje a los que están fuera, exige defensa y ayuda. Si no queda ningún otro recurso hay que aullar. El silencio es un verdadero crimen contra el género humano
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Contra toda esperanza
Nadiezhda Mandelstam
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