“Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos” (Martin Luther King)
Rusia, el país que ante la mirada impasible de la comunidad internacional ha institucionalizado la homofobia de Estado, celebrará en la ciudad de Sochi, entre el 7 y el 23 de febrero de 2014, los Juegos Olímpicos de Invierno. Después de asistir a las ‘severas exigencias’ del Comité Olímpico Internacional (COI) para que China, otro país de ‘impecable’ respeto por las libertades, lograse albergar el evento más costoso de la historia olímpica, no nos sorprende que el absoluto desprecio por los Derechos Humanos no sea un argumento lo suficientemente disuasorio como para frenar la organización de esos juegos en suelo ruso.
Por si teníamos alguna duda, los señores y señoras del COI ya nos aclararon, en las vísperas de las anteriores olimpiadas, que su reglamento interno no permitía ningún tipo de manifestación política, religiosa o racial y, mucho menos, contra el país anfitrión. Curioso principio para un acontecimiento que aplaude valores como el compromiso, el respeto o la superación. Está claro que los señores y señoras del COI no tienen valores más allá de los económicos y esperan que los demás tampoco los tengamos. Tal vez por eso la primera noticia que se filtra sea la amenaza del COI con penalizar a todos aquellos atletas que expresen su defensa de los Derechos Humanos en Rusia, su rechazo a la homofobia, su desprecio por los crímenes de odio que están ensangrentando ese país. Dudo que ese sea el juego limpio que defiende el espíritu olímpico pero lo que sí parece es que ese es el espíritu que le interesa al COI.
La Carta Olímpica garantiza los derechos de las personas independientemente de su raza, religión o tendencia sexual. El presidente del COI, Jacques Rogge, declaró, para nuestra tranquilidad, que las autoridades políticas rusas le habían asegurado que nadie se vería discriminado por motivo alguno durante los JJOO. Y como uno sabe que en el gobierno de Vladimir Putin se puede confiar, respiramos profundamente.
Mienten. Según el ministro de deporte ruso, Vitaly Mutko, deportistas y federaciones pueden estar tranquilos porque sus derechos están respetados ya que la ley rusa castiga únicamente la propaganda homosexual entre menores y no atenta contra los derechos de las personas. En ese matiz, en la fingida defensa del menor, reside la mentira, el odio, la homofobia y, como estamos viendo, la muerte.
La infancia está siendo la excusa perfecta para los dirigentes homófobos. En Rusia, en Uganda, en Ucrania, en Armenia,… Disfrazan su homofobia de protección al más débil para así limitar derechos fundamentales y vulnerar obligaciones que, de otra manera, no podrían hacer. Amparándose en un espeluznante desconocimiento de la realidad, castigan a personas por algo legítimo: expresarse, ser ellas mismas.
Si a las autoridades rusas les interesase proteger a la infancia lo primero que tendrían que hacer es acabar con la explotación infantil que sufren más de un millón de niños en su país. Cada vez son más los menores que abandonan sus hogares, huyendo del maltrato, y convirtiéndose en lo que en Rusia ya se conoce como “huérfanos sociales”, una especie de niños vagabundos que, ante la incapacidad de las instituciones, acaban cayendo en la mendicidad, la droga, la prostitución y el crimen. Las estadísticas desvelan que la mayoría de esos menores son hijos de padres alcohólicos y drogadictos. Y la policía, en lugar de protegerlos, participa de su explotación. Pero el problema de la infancia en Rusia es ver una bandera arcoíris.
Me temo que para los señores y señoras del COI, el incumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es razón suficiente para impedir que un país se apropie del admirable espíritu olímpico. Quizá por eso, ante esa desconfianza, la sociedad civil ha iniciado una campaña mundial para solicitar a las grandes marcas que patrocinan los Juegos Olímpicos de Sochi -Coca Cola, McDonalds, Visa, Panasonic, Samsumg, Omega,…- que retiren su apoyo a un país que está consintiendo, como apuntó el actor Stephen Fry, que Putin utilice a la población lgtb como cabezas de turco, tal y como hiciera Hitler con los judíos.
Sin embargo, las marcas suelen contestar a esas cartas con un mensaje plantilla en el que agradecen el esfuerzo pero comunican que no interfieren en las políticas de los países. Eso contesta, por ejemplo, la mismísima Coca Cola. Me escandaliza pensar que para los empresarios de Coca Cola, amparar el asesinato de un homosexual o una lesbiana pueda llegar a ser ‘política’. Lo que sucede en Rusia es un atentado contra los Derechos Humanos y eso, no es política.
Cierro los ojos. La gran lacra de nuestro tiempo es la decepción. A sus brazos nos abandonamos como el náufrago que no encuentra fuerzas para nadar y renuncia a toda posibilidad de supervivencia. Vamos incinerando ilusiones, esperanzas, creencias, para acabar hundiéndonos en un mar congelado. A veces creo que para dejar de sufrir la decepción, el planeta ha optado por dejar de confiar.
El cartel que ilustra este artículo ha sido realizado para Reporteros Sin Fronteras que mantiene una campaña contra la homofobia en Rusia y en sus Juegos Olímpicos de invierno 2014.
Fuente: http://elasombrario.com/2013/08/13/espiritu-olimpico-mortal/
No hay comentarios:
Publicar un comentario