sábado, 29 de septiembre de 2018

Un orgullo de emperadores

  "Hay una sola situación en la que es aceptable la intolerancia: cuando nos encontramos ante personas intolerantes"

Voltaire
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El Copernico de Leopardi es un diálogo que se desarrolla en cuatro escenas. Los personajes son el Sol, la Hora primera y la Hora última del día, y Nicolás Copérnico. En la primera escena el Sol le confiesa a la primera Hora que está cansado de trabajar todos los días para dar su vuelta alrededor de la Tierra, y que la Tierra tendría que arreglárselas por su cuenta. La primera Hora, muy preocupada, discute con el Sol todos los inconvenientes que podrían surgir. Pero el Sol se mantiene en sus trece, y señala que los poetas y los filósofos saben convencer a los hombres de mucha cosas, buenas y malas. Ya que los poetas han perdido un poco de importancia, piensa dirigirse a los filósofos para lograr que los hombres entiendan que está harto y que tienen que acostumbrarse a la idea de un cambio. En la segunda escena la amenaza del Sol de no volver a empezar su vuelta diaria se ha cumplido, y Copérnico, muy sorprendido, está tratando de entender por qué no ha salido el Sol. Tercera escena: la última Hora va en busca de Copérnico y le pide que la acompañe porque Su Excelencia el Sol quiere hablar con él. Las vacilaciones de Copérnico ante semejante proposición, extraordinaria y sin duda alarmante, ceden pronto, y en la cuarta y última escena el Sol le dice que está cansado de correr todos los días alrededor de la Tierra. Que la Tierra renuncie a ser el centro del mundo, y se disponga a hacer su trabajo. Copérnico le advierte que ni siquiera un filósofo podrá convencer fácilmente a la Tierra par que trabaje. Además, al sentirse en el centro del universo, la Tierra y todos los hombres, hasta los más humildes, han desarrollado un orgullo de emperadores. Las consecuencias de un cambio como el que propone el Sol no serían sólo físicas, sino también sociales y filosóficas: habría perturbaciones en las jerarquías, en las finalidades, en todo lo que concierne a la vida de los seres humanos. Pero el sol no quiere creerle, o mejor dicho, le da igual; piensa que los barones, duques y emperadores seguirían convencidos de su importancia y tendrían el mismo poder. Copérnico hace más objeciones: los planetas también querrían tener los mismos privilegios que la Tierra, y las otras estrellas reclamarían sus derechos. Al final, el Sol perdería importancia y se vería obligado a trabajar. Pero el Sol afirma que no tiene pretensiones, lo único que quiere es descansar. Y además, ¿acaso no decía César, al hablar de una aldea de bárbaros galos que había conquistado, que era mejor ser el primero en un caserío que segundo en Roma? Copérnico sigue preocupado. Tiene la desagradable sensación de que se arriesga a perder la vida en la hoguera. El Sol le tranquiliza diciéndole que, aunque otros quizá acaben un poco chamuscados, eso no le sucederá a él, porque se podrá defender dedicándole su libro al papa.[...]
   El diálogo sobre Copérnico me hizo pensar en las ideas concebidas por la mayoría de la gente sobre las razas y el racismo. Cada población cree que es la mejor del mundo. Con pocas excepciones, cada cual ama el microcosmos en el que se ha criado, y no quiere dejarlo nunca. Para los blancos la civilización más grande es la europea, y la raza más grande es la blanca. Pero ¿qué piensan los chinos?¿Y los japoneses? Los "extracomunitarios" que vienen a Europa en busca de trabajo, como antaño iban los europeos a América, o ahora los mexicanos a Estados Unidos, ¿acaso no volverían a sus países de origen si pudieran vivir decentemente en ellos?
   Puede que seamos los mejores, pero la historia nos enseña que las supremacías duran poco.
   El orgullo de las naciones es más fuerte sobre todo en los momentos de mayor éxito. Cuando nos sentimos fuertes nos resulta más fácil pensar: "Somos los mejores" y, efectivamente, hay algo de verdad en esto. Pero el éxito tiene orígenes bastante particulares:un  hombre, o unos pocos, imponen reglas de cierta eficacia, apropiadas a la situación, o se responsabilizan de acciones políticas inteligentes. Aunque a veces estas acciones sean muy crueles -dado que para tomar el poder por lo general se necesita ejercer la violencia, no necesariamente física-, pueden tener consecuencias positivas duraderas, que a veces determinan un período beneficioso para toda la nación. Una sucesión de circunstancias favorables también puede ayudar a mantener estable la situación, pero este éxito nunca dura demasiado. Es difícil que a los políticos inteligentes les sucedan personas igual de hábiles. La esperanza de que la herencia biológica pudiera producir estos sucesores no se ha visto confirmada, pero el amor paterno sigue cegando a los políticos, que aún creen en la transmisión del poder de padres a hijos. A veces el éxito se mantiene durante algunas generaciones, gracias a un sistema político bien organizado que puede resistir a la imbecilidad de algún rey o primer ministro sucesores del fundador de un imperio o un nuevo régimen. Durante estas generaciones afortunadas, el pueblo tiene tiempo para convencerse de que el éxito se debe a sus excelentes cualidades. Automáticamente se decide que son las cualidades intrínsecas, innatas,hereditarias de nuestra raza las que nos han hecho prósperos, pero casi con toda seguridad se trata de una ilusión. Nos hacemos la ilusión de que el éxito puede durar hasta un futuro lejano, desafiando los ciclos que nos enseña la historia. La utocrítica escasea, sobre todo cuando las cosas van bien.
   Como dijo claramente Calude Lévi-Strauss, el racismo es el convencimiento de que una raza (la nuestra, naturalmente) es biológicamente la mejor, o de que, como mínimo, es excelente. Nuestra ventaja sobre todos los demás se debería a la superioridad de nuestros genes, de nuestro ADN. Es más fácil estar convencidos de ser superiores cuando todo va bien, y es muy fácil olvidar que el éxito, del que deriva nuestro sentimiento de superioridad, no suele durar mucho, por lo menos si nos basamos en la historia pasada. Pero no hace falta ser los primeros en todo para estar convencidos de nuestra superioridad. Naturalmente, un éxito parcial también ayuda mucho, puede ser una prueba importante para todos. En un momento dado hay un solo pueblo ocupando el primer lugar, pero muchos otros lo han ocupado en el pasado, o aspiran a ocuparlo, y los segundo, terceros, etc.,  piensan que tienen el mismo derecho a estar orgullosos. Hay, pues, muchos aspirantes a ser los mejores, muchos candidatos a la superioridad -que se imagina, naturalmente, biológica, y por lo tanto eterna.

Genes, pueblos y lenguas
Luigi Luca Cavalli-Sforza

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