domingo, 2 de septiembre de 2018

¿Quién va a salvar a las mujeres marroquíes?

Con el caso de la violación de la joven Khadija de Oulad Ayad se alcanza un nuevo grado en lo innombrable

<p>Dos mujeres en Chauen, al noroeste de Marruecos.</p>
Dos mujeres en Chauen, al noroeste de Marruecos.
Davidlohr Bueso
 El horror, otra vez. La violación generalizada de mujeres marroquíes, otra vez. Khadija, 17 años, dice haber sido secuestrada, abusada, torturada durante semanas por un grupo de chicos, este verano. Un escándalo que se hace viral, por supuesto, que repugna, por supuesto, que desde hace días alimenta todas las discusiones en Marruecos, por supuesto. Un caso que, desgraciadamente, corre el riesgo de ser olvidado la semana próxima o el mes siguiente. Pasaremos a otra cosa. Una fuente nueva de excitación colectiva. No se hará nada. El tema no será ni siquiera abordado por la sociedad. Es así. Que no os extrañe. Ya no se trata de la vida, es la jungla. Y como siempre, son las mujeres quienes pagan por todas las disfunciones de una sociedad que sigue sin querer madurar.

Con el caso de la violación de la joven Khadija de Oulad Ayad (pueblo aledaño a la ciudad de Beni Mellal, en el centro del país) se alcanza un nuevo grado en lo innombrable. Por lo que sabemos (la investigación sigue su curso), y si creemos todo lo que la víctima ha dicho reiteradas veces en internet, durante dos meses, varios hombres la habrían secuestrado, drogado y violado por turnos. Se la pasaban entre sí. Una muñeca. Un cachorro. Una esclava sexual.

Y como si esto no fuera suficiente, estos violadores realmente no temen a la ley, han dejado huellas, tatuajes por todo el cuerpo de Khadija. ¿La prueba irrefutable de su culpabilidad? Sí. Pero, a decir verdad, según lo que se va revelando de a poco, ya no estamos solo ante esta cuestión. Asistimos a un escándalo nacional que podría interpretarse de la siguiente manera: se trata de violaciones y mensajes escritos en el cuerpo de una mujer, destinados a todo el mundo. No solo a Marruecos. Sí, somos unos violadores. Sí, esta mujer no tiene ningún valor. Sí, somos unos salvajes. Sí, somos unos pobres abandonados en nuestro propio país y, a nuestra manera, nos vengamos de la injusticia que se nos impone. Sí, tenéis razón, somos unos criminales. ¿Nos vais a castigar? ¿A reeducar? ¿Nos meteréis en la cárcel? Lo volveremos a hacer, lo sabéis de sobra.

Los padres de Khadija ni tan siquiera querían presentar una denuncia al principio. ¿Para qué infligirse esta vergüenza pública? Es el mektoub, el destino. Lo que está hecho, hecho está. No somos nada en absoluto. Pobres entre los más pobres de un barrio que a nadie le importa. Ocultemos a nuestra hija y sigamos viviendo como siempre: sin ningún apoyo. Además, las autoridades no reaccionarán. En cualquier caso, la vida de Khadija ya está acabada. Arruinada. Nadie la querrá. Nadie querrá acercarse a una apestada, marcada en su propia carne para el resto de su vida.

Fueron las asociaciones las que lograron convencerles de ir a la comisaría y dar a conocer este drama, una tragedia que bien podría haber ocurrido en una gran ciudad, Rabat, Marrakech, Tánger. En una familia rica y poderosa de Fez, por ejemplo. El verano de 2017 estuvo marcado por la violación colectiva (y filmada) en Casablanca de la chica del autobús. En el verano de 2018, la heroína se llama la chica de los tatuajes. Y entre estas dos temporadas, ha habido otras historias tristes, insostenibles, muy comentadas en las redes sociales y hoy, completamente olvidadas.

Francamente, que no os extrañe nada. Algunos dicen que fueron ellas, estas dos chicas desvergonzadas, quienes se lo buscaron. Otros afirman que ya estaban desfloradas, como si eso pudiera justificar lo que les ocurrió. Solo cuenta la primera violación. Lo sabemos todos. A partir de la segunda, es otra cosa. Ya no es violación. ¿No? Eso es lo que proclaman. Es lo que piensan los violadores: de ver a otros exhibir sin pudor en Youtube, Facebook, Instagram, sus riquezas, sus ceremonias de boda, sus cumpleaños, sus chalés de vacaciones, sus coches, sus espléndidos caftanes, sus joyas, sus sesiones de masaje, hemos terminado perdiendo la cabeza nosotros también. Tened un poco de compasión. Nosotros también queremos vivir. Disfrutar nosotros también. Retozar nosotros también. No nos habléis de educación, de moral ni de religión musulmana. No tiene nada que ver. No lo mezcléis todo. No nos lancéis vuestras condenas electrónicas. Vuestra arrogancia. Vuestra mirada sociológica. Vuestro racismo incluso. Eso no va a resolver nada. Esta Khadija no es más que una mujer. No hay que exagerar. Tan solo una mujer. Queríamos probar el paraíso. Eso es todo. Y, en unos pocos meses, iremos a nuestro servicio militar obligatorio para aprender a defender a este país que no nos da nada. ¿Comprendéis la lógica? Abrid vuestros ojos. Nosotros también, los hombres de las clases inferiores sin educación ni trabajo, necesitamos que nos defiendan. No solo Khadija.

Antes de que sea demasiado tarde, ¿qué se puede hacer para resolver el problema? ¿Cómo ayudar de verdad a Khadija, a sus hermanas y también, no se les puede olvidar, a sus hermanos? Es más que urgente salir de las declaraciones políticas de circunstancias. Salir de ese vacío aterrador. Salir de esta enfermedad colectiva que se expande en nosotros y nos hace insensibles. Duros los unos con los otros. Ciegos. Egoístas. Extremadamente violentos. Es más que urgente que el Estado presente nuevas leyes que realmente protejan a las personas marroquíes. Que se les dé sus derechos. Sus derechos. Y que se les explique lo que significa. Que se les eduque. Que se les involucre. Que haya un interés real por su destino.  

Es más que urgente repensar el contrato social que nos une. No debemos lavarnos las manos en el caso de Khadija. Está claro que hay Khadijas en Marruecos. No debemos continuar con la política del avestruz, como lo ha hecho Marruecos con respecto al cantante Saad Lamjarred, acusado repetidas veces de violación. Circulen, aquí no hay nada que ver. No debemos aferrarnos a unos valores obsoletos que matan a nuestros hijos. Nos matan a todos y a todas. Mucho es demasiado. Si el poder no cumple con su trabajo de educación, nos toca a nosotros. Ser un hombre significa tener un corazón. Tender la mano. Ayudar al otro. Y no regodearse con el espectáculo de su caída sin fin. La caída de un hombre es la caída de un país entero.

Nosotros, todos y todas, somos Khadija.

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