Dos mujeres en Chauen, al noroeste de Marruecos.
Davidlohr Bueso |
El horror, otra vez. La violación generalizada de mujeres
marroquíes, otra vez. Khadija, 17 años, dice haber sido secuestrada,
abusada, torturada durante semanas por un grupo de chicos, este verano.
Un escándalo que se hace viral, por supuesto, que repugna, por supuesto,
que desde hace días alimenta todas las discusiones en Marruecos, por
supuesto. Un caso que, desgraciadamente, corre el riesgo de ser olvidado
la semana próxima o el mes siguiente. Pasaremos a otra cosa. Una fuente
nueva de excitación colectiva. No se hará nada. El tema no será ni
siquiera abordado por la sociedad. Es así. Que no os extrañe. Ya no se
trata de la vida, es la jungla. Y como siempre, son las mujeres quienes
pagan por todas las disfunciones de una sociedad que sigue sin querer
madurar.
Con el caso de la violación de la joven Khadija de Oulad
Ayad (pueblo aledaño a la ciudad de Beni Mellal, en el centro del país)
se alcanza un nuevo grado en lo innombrable. Por lo que sabemos (la
investigación sigue su curso), y si creemos todo lo que la víctima ha
dicho reiteradas veces en internet, durante dos meses, varios hombres la
habrían secuestrado, drogado y violado por turnos. Se la pasaban entre
sí. Una muñeca. Un cachorro. Una esclava sexual.
Y como si esto no fuera suficiente, estos violadores
realmente no temen a la ley, han dejado huellas, tatuajes por todo el
cuerpo de Khadija. ¿La prueba irrefutable de su culpabilidad? Sí. Pero, a
decir verdad, según lo que se va revelando de a poco, ya no estamos
solo ante esta cuestión. Asistimos a un escándalo nacional que podría
interpretarse de la siguiente manera: se trata de violaciones y mensajes
escritos en el cuerpo de una mujer, destinados a todo el mundo. No solo
a Marruecos. Sí, somos unos violadores. Sí, esta mujer no tiene ningún
valor. Sí, somos unos salvajes. Sí, somos unos pobres abandonados en
nuestro propio país y, a nuestra manera, nos vengamos de la injusticia
que se nos impone. Sí, tenéis razón, somos unos criminales. ¿Nos vais a
castigar? ¿A reeducar? ¿Nos meteréis en la cárcel? Lo volveremos a
hacer, lo sabéis de sobra.
Los padres de Khadija ni tan siquiera querían presentar
una denuncia al principio. ¿Para qué infligirse esta vergüenza pública?
Es el mektoub, el destino. Lo que está hecho, hecho está. No
somos nada en absoluto. Pobres entre los más pobres de un barrio que a
nadie le importa. Ocultemos a nuestra hija y sigamos viviendo como
siempre: sin ningún apoyo. Además, las autoridades no reaccionarán. En
cualquier caso, la vida de Khadija ya está acabada. Arruinada. Nadie la
querrá. Nadie querrá acercarse a una apestada, marcada en su propia
carne para el resto de su vida.
Fueron las asociaciones las que lograron convencerles de
ir a la comisaría y dar a conocer este drama, una tragedia que bien
podría haber ocurrido en una gran ciudad, Rabat, Marrakech, Tánger. En
una familia rica y poderosa de Fez, por ejemplo. El verano de 2017
estuvo marcado por la violación colectiva (y filmada) en Casablanca de
la chica del autobús. En el verano de 2018, la heroína se llama la chica
de los tatuajes. Y entre estas dos temporadas, ha habido otras
historias tristes, insostenibles, muy comentadas en las redes sociales y
hoy, completamente olvidadas.
Francamente, que no os extrañe nada. Algunos dicen que
fueron ellas, estas dos chicas desvergonzadas, quienes se lo buscaron.
Otros afirman que ya estaban desfloradas, como si eso pudiera justificar
lo que les ocurrió. Solo cuenta la primera violación. Lo sabemos todos.
A partir de la segunda, es otra cosa. Ya no es violación. ¿No? Eso es
lo que proclaman. Es lo que piensan los violadores: de ver a otros
exhibir sin pudor en Youtube, Facebook, Instagram, sus riquezas, sus
ceremonias de boda, sus cumpleaños, sus chalés de vacaciones, sus
coches, sus espléndidos caftanes, sus joyas, sus sesiones de masaje,
hemos terminado perdiendo la cabeza nosotros también. Tened un poco de
compasión. Nosotros también queremos vivir. Disfrutar nosotros también.
Retozar nosotros también. No nos habléis de educación, de moral ni de
religión musulmana. No tiene nada que ver. No lo mezcléis todo. No nos
lancéis vuestras condenas electrónicas. Vuestra arrogancia. Vuestra
mirada sociológica. Vuestro racismo incluso. Eso no va a resolver nada.
Esta Khadija no es más que una mujer. No hay que exagerar. Tan solo una
mujer. Queríamos probar el paraíso. Eso es todo. Y, en unos pocos meses,
iremos a nuestro servicio militar obligatorio para aprender a defender a
este país que no nos da nada. ¿Comprendéis la lógica? Abrid vuestros
ojos. Nosotros también, los hombres de las clases inferiores sin
educación ni trabajo, necesitamos que nos defiendan. No solo Khadija.
Antes de que sea demasiado tarde, ¿qué se puede hacer para
resolver el problema? ¿Cómo ayudar de verdad a Khadija, a sus hermanas y
también, no se les puede olvidar, a sus hermanos? Es más que urgente
salir de las declaraciones políticas de circunstancias. Salir de ese
vacío aterrador. Salir de esta enfermedad colectiva que se expande en
nosotros y nos hace insensibles. Duros los unos con los otros. Ciegos.
Egoístas. Extremadamente violentos. Es más que urgente que el Estado
presente nuevas leyes que realmente protejan a las personas marroquíes.
Que se les dé sus derechos. Sus derechos. Y que se les explique lo que significa. Que se les eduque. Que se les involucre. Que haya un interés real por su destino.
Es más que urgente repensar el contrato social que nos
une. No debemos lavarnos las manos en el caso de Khadija. Está claro que
hay Khadijas en Marruecos. No debemos continuar con la política del
avestruz, como lo ha hecho Marruecos con respecto al cantante Saad
Lamjarred, acusado repetidas veces de violación. Circulen, aquí no hay
nada que ver. No debemos aferrarnos a unos valores obsoletos que matan a
nuestros hijos. Nos matan a todos y a todas. Mucho es demasiado. Si el
poder no cumple con su trabajo de educación, nos toca a nosotros. Ser un
hombre significa tener un corazón. Tender la mano. Ayudar al otro. Y no
regodearse con el espectáculo de su caída sin fin. La caída de un
hombre es la caída de un país entero.
Nosotros, todos y todas, somos Khadija.
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