Traslado de residuos radiactivos desde Nevada a Nuevo México.
Gobierno de EE.UU |
Uno de los problemas que tiene la energía nuclear de
fisión es la generación de residuos radiactivos de alta actividad. Para
los legos en esta materia me permito una breve explicación de qué son,
aunque resulte un tanto árida. Se trata de una combinación de sustancias
que contienen dos tipos de radionucleidos: los productos de la fisión y
los transuránidos o actínidos menores. En el reactor de la central
nuclear se introduce uranio enriquecido, esto es, uranio natural en el
que se ha incrementado la proporción de uranio-235 desde el 0,7% del
total al 3 o 4%. El resto hasta el 100% es sobre todo uranio-238. Sólo
el uranio-235 es fisible en las condiciones de la mayoría de los
reactores que funcionan en el mundo. Este isótopo se rompe mediante las
reacciones de fisión y da lugar a dos isótopos más ligeros, conocidos
como productos de fisión, que son altamente radiactivos. Los actínidos
menores son elementos que se forman por la captura de neutrones por el
uranio-238 y son, por tanto, muy pesados y tienen tiempos de
semidesintegración de decenas de miles de años. El más conocido es el
plutonio-239, tristemente famoso por ser útil para fabricar bombas
atómicas de fisión, con un tiempo de semidesintegración de 24.200 años.
Cuanto más tiempo está el uranio enriquecido en el reactor, más cantidad
de productos de fisión y actínidos menores se producirán y más
radiotóxico será el combustible gastado.
A estas sustancias que se generan en el combustible
nuclear, hay que añadir los llamados internos de la vasija del reactor.
Se trata de las piezas metálicas que están sometidas al intenso baño de
neutrones y que, a su vez, se vuelven muy radiactivas y hay que
tratarlas con las mismas precauciones que al combustible gastado.
Los residuos de alta actividad son muy peligrosos, tanto
por irradiación externa como por contaminación interna por ingestión o
inhalación, y deben ser apartados de la biosfera mientras son
radiactivos. En los primeros años desde su producción son muy activos y
calientes y, después de unos miles de años, decaen más lentamente.
Si no se consigue neutralizar la radiactividad de alguna
forma, será necesario guardar a buen recaudo los reiduos durante cientos
de miles de años. Y este es el principal problema. Cómo garantizar que
la instalación que guarde los residuos dure tanto tiempo, cómo predecir
lo que sucederá en el futuro para preverlo y defender el almacén frente a
esos sucesos. Un elemento que hay que tener en cuenta es que esos
tiempos de los que estamos hablando son ya de la escala de la evolución
del clima o de los tiempos geológicos.
Por otro lado tenemos el problema económico. ¿Cuánto
costaría el mantenimiento de estas instalaciones durante cientos de
miles de años? Si pensamos en una plantilla de unas 100 personas que
trabajen en un cementerio nuclear, con un sueldo de unos 50.000 euros
brutos durante 250.000 años llegamos a la cifra insensata de 1,25
billones de euros. Y esto aceptando que todo irá bien y que no habrá que
gastar sumas de dinero significativas en reparaciones y posibles
reubicaciones de los residuos. Y queda todavía una cuestión crucial:
¿quién pagará el mantenimiento de las instalaciones dentro de, digamos,
unos cientos o miles de años? En buena lógica deberían ser las empresas
que los generaron, pero es más que dudoso que esas empresas sigan
existiendo.
Estamos, por tanto, ante un escabroso problema que engloba
aspectos técnicos, sociales y políticos. Es algo tan espantoso que
cuesta aceptar que alguien piense aún en la tecnología de fisión como
una fuente de energía de futuro que puede, por ejemplo, ayudar a luchar
contra el cambio climático.
Los métodos de gestión
A la hora de buscar un método de gestión apropiado para
estas sustancias, hay que pensar en la protección ambiental, los
aspectos económicos y la justicia para perjudicar lo menos posible a
personas y comunidades que no son responsables de la generación de los
residuos. Cuando se tienen en consideración todos estos aspectos, uno se
encuentra con que no hay solución satisfactoria.
Cuando se produce una recarga de combustible en una
central nuclear, los residuos de alta se depositan en piscinas en el
propio recinto de la central con el doble fin de refrigerarlos y de que
el agua haga de blindaje para la radiactividad. Pero la capacidad de
estas piscinas es limitada y, además, deben vaciarse cuando se procede
al desmantelamiento de la central, si es que se quiere dejar expedito el
emplazamiento.
Desde que en 1942 Enrico Fermi y su equipo realizaran la
primera reacción de fisión controlada bajo las gradas de un estadio de
Chicago, se han gastado enormes sumas de dinero para intentar solventar
este problema. Se han propuesto muchas formas de gestión tan insensatas
que, afortunadamente, no llegaron a ponerse en práctica. Se pensó en
enviarlos al sol, lo que se desechó por los enormes costes y por el
riesgo: no hay más que recordar los accidentes del Columbia y del
Challenger para horrorizarse ante la idea. Se propuso enterrarlos en las
zonas de subducción entre dos capas tectónicas, pero son justo estas
zonas donde más orogénesis se produce y no sería descartable ver cómo un
volcán expulsa los residuos de nuevo. Se consideró enterrarlos en el
hielo de la Antártida y, de hecho, los residuos se podrían sepultar por
sí mismos debido al calor que emiten, pero esta idea se desechó para
mantener la Antártida como paraíso natural. Incluso se propuso
enterrarlos en los estratos de los fondos oceánicos, lo que también se
descartó para no contaminar estos ecosistemas de forma definitiva.
En la actualidad se barajan técnicas de almacenamiento,
sean temporales o definitivas, en superficie o enterrados, en seco o en
piscina, y también se trabaja en la transmutación que sería la
hipotética solución final. La transmutación consiste en bombardear los
residuos con partículas energéticas con el fin de transformarlos en
sustancias estables o, al menos, con el fin de reducir su vida
radiactiva hasta unas cifras sensatas. Una de las líneas de trabajo de
la transmutación es fisionar los actínidos menores como el plutonio para
convertirlos, a su vez, en productos de fisión, con tiempos de
semidesintegración mucho más cortos. En la industria nuclear se llega a
hablar de “reciclaje” puesto que se recuperaría la energía que queda en
los actínidos menores de los residuos. De hecho en algunas centrales
nucleares, como la de Fukushima e Japón o la de Garoña en España, se
introdujeron óxidos mixtos de uranio y plutonio para producir
electricidad. El uso de los residuos de alta con el fin de la extracción
de isótopos como el plutonio se conoce como reproceso y es una técnica
que tiene varios problemas. El primero es que es de doble uso militar y
civil y contribuye, por tanto, a la proliferación de armas atómicas.
Además, conlleva una serie de procesos muy contaminantes que, a su vez,
generan enormes cantidades de residuos radiactivos líquidos y sólidos.
Y, por si fuera poco, no resuelve el problema totalmente, puesto que
siguen quedando productos de fisión y sustancias de vida larga. Es
necesario seguir investigando en transmutación antes de considerarla
como una alternativa realista.
Para el almacenamiento definitivo de los residuos se
planea el enterramiento profundo en zonas geológicas estables, lo que se
conoce en el argot como AGP o Almacenamiento Geológico Profundo. Este
método tiene varios problemas relacionados con el enorme tiempo que es
necesario mantener esos residuos aislados. En primer lugar, no se puede
garantizar que las formaciones geológicas sean estables durante tanto
tiempo. En particular, la hidrogeología puede variar por los cambios
naturales de clima: los periodos de tiempo entre glaciaciones, que
cambian radicalmente las propiedades del subsuelo, pueden ser de unos
15.000 años. En segundo lugar, es imposible prever los avatares de la
historia humana en ese larguísimo tiempo: cómo mantener la instalación
vigilada, cómo comunicar a las generaciones futuras lo que ahí hay
almacenado, cómo garantizar que nadie se apodere de los residuos con
fines maliciosos… En tercer lugar, sería necesario transportar los
residuos desde las centrales hasta el AGP, lo que obligaría a que el
territorio fuera surcado por transportes especiales muy peligrosos, con
los consiguientes efectos negativos sobre las rutas de transporte.
Finalmente, estos residuos deberían ser recuperables por si dentro de
unos miles de años funciona alguna forma de transmutación. Y queda un
detalle más: ¿dónde se construirán los AGPs? ¿qué zonas del planeta
serán condenadas a convivir con esa amenaza?
En el mundo existe un único proyecto de construcción de un
AGP. Se trata de Onkalo en Finlandia, bien retratado en el documental
titulado Into Enternity.
Aparte, ha habido varios intentos de investigación en emplazamientos,
ente los que destacan el de Yucca Mountain en EE.UU. y el de Asse, en
Alemania. En el primer caso se invirtieron más de 3.000 millones de
dólares en un emplazamiento que se abandonó en 2010 por su falta de
idoneidad, mientras que en el segundo hubo que movilizar los residuos
que se habían almacenado en un domo salino cuando éste fue invadido por
una corriente de agua y los bidones amenazados de corrosión por la
salmuera que se formó. Como han puesto de manifiesto estos casos, el
principal temor en torno al AGP viene de las posibles inestabilidades
geológicas y, en especial, hidrogeológicas.
Dados los problemas del enterramiento, se han barajado
alternativas temporales en superficie para ganar tiempo y avanzar en las
técnicas de gestión y en el consenso político y social. Se estudian las
posibilidades de construir almacenes centralizados, donde depositar los
residuos de todas las centrales de un país, o bien en instalaciones
próximas a las nucleares. El hecho de que estas instalaciones estén en
superficie implica que los residuos estarían sometidos a los avatares de
la historia humana, con posibles robos, sabotajes e intrusiones. Las
instalaciones centralizadas implican además la realización de peligrosos
transportes y son más injustas porque condenan a un único emplazamiento
a sufrir todos los residuos. Mientras que la opción por las
instalaciones individualizadas elimina los transportes pero obliga a
vigilar varios emplazamientos. Finalmente, estos almacenamientos
temporales pueden ser en seco, como en el caso de Habog (Holanda), o en
piscina, como el caso del almacén centralizado de Clab (Suecia).
Estas instalaciones superficiales temporales están también
sometidos a los riesgos geológicos, puesto que los terrenos en que se
construyan pueden no estar exentos de inestabilidades geológicas de todo
tipo. En todo caso, la diversidad entre las opciones que han tomado
unos países y otros muestra el desconcierto y la inmadurez tecnológica
de los métodos de gestión de estas peligrosas sustancias.
La situación española
En España funcionan hoy siete reactores nucleares, de los
diez que llegaron a ponerse en marcha, tras decisión de Franco de optar
por la energía nuclear. Esta decisión, por cierto, no fue cuestionada
hasta 1984, cuando el Gobierno del PSOE decretó la moratoria nuclear y
puso freno a los planes para construir una treintena de centrales
nucleares en España. Si las centrales nucleares españolas en operación
funcionaran 40 años, habría que gestionar unas 7.000 toneladas métricas
de residuos de alta actividad. En nuestro país es la empresa pública
ENRESA la encargada de la gestión y, desde su creación en 1984 hasta
2005, se financió con cargo al recibo de la electricidad. A partir de
ese año, se cobra un canon a los productores de residuos que resulta
insuficiente para cubrir los gastos.
España no es una excepción en el desconcierto técnico en
torno a la gestión de los residuos de alta actividad, pues los proyectos
de gestión de los residuos se han modificado en numerosas ocasiones. En
1986 se planteó trabajar para el enteramiento y se planteó el proyecto
IPES (Instalación Piloto Experimental Subterránea) en Aldeadávila de la
Ribera (Salamanca), con el fin de estudiar un emplazamiento para
construir un AGP. Las fuertes protestas de los habitantes de la zona y
las presiones del gobierno portugués dieron al traste con este proyecto.
Cuando se paralizó en 1987, empezó a estrudiarse la opción del
enterramiento, pero esta vez en Nombela (Toledo). Estos trabajos duraron
aproximadamente hasta 1992 cuando se abandona de nuevo la idea por las
protestas populares. En ese momento ENRESA pone en marcha los Proyectos
AFA y ZOA (acrónimos de Zonas Favorables y Áreas Favorables), que
consisten en estudiar zonas cada vez menos extensas del territorio
español y cada vez en más detalle. Los resultados de estos dos proyectos
aún están disponibles para que ENRESA pueda tomar una decisión sobre un
hipotético AGP en el futuro. Las numerosas protestas que se produjeron
en los emplazamientos estudiados por ENRESA forzaron la paralización de
estas actividades.
Todos los intentos antes citados contaron con una amplia
oposición social y política. Cada uno de los proyectos fue contestado
con fuertes protestas ciudadanas. Esto motivó que en diciembre de 2004
el Parlamento optara por la construcción de un Almacén Temporal
Centralizado (ATC), donde se depositarían en seco y en superficie los
residuos de alta de todas las centrales españolas. Esto se fijó en el 6º
Plan General de Residuos Radiactivos que contemplaba el
desmantelamiento de las instalaciones nucleares y radiactivas y
presupuestaba los fondos necesarios para todas estas actividades. Según
este plan, el ATC debería haber empezado a funcionar en 2010, pero hoy
en día aún no ha empezado a construirse. El pueblo de Villar de Cañas
(Cuenca) fue el lugar elegido por el Gobierno de Rajoy, pero cuenta con
la oposición de la Junta de Castilla-La Mancha, que ha anulado el Plan
de Ordenación Municipal y protegido los terrenos incluyéndolos en una
ZEPA, y de los vecinos de las localidades cercanas, que realizan
numerosas movilizaciones y actividades culturales. El proyecto ha sido
detenido por el Gobierno de Pedro Sánchez, que está estudiando la
idoneidad de la política de gestión de los residuos de alta.
Dado el retraso del ATC y la saturación gradual de las
piscinas, las centrales nucleares y ENRESA han puesto en marcha los
Almacenes Temporales Individualizados (ATIs), que reciben sólo los
residuos de la central a que pertenecen. Los ATIs son sencillas
instalaciones consistentes en una losa de hormigón sísmico y
sofisticados contenedores que blindan la mayor parte de la
radiactividad. Como se ha comentado, tienen la ventaja de que no
necesitan transportes y de que la amenaza de los residuos permanece
cerca de la instalación. La desventaja principal es que esa opción
implica mantener varios emplazamientos nucleares todo el tiempo que se
mantengan estas instalaciones. En la actualidad todas las centrales
nucleares tienen ya ATIs o proyectos para construirlos, lo que hace
innecesaria la construcción del ATC. Ésta sería una instalación más
compleja que seguiría el diseño del ATC de Habog en Holanda, pero con
una capacidad diez veces mayor.
Un tipo de residuos especial son los de la central de
Vandellós I (Tarragona), que se cerró tras el accidente sufrido 1989.
Esta central estaba diseñada para generar plutonio en grado militar y,
dado que España es un país firmante del TNP, sus residuos se enviaron a
Francia para ser reprocesados. Los residuos siguen allí, en La Hague, y
ENRESA está obligada a pagar unos 74.000 euros diarios en concepto de
depósito, hasta que estos residuos sean devueltos a España, momento en
que ENRESA recuperará esa “fianza”.
Estamos en un momento clave para diseñar una política
sensata de gestión de los residuos de alta en nuestro país. De entrada
es necesario suspender definitivamente el proyecto de ATC, puesto que
los ATIs dan tiempo suficiente para que se produzca un debate sereno
entre los técnicos, la clase política y toda la sociedad, y se pueda
optar por la opción consensuada menos mala. Pero para que este debate
pueda darse, el Gobierno ha de poner sobre la mesa un calendario de
cierre de nucleares aceptable. Así se sabrá cuantos y qué residuos habrá
que gestionar.
Conclusiones
Nos encontramos ante el grave problema de deshacernos de
unas sustancias que jamás deberían haberse fabricado. Cada año se
generan unas 12.000 Tm de estos residuos en el mundo, que van a ser
peligrosos durante cientos de miles de años y para los que no tenemos
hoy una forma de gestión satisfactoria.
El enorme lapso de tiempo que hay que vigilar los residuos
implica graves problemas éticos, ambientales, económicos, sociales y
políticos. Dado que no existe una forma de gestión satisfactoria, lo más
sensato es dejar de producirlas y reducir el problema a la mínima
expresión cerrando lo antes posible las centrales nucleares de fisión.
Además, las técnicas que se han desarrollado para reprocesarlos son de
doble uso, militar y civil, y aumentan la inseguridad del planeta. El
camino hacia el desarme nuclear pasa, por tanto, por el abandono de la
energía nuclear de fisión.
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