La HBO ha estrenado el documental sobre el juicio de Phil Spector, rodado por David Mamet, quien ha estado al frente de Los intocables de Elliot Ness, entre otras cintas. El filme, que ha recibido bastantes críticas en la prensa norteamericana, se centra en el juicio del productor por el asesinato de la actriz Lana Clarkson, en el que fue declarado culpable y por el que cumple una condena a 19 años de cárcel. Una historia que saltó a las páginas de todos los diarios del mundo, trascendiendo el ámbito cultural para llegar a las secciones de gente y celebridades. Triste relato el de Spector, célebre desequilibrado, que parece que, a ojos de todo el mundo, va a pasar a la historia por ser un loco con malas pulgas, capaz de perder la cabeza más veces y con más intensidad que el resto de los mortales, antes que por su obra artística, por su pop glorioso.
Pero pocos cabronazos como Spector han conseguido transportame a un lugar tan mágico con su música. Por eso, prefiero quedarme con eso. A fin de cuentas, es lo único que le debo a este tipo con pelos abultados, como de enorme escarola. Su colección de canciones es única. Pocos catálogos llegan a ofrecer ese estado placentero que da escucharlo del tirón. Es música atemporal, mezcla fascinante de euforia, inocencia y nostalgia. Hablamos de un genio.
Nacido en el barrio neoyorquino del Bronx, Spector empezó a triunfar en edad adolescente. Escribió a los 17 años To know him is to love him, una canción pop para los Teddy Bears, del que era miembro, que obtuvo muy buena acogida. Un año después compuso, junto al infalible Jerry Leiber, Spanish Harlem. Palabras mayores. En la voz del exquisito Ben E. King, es una de esas canciones que suenan tan ligeras y reconfortantes como un paseo soleado, apoyadas en una preciosa instrumentación, donde las cuerdas y el saxo a mitad del recorrido se cuelan en el cuerpo con admirable dulzura.
Con tan solo 19 años como productor independiente trabajaba con Atlantic Records o hacía encargos para Elvis Presley o Connie Francis. Ya, por entonces, se encargaba de todo entre las cuatro paredes de un estudio de grabación, supervisando las sesiones en primera línea de batalla. Y lo que tocaba lo convertía en oro. Hacía dinero, como el que más en el mundo de los adultos, mientras parecía vivir obsesionado en un mundo entre infantil y juvenil, con sus ideas de druida en la inocencia de la cultura pop.
En Designing The Wall of Sound - "I Love How You Love Me" and 47 Other Bricks in the Wall, casi media docenas de canciones permiten al oyente ver cómo el productor conocía los secretos del pop clásico de los cincuenta, gracias a su aprendizaje en el Brill Building, la fantástica fábrica del pop ubicada en Broadway. En composiciones grabadas con Johnny Nash, The Paris Sisters, The Top Notes o Billy Storm, Spector aporta sus señas en cuidadas sinfonías, en castañuelas o pequeños adornos que luego serán más decisivos de lo que parecen, pero sobre todo demuestra que se maneja muy bien en el estudio de grabación y despliega toda su habilidad para captar la fogosidad del mejor pop, como en este tema de Curtis Lee, Pretty Little Angel Eyes.
En 1962, tiró por su cuenta y creó su propia compañía de grabación, Philles Records, instalada en
Los Angeles. En los estudios Gold Star, que al principio solo contaban con una
sola habitación, llegó el primer éxito de la compañía He’s a rebel de The
Crystals (nota aclaratoria: en la grabación Spector contaría con la voz de Darlene Love y con The Blossoms pero se la acreditaría a The Crystals).
Pero, más allá del logro comercial, lo importante era que significaba
el preámbulo del propio Spector para concretar en todo su esplendor sus
ideas sonoras. En sus propias palabras, "ver como todas las piezas del
puzzle terminaban por encajar". Ese puzzle sonoro, ordenado a base de
horas
y horas en el estudio, de romperse la cabeza y desgastar al personal,
tuvo un
nombre, ya clásico entre los amantes de la música popular: wall of sound
(muro de sonido).
En su compañía, se encargaba de todo el proceso mientras llenaba el estudio
de instrumentos que intentaba que sonaran a la vez: dos pianos, varias guitarras,
un clavicordio... Grababa todo y regrababa. Como Stanley Kubrick
en el cine, era
un lunático de la perfección. Si Kubrick repetía las escenas hasta la
extenuación de los actores para conseguir ese tímido detalle, Spector
hacía lo
mismo, desesperando a los músicos, pudiendo gastar cinco o seis horas en
conseguir un sonido de batería, hasta alcanzar esa ráfaga divina en una
canción. A las chicas de las Crystals llegó a volverlas
locas, consumiendo sus voces en cada repetición, pero, ciertamente, al
final, alcanzaba esa ráfaga divina, como en Then He Kissed Me.
En aquellos primeros sesenta, nada había sonado igual. Era una
eclosión instrumental tan abrupta, tan exuberante, tan efusiva que
impactaba
con gloria. Puede sonar empalagoso pero, en el fondo, la obsesión del
productor era captar la magia del primer beso o de ese primer amor
juvenil, tan ingenuo como cegador. Spector era un romántico. Era un
romántico
enfermizo que pensaba que en una canción de menos tres minutos se podía
plasmar
ese sentimiento efímero pero inolvidable. Y lo hizo. Lo consiguió, como
nadie hasta entonces, cuando Estados Unidos entraba en su década dorada
con una gran prosperidad económica
y un flujo de cambios que alumbrarían nuevos modelos sociales de hombres
y
mujeres, que vivían mucho más intensamente su vida, eran dueños de su
ocio y se liberaban sexual y moralmente. A diferencia de sus padres,
vivían el momento. Así se aprecia en canciones como A Fine, Fine Boy de Darlene Love.
Algunos le llamaron el Van Gogh de la cultura pop. Si el pintor holandés adoraba
los colores y hacía magia visual con ellos, Spector era capaz de extraer toda
la intensidad del sonido, creando canciones pletóricas, de un brillo
deslumbrante. Como Van Gogh, el productor neoyorquino
quería captar hasta el
último destello. El destello del amor, de la inocencia, del
romanticismo, antes
de ser corrompido por el mundo adulto, por la realidad del día a día.
Para ello, se basaba en ese batallón sonoro, su muro de sonido, donde
todos los instrumentos entraban en una toma, eclosionando en los oídos
como algo único, como si se abriesen las puertas del cielo para hablar
de esas cosas del amor que tanto traen de cabeza a los adolescentes.
Un magnífico paseo por la obra de Spector se recoge en la gran caja Back to Mono (1958-1969),
que ya ha sido
comentada en este blog, incluso este escribiente la considera un objeto
digno de estudio. Allí se repasa su carrera desde su primera composición
antes comentada y se incluye íntegro su disco navideño. Un trabajo que contenía tantos
conceptos, tanta ambición sonora que llevó a los Beatles y a los Beach Boys a
tomarse el estudio de grabación como un verdadero laboratorio.
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