"Hace unos días se ha podido ver en un juzgado de Budapest una singular demanda de divorcio. El demandante era el marido, de veintiocho años de edad, que se había quedado ciego durante la guerra y que desde entonces vivía de un comercio de cepillos. Había conocido a su mujer, invidente igual que él, en un asilo para ciegos, y como le decían que era joven y hermosa, se había casado con ella. La pareja vivió feliz durante un año, pero la luna de miel tocó a su fin. Unos amigos bienintencionados, de los que nunca faltan, contaron al marido que con esa boda le habían engañado. Su mujer, y así lo probaron los hechos, no tenía veinte años, sino cuarenta y ocho, y era cualquier cosa menos hermosa. Este descubrimiento llenó de furia al ciego. Cubrió a su mujer de improperios y le faltó tiempo para acudir corriendo al juez y presentar su demanda de divorcio. Denunciaba el engaño y proclamaba sus pretensiones, pese a la ceguera, de poseer una mujer joven y atractiva.
" Esta demanda de divorcio sumió al juez en la perplejidad más profunda, pues jamás se había presentado un caso semejante. El marido, tal como quedó comprobado, no tenía absolutamente nada que reprochar a su mujer, excepto sus años y la falta de belleza. No se dio curso a su demanda"
No juzgueis
André Gide
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