miércoles, 27 de marzo de 2013

Haz la PAH y no la ETA

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Si la democracia es el peor de los sistemas políticos, exceptuando los restantes, tal vez el escrache no sea la mejor forma de protesta, quitando las demás. Uno puede confiar en el buen hacer de los banqueros y los políticos, ponerle una vela a Nuestra Señora de Loreto y sentarse en el sofá a esperar. Claro que para eso hay que tener un sillón, o sea, una casa. Mientras no se la quiten, las familias en riesgo de desahucio se resisten como pueden a que las echen de sus hogares. Denunciar este drama no implica ser una de esas personas, de la misma manera que uno puede luchar por un derecho ciudadano que ya posee pero del que todavía no goza su vecino, sea de escalera o de frontera. Lo digo por Ada Colau.

Yo no conozco a esta señora, pero aprecio su temple, su fuerza y su resistencia. Las almas biempensantes la miran con desdén cuando acusa en el Congreso a un representante de la banca de “criminal”, una hipérbole de la que se vale para señalar a uno de los causantes del problema. No es el único: la liberalización del suelo, el encarecimiento del mismo, la pericia de los concejales de Urbanismo, las mordidas para permitir la edificación, la codicia de promotores y constructores, los impuestos recaudados por metro cuadrado, los créditos ofrecidos alegremente por las entidades bancarias, el desorbitado precio de los alquileres en las grandes ciudades, el ánimo de lucro con la compra-venta de pisos… En definitiva, un afán especulador desmedido de arriba abajo y de abajo arriba, así como la máxima de que comprar una vivienda era la mejor inversión, algo que jamás puso en duda el banco, el constructor o tu propia madre.

Ya saben cómo ha terminado esto: la burbuja inmobiliaria explota, el sector de la construcción se va a al garete, miles de trabajadores pierden su trabajo, el consumo se estanca, más gente se queda en paro y llega una reforma laboral que, en vez de poner coto al desempleo, provoca despidos masivos. O sea, que no hay dinero para hacer frente a la letra del piso y, cuando vas al banco, te dicen que te quedas sin lo pagado, sin casa y, encima, con un pufo, pues ya no vale el dinero por el que había sido tasado sino menos. Huelga comentar que grandes tasadoras pertenecen a los propios bancos. Que todo fue un engaño.

Por ello, la portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) no se queda callada. Los desahuciados, tampoco. ¿Cómo frenan los desalojos? ¿Dónde se manifiestan? ¿A quiénes dirigen sus quejas? Primero: evitan que se produzcan plantándose en las casas de las víctimas. Segundo: frente a las sucursales. Tercero: a los políticos. Y aquí llega el escrache, una forma de protesta que consiste en manifestarse ante sus viviendas y, si el Congreso no permaneciese blindado, ante sus lugares de trabajo. Si los míos se dedicasen a la cosa pública, claro que me apiadaría de ellos, pero también les exigiría que luchasen por evitar una medida traumática: que te echen de tu casa: quedarte sin techo.

Sé que estas palabras no aportan nada nuevo. Sin embargo, basta escuchar al Ejecutivo para comprobar que van en una línea diametralmente opuesta a la oficial. Rajoy considera el escrache un método “antidemocrático” y afirma que si todo el mundo actuara de la misma manera España sería “invivible”, aunque casi se le escapa “desahuciable”. Cristina Cifuentes, que es la delegada del Gobierno en Madrid, no se anda con rodeos y acusa a la PAH de apoyar a “grupos filoetarras o proetarras” y de “llegar a la kale borroka”. Así, además de criminalizar a la plataforma de Ada Colau, da a entender que un afectado por las hipotecas no debe manifestarse a favor del acercamiento de presos a Euskadi o, ya puestos, que un militante independentista no puede defender a un vecino en riesgo de desahucio. Difama que algo queda.

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