jueves, 21 de marzo de 2013

El encanto de la masa

masa

La masa tiene algo de terrorífico, y algo de encantador. Denostada durante mucho tiempo por sesudas teorías, la idea de una comunidad informe e irracional ha sido temida y estudiada a partes iguales. Ahora que se creía una especie extinguida vuelve con fuerza a nuestras calles, televisiones y foros.

La masa, ese concepto. Un grupo heterogéneo al que durante décadas se le negó el raciocinio. A principios del siglo pasado los sociólogos, sesudos investigadores, asimilaban la idea de ciudadano a la de ‘miembro de la masa’. La plebe, el pueblo, ese colectivo sin voz ni cara que existe, trabajando para vivir, viviendo para trabajar.

La masa que engulle

En los albores de la investigación sociológica, especialmente aplicada a la comunicación, la idea era sencilla: los medios emiten un mensaje que la masa (oh, la masa) engulle sin rechistar.

A esa vaga idea de terrorífico trasfondo (dominancia absoluta, irracionalidad del ciudadano, falta de voluntad) se le llamó de formas tan violentas como el propio concepto que transmite: bullet-throw theory (algo así como la teoría del disparo) o, en su adaptación al castellano, la teoría de la aguja hipodérmica, por aquello de que los medios ‘inoculaban’ ideas en la gente. De la tele a su cerebro sin gastar neuronas.

Ahí la masa no era cool, sencillamente era. Algo manipulable, moldeable, vacuo. Llegaron con los años otros sesudos que, clasistas como eran, distinguieron dentro de esa ‘masa’ informe a determinados líderes de opinión. Ellos eran los que interpretaban el mensaje que las élites enviaban y luego se lo explicaban a el populacho que, ignorante como era, necesitaba que le dijeran cómo eran las cosas.

Para rizar el rizo a ese paso intermedio se le denominó ‘líder de opinión’, pasando a ser el objetivo preferente de los mensajes, que ya no tenían que ser tan discriminados. La teoría en este caso fue bautizada con un nombre más bailongo: la ‘two-step-flow theory’, por aquello de que el mensaje ya no llegaba directo, sino que te lo daban masticadito.

La masa que escucha

Oh, ignorante masa. La sociología te había denostado, pero también temido. Aparecieron teorías que expresaban el temor a ese colectivo informe. Ideas sobre cómo, al mezclarnos en grupos sociales, nuestra identidad se diluía hasta el punto de que trajeados señores con corbata se desgañitaran insultando al árbitro en un partido de fútbol o pacíficos jóvenes acabaran arrancando farolas en manifestaciones.

Esa masa violenta en la que los individuos hacen cosas que nunca harían en solitario. Es como ser troll de internet -una dedicación como cualquier otra- y postear comentarios o mandar mensajes camuflado bajo una identidad falsa, que te hace ser ‘uno’ entre millones. Si no saben quién eres tienes manga ancha para hacer el cafre. El anonimato es tu pasamontañas digital.

De una forma menos explícita otra investigadora recientemente fallecida acuñó también una teoría que venía a decir que dentro de un grupo social se castigaba al diferente, al heterogéneo, de forma muy dura. No física en este caso, pero sí socialmente. Si eres raro te ignorarán, entendiendo ‘raro’ como diferente.

La masa que censura

Incluso iban más allá: dentro de un grupo social supuestamente heterogéneo hasta las opiniones operan bajo unas reglas. Cuántas veces habrás evitado dar tu opinión para evitar una discusión a sabiendas de que es diferente a todos los de tu entorno. Eso es violencia, a su manera. Bienvenido a la masa.

Toda esa etapa de ‘masificación’ y ‘cosificación’ de la gente estaba aparentemente superada. Se entiende que sí, que los mensajes de las élites influyen, que hay líderes de opinión y mensajeros (medios) que dicen a la gente qué pensar. Pero también que, dentro de esta influencia, la gente piensa y actúa.

No insultamos al árbitro porque sí, ni arrancamos farolas porque al juntarnos varios nos volvemos monos. No somos una masa informe, porque dentro de esa masa hay elementos diferentes aunque afines. Hay sexos, edades, dedicaciones, ideologías, inclinaciones, aspiraciones, millones de matices que la generalización mata.

La masa que generaliza

Pero esa misma generalización que antes se tenía hacia la ciudadanía la tienen ahora los ciudadanos. Hay una ‘clase política’ y unos ‘mercados’. Hay ‘inmigrantes’ y ‘funcionarios’. Hay ‘árbitros’, o ‘medios’, o ‘periodistas’. No interesa el detalle, ni el matiz, son uniformes y representan un colectivo que percibimos como un bloque unitario. Hay una ‘Bruselas’ que decide por nosotros y unos ‘bancos’ muy malos.

La masa, tan denostada, es necesaria. Se necesita, por ejemplo, masa crítica para que algo prospere. ¿Qué tienen Facebook o Twitter que no tiene Quora, por poner un ejemplo? Gente. Facebook mola porque encuentras a cualquiera, igual que Twitter. Es la diferencia entre el éxito o el fracaso: que la ‘gente’, esa forma políticamente correcta de hablar de la masa, esté ahí. Porque qué es la tan manida teoría de la larga cola sino un “la masa” como cualquier otro.

Está claro que tener gente no lo es todo. Que se lo digan, por ejemplo, a Google+. La masa da notoriedad, consigue que algo haga ruido, pero puede destrozar todo a su paso. Una recogida de firmas online en Change.org, por ejemplo, causa impactos en los medios de comunicación, pero desde el momento en que esas firmas no se compulsan con DNIs carecen de validez más allá de la pura cifra.

La masa crítica

Ahora bien, piensa en todos esos firmantes mandando un mail al diputado de turno hasta saturar su cuenta de correo. O piensa, por ejemplo, en cómo Menéame puede tumbar servidores por la masiva afluencia de audiencia en apenas unas horas. El subidón es atroz, pero de apenas dos días, y luego la nada. Pan para hoy y hambre para mañana y el servidor temblando. Una bendita plaga de langostas por la que muchos medios pugnan.

Pero esas masa bien dirigida sí consigue cosas. Por ejemplo, que se corrijan acepciones en la RAE. Que asuntos como el 15M o la Ley Sinde entren en los medios de comunicación. Que se libere al preso más antiguo de España. Ejemplos de logros de la ‘sociedad’, otra forma políticamente correcta de llamar a la masa, hay decenas.

La masa zombie

Quizá por todo eso, porque la masa gusta y está de moda, ha triunfado tanto el género zombie en los últimos años. Hay teorías, de nuevo esos sesudos estudiosos, que vinculan las épocas de crisis con los productos apocalípticos y -ojo palabra- distópicos. La necesidad de evasión, de imaginar que todo podría ser mucho peor, nos alienta a salir adelante. Bajo esa lógica los zombies serían reflejo de esa masa temida y, a la vez, reparadora.

Porque ¿qué es un zombie? Es lento, torpe, sin inteligencia ni fuerza que temer. Es manipulable: prueba a hacer un ruido o encender una luz y acudirá curioso en busca de cerebros. Como tú, según los teóricos del pasado, miembro de esa masa informe.

Pero cuidado: los zombies no son peligrosos por sí solos, pero sí en grupo: erráticos pero compactos, torpes pero incansables, manipulables pero reactivos. Tú, yo y todos somos masa, somos zombies en una especie de ‘Walking dead’ sociológico. La masa temida, la masa atractiva.

La aculturización de la masa

Sociedad, gente, zombies, un grupo que, junto y cohesionado, tiene fuerza. Una masa informe que, a veces, llega a acuerdos e intereses comunes. Pero que tiene al enemigo en sí misma: el concepto de ‘masivo’ actual no responde sólo a número de gente, sino también a un concepto globalizado de ciudadanía. No hay fronteras, lo cual está bien, pero también está mal. No hay diferencias, todo es lo mismo, todo es mainstream: un proceso ¿irreversible? de aculturación -claro- masiva. Incluso las modas minoritarias son modas porque captan adeptos en busca de una identidad.

Y ahí es donde el proceso se invierte. Vuelta a la masa rota, a la búsqueda del individuo. A la búsqueda de respuestas y la espiritualidad en las épocas de mayor laicismo, como fue el rollo hippie o el new-age. Al auge de los nacionalismos en pleno proceso de globalización. A la segmentación del público objetivo en campañas políticas como la de Obama como táctica para amasar millones de votos.

La masa es lo que tiene. Que mola tanto que, aunque asuste, todos quieren controlarla. 

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