miércoles, 20 de marzo de 2013

Diez años de infierno en Irak

Tropas estadounidenses colocando la bandera de EEUU en una estatua de Sadam Hussein (Bagdad, 9 de abril 2003)

Hace diez años algunos periodistas que estábamos en Bagdad deseábamos que la inminente invasión militar, ilegal y neocolonial, fuera paralizada en el último momento gracias al triunfo de la movilización social que a nivel mundial gritaba 'No a la guerra'. Sabíamos que las posibilidad era casi nulas.

En las semanas anteriores al inicio de la guerra, mientras en ciudades como Madrid cientos de miles o millones de personas se manifestaban contra la operación militar impulsada por Bush, Blair, Aznar y Durao Barroso, en Bagdad la gente levantaba alambradas, muros con sacos terreros, cavaba zanjas y almacenaba comida y agua en previsión ante lo que se avecinaba.

Poco antes del comienzo de los bombardeos hubo unos días muy cálidos y soledados en la capital iraquí. El cielo de Bagdad, siempre amplio, apacible, cercano, brillaba con especial intensidad y parecía desmentir lo que se presentaba ya como inevitable: la guerra. A pesar de que apenas había duda de que los peores augurios se cumplirían, la solidaridad internacional contra la invasión fue recibida con esperanza por los iraquíes: la interpretaron como la constatación de que el mundo no miraba hacia otro lado.

Después llegó la cuenta atrás, las horas antes de la invasión, las calles vacías y toda la ciudad refugiada en sus casas, conteniendo el aliento.

Y finalmente la madrugada del 20 de marzo de 2003, y con ella el aullido de las sirenas anunciando los primeros ataques aéreos, la huella de los misiles rasgando el cielo nocturno, el primer gran temblor del suelo, los primeros gritos, los primeros muertos, una mano separada de un cuerpo en un bombardeo contra un mercado, las operaciones quirúrgicas en el suelo del hall de un hospital repleto de heridos y falto de camas, el ataque contra las centrales eléctricas que dejó a Bagdad sin agua y sin luz, sumida en la oscuridad.

Los jardines de los centros médicos se convirtieron en morgues improvisadas, donde se acumulaban cadáveres con etiquetas que decían cosas como estas: “Joven encontrado en el barrio de Al Karrada, llevaba camiseta azul”, “Niña encontrada con una mujer, se desconoce identidad”.

Tropas estadounidenses ocupando el centro de Bagdad (9 de abril de 2003)

La Biblioteca Nacional de Bagdad fue uno de tantos lugares saqueados. Sus libros ardieron -a 451 grados Farenheit- ante la impasible mirada de una patrulla estadounidense que contemplaba la escena a poco metros. Tenían orden de no intervenir. Debían permitir que el caos y la destrucción se apoderadan del país. Aquellas lenguas de fuego devorando la historia de Irak fueron una metáfora inequívoca del futuro del país.

Recuerdo a Badía, a Yaroub, a Alí, a Ahmed, a Jamal, a Hassan, a Lina, a Tarek, el cambio en sus miradas, sus insomnios, sus pérdidas, su llanto. Algunos de aquellos amigos murieron. Otros fueron encarcelados y torturados en las cárceles de Abu Ghraib o Camp Bucca.

Otros se vieron obligados a exiliarse para salvar su vida. En total, cinco millones de iraquíes, de un país con 27 millones de habitantes, se convirtieron en refugiados a causa de la invasión y la guerra.

Algunos, tras recibir visitas de tropas estadounidenses en plena madrugada, tras ser golpeados y humillados en presencia de sus propios hijos, tras perder a seres muy queridos, pasaron a engrosar las filas de la llamada resistencia armada iraquí, que luchó contra las tropas de ocupación extranjeras.

Como ha indicado Naomi Klein, en Irak las fuerzas militares extranjeras aplicaron la doctrina del shock con el objeto de amedrantar, aturdir y anular a una población potencialmente capaz de dar la espalda a sus ocupantes.

Días más tarde del inicio de los bombardeos en Bagdad, la gente estaba aturdida, agotada, anulada. No era fácil soportar un ruido tan atronador durante horas, la tensión provocada por la incertidumbre, la duda siempre presente: “¿el siguiente bombardeo será contra mi casa, contra este edificio, contra este barrio?”.

Poco después en muchas redacciones de medios de comunicación occidentales se aceptó por buena la teatralización de George Bush, quien en mayo de 2003 aseguró que la guerra en Irak había terminado.

Pero Irak se convirtió en poco tiempo en un infierno a ras de suelo, en un escenario donde los asesinatos, los secuestros, las torturas y las violaciones estaban a la orden del día, a menudo protagonizadas por tropas occidentales. Entre 2004 y 2005 se multiplicaron los testimonios de iraquíes que denunciaban maltrato, torturas y asesinatos por parte del ejército estadounidense. Lo que estaba ocurriendo en Abu Ghraib era un secreto a voces al que nadie quiso prestar la atención que se merecía.

Vista de Bagdad durante los bombardeos de 2003 (Foto: Olga Rodríguez)

Hubo que esperar a la publicación de las fotografías que demostraban, de forma explícita y terrible, las vejaciones y violaciones de los derechos humanos cometidas por soldados de Estados Unidos contra prisioneros iraquíes. Solo entonces se creyó. Este Occidente ciego y sordo, inconsciente de sus propios monstruos, necesitaba ver para creer porque la palabra de los iraquíes que llevaban tiempo denunciando valía muy poco para el primer mundo.

Una división del país coordinada

Estados Unidos eligió a James Steele, veterano de la guerra de El Salvador, para entrenar escuadrones paramilitares en Irak responsables de torturas. Es una información que se ha sabido hace unos días, a través de un documental coproducido por la BBC y el diario británico The Guardian.

Aquellos escuadrones sembraron el terror en Irak y contribuyeron a provocar una guerra sectaria que debilitó notablemente el país. Además, bajo la ocupación estadounidense se impusieron cuotas de poder en función de la etnia o la confesión religiosa. De ese modo quedó establecido que el presidente de la República tiene que ser kurdo, el presidente del Parlamento, suní y el primer ministro, chií. Semejante distribución de poder contribuye a la división.

"Lo de los escuadrones de la muerte estuvo coordinado, y ya entonces lo supimos. Negroponte fue nombrado en 2004 embajador de EEUU en Irak y poco después los escuadrones comenzaron a operar. No fue casualidad. Conocíamos el pasado de Negroponte, su implicación con la contra de Nicaragua", me relata por Skype Yaroub Ali, que ahora trabaja en la Campaña Internacional de apoyo a los detenidos en Irak.

Protestas diez años después
En los últimos meses decenas de iraquíes han sido detenidos por participar en protestas contra el gobierno iraquí. Al menos doce personas han muerto y decenas más han resultado heridas por disparos de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes.

“A la gente de todo el mundo: No vendan armas al gobierno de Al Maliki, las usa contra su propio pueblo”, se corea en las protestas que han resurgido en los últimos meses, contra la impunidad y la corrupción.

“Lo de las armas lo decimos en referencia a Estados Unidos, que ha vendido F-16 a Irak, y también en referencia a otros gobiernos europeos, o al español”, afirma un manifestante habitual en las protestas, Mohamed Ibrahim, en conversación telefónica.


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