De lunes a jueves, a las 20.30h de la tarde, más de cien personas hacen cola en la plaza de Tirso de Molina, en el centro de Madrid, entre los cubículos de madera que venden flores. Esperan un plato de comida caliente, un sándwich y una pieza de fruta. Jaime Alekos, activista y videoperiodista freelance, y otros tantos voluntarios son los responsables del comedor popular en esta plaza, iniciativa inspirada en los Centros de Apoio ao Sem Abrigo de Portugal, que funcionan desde hace años y se han extendido a más de 16 ciudades. Después empezaron a surgir en Barcelona, donde los comedores populares en la calle funcionan desde hace dos años, y desde hace uno en Madrid y otras ciudades.
Conciencia y dignidad desde abajo
Los comedores, organizados por voluntarios, junto con los bancos de alimentos de las asambleas del 15M, están impulsando la solidaridad desde abajo. “Viene gente diversa, personas que viven en la calle, otras que tienen casa pero que no les llega para comer, familias con niños y, cada vez más, mujeres jóvenes. Nosotros no preguntamos mucho, queremos mantener su dignidad”, dice Berna Wang, escritora que coordina el grupo de voluntarios de los jueves.
Wang explica cómo se organizan: “Cada día unos veinte voluntarios cocinan en sus casas y por la tarde llevan las raciones a la plaza”. La comida la compran, explica Wang, pero también obtienen donaciones: “El otro día se acercó una persona que tenía huerta en un pueblo de Madrid y se ha ofrecido a traernos hortalizas y otros productos. También se ha acercado un frutero de Embajadores que nos va a entregar fruta”.
Los voluntarios llevan ya en platos de plástico las raciones de comida o los sándwiches que preparan en casa. “Nos crea cierta angustia que no nos lleguen las raciones, cada vez viene más gente. Nos hemos puesto como meta dar 120 cenas al día, aunque cada vez más personas nos demandan comida. Al menos cada tarde 120 personas se van cenadas a su casa, los que la tienen, claro...”, aclara Wang.
Comida caliente y solidaridad
Isabel de Burgos, 55 años, es una de las voluntarias del comedor de Tirso de Molina. Es periodista, pero ha sufrido un ERE. “Yo cocino y mi exmarido, que sí tiene trabajo, compra la comida. Casi siempre cocino garbanzos con arroz, verdura y frutos secos, que tiene muchas proteínas. El comedor es vegetariano y procuramos que sea una comida energética”. Isabel dice con preocupación que observa como cada día “hay más personas drogadictas que nos demandan comida. No sé si la pobreza les está llevando a la droga o bien es que ya no reciben atención de los servicios sociales”.
Por su parte, Eugenia Sarasa, jubilada que se ha enterado de la iniciativa a través de los yayoflautas, apunta que “esto es solidaridad, no caridad”, y explica que la necesidad ya llega a todo tipo de personas: “Viene desde gente bien vestida hasta otra que duerme en la calle. Hay mucha necesidad”. Jaime Alekos recuerda que hace un año decidieron ir a la plaza y ponerse en un banco a repartir unas cuantas raciones. Hoy esta idea se repite en otras ciudades y barrios, como el Tupper solidario de Arganzuela.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/global/20523-nuestra-meta-es-dar-120-cenas-al-dia.html
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