martes, 22 de octubre de 2013

Albert Camus: la vitalidad del pesimismo

 "Cuando se ha meditado largamente sobre el hombre, por oficio o por vocación, se llega a sentir cierta nostalgia por los primates. Ellos no tienen segundas intenciones" (La caída)


El 4 de junio de 1960, Albert Camus perdió la vida al estrellarse contra un árbol el coche en que viajaba, conducido por su amigo y editor Michel Gallimard. Sin aquel accidente, Camus, nacido en Argelia en 1913, quizá hubiese vivido hasta finales del siglo veinte, y puede que muchos de nosotros hubiésemos tenido la oportunidad de conocerle a través de los periódicos o la televisión. El próximo 7 de noviembre habría cumplido unos improbables 100 años, una edad bíblica que, en cualquier caso, él no necesitó para convertirse en un mito viviente.

Con sólo 29 años, Albert Camus publicó El extranjero, su mejor obra y uno de los libros más importantes de todos los tiempos. En muy pocos meses, la obra vendió más de cien mil ejemplares en el París ocupado, y Camus se convirtió para siempre en uno de los intelectuales más influyentes de Francia: un tipo guapo, exitoso y de fuertes principios morales, dispuesto a liberar al hombre de la esclavitud de las grandes ideologías y utopías del siglo XX.

En un cumpleaños tan redondo, los artículos y panegíricos sobre su obra se van a acumular en los periódicos, y es probable que casi todos olviden su enseñanza más importante: en el fondo, la obra de Camus alberga un profundo vitalismo, surgido, eso sí, de la tristeza y la resignación más severas. Su brío recuerda un poco al ciclo vital: de la misma forma que sólo es posible la vida gracias a la muerte, así el optimismo de Camus surge de la desesperación de sus personajes.

Pero, ¿cómo es posible esa paradoja? ¿Dónde reside el optimismo en la obra de Albert Camus? ¿Cuál es la enseñanza vital del señor Meursault, ese pobre diablo de El extranjero que se resigna a ser ajusticiado sin defenderse pese a sentirse inocente? La desenperanza es su gran herramienta: quien permanece indiferente ante la vida ya no tiene gran cosa que perder, quien asume la pasividad y la resignación como normas vitales ya nunca será víctima de la desilusión. Según Camus, ésta es la única forma de defendernos ante los absurdos de la vida, que siempre nos acecha en forma de enfermedad –como en La peste–, accidente de tráfico o violencia, como la desencadenada por Francia contra su Argelia natal.

Jean-Paul Sartre, el otro gran intelectual y Premio Nobel coetáneo a Albert Camus, atacó abiertamente esta postura moral acusándola de cobarde e insolidaria. Sartre aún creía en la gran idea del comunismo, y seguía viendo en el sufrimiento humano una vía para alcanzar las utopías humanas. Combatió la herencia camusiana hasta casi barrerla del mapa, hasta conseguir que, durante varias décadas, Francia renegara de uno de sus grandes escritores.

Hoy sabemos que Camus, mucho más moderno que Sartre en su planteamiento individualista, tenía razón, y que la indiferencia es casi siempre la única coraza útil ante el sufrimiento humano. Y la única forma cierta de optimismo.


Fuente: http://www.elmurodeloslibros.com/248/articulo/albert-camus-la-vitalidad-del-pesimismo/

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