Hasta ahora era solo un eslogan de Marine Le Pen,
una percepción de los analistas y un temor de los dirigentes de los
partidos tradicionales. Hoy se ha traducido por primera vez en cifras
reales, demasiado reales. El Frente Nacional (FN)
es en este momento el primer partido de Francia en intención de voto
ante las elecciones europeas de mayo de 2014. Según un sondeo de IFOP
publicado por la revista Le Nouvel Observateur, si los comicios
europeos fueran hoy, la formación de extrema derecha recibiría casi uno
de cada cuatro votos: el 24%, dos puntos más que la Unión por un Movimiento Popular (UMP, el gran partido de centroderecha), y cinco más que el Partido Socialista (PS), que se hunde hasta un 19%.
Siendo de escalofrío, los datos no explican lo más importante: es la
primera vez en la historia que el Frente Nacional, la formación
ultraderechista y nacional populista fundada en 1972 por Jean-Marie Le Pen,
un exparacaidista nacido en 1928 y que combatió en las guerras
coloniales de Argelia e Indochina, se coloca en cabeza en un sondeo de
una elección a escala nacional.
La metamorfosis estética, y solo en parte ideológica, desarrollada por Marine Le Pen, la hija del fundador, desde que accedió a la presidencia del partido en enero de 2011, ha conseguido lo que su padre, que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, nunca pudo lograr: triplicar el número de sus militantes (que hoy roza los 70.000) y situarse a la vez por encima de los socialistas y de la derecha exgaullista.
La encuesta, que ratifica los peores presagios de los socialistas, explica además los nerviosos movimientos de las últimas semanas, marcadas por las palabras xenófobas de Manuel Valls, el ministro del Interior, contra los gitanos europeos —“no quieren integrarse, hay que devolverlos a sus países”, dijo—, y por el anuncio oficial de que Francia se opondrá a la entrada de Bulgaria y Rumanía en el espacio Schengen.
La andanada de Valls —“idéntica a las que lanza la extrema derecha desde los años ochenta y a las que Nicolas Sarkozy lanzó en 2010”, recuerda Fassin—, tenía un evidente carácter electoralista. Valls es el único miembro realmente popular del Gobierno —siete de cada diez franceses aprueban su gestión—, y su ataque contra una minoría étnica formada por apenas 20.000 personas —la mitad de ellos, niños— ha suscitado gran inquietud en la izquierda. Pero el presidente de la República, François Hollande, que solo tiene la confianza de uno de cada cuatro electores, ha preferido no rectificar al político que supone la mejor baza electoral socialista.
El debate continuo sobre seguridad e inmigración es un síntoma más de la progresiva legitimación que han adquirido las ideas del FN, un fenómeno que ya surgió con fuerza en la campaña de 2012, cuando Sarkozy copió el discurso islamófobo de la extrema derecha.
El auge del Frente Nacional, que algunos politólogos atribuyen a la extremaderechización de una sociedad replegada, que desconfía de su clase política y no deja de perder poder adquisitivo desde 2008, coincide con la radicalización de la vieja y desorientada derecha republicana. Incluso el templado ex primer ministro François Fillon ha adoptado inéditos tonos populistas y ha roto el llamado “frente republicano” al asegurar que, en caso de desempate entre un socialista y un candidato del FN elegiría “al menos sectario”.
El atractivo del partido de Le Pen bebe, como pasó en los años treinta del siglo XX, de fuentes nacionales y europeas. El sondeo refleja que el mayor crecimiento del FN se da entre las personas de mayor edad, entre los obreros y entre aquellos que votaron a Hollande en las presidenciales, lo que parece confirmar que los socialistas, incapaces de mejorar las cifras de paro, no han mitigado la sensación de desamparo que sienten muchos ciudadanos. “Hollande ganó diciendo ‘mi enemigo son las finanzas”, recuerda Fassin. “Pero desde que fue elegido, ha aplicado, si bien de manera más suave que nuestros vecinos, la austeridad y las reformas neoliberales que imponen Berlín y Bruselas en nombre de la competitividad y los mercados. Su mensaje es el de Margaret Thatcher: no hay alternativa. Solo Marine Le Pen, en su nuevo papel eurohostil y antisistema, y el Frente de Izquierda combaten esas políticas impopulares”.
Impotente para humanizar el frío espíritu contable de la Europa alemana, Hollande ha anunciado los mayores recortes de gasto de la historia de Francia (14.000 millones para 2014), y solo ha parecido ser de izquierdas en sus apuestas por la educación y el matrimonio gay. Los socialistas han perdido la gracia de la izquierda radical y de sus socios ecologistas al incumplir su propio eslogan, “el cambio es ahora”. El rechazo a Sarkozy que llevó a Hollande al Elíseo se ha difuminado en una presidencia “normal”, funcionarial, sosa y resignada.
Según ha dicho el ministro de Educación, el filósofo Vincent Peillon, “los fracasos políticos siempre vienen precedidos de dimisiones intelectuales”. Y las renuncias de la izquierda gubernamental han tocado los valores fundacionales: “Al competir con la derecha y con Le Pen en seguridad e identidad, los socialistas abdican de su tradición a cambio de un poco de espectáculo y de prometer una falsa protección cultural al elector”, concluye Fassin
La metamorfosis estética, y solo en parte ideológica, desarrollada por Marine Le Pen, la hija del fundador, desde que accedió a la presidencia del partido en enero de 2011, ha conseguido lo que su padre, que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, nunca pudo lograr: triplicar el número de sus militantes (que hoy roza los 70.000) y situarse a la vez por encima de los socialistas y de la derecha exgaullista.
“El sondeo no es en absoluto una sorpresa”, comenta el sociólogo Eric
Fassin, profesor en la Universidad París VIII, “porque confirma lo que
se venía advirtiendo en los últimos meses, que el FN ha dejado de ser un partido marginal, una especie de grupo salvaje colocado más allá del pacto republicano, y se ha situado en el centro del juego político”.
La estrategia de la carismática Le Pen, de 48 años, ha conseguido su
objetivo: el FN ya no es visto como un demonio, sino como una
alternativa real a los dos grandes partidos. Según Fassin, “esto ha
sucedido en parte porque los grupos mayoritarios se han empeñado en
hacerle el juego al FN hablando de sus temas preferidos, inmigración,
seguridad y delincuencia”. Una segunda razón es que “los socialistas han
hecho una política económica muy parecida a la de la derecha y,
tristemente, eso ha dado la razón a Le Pen cuando dice que ambos son
iguales, porque defienden a los mercados antes que al pueblo”.La encuesta, que ratifica los peores presagios de los socialistas, explica además los nerviosos movimientos de las últimas semanas, marcadas por las palabras xenófobas de Manuel Valls, el ministro del Interior, contra los gitanos europeos —“no quieren integrarse, hay que devolverlos a sus países”, dijo—, y por el anuncio oficial de que Francia se opondrá a la entrada de Bulgaria y Rumanía en el espacio Schengen.
La andanada de Valls —“idéntica a las que lanza la extrema derecha desde los años ochenta y a las que Nicolas Sarkozy lanzó en 2010”, recuerda Fassin—, tenía un evidente carácter electoralista. Valls es el único miembro realmente popular del Gobierno —siete de cada diez franceses aprueban su gestión—, y su ataque contra una minoría étnica formada por apenas 20.000 personas —la mitad de ellos, niños— ha suscitado gran inquietud en la izquierda. Pero el presidente de la República, François Hollande, que solo tiene la confianza de uno de cada cuatro electores, ha preferido no rectificar al político que supone la mejor baza electoral socialista.
El debate continuo sobre seguridad e inmigración es un síntoma más de la progresiva legitimación que han adquirido las ideas del FN, un fenómeno que ya surgió con fuerza en la campaña de 2012, cuando Sarkozy copió el discurso islamófobo de la extrema derecha.
El auge del Frente Nacional, que algunos politólogos atribuyen a la extremaderechización de una sociedad replegada, que desconfía de su clase política y no deja de perder poder adquisitivo desde 2008, coincide con la radicalización de la vieja y desorientada derecha republicana. Incluso el templado ex primer ministro François Fillon ha adoptado inéditos tonos populistas y ha roto el llamado “frente republicano” al asegurar que, en caso de desempate entre un socialista y un candidato del FN elegiría “al menos sectario”.
El atractivo del partido de Le Pen bebe, como pasó en los años treinta del siglo XX, de fuentes nacionales y europeas. El sondeo refleja que el mayor crecimiento del FN se da entre las personas de mayor edad, entre los obreros y entre aquellos que votaron a Hollande en las presidenciales, lo que parece confirmar que los socialistas, incapaces de mejorar las cifras de paro, no han mitigado la sensación de desamparo que sienten muchos ciudadanos. “Hollande ganó diciendo ‘mi enemigo son las finanzas”, recuerda Fassin. “Pero desde que fue elegido, ha aplicado, si bien de manera más suave que nuestros vecinos, la austeridad y las reformas neoliberales que imponen Berlín y Bruselas en nombre de la competitividad y los mercados. Su mensaje es el de Margaret Thatcher: no hay alternativa. Solo Marine Le Pen, en su nuevo papel eurohostil y antisistema, y el Frente de Izquierda combaten esas políticas impopulares”.
Impotente para humanizar el frío espíritu contable de la Europa alemana, Hollande ha anunciado los mayores recortes de gasto de la historia de Francia (14.000 millones para 2014), y solo ha parecido ser de izquierdas en sus apuestas por la educación y el matrimonio gay. Los socialistas han perdido la gracia de la izquierda radical y de sus socios ecologistas al incumplir su propio eslogan, “el cambio es ahora”. El rechazo a Sarkozy que llevó a Hollande al Elíseo se ha difuminado en una presidencia “normal”, funcionarial, sosa y resignada.
Según ha dicho el ministro de Educación, el filósofo Vincent Peillon, “los fracasos políticos siempre vienen precedidos de dimisiones intelectuales”. Y las renuncias de la izquierda gubernamental han tocado los valores fundacionales: “Al competir con la derecha y con Le Pen en seguridad e identidad, los socialistas abdican de su tradición a cambio de un poco de espectáculo y de prometer una falsa protección cultural al elector”, concluye Fassin
No hay comentarios:
Publicar un comentario