domingo, 13 de octubre de 2013

De un callejón sin salida a otro callejón sin salida


Arfang narra su historia con voz cansada. Hizo calor, mucho calor hoy en el invernadero. El trabajo se hizo duro ahí dentro. “Madre mía…”, dice Arfang en un suspiro. Y no será la única vez que use esa expresión en su relato. Madre mía.

A continuación comienza a hilar con detalle su odisea. Lo hace con esa manera suya de hablar en la que el acento senegalés se funde con el almeriense, y palabras en francés van apareciendo aquí y allá para suplir algún término en español que no acaba de salir.  Hace rato que se hizo de noche. Arfang está en la puerta del cortijo que comparte con otros cuatro senegaleses, una vieja y pequeña vivienda de agricultores locales, aquellos que labraban la tierra al modo tradicional antes de la explosión de la agricultura intensiva y que hoy la alquilan por 200 euros a trabajadores llegados de África.  Un perro ladra a lo lejos.

Arfang cuenta entonces que la decisión de emprender el viaje llegó después de tres días en coma. “Trabajaba como buzo en un atunero español. Tenía que desenganchar las redes, arreglarlas… Un día, una red grande me golpeó y luego me di con una máquina del barco. Estuve tres días dormido”. Ocurrió faenando en aguas de Costa de Marfil. Tardó en recuperarse cinco meses. Tenía 29 años. Sintió miedo, había visto la muerte cerca, muy cerca. Y se juró no volver a trabajar como buzo. Las historias de éxito de algunos conocidos que habían emigrado antes y que habían alcanzado un futuro mejor en el paraíso europeo hicieron el resto.

“La mayoría de los senegaleses que venían a España volvían con dinero, con coches, con una buena casa. Entonces pensé que seguro que habría buen trabajo en España. Pero tuve mala suerte”. Arfang emprendió el viaje a España. Un viaje lleno de sufrimientos que lo acabaría dejando en un callejón sin salida. Años más tarde, regresó a Senegal, pero la falta de trabajo también allí lo devolvió de nuevo a España. Al mismo callejón sin salida.

Comienza el viaje
Febrero de 2007. La crisis, todavía invisible, ya se estaba incubando en España. Arfang no lo sabía. En realidad, nadie lo sabía. Obtuvo visado de turista, entró por Barajas con la intención de no volver a Senegal. No era consciente de que le esperaban cuatro años sin tener un solo día de trabajo. La crisis… El paraíso no era el paraíso y Arfang no lo sabía cuando un amigo le dijo que fuera a buscar trabajo con él en los invernaderos de Almería. Mala suerte… Las inspecciones de trabajo se hicieron más rigurosas y los empresarios del campo dejaron de contratar a inmigrantes sin papeles. Nada.
“Antes, los jefes iban a las casas de los inmigrantes para ofrecer trabajo. Pero cuando yo llegué todo había cambiado. Cada mañana iba a las rotondas buscando trabajo. Pero nada. Nada. Nada”, repite Arfang como un mantra a la puerta de un cortijo, junto a un camino sin asfaltar cerca de los invernaderos de algún lugar del poniente almeriense. “Madre, mía…”, dice de nuevo.

Fueron días difíciles, los más difíciles de la odisea de Arfang:  “Me sentía triste, desesperado.  La cabeza no estaba tranquila. Estaba loco perdido. Yo estaba acostumbrado a trabajar. No sabía qué hacer… Salía con mi bicicleta dando vueltas y vueltas. Yo vine aquí para ayudar a mis padres, para enviarles dinero, ayudarles a comprar comida, a construir una casa… Lo peor fue cuando murió mi madre. Quería ayudarla a que se curara. Llevaba mucho tiempo enferma, paralítica. Murió en 2010. No pude despedirme de ella”. “Pasaba días sentado en las rocas a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas”, escribió Homero sobre su héroe Ulises en el canto V de su Odisea.

Síndrome de Ulises
Arfang no lo sabe, pero el doctor Joseba Achotegui puso nombre a aquella tristeza infinita en 2002: Síndrome de Ulises. “El principal causante es la soledad forzada, las rupturas familiares. Un segundo elemento es encontrarse con que no tienen la posibilidad de desarrollar un proyecto, una línea de progreso, que viven prácticamente por la mera supervivencia.  Los síntomas son tristeza, nerviosismo, insomnio, dolores de cabeza…”, explica Achotegui, especialista en atención psicosocial a inmigrantes y refugiados.
La historia de Arfang no es única. Medio millón de ciudadanos inmigrantes en España padecen el Síndrome de Ulises, según el psiquiatra: 500.000 historias de desarraigo, de persecución de un sueño de prosperidad que se esfuma.

¿Qué hacer? ¿Regresar a Senegal o resistir? Arfang se decidió por la segunda opción. Necesitaba los tres años de estancia probada en España que establece la ley para obtener permiso de residencia y trabajo. ¿Pero cómo sobrevivir mientras tanto? Lo consiguió gracias a la solidaridad de la comunidad senegalesa que vive entre los invernaderos. “La mayoría de los que estamos aquí vivimos como en familia. El que trabaja ayuda a los demás a sobrevivir, a comer por lo menos. De vez cuando también le dan dinero para que pueda llamar a su familia”.

Solidaridad en las circunstancias más extremas. Resistencia. Arfang es, como aquel Ulises, un superviviente. Aguantó los tres años necesarios: comiendo lo justo, deambulando en busca de empleo sin conseguirlo, pisando el calabozo de una comisaría tras un encuentro con la policía. Solo faltaba una oferta de trabajo para arreglar los papeles. Consiguió que una empresaria le diera de alta en la Seguridad Social. “Me ofreció el contrato. Ella me daba de alta, pero los gastos (de la Seguridad Social) los pagaba yo. No siempre me necesitaba, pero acepté y hasta cuando no me llamaba para trabajar yo iba pagando la Seguridad Social”, recuerda Arfang. Y continúa: “No tenía dinero. Unos amigos me daban ropa vieja y bicicletas viejas y yo las vendía en los mercadillos. Cuando no me llegaba el dinero, mi gente  me daban lo que podían, y algunos españoles también. Así lo fui pagando”.

“Tienen mucha fortaleza, tienen una fortaleza intrínseca por haber superado tantas barreras, por haber superado tantas dificultades una y otra vez. Eso también se percibe, a la par que esa primera impresión de tristeza o desánimo”, explica Rosana Speciale, trabajadora social de Sevilla Acoge e inmigrante llegada de Argentina.

Regreso a Ítaca
Un sueño, una dificultad y luego otra. Y siempre adelante, incluso cuando pensaba que ya no podría. Con los papeles en regla desde 2011, tras tanta desesperación, Arfang pensaba que tendría más oportunidades para trabajar. “Uno nunca conoce su destino”, dice ahora. Su destino era que esas oportunidades no iban a llegar. Seguirían dos años de contados jornales. Y luego, una trascendental decisión: la de regresar a su país.

En mayo de este año, Arfang pisaba el aeropuerto de Dakar. “La emoción cuando llegué a Senegal no se podía creer. Mi gente bailaba de emoción cuando llegué. No sabían cómo estaba de salud. En seis años solo habían oído mi voz. Al verme, lloraban. Lágrimas de emoción. Nunca olvidaré ese día”. Arfang llegaba a Senegal con la intención de no regresar a España. 216.000 ciudadanos inmigrantes con papeles, según el INE, dejaron el país el año pasado. La crisis.
Ulises ya estaba de regreso en su Ítaca. Buscaría trabajo. Se casaría: “Hablé con mi padre y mis hermanos y me dijeron que con 35 años era hora de casarme”.  Se casó con una joven de Dakar a la que conocía pero con la que no había tenido hasta entonces relación de noviazgo. Sin celebración, porque el dinero no alcanzaba. Consistía en construirse un futuro, en España o en Senegal. Trabajo, horizonte, una familia, esperanza. Uno nunca conoce su destino…

Arfang venció sus miedos e intentó trabajar como buzo otra vez. “Lo intenté en muchos sitios, pero sólo tuve promesas. Decían que me llamarían. Pero nada. En Senegal no hay nada. A los jóvenes les hablas de la crisis y de que aquí no hay trabajo y no se lo pueden creer. Piensan que les engañas”.

Cuatro meses después, ya sin los pocos ahorros que había reunido, recién casado, decepcionado, decidió volver a España. Esta vez, con los papeles en regla. “Imagínate cómo es la situación… Yo durmiendo aquí tan lejos, en un cortijo, con hombres… Y ella allí solita, hablando solo por teléfono o con Skype. Nadie quiere esto. Pero no tengo opción. Quiero traerla, pero con la situación que tengo aquí no puedo”.

“La sensación de desarraigo te marca hasta el punto de que te convierte en otra persona. Hay un antes y un después. Tú no eres el mismo. Yo no soy la misma persona que vino. Hay circunstancias que puedes gestionar con lo que tú traías, pero hay situaciones con las que te encuentras que son tan nuevas, tan diferentes, que tienes que echar mano de recursos que no sabías que tenías. Y te vas convirtiendo en otra persona”, explica Rosana Speciale, de Sevilla Acoge.

Arfang está ahora en la puerta del cortijo. Es de noche. El día de trabajo en el invernadero ha sido duro. Ahora sí tiene empleo: 30 euros por jornada de trabajo en regla con un patrón que no grita ni insulta. Unos 600 al mes. “Me he hecho muy fuerte. He aprendido mucho: otro idioma, otra cultura, vivir con gente desconocida, vemos de todo también… Se aprende en la escuela, sí. Pero la persona  que sabe más es la que más ha viajado”.

Esta es la historia de Arfang Senghor, la historia de esos Ulises que desembarcan en Lampedusa, en Tarifa o en Barajas. Estos son sus porqués. “Nadie conoce su destino.  Este es el mío. Lo acepto y lo aguanto”. Al final del relato, la emoción se asoma en la voz de Arfang cuando cuenta que esta mañana ha mandado dinero a Racky, su esposa. Es para pagar a un médico, dice. Quieren asegurarse de que está embarazada.

Fuente:  http://www.andalucesdiario.es/gente/ulises-ya-no-suena-con-itaca/

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