Este artículo analiza el 
silencio de la ciencia económica sobre el contexto político que 
determina el fenómeno económico. La escasa, por no decir nula, atención 
del pensamiento económico dominante a las variables políticas explica su
 incapacidad de predecir la crisis actual. Esta situación alcanza su 
máximo desarrollo en los Premios Nobel de Economía de este año, cuyo 
trabajo sobre el comportamiento del capital financiero alcanza unos 
niveles de frivolidad sorprendentes.
Es una percepción generalizada entre los
 analistas de la economía (sean economistas o estudiosos de otras 
disciplinas) el asumir que el objetivo más importante en el 
comportamiento del mundo empresarial en la esfera privada es optimizar 
los beneficios empresariales. La acumulación de capital (es decir, la 
absorción de los beneficios generados en la producción de bienes y 
servicios y en las inversiones financieras) se presenta como el único 
objetivo al cual se supedita toda actividad empresarial.
No hay duda de que hay un importante 
elemento de verdad en esta lectura de la motivación del mundo 
empresarial. Pero no es toda la verdad. En realidad, tenemos evidencia 
empírica de que esta explicación es insuficiente, pues el empresario 
frecuentemente no apoya intervenciones públicas que incluso le 
generarían más beneficios. Así, hoy estamos viendo que la patronal está 
apoyando políticas de austeridad (recortes de gasto público y salarios) 
que están afectando negativamente a sus beneficios, pues tales medidas 
de austeridad están reduciendo la demanda de los bienes y servicios que 
esos grandes empresarios están produciendo. En realidad, puede mostrarse
 que aquellos países que tienen mayores salarios y más gasto público 
social, distribuido universalmente (como los países nórdicos), con 
menores desigualdades, tienen mayor demanda y actividad económica que 
aquellos, como en el sur de Europa, que tienen salarios más bajos y 
Estados del Bienestar más reducidos. En otras palabras, países menos 
desiguales tienen mayor eficiencia económica que países muy desiguales. 
¿Por qué entonces la patronal de los países del sur se opone a medidas 
públicas encaminadas a reducir las desigualdades?
Y la respuesta no es difícil de ver. La 
gran patronal desea sobre todo poder, en relación con los agentes de los
 cuales derivan sus bienes y servicios, y muy en particular del mundo 
del trabajo y de los otros segmentos de la población. El poder (es 
decir, la capacidad de, en términos relacionales, tener mayor capacidad 
de decisión que otros) es su mayor objetivo. En realidad, la acumulación
 de beneficios es un medio para alcanzar tal fin. Y de ahí su enorme 
deseo de influenciar, cuando no controlar, los mecanismos de decisión no
 solo privados sino también públicos, incluidos los medios de 
información y persuasión.
Y ahí el mayor defecto del conocimiento 
económico. Que en sus modelos clásicos no toma en cuenta en absoluto 
esta relación de poder. Asigna erróneamente al mercado este poder de 
decisión, lo cual ignora la enorme importancia que tiene para entender 
la economía el conflicto político-cultural-ideológico que la configura.
Como bien dijo John Kenneth Galbraith, 
uno de los economistas más agudos que EEUU haya tenido, en su famosa 
lección inaugural del Congreso Americano de Economía, “el gran punto 
flaco de la teoría económica neoclásica es que, al eliminar el poder del
 foco de análisis, ha despolitizado el conocimiento económico, 
distanciándolo del mundo real” (citado en “Pursuing Profits – or Power?”
 de James K. Boyce, Dollars and Sense, July/Aug. 2013, p.8). Y ahí está 
la causa del gran fracaso del conocimiento económico actual, que no 
predijo la crisis actual, la más profunda desde la Gran Depresión. En 
realidad, los únicos que la predijeron fueron economistas heterodoxos – 
como Dean Baker, del Center for Economic and Policy Research de 
Washington – que centran sus análisis en la relación entre el poder 
financiero y el estado federal de EEUU dentro de un periodo de gobierno 
de la Federal Reserve Board que se puso claramente al servicio de dicho 
capital. Otro ejemplo es Thomas Palley, que centró el origen de la 
crisis en el crecimiento de las desigualdades en la distribución de la 
renta resultado del conflicto Capital-Trabajo, con gran dominio del 
primero (ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis 
actual” en Le Monde Diplomatique. Julio 2013).
De lo dicho se puede concluir que el 
mayor oponente de las políticas redistributivas son las clases más 
pudientes, y ello debido a que son las que pierden recursos que son 
redistribuidos y también los que ven su distancia social, política y 
cultural con la mayoría de la ciudadanía disminuida como consecuencia de
 la reducción de las desigualdades. Así de claro.
Una última observación. Un ejemplo claro
 de la insensibilidad hacia el contexto político del fenómeno económico y
 financiero es el trabajo de los economistas receptores del Premio Nobel
 de este año (Fama y Hansen), que desarrollaron modelos interpretativos 
del comportamiento de los mercados financieros que ignoraron 
completamente el hecho básico y elemental de que el impacto político 
sobre tales mercados es el determinante de su comportamiento. La 
evidencia de ello es abrumadora. La supuesta desconfianza de los 
mercados financieros hacia los bonos públicos de los Estados periféricos
 de la Eurozona, incluyendo España, se diluyeron rápidamente con la 
declaración del Presidente del Banco Central Europeo de que haría todo 
lo posible para apoyar el euro. Atribuir el comportamiento de aquellos 
mercados  basados en un modelo de equilibrio, es de una ingenuidad que 
por desgracia se traduce mucho en el pensamiento económico dominante de 
sensibilidad liberal.
Fuente:  http://www.vnavarro.org/?p=9906
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario