martes, 1 de marzo de 2016

Hablar de África: Memoria y reconstrucción

Fulvio Zubiani

Hablar de África es hablar de las injusticias del capitalismo y del colonialismo. Y aun cuando la reconstrucción de su historia y de su cultura es, desde luego, patrimonio de los africanos, siendo ellos quienes ostentan la legitimidad de la lucha por la memoria, nos asiste a nosotros un interés legítimo que nos separe de quienes, en nombre de una “civilización superior” (solo en el plano científico, cabe decir) y de los “derechos humanos”, y de la democracia, y de la palabras gastadas por el uso pero desiertas en la praxis, han practicado el genocidio, la tortura y el saqueo, ridiculizando las creencias religiosas de las tribus en nombre de unas creencias religiosas supuestamente más coherentes, más creíbles.

Hablar de África exige partir de un proverbio acuñado en el continente que tiene el honor de ser la cuna del “homo sapiens”, es decir, de nuestra especie. Dice así:

 “La historia de África ha sido siempre contada por el cazador, pero será muy distinta cuando un día sea contada por el leopardo”.

El discurso del cazador es el discurso del vencedor: complaciente, egocéntrico y falto de toda autocrítica. Un discurso incompleto. Hablar de África exige así, también, reconocer la ignorancia de algunos de nuestros sabios, quienes al tiempo que construían complejos sistemas de pensamiento, decían tonterías como esta:

“El negro representa el hombre natural en toda su barbarie y violencia” (¡Hegel!)

Hablar de África supone, así, afirmar que todo sabio es capaz de decir grandes patochadas; de modo que la humildad y la constante revisión de nuestros pensamientos constituye la piedra angular de todo intento de construir una objetividad razonable. Dar por bueno todo lo que dicen nuestros sabios nos conduce a la ignorancia.

Así, un Hegel bendecido en su totalidad justifica que, bajo la visión eurocéntrica más reaccionaria, el Zoológico del Bronx en Nueva York, exhibiera en otoño de 1906, en una misma jaula, a un pigmeo congolés de nombre Ota Benga y a un orangután, a fin de que los visitantes pudieran observar con claridad-según dijeron los organizadores-la similitud del comportamiento de los dos inquilinos.

Hablar de África supone revisar a los héroes de la exploración y conquista. Dar por bueno al famoso Dr. Livingstone constituye otra muestra de ignorancia. Livingstone fue un tipo egoísta, prepotente y desleal con sus colaboradores. La más perfecta muestra del desconocimiento europeo sobre África. Así, cuando el tipo llega a unas importantes cataratas, donde ya antes había llegado László Magyar, cuyo mérito es haber preguntado a un jefe de poblado (parece un chiste pero no lo es), no se hace eco del nombre que le atribuyen los Makololo, quienes las denominan “humo que truena”. Las bautizará con el nombre de su reina, “Cataratas Victoria”, exterminando la riqueza conceptual de los nativos para exaltar a la reaccionaria e injusta sociedad victoriana.

Hablar de África supone restringir la gloria de Vasco de Gama, quien la circundó apoyado por uno de los más grandes navegantes árabes, Ahmed Ibn Majid, llegando así a la India. En los libros de estudio occidentales se omite este dato, al tiempo que los políticos se ocupan de transmitir odio hacia todo el mundo árabe, islamista o yihadista (que por todos estos, y algún nombre más es conocido, transmitiendo ignorancia) imponiendo estados policiales sin hablar jamás de los aspectos positivos del mundo del que hablan.

Hablar de África supone, cuando hablamos de los padres de la sociología, citar, junto a Karl Marx, Max Webber y Émile Durkheim, a Ibn Jaldún, un tunecino que ya en el siglo XIV puso sus cimientos en su obra “Introducción a la Historia Universal” (Al Muqaddimah).

Hablar de África, si uno quiero hacerlo con honestidad, exige criticar el Imperialismo, esa teoría y actitud práctica de una nación metropolitana ocupando y administrando un territorio distante, en palabras de Edward Said.

Descubrir su literatura. Leer a Chinua Achebe y su “Todo se Desmorona”, a Soyinka. Hacerse eco de Ralph Ellison y su “El hombre Invisible”.

Hablar de África supone reconocer que, allá por el año 800, el Reino de Ghana mostraba una civilización más avanzada que la de Europa y que Carlomagno, sin la revolución científica, ocuparía en los libros de historia el mismo lugar que Kaya Maghan Sissé, uno de sus reyes. Así, en el orden institucional, me parece interesante citar que en el Reino de Ghana se aplicaba un sistema de sucesión matriarcal peculiar. Así, el sucesor a la corona era el hijo mayor de la hermana mayor del rey, pues solo así podía asegurarse que llevaba su sangre (“mater semper certa est”, que se afirmaba en el Derecho Romano). 

Hablar de África supone REPLICAR con mayúsculas, replicar para recuperar el conocimiento silenciado por occidente, para que los pueblos oprimidos gocen de esa sacrosanta libertad de expresión que parece asistir únicamente al fuerte, al cazador.

Hablar de África supone resucitar tigres, elefantes y leopardos. Dar voz a los más débiles, a los que sufren la precariedad de unas condiciones laborables ignominiosas, a los jóvenes leopardos que corren por las metrópolis de occidente en busca de oportunidades, para que no corran la misma suerte que los leopardos a que se refiere Boaventura de Sousa Santos en sus “Epistemologías del Sur”. Para que puedan contarnos también su Historia, para que todos podamos contar la Historia. Porque todos somos y seremos Historia con mayúsculas y no simple “Intrahistoria” o Historia no publicada y, por consiguiente, no oficializada.



Fuente:  http://lareplica.es/hablar-de-africa-memoria-y-reconstruccion/

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