jueves, 24 de marzo de 2016

El amor en las profundidades

 La política crea extraños compañeros de cama

     Una breve consulta a la Wikipedia me ha ayudado a recordar que es al escritor norteamericano Charles Dudley Warner a quien debemos la autoría de tan famosa e histórica frase que parece ajustarse con sorprendente precisión al comportamiento de nuestra clase política. Sin embargo desde mi personal punto de vista, el señor Warner fue excesivamente injusto al señalar a la política como única responsable de unir bajo una misma causa a dos almas con intereses y puntos de vista totalmente distintos. En realidad, mis años de universidad me enseñaron que, descartando al alcohol y sus mágicos y tóxicos efluvios de alcahueta, la causante de arropar con una misma sábana dos o más cuerpos que parecían estar destinados a nunca encontrarse es la biología. De qué otra forma, si no es bajo el influjo de las necesidades biológicas que lastran a los seres vivos, podríamos entender la estrecha vinculación que se ha establecido entre dos seres tan distintos como un pequeño calamar y unas microscópicas bacterias fluorescentes. Y es que en la plácida intimidad de las profundidades marinas, el calamar hawaiano (Euprymna scolopes) se encuentra envuelto en una turbulenta historia de amor con ¡una bacteria!
     El microorganismo en cuestión, protagonista de esta extraña relación entre especies y sin el cual el minúsculo molusco no podría vivir, es Vibrio fischeri. El amor que el calamar profesa por las bacterias es de tal magnitud que no ha dudado en construir, utilizando un rincón de su propio cuerpo, un coqueto nidito de amor donde alojarlas y alimentarlas a pensión completa. Los aposentos donde habitan miles de millones de bacterias se localizan en la parte inferior del molusco y reciben el apropiado nombre de órganos de luz, pues de ellos surge un angelical fulgor generado por los microbios con el que tratan de recompensar a su amante invertebrado.
Órganos de luz
    En realidad no debería resultarnos tan extraño que la luz emitida por las bacterias sirva para esconder, y no para revelar, la presencia del invertebrado; más aún si sabemos que Euprymna scolopes permanece semienterrado en el fondo marino durante el día y sube a la superficie a cazar al caer la noche . Un animal que caza en la superficie del mar iluminado por la luna puede ser delatado por su propia sombra a los depredadores que se encuentran situados por debajo de él a mayor profundidad. Sin embargo, modulando la intensidad luminosa de su órgano de luz para adecuarlo a las condiciones de luminosidad nocturna que produce la luna, consigue hacer desaparecer su propia sombra y pasar desapercibido ante los potenciales depredadores que acechan por debajo.
    La bacteria V. fischeri tiene la capacidad para, cual luciérnaga, producir luz, pero curiosamente uno solo de estos microrganismos es incapaz de emitir luz alguna; para poder hacerlo necesita la de al menos otros diez mil millones de compañeros. ¡Cuidado!, no estamos diciendo que la luz emitida por una bacteria no pueda verse, o que solo podamos percibir la luminosidad cuando emiten a la vez un número mucho más elevado de microorganismos. La realidad es que una, dos, tres o mil millones de bacterias juntas, aun teniendo la habilidad para hacerlo, no emiten absolutamente nada de luz. Parece como si las bacterias tuvieran la capacidad de comunicarse entre sí, de tal forma que hasta que no alcanzan un número mínimo de individuos no emiten luz alguna.


   A este comportamiento, que revela la sorprendente capacidad de los micoorganismos para comunicarse y actuar al unísono, los científicos lo denominan quorum sensing . Así, V. fischeri no emit luz cuando vive de forma individual en el océano, pero sí lo hace cuando se encuentra hacinada junto a billones de otras compañeras en el órgano de luz del calamar.
    Dejando de lado esta pecular historia de amor en las profundidades marinas en la que nos resultaría complicado otorgar a uno u otro de los enamorados el papel de Bella o de Bestia, lo cierto es que la luminosidad emitida por la bacteria nos puede resultar muy útil a los humanos. De hecho, los cultivos de V.fischeri se utilizan para detectar la presencia de sustancias tóxicas en un medio. La intensidad de luz emitida por un cultivo bacteriano de V. fischeri es extremadamente sensible a la presencia de sustancias tóxicas. De modo que comparando, mediante un aparato dotado de fotosensor, el decaimiento de la intensidad luminosa qu sufre un cultivo de esta bacteria al que se le ha añadido la muestra a analizar, frente a la luz emitida por un cultivo con la misma bacteria al que no se le ha añadido nada, podremos determinar la carga tóxica que presenta la muestra.

Vibrio fischeri



Bacterias, bichos y otros amigos
David G. Jara

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