“Pedagogía de la vejez” es una expresión contradictoria, porque “pedagogía” viene del griego paidos, que significa “niño”. Por eso, ha aparecido el término “geragogía”, que deriva de otra palabra griega, geros, “anciano”. Martha John ya la utilizó en su libro Geragogy: a Theory for Teaching the Elderly, hace casi treinta años. Ahora tenemos la convicción de que podemos –y tenemos– que aprender a lo largo de toda la vida. Debemos desarrollar nuestro talento a todas las edades. Hay un talento infantil, un talento adolescente, un talento adulto y un talento anciano. En todos los casos se define como la buena inversión de los recursos intelectuales de que se disponen en ese momento. El talento se demuestra en la elección de metas, la adecuada búsqueda de información, la gestión de las emociones, y el mantenimiento del esfuerzo necesario para alcanzar los objetivos. La geragogía no es una cosa nueva. Los filósofos antiguos creían que había que preparar la vejez como se prepara una casa confortable y bella en la que se va a vivir, y escribieron tratados De senectute.
Los
conocimientos neurológicos sobre la infancia y la adolescencia han
permitido diseñar una mejor pedagogía. Y, de la misma manera, el avance
en la comprensión del cerebro anciano nos hará progresar en este nuevo
campo. El cerebro se reorganiza varias veces a lo largo de la vida, para
optimizar los recursos que tiene. Los estudios de neuroimagen han
mostrado que incluso cuando el nivel de ejecución de una tarea mental es
igual, el modo de realizarla el cerebro joven y el viejo se
diferencian. Algunos cambios me resultan intrigantes. Por ejemplo, los
ancianos utilizan zonas más extensas de ambos hemisferios. Puede
interpretarse como un intento de compensar las limitaciones activando más recursos. Trabajo con la hipótesis de que este rediseño puede mejorarse educativamente.
Se
insiste mucho en que diariamente perdemos miles de neuronas. Pero ahora
sabemos que el cerebro retiene una pequeña reserva de células madre que
permiten la regeneración de neuronas y que su pérdida es irregular, al
menos en el envejecimiento normal. Es cierto que el cerebro se encoge
con la edad, que se produce una reducción general del riego sanguíneo,
que hay procesos metabólicos que se hacen más lentos, y que el estrés
continuado afecta seriamente a la eficacia cerebral. Pero Steven Rose, un experto en este tema, señala que algunos de esos cambios no suponen un empeoramiento de las funciones.
Aunque en general se considera que la pérdida de neuronas es una de las
características negativas de envejecer, el espacio que ocupaba una
neurona puede llenarse de células gliales o de ramas dendríticas y
axonales de células adyacentes, con lo que quizás se refuercen la
conectividad y la complejidad de las restantes neuronas. Esta clase de
muerte celular puede considerarse una nueva manifestación de la poda
sináptica (pruning o apoptosis) que ocurre en otros momentos
del desarrollo. “En general –escribe Rose–, el envejecimiento se puede
asociar a una lentificación de la capacidad para aprender cosas nuevas y
a una reducción de la capacidad para adaptarse a contextos nuevos, pero
también se puede asociar a una mejora de las estrategias empleadas para
recordar capacidades y aptitudes ya aprendidas”.
El
modelo ejecutivo de inteligencia, que he desarrollado con mi equipo de
la Universidad Nebrija y que me gustaría poner a disposición de todo el
mundo, permite diseñar este aprendizaje y elaborar una geragogía científicamente fundada. La inteligencia humana se estructura en dos niveles. El primero –lo que llamamos inteligencia generadora– es el conjunto de capacidades que tiene el cerebro humano en un momento determinado. El segundo –la inteligencia ejecutiva– es
la capacidad de gestionar las capacidades de la inteligencia
generadora. Esto es lo importante en cualquier edad. En la ancianidad
también. La geragogía se centraría, precisamente, en fortalecer estas habilidades directivas. Al mantenerlas, podríamos suplir las debilidades de la inteligencia generadora,
su mayor lentitud en aprender, o sus fallos en la memoria, porque
sabríamos utilizar más sabiamente los recursos que quedan. Ahora tenemos
medios para aumentar alguno de estos recursos.
El Proyecto Centauro, del
que les hablé hace un par de semanas, permitiría hacerlo. Gracias a las
nuevas tecnologías, una parte de nuestra memoria de trabajo personal
–es decir, aquella que utilizamos en realizar nuestros proyectos en
marcha– puede estar en nuestro ordenador, y ser rápidamente
utilizable por nuestro cerebro. Por ejemplo, las Google Glass, las gafas
de realidad aumentada, proporcionan información en directo que completa
lo que vemos y podría compensar fácilmente los fallos de la memoria. Un
ordenador también puede aprender con rapidez lo que un anciano tal vez
tarde demasiado. La hibridación funcional cerebro-ordenador nos
permitiría aumentar la inteligencia en esta edad. Ojalá consigamos
financiación para progresar en este proyecto.
Otra línea de investigación apasionante es la que se refiere a la reserva cognitiva.
Los científicos han descubierto que hay patologías cerebrales que en
algunas personas no causan trastornos funcionales, por ejemplo, personas
cuyas autopsias revelan que han padecido alzhéimer, pero que no
mostraron ningún síntoma. Yaakov Stern, de la Universidad de Columbia,
sostiene que las personas con mayor reserva cognitiva muestran menos
deterioros. Una mayor reserva cognitiva se manifestaría en un uso
más eficaz de redes cerebrales o de estrategias cognitivas
alternativas, lo cual permitiría un rendimiento eficiente durante más
tiempo en caso de existencia de patología cerebral.
Algunos investigadores tienen una idea "pasiva" de la reserva cognitiva.
La definen como la cantidad de daños que puede soportar una persona sin
que se alcance el umbral de la expresión clínica. Otros tienen una idea
“activa” de ella, y la interpretan como una manera diferente de
realizar las tareas. Pueden, por ejemplo, compensar el deterioro
sufrido, utilizando otras redes. Es como si acudo al teléfono fijo si
hay mala cobertura móvil, o al correo si no tengo conexión. El sujeto
conseguiría optimizar el rendimiento del cerebro mediante estrategias
cognitivas. Cheryl Grady, de la Universidad de Toronto,
propone una teoría que me parece atractiva. Parte del hecho de que el
cerebro normal, cuando se enfrenta a una tarea difícil, activa las áreas
implicadas en ella o recluta otras áreas adicionales. Supone que un
deterioro neuronal aumenta la dificultad de la tarea y que el cerebro
puede responder de la misma manera. Esto coincide con el modelo que
hemos elaborado. El fortalecimiento de la inteligencia ejecutiva implica aumentar la activación de redes neuronales. Tenemos la esperanza de que eso incremente la reserva cognitiva. Sería otro capítulo importante de la geragogía.
Los expertos proporcionan algunos consejos para mejorar la reserva cognitiva. El
próximo martes les hablaré de ellos. El tema me interesa mucho, porque
esta semana cumplo setenta y seis años. Un buen momento para volver a la
escuela.
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