lunes, 29 de junio de 2015

La negociación con Grecia.


Tecnodictaduras.
La negociación con Grecia para imponer condiciones presupuestarias al Gobierno Tsipras, bajo amenaza de salida del euro, es fundamentalmente política. Aunque se disfraza de medidas económicas proclamadas necesarias por los técnicos de la troika que oponen racionalidad económica a irracionalidad política.

En la raíz del problema, la impagable deuda publica griega. Impagable porque la mayoría de expertos internacionales consideran que no se puede pagar, salvo en un larguísimo plazo.

Eso es la reestructuración de la deuda. Porque con intereses que representan una tercera parte del presupuesto, no hay capacidad de gasto público para reactivar la economía, y sin crecimiento y sin captación fiscal el problema se agrava.

Los gobiernos europeos nacionalizaron la deuda privada griega para salvar a los bancos griegos endeudados con los bancos alemanes y franceses que les habían prestado de forma insensata. Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI) dieron dinero al Gobierno griego para absorber la deuda bancaria que así pasó a ser deuda pública.

Entonces, ante la incapacidad del Gobierno griego de pagar los intereses de la deuda los acreedores internacionales, representados por los hombres de negro, pasaron a supervisar directamente las decisiones presupuestarias de Grecia para asegurar el cumplimiento de sus instrucciones. Grecia perdió por completo su soberanía y los griegos sufrieron en sus carnes, sin tener arte ni parte en la corrupción y mala gestión de sus dirigentes financieros y políticos, el más duro ajuste de cualquier economía europea.

Pero como las sociedades son algo más que la economía, la reacción social y política en Grecia condujo a Syriza al Gobierno. Con la promesa de que no se aceptaría la dictadura de la troika y que se negociaría una salida pactada de la crisis. La estrategia de Tsipras es sencilla y razonable. 

Si nadie quiere la salida de Grecia del euro, que podría provocar una estampida contra la divisa europea en los mercados globales, pactemos una reestructuración de la deuda a largo plazo, con ayudas temporales de las instituciones europeas para cubrir los pagos más inmediatos mientras surten efecto medidas de reforma administrativa y estímulo económico que sitúen a Grecia de nuevo en la senda del crecimiento. Pero con una condición: aliviar de inmediato la miseria que sufre una gran parte de la población griega, porque lo insostenible es la crisis social. En particular no incrementar la presión sobre las pensiones, reduciéndolas todavía más. Este es el caballo de batalla de la negociación.

Porque en el 52% de los hogares griegos la pensión es el principal ingreso, en una economía marcada, como la española, por el paro. Y no son pensiones de lujo como publican los medios alemanes. El 45% de los 2,5 millones de jubilados cobran menos de 665 euros al mes, y sólo un 14% supera los 1.000 euros. 

Es cierto que en un sistema político clientelar como fue el griego se permitió la jubilación a los 52 años en algunas “profesiones de riesgo”, y esto Syriza acepta cambiarlo. Al igual que limitar las prejubilaciones. Pero se niega Tsipras a eliminar el subsidio especial para el 40% de las pensiones más bajas, que no permiten vivir a la gente.

Por otro lado, para limitar el déficit publico, sin proceder al despido masivo de trabajadores y sin congelar la economía, Syriza propone, además de incrementar el IVA, aumentar considerablemente los impuestos para las clases altas y para las grandes empresas, lo cual parece obvio: se obtiene el dinero de donde está.

Curioso que el FMI se haya opuesto precisamente a este aumento impositivo, con el típico argumento de que esto reduciría el empleo. Argumento clásico y falaz, porque las grandes empresas (a diferencia de las pymes) no emplean en función de sus impuestos, sino de sus perspectivas de mercado, según se ha demostrado en Estados Unidos, donde el mismo argumento se utiliza reiteradamente. En parte porque los tecnócratas viven en la puerta giratoria entre sus funciones públicas y su trabajo para las grandes empresas.

Pero la madre del cordero es política porque Merkel y demás políticos norteuropeos se enfrentan a un electorado que rechaza cualquier ayuda a los supuestos conciudadanos europeos. Y por tanto no pueden decir la verdad: que se tienen que tragar la deuda que ellos crearon para salvar a sus bancos. 

Y por consiguiente tienen que castigar a Grecia el máximo posible, para proclamar el triunfo de la disciplina de austeridad. Pero sin romper la cuerda, porque nadie, y Alemania menos que nadie, se puede permitir un Grexit que ponga en peligro el euro. Hoy día, las encuestas muestran que la mayoría de europeos consideran un error la creación del euro, pero al mismo tiempo no quieren salir del euro porque temen, con razón, una catástrofe financiera.

En el trasfondo de la negociación con Grecia hay una cuestión fundamental: la pérdida de la soberanía popular con respecto a decisiones esenciales para nuestras vidas. 

Por eso se quiere doblegar a Syriza, que insiste en presentar en el Parlamento la marcha de las negociaciones. No es sólo soberanía nacional, aunque en el caso de Grecia sí lo es, sino popular. Es decir, que los técnicos deciden lo que debe ser menospreciando al ciuda­dano. Como la infun­dada declaración de Linde, el gobernador del Banco de España, sobre la insostenibilidad de las pensiones en nuestro país. Ya se curan en salud políticos y técnicos por si Podemos y el PSOE plantean una redistribución de recursos en el país mas desigual de Europa.

Otro día escribiré sobre esta falacia que presupone factores inamovibles (demografía por ejemplo) que en realidad justifican intereses sociales en­cubiertos, porque hay opciones diversas.

Pero lo que se detecta es una evolución hacia acotar técnicamente un debate que es en primer lugar político-social. Así se esbozan las tecnodictaduras para reemplazar una clase política deslegitimada.


Más información: http://enpositivo.com/2015/06/la-negociacion-con-grecia/

1 comentario:

  1. Tecnodictaduras, en efecto. Y de esa enmascarada realidad hay que partir si queremos situarnos ante los acontecimientos.

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