Dentro de la extensa lista de padecimientos producidos o agravados por el sol, esta la porfiria cutánea tarda (que en griego significa "rojo/púrpura"), una insuficiencia en la capacidad del cuerpo para repoducir el pigmento rojo de las sangre. Aunque a luz de sol no provoca esta enfermedad, ejerce un profundo efecto en cualquier persona que la padece, lo que explica el temor que sienten estas por el sol.
Max Schreck en la mejor película de vampiros de todos los tiempos. Nosferatu: una sinfonía del horror, dirigida por F.W. Murnau en 1922. El nombre que aparece en el título podría provenir del griego nosóforos "portador de plagas"
Brevemente: un componente de la hemoglobina, que ayuda a transportar el oxígeno hacia los órganos y tejidos, es producido en ocho etapas, cada una de ellas catalizada por una enzima independiente. En la porfiria, una de estas etapas no ocurre, y se crea un embotellamiento. El organismo lo compensa vertiendo estos compuestos a menudo sobre la piel, lo que hace que los pigmentos se acumulen en ella, y también en los huesos y los dientes. Incluso en su forma más moderada, esta enfermedad produce dolor abdominal, náuseas, vómitos, ... En el peor de los casos, las porfirinas, que no constituyen una amenaza en la oscuridad, se transforman en toxinas cáusticas y carnívoras al ser expuestas a la luz solar y, si no se atiende la enfermedad, puede corroer las orejas y la nariz de la víctima y erosionar sus labios y encías, dejando al descubierto unos dientes enrojecidos y exageradamente grandes.
La porfiria está asociada, de manera inseparable, con el mito de los vampiros en general, y con Drácula en particular. Tales mitos se remontan a miles de años atrás y aparecen en casi todas las culturas. La palabra "vampiro" se incorporó al idioma inglés en 1734, posiblemente a partir del término "beber" en eslavo arcaico, a través de varios libros de gran éxito sobre un campesino serbio que se decía había sido asesinado por un vampiro y regresaba de entre los muertos para darse un banquete con sus vecinos. En 1897, la leyenda fue recreada por un escritor irlandés, llamado Abraham Stoker, quien poseía una insólita combinación de talentos como gerente teatral y experto en leyes. Stoker se inspiró en Henry Irving, prominente actor y director del Lyceum Theatre de Londres, que ya había interpretado al malvado Hyde en El doctor Jeckyll y mister Hyde, Stoker esperaba que Irving interpretara al conde en una versión teatral, y confirió a su famoso personaje muchos de los atributos de la porfiria, incluyendo el pavor por la luz del sol. Según Stoker, los vampiros solamente pueden atacar entre el crepúsculo y el amanecer, de manera que si bien Drácula puede pasearse hasta en los días más soleados, sólo durante la noche es capaz de ejercer la mayoría de sus poderes.
Las representaciones de los vampiros continuaron proliferando sin muchas alteraciones ni comentarios críticos hasta que, en 1985, el bioquímico David Dolphin sugirió que la porfiria era la base de las leyendas originales, y enumeró las semejanzas entre esta y el vampirismo: las víctimas de la porfiria eran extremadamete sensibles a la luz, e incluso la más leve exposición podía provocarles deformaciones (de ahí el mito de los vampiros como hombres lobo); para evitar la luz solar, los enfermos salían principalmente de noche; hoy en día la porfiria puede tratarse con inyecciones de productos sanguíneos (siglos atrás, puede que los enfermos siguieran el tratamiento de beber sangre); la porfiria es hereditaria, pero los síntomas pueden permanecer inactivos hasta ser desencadenados por el estrés; el ajo contiene una sustancia que empeora los síntomas, convirtiendo un ataque leve en una reacción agónica.
Richard Cohen
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