En el mundillo de los chascarrillos biológicos hay una serie de clichés gráficos que, a poco que busquemos, veremos repetidos hasta la saciedad. Uno de los ejemplos favoritos de un amigo mío es el del tiburón-ballena, el pez más grande del mundo, que para mostrarlo a escala a menudo es reproducido en libros o en internet junto a un buzo. Mi amigo suele bromear diciendo que esos buzos se han convertido ya en un apéndice del animal, y que ningún tiburón-ballena está completo sin él. Otro ejemplo de estos clichés es la imagen de un niño pequeño plácidamente (casi mágicamente) posado sobre la inmensa hoja flotante del nenúfar gigante de nombre científico Victoria amazonica. El origen de esta imagen tópica se remonta a mediados del siglo XIX, cuando una parte de la sociedad inglesa, empezando por la reina y acabando en los jardineros, estaba totalmente asombrada por esta planta que sólo un puñado de personas había visto fuera de la selva.
La verdad es que no es para menos, ya que Victoria amazonica es una planta con muchos motivos para asombrarnos. Sus hojas, que pueden crecer a un ritmo de varios centímetros al día, llegan a alcanzar hasta los dos metros y medio de diámetro, una auténtica isla improvisada en los cauces fluviales sudamericanos, plataforma y refugio de aves acuáticas y parasol de toda la fauna sumergida. Sus espectaculares flores (¡de hasta 40 cm de diámetro!) solo se abren durante dos noches consecutivas y atraen con su agradable fragancia a piña y con el calor producido por sus propios tejidos a los escarabajos que se encargarán de polinizarla. En la primera noche las flores son de color blanco y solo están receptivos los órganos femeninos. Los escarabajos llegan cargados de polen de otras flores y normalmente se quedan encerrados en la flor cuando ésta se cierra al amanecer, pasando el día polinizándola. En su segundo atardecer, la flor de Victoria vuelve a abrirse, esta vez mostrando un color rosado y ya produciendo activamente su propio polen, que será dispersado durante esa segunda noche. Al llegar el último de sus amaneceres, la flor se cierra definitivamente y se hunde de nuevo en el agua, donde madurarán las semillas.
Esta imagen fue tomada en Carolina del Norte en 1892, pero no tenéis más que hacer una búsqueda rápida para comprobar que hay toda una obsesión por subir niños y bebés a las hojas de estos nenúfares gigantes |
La verdad es que no es para menos, ya que Victoria amazonica es
una planta con muchos motivos para asombrarnos. Sus hojas, que pueden
crecer a un ritmo de varios centímetros al día, llegan a alcanzar hasta
los dos metros y medio de diámetro, una auténtica isla improvisada en
los cauces fluviales sudamericanos, plataforma y refugio de aves
acuáticas y parasol de toda la fauna sumergida. Sus espectaculares
flores (¡de hasta 40 cm de diámetro!) solo se abren durante dos noches
consecutivas y atraen con su agradable fragancia a piña y con el calor
producido por sus propios tejidos a los escarabajos que se encargarán de
polinizarla. En la primera noche las flores son de color blanco y solo
están receptivos los órganos femeninos. Los escarabajos llegan cargados
de polen de otras flores y normalmente se quedan encerrados en la flor
cuando ésta se cierra al amanecer, pasando el día polinizándola. En su
segundo atardecer, la flor de Victoria vuelve a abrirse, esta vez
mostrando un color rosado y ya produciendo activamente su propio polen,
que será dispersado durante esa segunda noche. Al llegar el último de
sus amaneceres, la flor se cierra definitivamente y se hunde de nuevo en
el agua, donde madurarán las semillas.
Flor de Victoria amazonica durante su primera noche.Fuente: David Stanley. |
La descripción botánica de esta planta se resistió unas cuantas décadas
más de lo esperado. Posiblemente su primer descubridor europeo fue el
botánico de origen checo Tadeo Haenke, “contratado” por el gobierno español para explorar la flora de las Indias (se unió a la Expedición Malaspina,
por ejemplo). En 1801, durante uno de sus viajes por los ríos
bolivianos, registró una flor tan rara y hermosa “que le hizo caer de
rodillas de la admiración”, sin embargo murió antes de describir
oficialmente la especie. Aimé Bonpland, el compañero de
Alexander von Humboldt, descubrió también esta planta en 1819, tras
instalarse en Argentina, pero parece que tampoco en esta ocasión se
formalizó el hallazgo. A la tercera va la vencida: en 1832, Eduard Poeppig la recolectó en el Amazonas y publicó su descripción.
En una época en la que la exploración botánica hacía furor y en la que
cada nueva especie descubierta en los trópicos era examinada en busca de
posibles usos económicos, una joya como esta captó inmediatamente el
interés de los botánicos europeos y más concretamente del centro
neurálgico de la botánica mundial del momento: Los Kew Gardens,
en las afueras de Londres. Allí llegaban constantemente, de lugares tan
remotos como Australia, India o Tierra del Fuego, plantas aún
desconocidas para la ciencia que eran descritas y conservadas en
herbarios, plantas cuyas semillas se intentaban cultivar en los jardines
ingleses. Por aquel entonces, la botánica era una fuente de innovación
con un impacto social como podría ser hoy la nanotecnología, una ciencia
que aportó descubrimientos que, como el caucho o la quinina, cambiarían
el mundo. La fascinación que produjo algo tan exótico como el nenúfar
gigante del Amazonas se ve reflejado en el nombre genérico definitivo
que recibió: el de la mismísima reina Victoria; una planta solo digna de
la realeza inglesa. Ahí es nada.
Victoria amazonica en su hábitat natural.Fuente: David Stanley. |
No es de extrañar que la floración de la Victoria se convirtiese en un acontecimiento digno de ver para la sociedad de la época y los invernaderos donde crecían se llenaran de visitantes. Las propiedades superlativas de esta planta fueron exploradas por el propio Paxton, entre ellas la sorprendente solidez y flotabilidad de sus hojas. Paxton lo demostró haciendo que su hija Annie se subiera a estas hojas (e iniciando de esta manera el cliché con el que comenzábamos esta historia), como retrató The Illustrated London News el 17 de noviembre de 1849. Esta capacidad de sostener tanto peso se debe a que los nervios de las hojas de Victoria amazonica son muy robustos, se disponen formando una malla que absorbe muy bien la tensión y porque –además- sus tejidos están llenos de aire. Aunque el nenúfar gigante no parecía tener ningún uso comercial más allá del de su valor estético, Paxton quedó maravillado ante este eficaz y ligero andamiaje, y esta fue la clave de una aplicación que a menudo se pasa por alto cuando se valora el interés del estudio de la biodiversidad: la inspiración.
Annie Paxton se convierte en la primera de una interminable lista de niños y bebés que son montados en las hojas de Victoria amazonica para demostrar su robustez, originando un secular meme botánico |
El interior del Palacio de Cristal durante la Exposición Universal de Londres de 1851 |
Hoy en día llamamos “biomimética” a esta forma
consciente de aplicar en la tecnología estructuras o mecanismos
biológicos cuya efectividad ha sido validada por la selección natural:
desde el diseño de edificios inteligentes a mecanismos energéticamente
eficaces, e incluso obras de arte. La biomimética nos recuerda que hay
muchas maneras de conseguir que el conocimiento científico básico o
fundamental encuentre aplicaciones útiles, a veces puede ser cuestión de
dejarse inspirar por lo insólito.
Envés de una hoja de Victoria amazonica, mostrando sus robustos nervios que inspiraron el Palacio de Cristal |
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