lunes, 8 de junio de 2015

El don de la luz




    Cuando se crearon los animales de la tierra, el titán Epimeteo (cuyo nombre significa "el que piensa las cosas después") asumió la tarea de dar a cada uno alguna facultad para protegerse y sobrevivir. A la tortuga le dio un caparazón; a la abeja, un aguijón; a otros seres, velocidad y astucia. Cuando llegó al ser humano, se habían agotado todos los poderes de la naturaleza; nada quedaba para el hombre. En palabras de Platón, el ser humano quedó "desnudo, descalzo, desprotegido y desarmado". El torpe Epimeteo, desalentado, acudió a su sabio hermano Prometeo (cuyo nombre significa "el que piensa las cosas antes"). Al ver el desamparo del hombre, Prometeo tuvo la audacia de robar a Zeus el don del fuego y llevárselo a la humanidad como los antiguos marinos transportaban las brasas, en un gigantesco tallo de hinojo. El ser humano ha encendido sus civilizaciones, sus culturas y sus tecnologías con la luz del regalo de Prometeo. El fuego y la luz de Zeus se convirtieron en propiedad del hombre.

    Prometeo sufrió un cruel castigo por sus acciones en aras de la humanidad: encadenado a las montañas del Cáucaso, donde un águila enviada por Zeus le arrancaba y le devoraba cada día el hígado, sede de la vida. Tampoco la humanidad pudo disfrutar en paz de su dádiva, Zeus, colérico y celoso, ordenó a Hefesto, el cojo herrero de los dioses, que construyera una seductora autómata, Pandora, cuya infame caja aceptó codiciosamente Epimeteo. Cuando vio su pernicioso contenido, ya era demasiado tarde. Contra la voluntad de Epimeteo, Pandora abrió la caja y desató la enfermedad, el pesar y el dolor sobre la humanidad. El regalo del fuego y todo lo que simboliza está inextricablemente ligado a la carga de la vigilancia. Bajo el control humano, el fuego de los dioses quema y calienta, ciega e ilumina.



Arthur Zajonc

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