El aborto no es ni ha sido nunca un derecho, dicen los juristas.
El aborto es y ha sido siempre cosa de mujeres y las mujeres no han
sido sujeto de derecho hasta hace muy poco. De ningún derecho, ni
siquiera del derecho a la vida.
La vida, que según algunos arranca justo después de la fecundación
del óvulo por el espermatozoide. Esa célula invisible y tan poco viable
que, en la inmensa mayoría de los casos, no prospera, se degrada y es
eliminada con el resto de los desechos del cuerpo de la mujer.
Porque es el cuerpo de la mujer, el derecho a la vida de la mujer, lo
que se ha ignorado desde los albores de la historia hasta ayer mismo.
Los teólogos y moralistas que tan enfáticamente defienden ahora los "derechos" de una célula invisible,
han ignorado los millones de mujeres que han muerto a lo largo de la
historia a causa de abortos-carnicería. Desde su perspectiva, esas
mujeres no merecían misericordia porque, con su consentimiento o sin él,
habían concebido fuera de los cauces legales, o habían atentado contra
el mandato divino de parir con dolor; por ello, su muerte era un castigo
merecido. Eso era justicia divina, la misma que las mataba en la flor
de la vida en uno de sus innumerables partos.
Porque parir ha entrañado hasta hace un siglo grave peligro de
muerte, casi todas tenemos abuelas y bisabuelas que murieron de parto. A
pesar de lo cual las mujeres, todas las mujeres, desde las reinas hasta
la última esclava, han estado obligadas a traer al mundo todos los
hijos que Dios quisiera. Por razones de Estado las reinas, por la ley de
Dios las buenas cristianas, por las necesidades de la sociedad todas.
¿Y si no había con qué alimentar a los hijos que venían? ¿Y si la madre
moría y los dejaba a todos huérfanos? Los derechos de todas esas
personitas reales que pensaban y sufrían nunca fueron tenidos en cuenta
por los legisladores. En esas circunstancias podría pensarse que las que
no podían parir eran afortunadas, pero esas eran las más desgraciadas.
¡Ay de aquellas mujeres infértiles, cuya vida era estéril, yerma!
¿Había alguna forma de escapar al destino de morir pariendo? Solo las
que tuvieran la suerte de tener amplios diámetros pélvicos y
resistencia a las infecciones podían salvarse. Porque las relaciones
sexuales no eran, no han sido hasta hace muy poco, una elección, sino
una obligación para las mujeres casadas (aún hoy en algunos países los
maridos tienen derecho, por ley, a privar de la comida a sus mujeres si
estas se niegan a tener relaciones sexuales con ellos). Una obligación
de la que tampoco se libraban muchas mujeres solteras, y no hablemos de
las prostitutas. Teniendo en cuenta que los anticonceptivos eficaces son
un invento de hace medio siglo, el aborto, aun en el caso de que fuera
realizado de forma inapropiada, muchas veces era preferible al embarazo y
al parto.
Por eso ha habido abortos desde que hay historia y la información
sobre sustancias abortivas, generalmente plantas, se ha difundido entre
las mujeres y ha sido censurada por los hombres. Las mujeres han
abortado siempre de forma segura o insegura, las casadas y las solteras,
las nobles y las siervas. Mujeres de todas las clases sociales, con el
consentimiento y ayuda de sus maridos o amantes o sin él. Y si el aborto
ha fracasado (incluso el último recurso de la aguja de hacer punto),
han sido ellas las que han cargado con el fruto del embarazo y el
estigma de su pecado.
En una revolución sin precedentes, el siglo pasado los métodos
anticonceptivos (que en su día también fueron anatemizados por todos los
estamentos bienpensantes de la sociedad) primero, y los abortos seguros
después, devolvieron a las mujeres su cuerpo. No a todas las mujeres,
desde luego, solo a las del Primer Mundo, pero al menos nosotras hemos
recuperado el cuerpo y la sexualidad que nos había sido robada hace
miles de años.
Pero ningún derecho es inviolable, ningún logro irreversible,
especialmente si se trata de mujeres. Un ministro prepotente de este
Primer Mundo quiere eximirnos de la culpa de abortar,
devolviéndonos al limbo de la minoría de edad. Una minoría de edad en
la que estamos privadas del cuerpo y de la sexualidad, que debe de creer
que es patrimonio exclusivo de los hombres.
Pero ahora las mujeres no sólo somos capaces de parir. También nos
hemos lanzado a pensar, a protestar y a escribir. No sólo somos sujetos
de derecho y podemos votar, también podemos legislar. Además, hay una
inmensa mayoría de hombres que han ayudado a que sea así. Hombres de
todas las clases sociales y de muy diversas tendencias ideológicas que
estoy segura de que se abochornan de la forma de actuar de este ministro
y no van a ser cómplices de ese nuevo robo del cuerpo de las mujeres
que se quiere perpetrar. Porque esa mayoría de hombres, que ha ayudado a
las mujeres de este país a llegar a donde estamos, sabe que es mil
veces preferible tener compañeras a tener esclavas.
A todos los hombres y mujeres racionales les pido que olviden sus
diferencias y se unan para impedir que un ministro obtuso siga
insultando al país volviendo a condenar a la mitad de su población a la
esclavitud de los embarazos no deseados.
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