Para los que el alma les cojea, para que se pongan una escayola y cojan unas muletas y sigan caminando.
Para quienes esconden cardenales en sus brazos y piernas, para que tengan el valor de hacer una maleta y no mirar atrás.
Para los que pasan hambre y frío, para que
 encuentren un poco de calor en mis palabras y, al menos, el estómago se
 les llene de esperanza.
Para quienes sufren postrados en una cama, para que sigan soñando y viajando muy, muy lejos con la mente.
Para ti. Para mi.
Para todos.
He aprendido un par de cosas importantes, esenciales incluso, en estos últimos meses.
1. El mundo es un lugar injusto. Y 
cuanto menos intentes comprenderlo, más fácil te resultará soportarlo. 
No tienes la culpa. Algunas veces simplemente no hay elección. Alguna 
fuerza superior y, desde luego, muy fuera del alcance de la razón (esa 
gran desconocida en los tiempos que corren), te coje, te lleva, te 
balancea, te empuja, te escupe, te marea y acabas perdido en un océano 
voraz.
2. Nadie está a salvo de las garras inclementes de un, llámalo destino, llámalo suerte, incierto.
3. En el mundo hay unos cuantos hijos de
 puta. Otros cuantos inútiles ignorantes. Y millones y millones de gente
 buena dispuesta a ayudar. Rodéate bien de los del tipo C. Son los 
buenos. Si alguien o algo te hace sentir mal, insegura, temerosa, frágil
 o idiota, estás a tiempo, sólo dentro de un ataúd es ya demasiado 
tarde, corre, lárgate de ahí. Sálvate.
4. La tristeza es lo fácil. La rabia, el
 odio, la búsqueda sin tregua de culpables, la impotencia, las ganas de 
gritar hasta desgarrarte la garganta y de romper todo aquello que 
parezca aún más frágil que una misma. Y estás en tu pleno derecho. Hazlo
 de hecho. ¡Venga! ¡Ahora! Prueba: grita, llora, golpea un cojín, tírate
 de los pelos si quieres, enfádate con el mundo, trata con ira a todo 
aquél que te rodea por el simple hecho de que esté mejor que tú (bajo tu
 prisma claro, siempre). Pero lo que encontrarás después es que la pena 
ha engullido la poca energía que te quedaba y, en consecuencia, tienes 
menos en el corazón para seguir luchando (contra lo que sea).
Tenemos, por lo tanto, dos opciones ante
 la vida. Simplifiquemos. Podemos llorar o podemos reír. Os prometo que 
lo más fácil es meterse en la cama y taparse hasta las cejas con las 
mantas. Pero os prometo que eso no es vivir. Te invito, desde y con el 
corazón, a que elijas la vida. A que elijas reír. Empieza por sonreír en
 este mismo momento. Fuérzate incluso. Hay estudios que demuestran que 
aquellos quienes en una prueba experimental sujetaron un lápiz en la 
boca de forma horizontal (de manera que la boca adoptaba la forma de una
 sonrisa) eran sutilmente más felices que aquellos que introducían el 
lápiz perpendicularmente respecto a la dirección natural de los labios 
en el tiempo directamente posterior a terminar la prueba. Nos sugiere 
que, a veces, hay que empezar por las propias acciones para cambiar 
nuestros pensamientos y, ya de paso, nuestras emociones.
Puede que te encuentres en medio de un 
océano de fuego, salvaje, temible, atroz. Todo es incierto, pero en 
mitad de todos los eventos aleatorios que nos ocurren en la vida, una 
única verdad se erige evidente: quien no se permite intentarlo, no lo 
consigue. Poquito a poco, sin prisa, pero sin pausa, mueve brazos y 
piernas, haz un poco de fuerza abdominal, consigue coordinarlo todo y 
aprenderás a nadar. Y si el viento sopla, por un casual, a tu favor, 
acabarás llegando a la orilla. No sé a cual, pero, al menos, habrá vida.
Tú te mereces ser feliz. Te debes a ti mismo quererte un poquito más y juzgarte un poquito menos.
 
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