miércoles, 14 de agosto de 2019

Hong Kong no tiene futuro

Al escuchar su respuesta entendí el problema de Hong Kong. Conocí a mi amiga hongkonesa en Barcelona y nos pusimos a charlar.
Reuters
Al escuchar su respuesta entendí el problema de Hong Kong. Conocí a mi amiga hongkonesa en una discoteca pija de Barcelona y nos pusimos a charlar de política. Le conté que había visitado Hong Kong un par de años atrás. Lo que más me fascinó entonces fue que, justo al llegar a la ciudad, me encontré con una manifestación ante mis narices. Había pasado meses trabajando en China continental como periodista y ver una protesta cruzando la calle era para mí una absoluta novedad. Parecía que hubiera entrado en otra realidad.

Mi amiga me explicó que iba a estudiar en una escuela de negocios de élite de Barcelona. También me contó que había participado en la Revolución de los Paraguas de 2014 y que temía por el futuro de Hong Kong. Fuimos quedando de manera regular.

Una vez le hice una pregunta trampa: "¿Qué diferencia hay entre los jóvenes de China continental y los de Hong Kong?". Me esperaba que dijera que los jóvenes chinos estaban absorbidos por la propaganda, o que los hongkoneses tenían más consciencia de los valores liberales y democráticos. Pero lo que me contestó me hizo ver Hong Kong desde una nueva óptica. Fue una respuesta dura y realista: "Ellos tienen mucha más energía que nosotros. Ya desde hace años parece que estemos paralizados. Ellos tienen ambición y nosotros nos hemos estancado".

Han pasado meses. Ahora mi amiga me envía whatsapps y vídeos desde Hong Kong, entre manifestación y manifestación. Es una de las centenares de miles de jóvenes que protestan en la ciudad. También es la perdedora de un cambio geopolítico ante el que Hong Kong nunca se preparó de manera realista.

Y es que los manifestantes que protestan, destruyen y gritan allí no son tan diferentes a otros fenómenos que están sucediendo alrededor del mundo. La América de Trump, el Brexit o los llamados populismos son todos reacciones a cambios en el reparto del poder mundial, que ya no reside exclusivamente en Occidente. La hegemonía clara que tenían estos centros de poder está siendo puesta en duda por países que crecen de manera acelerada y quieren alcanzar a Occidente.
Algunos, incluso, superarlo. A Hong Kong le está pasando lo mismo. Sus grandes competidores son las ciudades punteras de la China continental.

En 1997, cuando Hong Kong dejó de ser colonia británica y volvió a ser parte de China, la situación era distinta. Tenía estándares de vida desarrollados, y su modo de vida y economía eran la envidia de las urbes del resto de China. De hecho, muchos chinos ya migraban a Hong Kong desde los años 80 como trabajadores baratos. Sus patrones hongkoneses se beneficiaban y ellos también: podían ganar mucho más que en cualquier lugar de China. El maoísmo no quedaba tan lejos. Las ropas, el ocio y la música les deslumbraban. La ciudad era una imagen del futuro al que aspiraba China.

Ahora la situación ha cambiado. China se ha convertido en la segunda potencia mundial y en un coloso económico. Las grandes ciudades como Pekín, Shanghai, Cantón, Shenzhen o Hangzhou son sus motores. Y no tienen mucho que envidiar, económicamente, a Hong Kong. Algunas de ellas tienen ya más dinamismo, influencia internacional y energía humana. Si uno visita Hong Kong y después Shenzhen, ciudades vecinas, los sueños futuristas le asaltarán cuando pasee por la segunda.
La ventaja comparativa que tenía Hong Kong respecto al resto de China se ha ido difuminando con el paso de los años. Esto no sólo tiene importancia económica: también afecta a la autonomía democrática que ha mantenido desde 1997. El modelo de un país, dos sistemas supuso un gran impulso a las empresas de Hong Kong, que pudieron beneficiarse de una economía amistosa y en despegue como la china -y de su mano de obra barata-. Pero ahora la situación ha cambiado. Hong Kong negoció su autonomía desde una posición de fuerza: era un núcleo avanzado y occidental frente a un país en desarrollo que salía de décadas de catástrofes. Ahora, en cambio, Hong Kong tiene delante a una superpotencia.

Las condiciones no son iguales, y tampoco el pulso y los beneficios entre las partes. No es realista creer que Hong Kong pueda defender su autonomía del mismo modo que hizo en 1997. El porcentaje de la economía china que supone la ciudad es mucho menor. Tiene problemas internos de pobreza, precios desorbitados en la vivienda y falta de expectativas de mejora entre la juventud. Hong Kong ya no está en la cresta de la ola y ve como delante de sus narices se ha producido un enorme cambio geopolítico -el ascenso de China- que no sabe cómo gestionar. Eso provoca frustración. Eso provoca protestas.

La mayoría de los hongkoneses querría que todo siguiera igual. Los mismos derechos, poca influencia de Pekín y mantener su situación especial. Los manifestantes han adoptado la táctica de la resistencia. Pero la confrontación directa con China no se puede ganar. Algunos piensan que tensando la situación con más violencia EEUU o el Reino Unido intervendrán. Es una suposición ilusa.

La tensión en Hong Kong muestra la desorientación de una ciudad que no ha sabido adaptarse y negociar con el ascenso chino. Es decir, una ciudad que no ha mirado la cruda realidad de frente y ha cerrado los ojos a su propio futuro. Los hongkoneses deberían pensar y negociar una nueva relación con China -cosa que nadie está haciendo seriamente-. Deben imaginar un nuevo rol y un nuevo papel respecto a China que justifique el mantenimiento de su autonomía. No puede ser el mismo que el de hace 20 años. Algunos dirán que eso no es justo. Pero así funciona la arena internacional.

Si los hongkoneses no intentan llevar la iniciativa en la negociaciones para adaptarse a la nueva situación geopolítica -y sólo resisten y protestan-, al final será Pekín, por puro peso político, económico y militar, quien las impondrá. La principal tarea de los hongkoneses debería ser imaginar un futuro realista para su ciudad, en el que su autonomía pueda encajar en el ascenso chino. Es una propuesta imperfecta y poco sexy. Pero así suele ser la realidad.

Fuente: https://www.elmundo.es/opinion/2019/08/14/5d52945521efa08b4e8b45d5.html

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