Desde el Sur siempre hemos considerado a los ciudadanos del norte soberbios y a la vez inocentes, con esa inocencia de los niños chicos a los que te dan ganas de darles una palmadita en la espalda y decirles: ¡Ea!, que no entiendes, chaval y ya te lo explico otro rato porque ahora como que no… O darles un cosqui para que espabilen.
Y en eso ando, porque: ¿Qué hacemos con estos señores holandeses, señores del colectivo LGTBI del partido socialdemócrata holandés, PvdA, fracción de Amsterdam, que sin ningún rubor se han marcado una perfomance inacabada? Al leer la noticia lo primero que me pregunté: ¿Sera un fake? Al comprobar que no, pensé: Día del orgullo, irían hasta arriba de hongos o hierba holandesa (no, no hablo de tulipanes, esos son flores y proceden de Turquía): Seis representantes de colectivo LGTBI de este partido se han disfrazado cada uno con un burka de color, queriendo replicar la bandera arcoiris, al grito de “la libertad también es poder llevar lo que quieras” y con carteles donde se ve dibujada una queen burka (burka arcoiris).
Estos señores apoyan a las mujeres obligadas a llevar burka (y digo obligadas, porque aunque algunas griten que es su libre elección, todas sabemos lo que significa esa “libre elección”) A ellos les parece legítimo que en nombre de una religión que desconocen, las mujeres deban ir cual ninjas por la calle. Les parece legítimo que las mujeres desaparezcan del espacio público. Les parece legítimo que en nombre de una religión los hombres obliguen a sus mujeres a ir tapadas hasta las cejas para salvaguardar su honor, ¡el de los hombres por supuesto! Les parece legítimo que esas mujeres no puedan acceder a un trabajo, que no puedan bañarse en la playa como ellos, o como sus compañeras holandesas, les parece legítimo que esas mujeres tengan que casarse con quien decida el padre o el hermano, les parece legítimo que esas mujeres no puedan interactuar con hombres, les parece legítimo, en fin… que esas mujeres no disfruten de los mismos derechos que sus compañeras holandesas, y eso, señoras, es racismo del duro! Racismo, porque estos señores parece ser que piensan que los musulmanes no son capaces de liberarse de la opresión ejercida por teólogos y países interesados en que esto vaya a más, y se empeñan en disfrazar de cultura lo que es fundamentalismo religioso e imposición.
Pero no, ellos se quitarán su colorido burka y se sentarán en la terraza más próxima a beberse una birra fresca, que los rigores del verano holandés este año no hay cuerpo que lo aguante. Sus cuerpos no, el nuestro sí.
Muy acertada ha estado también mi amiga Imane Rachidi (autora de la noticia), cuando dice a título personal: “Ante este gesto político irresponsable me pregunto: ¿Saben en @pvda_amsterdam que los mismos islamistas que definen la decencia de una mujer en lo mucho que se tapa (hasta convertirse en un ser inexistente) también promueven la cárcel (si no la horca) para las personas LGTBI”?
Todo esto, que nos podría parecer hasta gracioso si hubiese sido un fake de verdad, es bastante grave, muy grave.
Se trata de una enfermedad que recorre Europa, una enfermedad que se está volviendo crónica, porque no quieren, no pueden o no saben cómo atajarla. ¿Saben cómo se llama esa enfermedad? Relativismo cultural.
¿Y qué es es esta enfermedad? ¿Qué síntomas tiene? Y sobre todo, ¿tiene cura?
El relativismo cultural es una propuesta teórica y metodológica del antropólogo Franz Boas (1858-1942), quien expone que para explicar estudiar y analizar cada cultura se deben tener en cuenta sus particularidades e historia. Digamos que es una teoría que pretende curar el etnocentrismo; me explico: considerar la cultura occidental superior a otras culturas es etnocentrista.
¿Pero como actúa el relativismo cultural? ¿Como una cura para el etnocentrismo? Pues eso parece que debiera ser, ¡pero no! Aquí el virus ha mutado y de repente el relativismo cultural dice, sin decirlo abiertamente, (ya sabéis como actúan esos malditos virus) que cada comunidad puede oprimir a los suyos como quiera, porque son machistas, ¡pero son los suyos! Y se convierte así en una forma de racismo inverso, ese racismo que consiste en aplaudir la opresión siempre que ocurra en otros lugares.
Claro ejemplo es el de los señores socialdemócratas holandeses disfrazados con el símbolo de opresión por antonomasia del islamismo más recalcitrante, que reivindican el burka al grito de “Libertad es también usar lo que quieras”
Los síntomas se pueden ver claramente en la nueva izquierda europea, contagiada hasta los tuétanos; así podemos ver a estos señores disfrazados con burkas LGTBI, o podemos ver mujeres ocultas bajo capas de velos militando o, peor, como diputadas en partidos como Esquerra, Podemos, la Cup. Diciendo además que son feministas. Podemos ver como en programas de televisión, redes sociales, medios de comunicación en general, se espantan porque el burka o nicab se prohíba en ciertos espacios públicos. Podemos ver como ningún partido, en España al menos, lleve en sus programas la laicidad, ¡no, por Dios! Podemos ver como se forman, conforman, se aplauden y subvencionan plataformas contra la islamofobia, ¡no vayan a decir que nosotros lo somos! Y algunos síntomas más de los que ahora ni me quiero acordar.
¿Esta enfermedad tiene cura? Por supuesto, la tiene, pero como decían antes los médicos de cabecera, el enfermo tiene que tener voluntad para curarse. La cura es fácil, solo hay que tener siempre presente la carta de los derechos humanos y aplicarla.
Estos señores se han manifestado en Holanda, donde recientemente el gobierno ha prohibido el burka en algunos espacios públicos. Protestan contra esta decisión, protestan ellos y protestan los islamistas. Los primeros protestan esgrimiendo argumentos libertarios infectados de esa enfermedad que es el relativismo cultural, olvidan que todas las mujeres del mundo debemos tener los mismos derechos, los mismos que sus compañeras holandesas, olvidan que las musulmanas no son una raza distinta, son mujeres, mujeres que se merecen ganar espacios de libertad, que se merecen que el Estado las proteja de la tutela de sus padres y maridos.
Los islamistas protestan clamando: ¿Quién es el Estado para decidir qué se ponen nuestras mujeres? ¡son nuestras mujeres y nosotros decidimos como tienen que vestir y hemos decidido que vayan cubiertas de negro de la cabeza a los pies! Porque claro, el Estado no tiene derecho a opinar sobre si una ciudadana debe ir tapada hasta los ojos o no, ellos sí y ¿por qué ellos sí? ¡Porque esas ciudadanas son suyas!
Yo me temo que viendo el panorama, y sabiendo que no puedo dirigirme a más altas instancias, solo me queda esperar a una nueva o nuevo Louis Pasteur que remedie este mal.
Fuente: https://nonostaparanblog.wordpress.com/2019/08/07/con-burka-y-a-lo-loco/
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