jueves, 29 de agosto de 2019

El cuerpo desnudo es política: así hace arte la ceramista Eliza Hopewell

Acudimos al estudio londinense de esta pintora, ilustradora y ceramista. Una artista que ha conseguido triunfar convirtiéndose en empresaria y vendiendo su propia línea artesanal de productos decorativos en la que aborda de manera honesta temas polémicos e incluso escandalosos, como el desnudo, la masturbación o la menstruación.


“Todo el mundo se merece sus 20 centímetros”, nos dice Eliza Hopewell con una sonrisa entre irónica y traviesa. Sus ‘20 centímetros’, los que ella empezó realizando de manera artesanal en su estudio, como regalo ‘creativo’ para amigos y conocidos, son platos de cerámica decorados con un gusto exquisito y subversivo. Lleva apenas dos años dedicándose a ello y ha conseguido convertirlo ya en un próspero negocio: algunas de sus creaciones (platos, sí, de unos 20 centímetros de diámetro, de ahí la broma) han sido adquiridos por la familia Rothschild, por la diseñadora Bella Freud o por la cadena hotelera Soho House.

Eliza nos recibe en el lugar en que empezó todo, su antiguo estudio en el barrio londinense de Camberwell. rodeada de pinturas, cerámicas y bocetos. Mientras pone en marcha el calentador para subir un poco la temperatura de este espacio amplio y tirando a gélido que al parecer lleva unos días sin ser usado, la artista nos cuenta cómo acabó dedicándose a esto de la decoración artesanal casi por casualidad: “Antes de que me parase a pensar si llevar un negocio era lo que quería hacer con mi vida, ya lo estaba haciendo. Se había corrido la voz y mis regalos artesanales para amigos y amigos de amigos empezaban a venderse muy bien, así que decidí dejarme llevar por la corriente y centrar en ello mis esfuerzos. De alguna manera, la idea ya se había hecho realidad antes de que me la plantease conscientemente”.

Eso sí, no se trata de una decoración artesanal cualquiera. La Hopewell empresaria se ha mantenido fiel hasta ahora al personal estilo de la Hopewell pintora, que consiste en coloristas viñetas de mujeres desnudas que fuman, se afeitan, se masturban, nadan, menstrúan o practican el sexo con total abandono. Con naturaliad. Con la misma libertad con la que Eliza entiende el arte y la vida.


 El desnudo os hará libres
“Sí, para mí el desnudo como un acto liberador”. Hopewell coincide con el escritor John Berger en que desnudarse es ejercitar la propia libertad si lo hacemos para nosotros mismos, pero puede ser sinónimo de sumisión y de intimidad violentada si es la mirada ajena la que nos desnuda. Esta noción de lo problemática que puede ser la desnudez impregna su trabajo: “Por supuesto, tengo muy en cuenta el desnudo clásico y entiendo lo que de objetivación del cuerpo femenino tiene gran parte de la tradición de las artes plásticas. Pero si pinto cuerpos de mujer desnudos es porque quiero mostrarlos tal cual son, con su belleza imperfecta, sin idealizarlos ni reducirlos a las expectativas de una mirada ajena. Últimamente me estoy empezando a plantear que pintando solo cuerpos femeninos estoy contribuyendo de manera involuntaria a es mirada objetivadora, a ese prejuicio cultural que consiste en pensar que el cuerpo de la mujer es más atractivo y más deseable que el del hombre. Por eso quiero pintar más hombres desnudos, porque cualquier cuerpo humano es hermoso a su manera y pintarlo resulta fascinante”.

Le pregunto si  el éxito reciente de la tercera ola feminista le ha hecho cuestionarse ese carácter liberador que atribuye al desnudo, si esa nueva perspectiva de género hace que se plantee mostrar el cuerpo de una manera menos deliberdamente escandalosa. “Me encanta que el feminismo esté ahora mismo tan de moda”, me responde, “pero las conclusiones a las que llego yo sobre las nuevas perspectivas de género son distintas a las que tú me sugieres. Más que autocensurarme más, estoy decidida a autocensurarme menos. Por ejemplo, ¿por qué deberíamos aceptar que el arte no pede mostrar a una niña que menstrúa? Es una parte de la realidad que no tenemos por qué esconder, la clave está en cómo la mostramos. La artista estadounidense Lisa Yuskavage dijo algo que tengo muy en cuenta: “Si solo muestras a la gente lo que quiere ver, lo que le gusta y está esperando que le muestres, lo estás haciendo muy mal”. Estoy muy de acuerdo. Yo no quiero complacer a la gente. Es mucho más interesante incomodarla, sorprenderla y hacer que se cuestione las cosas”.


Hopewell, que se formó como pintora y grabadora en la Escuela de Arte de Glasgow, se ha visto obligada a irse replanteando sobre la marcha su vocación artística y, ya como empresaria al servicio de su propio arte, su modelo de negocio. Al principio, aceptaba encargos y retrataba a sus clientes: “Los museos están llenos de retratos de aristócratas y de gente muy rica que podía permitirse el lujo de contratar los servicios de un pintor. Yo intenté ofrecer eso a la gente común, a cualquiera que me hiciese un encargo. Si Kate Moss puede tener toda una vajilla decorada con su retrato, ¿por qué no ofrecerle esa posibilidad a mis amigos, vecinos y conocidos, aunque vivan en un piso de protección oficial, estén en paro y puedan pagarme muy poco … o nada?”.

Sin embargo, esta manera altruista y democrática de trabajar acabó siendo insostenible: “Disfrutaba mucho, pero suponía un esfuerzo enorme y apenas me daba dinero. Era mi proyecto personal, pero estaba llegando al límite de mi capacidad. Hacía retratos familiares al viejo estilo, con ese punto kitsch de los objeto decorativos de nuestras abuelas, y eso me exigía 15 o 20 horas de trabajo por cantidades muy bajas. Me resistía a subir la tarifa, porque no quería dejar de ser una artista al servicio de la gente común, pero cuando te paras a pensar cuánto dinero ganas por cada hora que dedicas a tu actividad diaria, eso te plantea problemas de autoestima y dudas sobre el valor de tu trabajo”.

Por eso acabó cruzando la frontera suti pero brutal que separa las artes plásticas puras del negocio de la decoración artesanal. “El inconveniente es que te conviertes en empresaria sin tener las cualidades necesarias para serlo. Casi todas las personas con inclinaciones artísticas carecemos de esas cualidades. Somos poco disciplinadas, poco sistemáticas, algo narcisistas en el sentido de tener una visión y querer mostrársela al mundo sin hacer concesiones. Nada de eso coincide con la mentalidad empresarial, pero vas aprendiendo”. Eso sí, el suyo es un negicio solitario: “Soy mi propia jefa y eso es estupendo, pero paso el 90% de mi tiempo trabajando sola. Créeme si te digo que detrás de algunas de mis pinturas hay mucha angustia, muchas dudas y muy desagradables pesadillas”.


 En las redes
Nuestra conversación pasa del mudo físico al de las redes sociales, un campo en el que Eliza se siente muy a gusto. Le sugiero que gran parte de su éxito puede deberse a su magistral uso de Instagram, un entorno en el que no solo muestra su obra, sino también cuelga vídeos en los que baila al ritmo de The Slits, participa en debates sobre apropiación cultural o discute abiertamente sobre salud mental y relaciones sentimentales. Esa honestidad y esa franqueza a la hora de compartir su mundo personal y sus inquietudes la ha hecho muy popular en esta era digital presidida por el cinismo, la falsedad y la vacuidad: “Compartir todo eso me resulta muy natural, debo de ser la persona menos privada de la historia. También se trata de no pedir disculpas, ser totalmente quien soy y hacerlo de manera rotunda y agresiva cuando sea necesario. Hoy, la honestidad es casi un acto político ".

Aunque destaca que las redes sociales han proporcionado un espacio seguro a los que solían ser rechazados, marginados o incluso perseguidos en el mundo ‘analógico’, Hopewell tambié opina que han creado celdas de arrogancia e ignorancia: “Me preocupa que internet funcione como una especie de caja de resonancia en la que la mayoría de la gente se ve arrastrada a fingir que comparte los discursos tribales dominantes sin creer realmente en ellos. Por ejemplo, es curioso cómo en my poco tiempo, apenas cuatro o cinco años, la teoría de género se ha convertido en dominante en las redes obligando a la gente a posicionase de manera radical a favor o en contra. La mayoría lo han hecho a favor, porque parece la postura lógica y políticamente correcta, pero eso no quiere decir que los (y las) supuestos nuevos feministas hayan cambiado de verdad su manera de comportarse y relacionarse. Esos cambios  exigen mucho más tiempo, existe una brecha real entre lo que las personas se sienten obligadas a decir en las redes y lo que piensan realmente”.

A ella le preocupa, en especial, “la nueva inquisición progresista, tan tóxica a veces como la ultraconservadora, que se dedica a avergonzar y linchar en público a lo qe se apartan, aunque sea solo un poco, del pensamiento supuestamente virtuoso, que se ha onvertido en poco menos que obligatorio”.

Resultado de imagen de Eliza Hopewell

¿Qué hace ella para romper estos climas de falso consenso inducido, estas nueva espirales de silencio? “Lo único que en realidad puede hacerse: ser honesta. Reconocer que a veces no sé qué pensar sobre un tema determinado, que puedo equivocarme, que ni tengo ni tengo por qué tener todas las respuestas, porque la realidad es muy compleja”. Esta reflexión honesta sobre nuestras imperfecciones humanas en contraste con la perfección angelical que a veces nos exigen las redes ha llevado a la artista a conclusiones polémicas, pero que no por ello deja de compartir con quien quiera escucharla. “Valoro especialmente el coraje de las personas que reconocen haber pensado o actuado de manera racista, sexista u homofóba y que han cobrado conciencia de ello y se están esforzando por dejar todo eso atrás”. Para ella, los prejuicios no se superan mediante una negación hipócrita, sino asumiéndolos y combatiéndolos de manera activa a través de la información y la reflexión personal.

Cuando le pregunto qué piensa hacer a continuación, cuáles son sus nuevos proyectos, Hopewell hace una breve pausa, con la mirada perdida en los árboles que asoman por la ventana. “Creo que me apetece un cambio radical de rumbo”, me cuenta finalmente, “algo tan en apariencia trivial como pintar árboles. Nunca antes me lo había planteado, pero no sé por qué ahora soy más consciente de los bellos que son y del reto artístico que supone pintarlos”.

Este posible cambio de orientación en su quehacer artístico se debe también al éxito de sus platos: “En el último año, he vendido lo suficiente como para plantearme, por primera vez en mucho tiempo, que puedo pararme a pensar, tomarme unos días libres y luego acudir al estudio sin una idea preconcebida, con la apertura mental de plantearme nuevos proyectos y dedicar las horas a hace o que apetece, no necesariamente a lo que tengo que hacer para mantenerme a flote”. Esta nueva libertad tiene también sus (sutiles) inconvenientes: “Cuando dejas de trabajar con el piloto automático puesto, puede ser aterrador, porque debes replantearte una vez más qué quieres hacer, qué es lo que de verdad quieres deci, y eso siempre implica una cierta angustia”, Haga lo que haga, estamos seguros de que será algo vital, directo y honesto.

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/port/arte/20190826/cuerpo-desnudo-politica-arte-ceramista-eliza-hopewell?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=cm

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