Anteriormente hemos hablado del karoshi, ese suicidio involuntario de muchos de sus trabajadores ante la presión laboral por un sentimiento de deber para con la empresa y la sociedad. También conocemos su tendencia a la reclusión y el desapego, como practican los otakus o los hikikomoris. Hoy le toca el turno a los johatsu (蒸発), o "personas evaporadas", como los describe el Gobierno.
Se trata de una solución que muchos de nosotros hemos pensado en aplicar alguna vez, y que incluso se han atrevido a explorar ciertas obras populares. Convertirse en un johatsu es perder tu identidad. Tu familia, tu trabajo, tu nombre. Todo. Te vuelves un fantasma para el Estado, se borra todo tu rastro y renuncias a tu vida anterior para abrazar una nueva y marginal al no poder seguir soportando la presión que te acucia.
¿Y qué presión lleva a estas personas a dejarlo todo?
Según las estadísticas y los testimonios recogidos, una buena parte de ellos sucumben al agobio laboral o a la vergüenza de haber sido despedidos, cosa que son incapaces de comunicarle a sus seres queridos. También en muchos casos son miembros de familias que han contraído grandes deudas, bien por la adicción a las apuestas o por negocios ruinosos. Hay gente que misteriosamente, y sin justificación alguna, decide inmolarse socialmente.
Una parte importante de las desapariciones, aproximadamente uno de cada cinco casos, tiene que ver con la violencia de género: dado que el Estado no se comprometía (ni se compromete) a luchar contra estos abusos (hasta 2001 la ley dictaba que lo máximo que se podía hacer era pedirle a los maridos que fuesen más respetuosos con sus esposas) muchas mujeres empezaron a dejar a sus familias para vivir en la pobreza.
Porque esa es la nueva vida a la que se deben enfrentar muchos de sus protagonistas. El barrio de Kamagasaki de Osaka y el de San’ya de las afueras de Japón ya no aparecen en los mapas. De hecho, se han borrado sus nomenclaturas y, si preguntas por sus señas, muchos japoneses se hacen los suecos. No es que no sepan de qué les hablas, pero sí es una realidad desagradable que es mejor no afrontar.
Allá por los años del milagro japonés, entre los años 60 y los 80, San'ya era el hogar de miles de jornaleros de trabajos industriales y mecánicos. Los obreros de cuello azul que quedaron eclipsados a nivel de reconocimiento del Estado por sus compatriotas de cuello blanco. Eran trabajos informales, masculinizados, sin una gran paga pero que en la mayoría de los casos permitían sobrevivir a estos ciudadanos y en ocasiones, si el afectado era hábil, salvar un poco de dinero con el que volver a la sociedad.
Como comunidades masculinizadas que eran, el alcoholismo, el juego y la indigencia empezaron a proliferar. Muchos nunca lograron sobreponerse de sus adicciones y conductas perniciosas. Las mafias empezaron a tomar partido, adeudando a sus gentes. A día de hoy algunas ONGs entran diariamente al distrito para repartir comida. Muchos vecinos viven de forma tan precaria que se les consideraba muertos en vida.
La vida de los "fantasmas" que está a punto de desvanecerse
A medida que avanza la tecnología los empleos que sostienen a su población van volviéndose más escasos. A esto se les añaden otros dos problemas: con fines impositivos, y para que las deudas contraídas no se conviertan en una carga, desde 2015 el país está empezando a rastrear con más dureza a sus miembros. A medida que aumenta la presión inmobiliaria, barrios peor considerados empiezan a gentrificarse. Es posible que el modo de vida de los johatsus esté tocado de muerte.
Pese a todo lo visto, esta sigue siendo una solución positiva a un problema muy difícil de afrontar. Muchos de los individuos que toman este camino son precisamente vistos por los demás como débiles. El suicidio, al contrario que en nuestra cultura, allí está visto como un gesto honroso cuando el afectado tiene que enfrentarse al fracaso personal. Así lo ejemplifica el seppuku que practicaban los samuráis, pero también los ahorcamientos o saltos al vacío por el que optan muchos de los salaymen cada año.
Ese es el camino por el que optó Yuichi, un trabajador de la construcción que se "desvaneció" a mediados de los años 90 y con el que pudieron hablar periodistas del New York Post. Además de su trabajo, Yuichi tenía que hacerse cargo de su madre enferma y los gastos médicos asociados, una serie de presiones económicas que le llevaron a la bancarrota.
"No podía ocuparme de mi madre", dice. "Ella me lo había dado todo, pero yo era incapaz de cuidarla de vuelta". Su siguiente gesto podría verse como reprobable en base a los valores nacionales, pero le permitió salir de una situación asfixiante. Llevó a su madre a un hotel barato, alquiló una habitación para ella y la abandonó allí para no volver a verla nunca más. Después se mudó a San’ya. "Aquí ves a gente por las calles, pero ellos mismos saben que han dejado de existir. Nuestra huida de la sociedad fue nuestra primera desaparición. Ahora afrontamos la segunda: aquí nos dejamos morir poco a poco".
Hombres y mujeres que desaparecen por la vergüenza que llevan sobre sus hombros. Familias que, a su vez, y cuando sospechan que el miembro que ha desaparecido lo ha hecho por voluntad propia, no lo denuncian a las autoridades por sentir ese mismo temor a ser criticados por la sociedad. Esto se confirma cuando se comprueba que según las estadísticas oficiales del Gobierno apenas 2.000 personas desaparecen al año sin dejar rastro o sin regresar a los pocos meses de su periplo.
Dado que las leyes niponas son fuertemente garantistas de la privacidad de los ciudadanos (obligan a mantener el paradero de alguien en secreto incluso ante sus familiares salvo denuncia penal), es más fácil acudir a estos agentes. En la práctica, muchos cónyuges, hijos, hermanos o padres lo dejan estar. No quieren volver a saber de aquel que ha salido de su vida.
Fuente:https://magnet.xataka.com/preguntas-no-tan-frecuentes/johatsu-japoneses-cuando-vida-insoportable-que-borras-tu-rastro-tierra
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