La
semana pasada se rescató un documental estrenado en la televisión
pública en abril de 2016, tan solo un año después de su producción,
2015. Su título Dos bombas para una espía, del francés Gérard Puechmorel. Contaba la historia de Elizabeth Zarubina,
una agente soviética que coordinó el operativo de espías en territorio
estadounidense que consiguió el éxito más ambicioso que jamás pudiera
proponerse una agencia de inteligencia entonces: robar el secreto de la
bomba atómica.
Sabemos que la
inteligencia soviética fue la mejor del mundo. No en vano, llevaba
puesta en marcha desde treinta años antes de la II Guerra Mundial y, la
comprensible paranoia de la URSS de que iban a intentar destruirla por
todos los medios, no hizo más que entrenar y ejercitar a un cuerpo de
espías excelente. Como cuenta el documental, se sirvieron de los miles
de judíos que tuvieron que abandonar Europa Central con el auge del
nazismo y las políticas antisemitas, primero de persecución y poco
después de exterminio. Reclutando a los refugiados, crearon células
durmientes que se activaron después de la guerra. En algunos casos, casi
una década después.
Hay que mencionar que los soviéticos pudieron ganar esa guerra en parte gracias a su espía en Tokio, Richard Sorge,
que les confirmó que Japón no atacaría la URSS por el este, de modo que
pudieron volcarse en la defensa del oeste, por donde entraba el invasor
nazi. El desarrollo de la Guerra Fría, o su propia existencia, se debió
también a una acción de inteligencia. La protagonizada por esta espía,
Elizabeth Zarubina.
Había sido
entrenada en la eliminación de troskistas. Se ganaba su confianza en el
extranjero y los delataba. La voz del locutor del documental es fría
como el texto de sus memorias que está leyendo cuando dice: "Sabía que
cuando los detuvieran los iban a ejecutar".
Stalin envío a Vasily Zarubin
y a su mujer, la aludida Elizabeth, a Estados Unidos. Allí recorrieron
el país de punta a punta para familiarizarse con él. Para que nada en él
les fuera extraño. Inicialmente, su objetivo era informar sobre si
Estados Unidos llegaba a algún acuerdo por separado con los nazis
rompiendo el acuerdo de los aliados. Luego cambió a un objetivo mucho
más compejo.
La misión consistió en
infiltrarse en Los Álamos, donde el gobierno estadounidense había
reunido a la flor y nata del mundo científico para que desarrollasen la
bomba nuclear El problema con el que se encontraron los americanos, y
que no llegaron a abordar con contundencia, pues su oficina de
inteligencia y contrainteligencia estaba en pañales todavía, fue que
muchos de esos científicos tenía un pasado izquierdista. A través de Katherine Puening Harrison, la mujer del físico Robert Oppenheimer,
que era comunista convencida, casi como su marido, que por lo menos era
de profundas convicciones izquierdistas, lograron infiltrarse en la
ciudad de los científicos.
Al margen de
la épica de espías, el documental lo que arroja es una hipótesis. Puede
que esos científicos estuvieran muy preocupados por lo que estaban
inventando. De hecho, lo estaban. Y eran conscientes de que se arma, en
manos de un solo país, podría conducir al fascismo o al imperialismo o
al más criminal de los abusos sobre el resto del planeta.
Gérard
Puechmorel lo que plantea es que la misión de Zarubina fue heroica.
Gracias a ella, otro país consiguió la bomba. Las potencias, desde
entonces, no pudieron entrar en un conflicto abierto por la cuenta que
les traía.
Visto así, es cierto. Pero es simplista.
También el enfrentamiento congelado entre las dos potencias lo que hizo
fue desencadenar decenas de guerras por todo el mundo, especialmente en
el tercer mundo. Tan crueles y despiadadas como en las guerra en la que
habían muerto blancos, la cual, por cierto, también mató más en el
tercer mundo que en los propios campos de batalla donde se libraba la
contienda. Lo contó con poco eco, como las grandes noticias hoy en día, Rafael Poch en La Vanguardia, en Segunda guerra, tercer mundo.
A
quien le sirvió de poco el éxito de la misión fue a sus protagonistas,
al regresar a él le cayeron unos duros interrogatorios porque fue
acusado de haber servido al espionaje japonés. Los cargos se levantaron,
fueron condecorados, pero poco después a Zarubina se la expulsó de la
agencia de inteligencia soviética. Lo cuenta todo una fuente primaria,
su propio hijo.
Espías en Berlín
La noche continuó con otro documental reciclado, pero no menos interesante KGB-CIA Duelo en Berlín. También contaba con fuentes primarias, como el jefe de los servicios secretos de la República Democrática Alemana, Markus Wolf. El hombre, que ya colocó un best seller sobre su experiencia en el mercado, no da información especialmente relevante si se mira el documental en perspectiva, pero sí trata un caso alucinante, el de Günter Guillaume.
Guillaume fue lanzado a la RFA sin nada, como muchos otros espías, fue
abandonado a su suerte y forzado a buscarse la vida y salir adelante. El
hombre lo hizo poniendo en su empeño un exceso de celo muy alemán:
llegó a ser secretario del canciller alemán Willy Brandt.
Trepó hasta lo más alto, se casó y tuvo un hijo. Por eso cuando lo
detuvieron, recuerda el vástago, le dio un abrazo que nunca olvidará,
porque sabía que nunca más volvería a verlo. Guillaume volvió luego a la
RDA, al paraíso socialista, donde Wolf le dio la bienvenida. Dejó atrás
una carrera envidiable, con una posición social en lo más alto y un
poder considerable, sin embargo, prevaleció al final su condición de
espía, la de un espía que había sido enviado al otro lado del muro con
una mano delante y otra detrás. Hombres que ya no nacen.
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