sábado, 9 de junio de 2018

Elizabeth Zarubina, la espía de Stalin que le robó el secreto de la bomba atómica a los americanos

La espía enviada por Stalin a Estados Unidos logró infiltrarse en Los Álamos mientras se diseñaba la bomba atómica. Zarubina se encontró con un grupo de científicos, muchos con inclinaciones izquierdistas, que se preguntaban cuál sería el destino de su país si consiguiera un arma invencible tan desequilibrante. Muchos sospecharon que caería en el fascismo y por eso, sugiere un documental francés, se filtró la fórmula de la bomba, para equilibrar la balanza y mantener la paz mundial 

 Podrán venir muchas plataformas de pago, televisores con pantallas envolventes que te den masajes y contenidos audiovisuales a través de YouTube que conviertan la tele profesional en un ridículo vestigio del pasado; podrán llegar muchas modernidades, pero todavía, quedarse un sábado en casa y meterse entre pecho y espalda una Noche Temática de La2, no hay nada que pueda igualarlo.

La semana pasada se rescató un documental estrenado en la televisión pública en abril de 2016, tan solo un año después de su producción, 2015. Su título Dos bombas para una espía, del francés Gérard Puechmorel. Contaba la historia de Elizabeth Zarubina, una agente soviética que coordinó el operativo de espías en territorio estadounidense que consiguió el éxito más ambicioso que jamás pudiera proponerse una agencia de inteligencia entonces: robar el secreto de la bomba atómica.

Sabemos que la inteligencia soviética fue la mejor del mundo. No en vano, llevaba puesta en marcha desde treinta años antes de la II Guerra Mundial y, la comprensible paranoia de la URSS de que iban a intentar destruirla por todos los medios, no hizo más que entrenar y ejercitar a un cuerpo de espías excelente. Como cuenta el documental, se sirvieron de los miles de judíos que tuvieron que abandonar Europa Central con el auge del nazismo y las políticas antisemitas, primero de persecución y poco después de exterminio. Reclutando a los refugiados, crearon células durmientes que se activaron después de la guerra. En algunos casos, casi una década después.

Hay que mencionar que los soviéticos pudieron ganar esa guerra en parte gracias a su espía en Tokio, Richard Sorge, que les confirmó que Japón no atacaría la URSS por el este, de modo que pudieron volcarse en la defensa del oeste, por donde entraba el invasor nazi. El desarrollo de la Guerra Fría, o su propia existencia, se debió también a una acción de inteligencia. La protagonizada por esta espía, Elizabeth Zarubina.
 
Había sido entrenada en la eliminación de troskistas. Se ganaba su confianza en el extranjero y los delataba. La voz del locutor del documental es fría como el texto de sus memorias que está leyendo cuando dice: "Sabía que cuando los detuvieran los iban a ejecutar".

Stalin envío a Vasily Zarubin y a su mujer, la aludida Elizabeth, a Estados Unidos. Allí recorrieron el país de punta a punta para familiarizarse con él. Para que nada en él les fuera extraño. Inicialmente, su objetivo era informar sobre si Estados Unidos llegaba a algún acuerdo por separado con los nazis rompiendo el acuerdo de los aliados. Luego cambió a un objetivo mucho más compejo.

La misión consistió en infiltrarse en Los Álamos, donde el gobierno estadounidense había reunido a la flor y nata del mundo científico para que desarrollasen la bomba nuclear El problema con el que se encontraron los americanos, y que no llegaron a abordar con contundencia, pues su oficina de inteligencia y contrainteligencia estaba en pañales todavía, fue que muchos de esos científicos tenía un pasado izquierdista. A través de Katherine Puening Harrison, la mujer del físico Robert Oppenheimer, que era comunista convencida, casi como su marido, que por lo menos era de profundas convicciones izquierdistas, lograron infiltrarse en la ciudad de los científicos.

Al margen de la épica de espías, el documental lo que arroja es una hipótesis. Puede que esos científicos estuvieran muy preocupados por lo que estaban inventando. De hecho, lo estaban. Y eran conscientes de que se arma, en manos de un solo país, podría conducir al fascismo o al imperialismo o al más criminal de los abusos sobre el resto del planeta.

Gérard Puechmorel lo que plantea es que la misión de Zarubina fue heroica. Gracias a ella, otro país consiguió la bomba. Las potencias, desde entonces, no pudieron entrar en un conflicto abierto por la cuenta que les traía.

Visto así, es cierto. Pero es simplista. También el enfrentamiento congelado entre las dos potencias lo que hizo fue desencadenar decenas de guerras por todo el mundo, especialmente en el tercer mundo. Tan crueles y despiadadas como en las guerra en la que habían muerto blancos, la cual, por cierto, también mató más en el tercer mundo que en los propios campos de batalla donde se libraba la contienda. Lo contó con poco eco, como las grandes noticias hoy en día, Rafael Poch en La Vanguardia, en Segunda guerra, tercer mundo.

A quien le sirvió de poco el éxito de la misión fue a sus protagonistas, al regresar a él le cayeron unos duros interrogatorios porque fue acusado de haber servido al espionaje japonés. Los cargos se levantaron, fueron condecorados, pero poco después a Zarubina se la expulsó de la agencia de inteligencia soviética. Lo cuenta todo una fuente primaria, su propio hijo.

Espías en Berlín 

La noche continuó con otro documental reciclado, pero no menos interesante KGB-CIA Duelo en Berlín. También contaba con fuentes primarias, como el jefe de los servicios secretos de la República Democrática Alemana, Markus Wolf. El hombre, que ya colocó un best seller sobre su experiencia en el mercado, no da información especialmente relevante si se mira el documental en perspectiva, pero sí trata un caso alucinante, el de Günter Guillaume.

 Guillaume fue lanzado a la RFA sin nada, como muchos otros espías, fue abandonado a su suerte y forzado a buscarse la vida y salir adelante. El hombre lo hizo poniendo en su empeño un exceso de celo muy alemán: llegó a ser secretario del canciller alemán Willy Brandt. Trepó hasta lo más alto, se casó y tuvo un hijo. Por eso cuando lo detuvieron, recuerda el vástago, le dio un abrazo que nunca olvidará, porque sabía que nunca más volvería a verlo. Guillaume volvió luego a la RDA, al paraíso socialista, donde Wolf le dio la bienvenida. Dejó atrás una carrera envidiable, con una posición social en lo más alto y un poder considerable, sin embargo, prevaleció al final su condición de espía, la de un espía que había sido enviado al otro lado del muro con una mano delante y otra detrás. Hombres que ya no nacen.

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