Siglos más tarde uno de sus descendientes, Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació en Jerez de la Frontera, se sospecha que en la última década del XV, incertidumbre debida a que en la época aún no existían registros de nacimiento. Fue hijo de un matrimonio de hidalgos de buen pasar, pero contando aproximadamente con ocho años de edad, sus padres fallecieron dejándole al cuidado de una tía. Cuenta de sí mismo que recibió cierta educación elemental: aprendió a leer y escribir y a hacer cuentas básicas, algo poco habitual en la sociedad española de la época y aún más insólito en América.
Dícese de él que fue un muchacho
inquieto y con dieciséis años, mintiendo sobre su edad, se alistó en los
tercios del ejército español. Fue a la Guerra de Italia (disputa entre Fernando el Católico y Carlos VIII de Francia, que quería hacerse con el Reino de Nápoles) y participó bajo las órdenes de El Gran Capitán
de las primeras grandes victorias españolas en Europa, las que
comenzaron a fraguar el imperio español europeo. Después de varios años
en Italia, tras ser herido en la batalla de Ravena, fue enviado a
Castilla, donde participó en la guerra contra los comuneros castellanos,
solapándose esta rebelión con una nueva guerra contra Francia, que
había invadido Navarra. Nunca querría regresar a Nápoles, de cuya
población dijo, equiparándola con los indios guaraníes, «toda es gente
de guerra y poco fiar y tienen tanta astucia para guardarse de sus
enemigos como si fuesen criados en plena guerra». Estas tempranas
experiencias convirtieron al joven Álvar en un hombre que sabía manejar
las armas y desenvolverse en un campo de batalla a la perfección. No
obstante y quizás debido a esa inquietud que demostraba, hacia 1521 se
dio cuenta de que el ejército no colmaba sus expectativas en parte
porque, después de tanto recorrido y al no pertenecer a ninguna familia
noble, no había obtenido puesto de ascenso y seguía siendo un simple
hidalgo.
Así que abandonó el ejército y consiguió, gracias a sus estudios, entrar a servir como camarero mayor del duque de Medina Sidonia,
en esos momentos y sin duda alguna, el hombre más rico de España.
Existe registro de que en 1522 Álvar Núñez contrae matrimonio. Poco se
sabe de su esposa y poca relevancia tuvo ya que, como veremos, Álvar
pasó la práctica totalidad de su vida fuera de España. Durante seis años
trabajó como hombre de confianza del duque, pero de alguna extraña
manera aquel puesto de relevancia, que le podía haber facilitado
riquezas y una vida muy acomodada, no le satisfizo.
El primer viaje a América
En 1527 llegó a sus oídos que se estaba preparando una gran expedición militar, una misión de conquista. La dirigía Pánfilo Narváez,
un hombre del que se dice era un completo imbécil, pero que estaba
emparentado con la alta aristocracia castellana y contaba con mucha
influencia y dineros. Había colaborado en la conquista de Cuba y
Jamaica, ganándose el favor del gobernador Diego Velázquez de Cuellar, otro inepto que le había mandado en 1518 a capturar vivo o muerto al rebelde Hernán Cortés,
una misión en la que fracasó. Según relató el propio Cortés, al poco de
desembarcar en Veracruz fue capturado por un grupo de guerreros del
reino de Texcoco y Narváez y, para salvar su vida, entregó cobardemente a
quinientos miembros de una caravana de su expedición, que fueron
sacrificados en rituales mexicalis.
Recomendado por el duque de Medina
Sidonia, de quien se había ganado favor, Álvar consigue el puesto de
tesorero mayor de la expedición. Esta tenía por objeto la conquista de
Florida, un territorio prácticamente desconocido a pesar de su cercanía
con La Española, debido a que todas las expediciones que allí se habían
dirigido habían terminado en tragedia. Era una zona pantanosa y de
manglares, sin puertos naturales, azotada por periódicos huracanes y
terribles tempestades. Una península donde era difícil obtener agua
dulce, sin apenas tierras aptas para el cultivo y habitada por tribus
altamente hostiles y muy agresivas a que las anteriores flotillas no
habían podido hacer frente.
Sobre el papel, la expedición contaba
con altas posibilidades de éxito. Más de seiscientos soldados se
embarcaron en las cinco naves de Pánfilo de Narváez, lo que para la
época era un ejército invasor en toda regla, muy superior por ejemplo al
que Hernán Cortes utilizó para conquistar Tenochtitlán. Llegaron a Cuba
y durante varias semanas estuvieron acuartelados esperando que pasara
la estación de huracanes. Hubo una epidemia en que murieron decenas de
soldados y doscientos más desertaron, mermando en mucho el original
ejército, hasta dejarlo en cuatrocientos tripulantes, casi la mitad de
los que habían salido de España. Era el preludio del desastre que los
aguardaba.
En 1528 llegan a la Florida y siguen
encontrándose con dificultades. Los indios atacan los esquifes a
flechazos apenas intentan tomar tierra y no encuentran río navegable que
les permita acceder al interior del territorio. El capitán Narváez,
inspirado por anteriores gestas, decide entonces, muy erradamente,
desmantelar las naves en que viajaba y construir con los materiales
barcazas de poco calado con que poder adentrarse en los manglares.
Apenas terminadas de calafatear, una violenta tormenta hundió las
barcazas ahogando a muchos de los tripulantes y arrastrando a la playa a
cientos de náufragos, sin armas, madera, herramientas, ni alimentos.
Los nativos aprovecharon para realizar sucesivos ataques y emboscadas
sobre los invasores y los pocos que no resultaron muertos fueron hechos
esclavos. Entre ellos, Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
Dice del periodo en que estuvo sometido a
esclavitud que fue un auténtico suplicio. Sufrió malos tratos, comía
las sobras de los perros, se le encargaban los trabajos más penosos y
cambió varias veces de amo, pero se impuso a estas adversidades con una
capacidad de supervivencia sorprendente. Cuenta que terminó siendo
cedido a una especie de chamán o curandero que viviría un poco más
alejado del poblado. Álvar comenzó a distinguir las plantas sanadoras,
se instruyó en diferentes rituales y danzas para ahuyentar malos
espíritus, aprendió el idioma y comenzó a convertirse así en algo más
que un simple esclavo, casi integrado entre los nativos, empezando a
ganarse su confianza. No obstante, nunca abandonó el deseo de recobrar
la libertad. «Hube de quedar con estos últimos indios más de un año, y
por el mucho trabajo que me daban y mal tratamiento que me hacían,
determiné huir de ellos y dirme a los que moran en los montes, que se
llaman los de Charruco, porque yo ya no podía sufrir la vida que con
estos otros tenía.» Aprovechando un descuido de su dueño, un día decidió
que debía volver con los suyos. No podía huir hacia el este o el sur,
ya que se toparía con el mar y terminaría siendo nuevamente cazado.
Sabía que sus captores comerciaban con otras tribus del norte, ya que el
mismo Cabeza de Vaca había intervenido en varios trueques, y que en
aquella área no había asentamiento español, así que también descartó esa
idea. Solo le quedaba una opción. Si bien no sabía exactamente dónde se
encontraba, ni conocía remotamente el territorio (nunca antes pisado
por un europeo) al que se enfrentaba, pensó que si se dirigía hacia el
oeste tarde o temprano terminaría llegando a Nueva España, el actual
México.
El peregrino chamán europeo
Llevaba tiempo caminando, subsistiendo
gracias a algunos intercambios que hacía con aquellas tribus que no eran
hostiles, y que por ser mercader le respetaban: «Con mis tratos y
mercaderías entraba tierra adentro todo lo que quería, y lo principal de
mi trato eran pedazos de caracoles y conchas con que ellos cortan».
Cerca de la desembocadura del río del Espíritu Santo, ahora llamado
Mississippi, se encontró con unos indios quevenes que le
dijeron que más adelante y al otro lado del río había tres hombres como
él, que resultaron ser miembros de su expedición, dos españoles y un
esclavo negro, que habían corrido su misma suerte y también consiguieron
escapar por las mismas fechas. Uno de ellos era Alonso del Castillo Maldonado,
hijo de un noble empobrecido de Salamanca, que había hecho carrera
militar para acabar alistándose en la expedición de Narváez con grado de
capitán. Le acompañaba Andrés Dorantes de Carranza, también Salmantino de Béjar y con igual rango, y el esclavo de este último, Estebanico,
también llamado Esteban el Negro, del que Cabeza de Vaca dijo «era
negro alárabe natural de Azamour (actual Azemmour, en la costa atlántica
de Marruecos, pocos kilómetros al sur de Casablanca)». Fue, casi con
seguridad, el primer africano en pisar tierra continental
estadounidense.
Los cuatro decidieron seguir el plan de
Álvar para intentar llegar a Nueva España. «Yo les dije que mi propósito
era pasar a tierra de cristianos, y que en ese rastro y busca iba.»
Llevaban pocas semanas caminando, según cuenta en su relato, cuando los
emboscaron y volvieron a hacer prisioneros. Ocurrió que, al llegar al
poblado de sus captores supieron que el hijo del jefe estaba enfermo de
gravedad y los chamanes de la tribu no habían conseguido mejorar su
salud con ritual alguno. Estaban nuestros protagonistas encerrados y
bajo vigilancia, creyendo que había terminado su fortuna y pronto se
les daría muerte, y en su desesperación se pusieron a rezar en voz alta.
Los indios, al escucharles orar creyeron que estaban realizando algún
tipo de conjuro mágico y al ser preguntados Cabeza de Vaca vio una
oportunidad y respondió que sí, y les contó que había sido aprendiz de
un chamán. Fue llevado a la choza donde se hallaba el moribundo príncipe
indio y relata que, intentando ganar tiempo, se puso a rezar todo lo
que recordaba haber visto hacer a los sacerdotes en la misa, a
persignarse, a danzar como viera a su antiguo dueño curandero, a ponerle
compresas de hierbas y ungüentos, y a hacer todas las pantomimas que
se le ocurrieron. Y ocurrió, por pura casualidad, que durante la puesta
en escena de tan extravagante ritual bajó la fiebre del enfermo y
comenzó a restablecerse, a hablar y a ingerir alimento. Imagínense la
reacción de los supersticiosos miembros de la tribu, que pasaron de
tratar a los prisioneros como condenados al patíbulo a considerarlos
seres poderosos capaces de curar lo que ni sus propios chamanes habían
podido.
Cambió el estatus de los cuatro hombres y
se les permitió, tal vez por temor al poder mágico que poseían,
proseguir su viaje sin ser molestados por el territorio. Como suele
ocurrir, los rumores corren más que las propias personas y estos se
suelen ir agrandando y exagerando con el boca a boca. Cabeza de Vaca
descubrió que allí por donde pasaran eran esperados con ansia para
ejercer su magia con los enfermos y eran recibidos como ilustres por las
diferentes tribus. Se inventaron un complejo ritual con que actuar ante
los enfermos a que eran conducidos. Teatralizaban cada vez más sus
actos y su fama de extranjero con grandes poderes se fue acrecentando
cada vez más en el viaje hacia el oeste. Tanta fama de hombre
sobrenatural adquirió que muchos de los supuestamente sanados comenzaron
a seguirlos, en una especie de peregrinar junto a un hombre santo,
hasta alcanzar varios cientos de discípulos. La admiración de los indios
propició por un lado que Cabeza de Vaca tomara a una india como esposa,
con la que se sabe tuvo dos hijos, y por otro que los seguidores,
sabedores de que el Maestro gustaba de las piedras preciosas, comenzaran
a agasajarlos con piezas de oro y plata, diamantes y diversas gemas,
que para ellos no tenían más valor que el ornamental. «Los indios que
tienen casa de asiento, y los de atrás, ningún caso hacen de oro y
plata, ni hallan que pueda haber provecho de ello.»
En 1536, cerca del río Sinaloa, se
toparon con una expedición española. Álvar se adelantó hacia el
comandante de la expedición seguido de aquellos cientos de indios y se
identificó. A pesar de sus explicaciones, y de haber el capitán Diego de Alcaraz
dado su palabra de «ir a dar a los indios a los que les enviábamos
asegurados y de paz, regraciándoles el trabajo que con nos habían
pasado», al ver aquel numeroso grupo el comandante al frente ordenó el
ataque sobre estos. Cuenta Álvar con gran tristeza y apreciable
desacuerdo que aquello fue una masacre y un rapto injustificado: «… los
cristianos nos enviaron, debajo de cautela porque no viésemos ni
entendiésemos lo que de hecho hicieron, andábamos a les buscar libertad y
paz y sucedió al contrario». Se refleja su pesar al describir cómo
aquellos que «eran la gente del mundo que más aman a sus hijos y mejor
tratamiento les hacen», con los que había convivido tantos años y a los
que había llegado a entender y apreciar, eran apresados sin distinción
de causa.
Habían pasado casi tres años caminando,
atravesando los territorios de los indios apalaches, apaches, comanches,
cherokees y navajos. Desde algún punto de la costa este del actual
estado de Florida, en Estados Unidos, para llegar a la frontera del
territorio conquistado en Sinaloa, habían recorrido los actuales estados
de Florida, Alabama, Mississippi, Luisiana, Texas, Nuevo Méjico y
Arizona, hasta llegar a la Baja California. Atravesaron pantanos
atestados de caimanes, vadearon grandes ríos insalvables como el
Mississippi, Pecos, Río Bravo o Río Grande, sierras, desiertos
interminables y praderas plagadas de bisontes, y llegaron a territorio
español en el norte del golfo de California cargados con decenas de
sacos de joyas. Los cuatro exesclavos, tras nueve años de penurias,
regresaban a la civilización siendo inmensamente ricos.
La segunda aventura americana
Álvar regresó a España y contrató un secretario al que ordenó transcribir el relato de sus peripecias en un libro que tituló Naufragios,
publicado por primera vez en Zamora en 1542, tras lo que se comenzó a
repartir por el territorio de forma manuscrita. Antes, en 1539, presentó
al rey una versión más reducida de sus vivencias, a modo de informe, ya
que había sido uno de los únicos cuatro supervivientes de los
setecientos de la expedición de Narváez.
Tendría más de cuarenta y cinco años,
gozaba de fama, fortuna y del favor del rey, y bien podría haber
comprado un ducado y haberse dedicado a pasar el resto de sus días
entretenido con la administración, disfrutando de opulencia. Pero cuando
su «Sacra, Cesárea y Católica Majestad» le ofreció el puesto de
Adelantado y Gobernador del Río de La Plata y del Paraguay, un
territorio recientemente conquistado, habitado por pueblos hostiles que
se negaban a ser sometidos y cuyas expediciones no habían reportado
hasta el momento ningún beneficio económico y sí muchas muertes, aceptó
sin pensarlo y dispuso inmediatamente los preparativos
Álvar Núñez Cabeza de Vaca gastó
prácticamente la totalidad de su fortuna en construir una armada y en
contratar navegantes, soldados y avituallarse, además de la obligación
registrada en el Archivo General de Indias de «… gastar ocho mil ducados
en caballos, mantenimientos, vestidos, armas, munición y otras cosas
para entregar a la población de dichas provincias», y partió de España
con la intención de presentarse en Asunción como digno gobernante de la
región. Pero una vez más el mar no estaba de su lado. A la altura de las
costas del sur de Brasil, una fuerte tempestad destrozó la flota y
naufragó de nuevo. Llegó a una playa desconocida medio desmayado,
desnudo, atado a un madero. Se volvía a encontrar despojado de todo y
no teniendo más remedio, una vez más, echó a andar. Descubrió para los
europeos las cataratas de Iguazú describiendo que «da el río un salto
por unas peñas arriba muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra
tan grande golpe que de muy lejos se oye, y la espuma del agua como cae
con tanta fuerza sube en alto dos lanzas o más», y siguiendo el río
Paraná llego hasta donde desemboca su afluente el Paraguay, remontándolo
hasta llegar al Fuerte y Villa de Asunción, meses después de dejar la
costa.
Hay que entender la conquista española
de América, en cierta forma, como una empresa privada. La corona, que no
andaba económicamente boyante, daba permiso a un empresario, por así
decirlo, para financiar una expedición y conquistar un territorio con la
promesa de gobernarlo y la condición de pagar unos impuestos. Ocurría
que después de un tiempo y si los territorios eran rentables, después de
haber hecho la parte más difícil, se despojaba al conquistador de sus
poderes y un gobernador pasaba a tomar el control para, básicamente,
rescindir privilegios y pagar más impuestos a la corona. Así que cuando
Álvar Núñez Cabeza de Vaca llegó al Paraguay se encontró con Martínez de Irala,
que había conquistado el territorio y era su gobernador, el
recibimiento no fue bueno. Venía a arrebatarle, al fin y al cabo, un
territorio por el que había invertido fortuna, luchado, sacrificado
vidas. Además, la mayoría de la población española eran antiguos
soldados que habían combatido a sus órdenes y que acataron la autoridad
de Cabeza de Vaca, puesto que venía con nombramiento del rey, pero nunca
perdonaron la ofensa sobre su capitán.
Ocurrió que para los españoles, los
indios con que convivían no eran gente de fiar. Habían guerreado durante
años contra ellos y eran muy duramente tratados. Pero Alvar tenía otro
concepto de los indios: había sido esclavizado por los nativos durante
años, cierto, pero también había convivido en paz con otros muchos.
Había compartido alimento y fuego con ellos, había tomado esposa, e
incluso tenía dos hijos indios en algún lugar del desierto de Nuevo
México. Se propuso hacer cumplir las Leyes de Indias, que protegían a
los nativos, y los españoles comenzaron a ser reprendidos por la dureza
con que trataban a los americanos: por los castigos, por las violaciones
y los abusos.
Durante dos años que estuvo al frente del Río de la Plata acometió varias expediciones, pero no encontró nunca lugar apropiado para nuevos asentamientos en la selva paranaense, ni poblaciones con riquezas de las que apropiarse como había ocurrido en México. Epidemias, emboscadas, hambre y pérdida de vidas fueron la tónica de estas aventuras. Además, la benevolencia con que trataba a los nativos fue contraproducente, pues en cuanto se daba la vuelta, los indios eran tratados con el doble de dureza, a modo de represalia. A consecuencia de estos maltratos fue que en 1543 se produjo una sublevación de los indígenas, con la práctica destrucción de la ciudad de Asunción. Los soldados españoles, con la excusa de que no había actuado diligentemente para atajar la rebelión, organizaron un motín que terminó con la captura y encarcelamiento de Cabeza de Vaca. Fue depuesto de su cargo, se redactó un sumario, y se fletó un barco Paraná abajo que luego puso rumbo a España, con Álvar preso y acusado de gravísimos hechos.
El olvidoEn 1545, con aproximadamente cincuenta y cinco años, llega al puerto de Sevilla, engrilletado, pobre, habiendo fracasado y despojado de cualquier título. Se le abrió un proceso cuyo sumario nos es desconocido y tras seis años de juicios se le condena a diez mil ducados de multa y se sentencia, según el Archivo General de Indias: «… le suspendemos perpetuamente del oficio de gobernador, adelantado u otro oficio de justicia en todas las Indias y tierra firma de su Majestad (…) le condenamos a destierro perpetuo de todas las dichas Indias y no lo quebrante bajo pena de muerte, y así mismo le condenamos que por tiempo y espacio de cinco años cumplidos siguientes sirva a su Majestad en Orán (adonde eran condenados los hidalgos a trabajar como soldados sin sueldo) con sus armas y caballos a su costa y esté en el dicho servicio por el dicho tiempo so pena de que sea doblado el castigo otros cinco años (…) Valladolid, a veinte días del mes de marzo de 1551 años». Se sabe que pasó seis años en este territorio argelino hasta que regresa, aproximadamente en 1557, a Sevilla, siendo ya un anciano. Se dice que se volvió comerciante y marchó a Venecia, o que se hizo fraile y se internó en un convento, pero estas afirmaciones no son más que rumores. Aproximadamente en 1560 falleció, pero la fecha tampoco es exacta.
Como ocurrió con tantos otros
conquistadores, tantos aventureros fracasados, a su muerte se corrió un
velo sobre sus hazañas, hasta que a principios del siglo XX se encontró
un manuscrito con la edición de Naufragios de 1555 publicada en
Valladolid, que incluía el viaje del autor al Río de La Plata,
consiguiendo poner luz a la vida de este jerezano.
Cabeza de Vaca fue un hidalgo que
intentó por todos los medios ser conquistador, pero que fracasó en todos
sus intentos del mismo modo que fracasó la inmensa mayoría de los
hombres que en el siglo XVI se lanzaron a las Américas. No nos legó tan
solo una vida fantástica llena de peripecias y aventuras, sino que fue
un hombre que nos dejó una historia que nos permite conocer, quizás, una
versión más real de la experiencia de los españoles en la conquista de
América. Mucho más real, desde luego, que los heroicos relatos de Hernán
Cortés o Pizarro. Da la sensación al repasar las biografías de estos
últimos de que bastaba bajar del esquife montado a caballo para que los
imperios se rindieran, se considerara al español un dios y le entregaran
el oro unos nativos semihumanos cuyo primitivismo justificaba el
derecho de conquista y la destrucción de culturas ancestrales. La
realidad para los españoles que se embarcaban en estas empresas era la
de una vida durísima, una exposición continua a naufragios,
adversidades, sed, hambre, enfermedades y, la mayoría de las veces, un
final trágico. Gracias a Cabeza de Vaca conocemos un testimonio verídico
de cómo fueron aquellas relaciones entre civilizaciones tan diferentes.
Gracias a él estamos un poco más cerca de la verdad.
Me encanta la historia de Álvar Nuñez
ResponderEliminarAcerca de su gran primer viaje también realicé alguna vez una entrada, centrada en el libro y en un film:
https://frodorock.blogspot.com.ar/2014/12/conquistador-conquistado-alvar-nunez.html
Acerca de su segundo viaje, es muy interesante el libro "Comentarios" que él mismo dictó.
Relata muchas cosas que sucedían desde Santa Catalina (Brasil) hasta Asunción (Paraguay), pasando por las cataratas del Iguazú (Argentina), que resultaron un escollo importante en su camino.
Para todos los que vivimos en el Río de la Plata, es un libro que hay que leer. Escrito desde allá, Europa, pero con los ojos de un hombre que pasó gran parte de su vida acá, en América y ha sabido convivir con los nativos y su idiosincracia
Buen post
Saludos!
Muchas gracias por tu información
ResponderEliminarSaludos