El 1 de marzo de 1968, en Roma, se produjo uno de los acontecimientos centrales del 68 italiano. Ese día, miles de estudiantes partieron a las diez de la mañana de la plaza de España en dirección a la Facultad de Arquitectura de Valle Giulia, al norte de la ciudad, que estaba tomada por la Celere, la policía antidisturbios. Los estudiantes marcharon hasta las escaleras de la facultad sosteniendo algunas pancartas que exigían “Poder estudiantil” y “Fuera la policía de la universidad”. Les acompañaban los periodistas y fotógrafos que luego publicarían la noticia en la primera página de los diarios. Allí, según contó la prensa de la época, “arriba, dispuestos en varias filas, [estaban] los agentes de la Celere, con el casco puesto y la porra en la mano. Los dos frentes se miraron en silencio por unos segundos, inmóviles. Luego, de la masa de los estudiantes empezaron a salir las primeras invectivas y los primeros lanzamientos de huevos. En lo alto de la escalinata, la línea policial se movió deprisa, a la carga, el enfrentamiento había comenzado y en pocos minutos se convirtió en una batalla”. Una batalla que duró más de dos horas.
Hasta el 1 de marzo, el conflicto estudiantil no había sido violento. La policía trataba a los estudiantes con el respeto que mostraba habitualmente por las clases medias y los estudiantes utilizaban la resistencia pasiva para intentar ganarse la simpatía pública. Pero en esta ocasión, por primera vez, los jóvenes no solo no salieron corriendo, sino que respondieron a la carga policial “con una rabia furiosa”, arrancando bancos y ramas de árboles, y lograron ocupar la facultad, aunque poco después fueran expulsados de nuevo por la policía. Los agentes se ensañaron con algunos de los estudiantes, y estos respondieron con pedradas. Las fotos de los violentos enfrentamientos, con coches volcados, vehículos militares, cargas de caballos y jóvenes armados con palos, aparecieron en todos los periódicos. La batalla de Valle Giulia causó un enorme revuelo, tuvo un inmenso impacto emotivo en el movimiento estudiantil y una gran influencia en lo que sucedería después en otras ciudades del país.
Ese día, en Milán, Pier Paolo Pasolini se encontraba filmando Teorema, a partir de la novela del mismo nombre que había publicado ese año. La película era una compleja reflexión sobre la familia, el sexo y la religión (y la propiedad de los medios de producción) en el contexto de la burguesía. El eco de los acontecimientos de Valle Giulia llegaría al set de la película algunas semanas más tarde, y aunque “Pasolini está muy concentrado en la escena que está rodando, no se le escapa toda aquella cháchara”, en la que todos están a favor de los estudiantes y consideran la noticia excitante y sin precedentes.
Unas semanas después, Pasolini publicó en la revista L’Espresso “El PCI a los jóvenes”, un poema demoledor con los estudiantes y que, de alguna manera, sintetizaba y daba forma al conflicto que existía entre las reivindicaciones clásicas de los trabajadores y los sueños de un mundo distinto de los jóvenes que, en buena medida, procedían de la clase media.
Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos
los de las televisiones)
os lamen (como aún se dice en lenguaje goliárdico) el culo. Yo no, queridos.
Tenéis cara de niños de papá.
Os odio como odio a vuestros papás.
Buena raza no miente.
Tenéis la misma mirada hostil.
Sois asustadizos, inseguros, desesperados
(¡estupendo!) pero también sabéis ser
prepotentes, chantajistas, seguros y descarados:
prerrogativas pequeñoburguesas, queridos.
Cuando ayer en Valle Giulia os liasteis a golpes
con los policías,
yo simpatizaba con los policías.
Porque los policías son hijos de los pobres.
Vienen de periferias, ya sean campesinas o urbanas.
[…]
En Valle Giulia, ayer, se produjo un episodio
de lucha de clases: y vosotros, queridos (si bien estabais de la parte
de la razón) erais los ricos.
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En 1968, en el momento de escribir el poema, Pasolini tenía 46 años –era 25 mayor que la mayoría de estudiantes– y era un reconocido y polémico escritor y cineasta: ya había rodado Accattone (1961), Mamma Roma (1962), El Evangelio según san Mateo (1964), Pajaritos y pajarracos (1966) y Edipo rey (1967). Pero antes de eso su vida había sido un infierno.
Pasolini nació en Bolonia el 5 de marzo de 1922. Era hijo primogénito de un teniente de infantería, que procedía de una familia noble empobrecida, y de una maestra de primaria, perteneciente a una familia campesina que, con el tiempo, se convertiría en pequeño burguesa. La familia se trasladaba con mucha frecuencia por el trabajo del padre (“han hecho de mí un nómada”, dijo Pasolini más tarde) y el único lugar que permanecía como punto de referencia familiar era el lugar de veraneo, Casarsa, en el Friuli, al nordeste de Italia, no lejos de Venecia. Pasolini detestaba a su padre, un fascista convencido que bebía, jugaba y maltrataba sistemáticamente a su madre, a la que adoraba con la misma exageración con la que odiaba a su padre. “Éramos grandes enemigos", dijo de este. "Nuestra animadversión formaba parte del destino, estaba fuera de nuestro control”.
En 1939, con 17 años, después de crear en el instituto grupos literarios y escribir poesía en italiano y fruliano (una expresión de oposición al fascismo), se matriculó en la Facultad de Letras de Bolonia. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se refugió con su madre y su hermano en Casarsa, que era un lugar más seguro que Bolonia. La guerra fue un período difícil para toda la familia. Pier Paolo fue reclutado en Livorno en 1943, y después del armisticio de Badoglio desobedeció la orden de entregar las armas a los alemanes, huyó y se las arregló para regresar a Casarsa. En 1944, se refugió con su madre en Versuta, una pequeñísima aldea de Casarsa, menos expuesta a los bombardeos aliados y los rastreos alemanes, donde creó una escuela para los niños que no podían ir a clase. El suceso más doloroso de la guerra (y, probablemente, una fuerte influencia en la posterior configuración ideológica de Pier Paolo) fue la muerte de su hermano menor, Guido, que en 1944 se había unido a la lucha partisana y murió en 1945, a manos de comunistas de su propia región: entre los varios grupos de la resistencia antifascista friuliana surgieron conflictos por las fronteras al final de la guerra: unos querían integrar el Friuli en la Yugoslavia de Tito, mientras que otros, como Guido, querían que siguiera siendo italiana. El retorno del padre, que había estado prisionero de los ingleses en Kenia, tampoco fue una gran noticia.
Terminada la guerra y los estudios, en 1949, mientras ejercía como profesor en un pueblo muy cerca de Casarsa, fue denunciado por la policía por corrupción de menores y actos obscenos en lugar público. Ya entonces, era conocido por comunista y anticlerical, y fue atacado tanto por la derecha como por la izquierda. Además de perder su trabajo como profesor, el Partido Comunista Italiano, del que era miembro y secretario de una sección, le expulsó antes incluso de que empezara el juicio. Ciertamente, nunca había encajado del todo en el partido. Muchos veían en él, fuera por su homosexualidad o por la tremenda sofisticación de su pensamiento, “desinterés por el realismo socialista, un cierto cosmopolitismo y una excesiva atención a la cultura burguesa”.
Pasolini huyó a Roma, donde pasó unos primeros años increíblemente difíciles, tiempos de desesperación, inseguridad, pobreza y soledad, que serían el origen de los libros Ragazzi di vita y Una vita violenta, que retratan la vida en las borgate romanas, suburbios depauperados, y cuentan “las condiciones de abandono y de vació moral de los jóvenes del pueblo salidos de la guerra”.
Era perfectamente posible que de uno de esos barrios procedieran los jóvenes policías de Valle Giulia, de los que afirmaba en el poema que, a pesar de que “estamos, obviamente, en contra de la institución de la policía”, “en cuanto a mí, conozco perfectamente / cómo han sido de niños y jóvenes, / (…) la casita/ entre los huertos con salvia roja (en terrenos ajenos, parcelados) / el bajo sobre las cloacas, o los apartamentos en los grandes bloques populares, etcétera”.
El 5 septiembre de 1968, se presentó a concurso en la Mostra de Venecia Teorema. La película narraba la historia de una familia de clase alta milanesa que era visitada por un atractivo desconocido que hacía el amor con cada uno de los integrantes de la familia: hijo, hija, padre, madre e incluso la criada. Para todos, la experiencia resultaba trascendental, una especie de iluminación y descubrimiento. Pero el misterioso joven desaparecía tan de repente como había llegado y entonces todos se vienen abajo, cada uno a su manera, aunque siempre con un aire inequívocamente burgués. La hija se queda catatónica, el hijo se retira a pintar con un estilo incomprensible, la madre intenta repetir la experiencia con dobles del joven y el padre entrega su fábrica a los trabajadores. En cambio, la criada, una campesina creyente y profundamente buena, se convierte en una especie de santa y muere inmolada en estado de éxtasis.
Según David Grieco –amigo, colaborador de Pasolini y autor de La Macchinazione, unas memorias sobre la vida y la muerte del cineasta–, que acompañaba entonces al director, el festival de ese año fue un campo de batalla en el que se confundieron cineastas, policías, estudiantes y matones fascistas. Los miembros de la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos (ANAC) intentaban suspender el festival como habían hecho el mayo anterior los cineastas franceses en Cannes, en solidaridad con los estudiantes y obreros. Algunos de ellos decidieron impugnar los estatutos que regían el funcionamiento del certamen, que habían sido establecidos bajo el régimen fascista de Mussolini. Pero el Lido no era Cannes, y el director de la muestra se declaró dispuesto a dialogar una vez terminado el festival, pero afirmó que este iba a desarrollarse con normalidad, y si era necesario se recurriría a las autoridades y las fuerzas del orden. Cuando se produjo el primer intento de ocupación de las salas de proyección, “la Celere nos saca a peso y nos tira a la calle, dejándonos a merced de los fascistas, que nos dan la bienvenida con puñetazos y patadas”, escribió Grieco.
Finalmente, el pase de Teorema se convirtió en un pequeño caos. Pasolini se manifestó contra la permisividad policial con los fascistas y mostró su solidaridad con los miembros de la Asociación, aunque de una manera un tanto errática. El día de la exhibición, antes del pase en la sala, se hizo con un micrófono y contó a los medios de comunicación que él habría querido retirar la película del festival, pero que no había podido hacerlo porque esa decisión estaba ya en manos del productor.
Animó a los periodistas y a los críticos reunidos allí a que salieran con él de la sala, si estaban de acuerdo en que el festival estaba manchado por el fascismo. Al parecer, pocos lo hicieron.
En todo caso, el día posterior al accidentado estreno, varios de quienes habían protestado en el festival de cine pensaron que sería buena idea buscar el apoyo y la solidaridad de los trabajadores portuarios de Porto Marghera, un centro industrial cercano a Venecia, que llevaban meses en huelga.
Pero cuando llegaron, fueron recibidos con una lluvia de tornillos al grito de “¡Fuera los del cine! ¡Largaos a trabajar!”. Los cineastas decidieron entonces ponerse en contacto con los representantes del movimiento estudiantil italiano que esos días se reunían en la Universidad de Ca’ Foscari, también en Venecia, para profundizar en los temas políticos más candentes y debatir cuál sería su estrategia para el año académico que empezaba. “El movimiento estudiantil verifica las experiencias y los límites de su lucha”, titulaba unos días más tarde en su cobertura de las jornadas el periódico comunista L’Unità. La intención de los cineastas era encontrarse con los estudiantes, intercambiar pareceres y prestarse apoyo mutuo. Los jóvenes aceptaron, pero les pidieron reiteradamente que no fueran acompañados de Pasolini. Después de la publicación del poema sobre los enfrentamientos de Valle Giulia, estos le detestaban. Pero finalmente, y casi por azar, Pasolini se unió al grupo que iba a la universidad.
Cuando llegaron a Ca' Foscari, se encaminaron al lugar de reunión por un estrecho pasillo, en fila india. “Los primeros representantes de esa alegre delegación del cine italiano fueron recibidos con un aplauso fragoroso. Pero en cuanto apareció el rostro inconfundible de Pier Paolo Pasolini, aquello pareció el fin del mundo. Los aplausos se convirtieron en un ‘buuuuuh’ de desaprobación, volaron pesados libros a la altura de las cabezas y llovió de todo (…). Todos cantaban a coro: ‘¡Fuera! ¡Fuera!’”.
Los visitantes salieron, pero Pasolini dijo que no quería marcharse de allí, que quería reunirse con los universitarios para discutir con ellos. Si alguno estaba dispuesto a dialogar, él le esperaría fuera. Uno del grupo volvió al interior de la facultad para transmitir la propuesta. Al cabo de un cuarto de hora, sigue contando Grieco, aparecieron algunos jóvenes que, aunque se acercaron a Pasolini insultándole, al final decidieron escucharle.
“Pasolini no se descompone y confirma todo lo que había escrito en aquel poema aparecido en L’Espresso. Paolo maltrata a todos esos estudiantes con su voz firme, les confunde con su calma, les intimida con su timidez”. A las cinco de la madrugada, ya eran un centenar los universitarios que estaban a su alrededor, pendientes de todas las cosas malas que Pasolini estaba diciendo de ellos. Los demás cineastas se estaban quedando dormidos. El final de la escena fue, según como se mire, “cómico o trágico”. De repente, “después de esa lección de vida improvisada”, los estudiantes subieron a Pasolini a hombros y comenzaron a correr por las calles venecianas mientras amanecía. Gritaban: “¡Viva Pasolini! ¡Viva il Cinema! ¡Viva la Mostra di Venezia!”. “Viva cualquier cosa”, añade Grieco desolado: para los compañeros de Pasolini, los jóvenes no habían entendido una sola palabra de lo que este les había dicho y, en lugar de mantener un diálogo adulto, se habían entusiamado con la idea de que allí estaban ellos, siendo insultados por una celebridad que les hacía caso, y por eso lo habían llevado en volandas. Lo cual confirmaba, según Grieco, cada palabra de desdén que Pasolini les había dedicado en su poema.
Con el tiempo, las críticas de Pasolini se dirigieron a los intelectuales del 68, que entonces ya no eran tan jóvenes e “incluso tenían el pelo blanco”, y a sus errores políticos. De los estudiantes escribiría en 1974, un año antes de ser asesinado en la costa romana de Ostia: “Los jóvenes han vivido con desesperación los días de este largo grito, que era una especie de exorcismo y de adiós a las esperanzas marxistas”. “Hoy está claro que todo aquello fue fruto de la desesperanza y de un sentimiento de impotencia inconsciente. En el momento en el que en Europa se perfilaba una nueva civilización y un largo futuro de ‘desarrollo’ programado por el Capital (…) se sintió que toda esperanza de Revolución obrera se estaba perdiendo. Y por esto se gritó tanto el nombre de Revolución”.
Fuente: http://m.revistavanityfair.es/actualidad/cine/articulos/pier-paolo-pasolini-1968-revuelta-estudiantes/30061/amp
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